34. EN CUERPO AJENO

Habitar un cuerpo ajeno no es sencillo.

Es mirar tus propias manos y no reconocerlas. Es dormir con una piel que no te pertenece y preguntarte, cada noche, cuándo terminará el tiempo extra que sin saber por qué, me está dando la vida.

Sé que estoy robando tiempo. No es mío este cuerpo, ni esta voz, ni los labios que mi Musa han degustado con deseo. Y, aun así, cuando sus ojos se posan en mí, siento —por un instante— que soy real. Que no soy solo humo, ni sombra, ni una bruja maldita por intentar aprovechar el milagro que representa el haberlo encontrado.

Mi Musa no nació en mi mundo, no estábamos realmente destinados a encontrarnos y por eso me había negado a pensar a largo plazo.

Hace unas horas Jaime me demostró que me ve. No solo el cuerpo. Me ve a mí. A Cielo.

Y eso me mortifica. Fue claro conmigo y sus argumentos tan lógicos que no pude refutar. No debí sentenciar que volvería con él. ¿Por qué si igual partiré? ¿Por qué quería revolverle la vida? Infortunadamente conozco la respuesta: egoísmo.

Si tengo que desaparecer mañana… quiero que me recuerde no como la ladrona de un cuerpo, sino como la mujer que, por un breve instante, fue suya.

Él es un hombre de guerra, alguien de principios rectos, de mirada firme, de lealtades peligrosas. Caza seres como yo, y, sin embargo… cuando me tiene cerca, se quiebra. Lo sé. Lo siento. Vibra. Arde. Me desea con una honestidad feroz que me enciende y me aterra.

Algo en él cambió al conocerme y yo... tampoco imagino ahora una eternidad sin él.

No sé cuánto tiempo más podré quedarme. No sé si la mente de la duquesa me dejará habitarla para siempre, si sus recuerdos empezarán a ahogarme, si sus deseos propios algún día reclamarán lo que es suyo.

Y eso me parte.

A veces me convenzo de que me bastará con haberlo tocado una vez, con haber escuchado su voz ronca diciendo mi nombre. Pero es mentira.

Lo quiero todo.

Su piel. Su boca. Su alma.

Lo que siento por Jaime no es un hechizo.

Es lo único verdadero que me queda, más importante incluso que mi grimorio.

Me agazapé al interior de Elizabeth para reflexionar. Necesitaba pensar para no seguirme dejando llevar por el impulso y por las necesidades de este cuerpo joven.

Afortunadamente, la vida de la duquesa es todo un drama y me ha permitido momentos de distracción a mis problemas. Aquellos inconvenientes domésticos que para mí son casi irrisorio y para ella vitales han servido para redireccionar en forma más positiva mis emociones.

Ahora, ella comparte tiempo de calidad con Odeth y sin querer me muestran más de como funciona este mundo. Me indigna todo lo que escucho con respecto a Odeth y cada vez siento que empatizo más con ella y desde luego que le haré pagar su cobardía a ese mal llamado hombre, pero cuando Elizabeth habló, fue como si un balde de agua fría cayera sobre mí.

—Yo creo que morí —dijo Elizabeth.

Eso me da más para pensar y tratar de entender nuestro estado. Yo no me sentí morir, no hubo dolor, desdoblamiento o una luz a la cual seguir. Solo recuerdo el destello dorado de uno de los hechizos de Mariana y un leve cosquilleo en mi cuerpo, para luego despertar aquí, con un dolor al costado de la cabeza. Ahora sé que ese dolor fue por el golpe contra la piedra.

Elizabeth está segura de que murió. Y yo estoy segura de que, si alguien muere, no hay forma de volver.

Cada vez está más cansada. Cada vez mi alma gana más terreno en su cuerpo… y entonces la respuesta es tan evidente que, aunque debería estar feliz —pues eso solucionaría todos mis problemas— el aprecio que ahora le tengo a esta muchacha no me deja disfrutarlo.

"Es como si todo se hubiera confabulado para que ellos dos pudieran encontrarse esa noche", eso dijo. No pude evitar pensar en que el término, una serie de eventos desafortunados se ajustaba perfectamente a la situación. Demasiadas coincidencias juntas.

Eventualmente, su alma dejará este cuerpo y solo quedaré yo. Podré estar con mi Musa, pero me niego a dejarla partir sin que haya vivido de verdad un poco. No pienso decirle que su alma trascenderá, ella más adelante podrá llegar sola a esa conclusión.

¿Será posible? ¿Alguna entidad mayor haló las cuerdas que guían al mundo para que yo pudiera estar aquí?

—¿Quieres que te demuestre que no miento?

Las palabras de Elizabeth me obligan a volver a prestar atención. Hará alguno de los trucos básicos que le enseñé. Recitó palabras en rima pensando claramente en su intensión y luego aprovechó el viento y el agua para llenar una de las copas. Le falta algo de control, pero lo logró.

La mandíbula de Odeth se descolgaba ante el asombro para luego mirarla con miedo. Estoy segura de que el brillo mágico en los ojos de Elízabeth también contribuyó.

—Sal a saludarla —me dice.

—No me demoro —digo tomando el control y ahora mirando a Odeth— yo puedo hacer muchos más trucos.

Junto y froto enérgicamente mis manos para que luego una chispa mostrara mi dominio en algo tan voluble como el fuego.

—Gusto en conocerte. Soy Cielo.

La llama en mi mano toma la forma de una persona y ahí termina mi intervención.

✿︶︶︶︶︶︶✿

A las dos de la mañana, la duquesa no está en condiciones operativas, así que tomo el control y regreso a la habitación conjunta. No puedo permitir que el duque despierte solo. Salgo dejando a la pobre Odeth dormida en la cama de la duquesa.

“Tendré que agilizar un poco las cosas”, pienso, mientras me acomodo junto al viejo con la nueva prenda sobre mi cuerpo. Le pediré mañana que suspenda los beneficios a la familia de Elizabeth. Algo se me ocurrirá para reemplazar la intimidad, pues estoy segura de que mañana ese hombre ya tendrá nuevamente aliento.

Mis ojos pesan. Aunque yo tengo energía, este cuerpo está cansado y me obliga a dormir.

Cuatro y treinta de la mañana.

El duque se mueve y pone su mano en mi cintura. Para mi mala suerte, parece que el viejo tiene una erección mañanera y la pega a mi trasero. Realmente no es que la sienta mucho —su barriga redonda no lo deja arrimar del todo—, pero no deja de ser asqueroso.

Trato de seguirme haciendo la dormida, pero al viejo no le importa. Mete una de sus arrugadas manos entre la parte superior de mi pijama y captura uno de mis senos, iniciando a amasarlo.

Tranquila, palomita. Quédate quieta, esta vez yo haré todo el trabajo.

¡Claro que no!

Junto poder en uno de mis dedos y, al tocarlo, cae desmayado. No durará mucho así, por lo que retiro mi bata y quedo completamente desnuda a su lado. Alboroto mi cabello y, al sentir que vuelve a moverse, hago mi jugada.

Estuviste increíble, esposo. Por favor, necesito descansar.

El hombre me mira sin comprender lo que acaba de pasar y luego se toca su ahora flácido miembro.

Descansa —dice, antes de perderse tras la puerta del baño.

No lo esperaba. Tuve que improvisar. Pero tendré que inventarme algo para esta noche, pues ese cartucho no fue quemado. Por ahora, mantendré alejada a Elizabeth de este tipo de escenas. No quiero que, de aquí a que parta realmente, vea o sienta cosas desagradables.

Me escondo entre las cobijas, pero no logro volver a dormir hasta que él sale de la habitación.

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