Habitar un cuerpo ajeno no es sencillo.
Es mirar tus propias manos y no reconocerlas. Es dormir con una piel que no te pertenece y preguntarte, cada noche, cuándo terminará el tiempo extra que sin saber por qué, me está dando la vida.
Sé que estoy robando tiempo. No es mío este cuerpo, ni esta voz, ni los labios que mi Musa han degustado con deseo. Y, aun así, cuando sus ojos se posan en mí, siento —por un instante— que soy real. Que no soy solo humo, ni sombra, ni una bruja maldita por intentar aprovechar el milagro que representa el haberlo encontrado.
Mi Musa no nació en mi mundo, no estábamos realmente destinados a encontrarnos y por eso me había negado a pensar a largo plazo.
Hace unas horas Jaime me demostró que me ve. No solo el cuerpo. Me ve a mí. A Cielo.
Y eso me mortifica. Fue claro conmigo y sus argumentos tan lógicos que no pude refutar. No debí sentenciar que volvería con él. ¿Por qué si igual partiré? ¿Por qué quería revolverle la vida? Infortunadamente conozco la respuesta: egoísmo.
Si tengo que desaparecer mañana… quiero que me recuerde no como la ladrona de un cuerpo, sino como la mujer que, por un breve instante, fue suya.
Él es un hombre de guerra, alguien de principios rectos, de mirada firme, de lealtades peligrosas. Caza seres como yo, y, sin embargo… cuando me tiene cerca, se quiebra. Lo sé. Lo siento. Vibra. Arde. Me desea con una honestidad feroz que me enciende y me aterra.
Algo en él cambió al conocerme y yo... tampoco imagino ahora una eternidad sin él.
No sé cuánto tiempo más podré quedarme. No sé si la mente de la duquesa me dejará habitarla para siempre, si sus recuerdos empezarán a ahogarme, si sus deseos propios algún día reclamarán lo que es suyo.
Y eso me parte.
A veces me convenzo de que me bastará con haberlo tocado una vez, con haber escuchado su voz ronca diciendo mi nombre. Pero es mentira.
Lo quiero todo.
Su piel. Su boca. Su alma.
Lo que siento por Jaime no es un hechizo.
Es lo único verdadero que me queda, más importante incluso que mi grimorio.
Me agazapé al interior de Elizabeth para reflexionar. Necesitaba pensar para no seguirme dejando llevar por el impulso y por las necesidades de este cuerpo joven.
Afortunadamente, la vida de la duquesa es todo un drama y me ha permitido momentos de distracción a mis problemas. Aquellos inconvenientes domésticos que para mí son casi irrisorio y para ella vitales han servido para redireccionar en forma más positiva mis emociones.
Ahora, ella comparte tiempo de calidad con Odeth y sin querer me muestran más de como funciona este mundo. Me indigna todo lo que escucho con respecto a Odeth y cada vez siento que empatizo más con ella y desde luego que le haré pagar su cobardía a ese mal llamado hombre, pero cuando Elizabeth habló, fue como si un balde de agua fría cayera sobre mí.
—Yo creo que morí —dijo Elizabeth.
Eso me da más para pensar y tratar de entender nuestro estado. Yo no me sentí morir, no hubo dolor, desdoblamiento o una luz a la cual seguir. Solo recuerdo el destello dorado de uno de los hechizos de Mariana y un leve cosquilleo en mi cuerpo, para luego despertar aquí, con un dolor al costado de la cabeza. Ahora sé que ese dolor fue por el golpe contra la piedra.
Elizabeth está segura de que murió. Y yo estoy segura de que, si alguien muere, no hay forma de volver.
Cada vez está más cansada. Cada vez mi alma gana más terreno en su cuerpo… y entonces la respuesta es tan evidente que, aunque debería estar feliz —pues eso solucionaría todos mis problemas— el aprecio que ahora le tengo a esta muchacha no me deja disfrutarlo.
"Es como si todo se hubiera confabulado para que ellos dos pudieran encontrarse esa noche", eso dijo. No pude evitar pensar en que el término, una serie de eventos desafortunados se ajustaba perfectamente a la situación. Demasiadas coincidencias juntas.
Eventualmente, su alma dejará este cuerpo y solo quedaré yo. Podré estar con mi Musa, pero me niego a dejarla partir sin que haya vivido de verdad un poco. No pienso decirle que su alma trascenderá, ella más adelante podrá llegar sola a esa conclusión.
¿Será posible? ¿Alguna entidad mayor haló las cuerdas que guían al mundo para que yo pudiera estar aquí?
—¿Quieres que te demuestre que no miento?
Las palabras de Elizabeth me obligan a volver a prestar atención. Hará alguno de los trucos básicos que le enseñé. Recitó palabras en rima pensando claramente en su intensión y luego aprovechó el viento y el agua para llenar una de las copas. Le falta algo de control, pero lo logró.
La mandíbula de Odeth se descolgaba ante el asombro para luego mirarla con miedo. Estoy segura de que el brillo mágico en los ojos de Elízabeth también contribuyó.
—Sal a saludarla —me dice.
—No me demoro —digo tomando el control y ahora mirando a Odeth— yo puedo hacer muchos más trucos.
Junto y froto enérgicamente mis manos para que luego una chispa mostrara mi dominio en algo tan voluble como el fuego.
—Gusto en conocerte. Soy Cielo.
La llama en mi mano toma la forma de una persona y ahí termina mi intervención.
✿︶︶︶︶︶︶✿
A las dos de la mañana, la duquesa no está en condiciones operativas, así que tomo el control y regreso a la habitación conjunta. No puedo permitir que el duque despierte solo. Salgo dejando a la pobre Odeth dormida en la cama de la duquesa.
“Tendré que agilizar un poco las cosas”, pienso, mientras me acomodo junto al viejo con la nueva prenda sobre mi cuerpo. Le pediré mañana que suspenda los beneficios a la familia de Elizabeth. Algo se me ocurrirá para reemplazar la intimidad, pues estoy segura de que mañana ese hombre ya tendrá nuevamente aliento.
Mis ojos pesan. Aunque yo tengo energía, este cuerpo está cansado y me obliga a dormir.
Cuatro y treinta de la mañana.
Trato de seguirme haciendo la dormida, pero al viejo no le importa. Mete una de sus arrugadas manos entre la parte superior de mi pijama y captura uno de mis senos, iniciando a amasarlo.
—Tranquila, palomita. Quédate quieta, esta vez yo haré todo el trabajo.
¡Claro que no!
Junto poder en uno de mis dedos y, al tocarlo, cae desmayado. No durará mucho así, por lo que retiro mi bata y quedo completamente desnuda a su lado. Alboroto mi cabello y, al sentir que vuelve a moverse, hago mi jugada.
—Estuviste increíble, esposo. Por favor, necesito descansar.
El hombre me mira sin comprender lo que acaba de pasar y luego se toca su ahora flácido miembro.
—Descansa —dice, antes de perderse tras la puerta del baño.
No lo esperaba. Tuve que improvisar. Pero tendré que inventarme algo para esta noche, pues ese cartucho no fue quemado. Por ahora, mantendré alejada a Elizabeth de este tipo de escenas. No quiero que, de aquí a que parta realmente, vea o sienta cosas desagradables.
Me escondo entre las cobijas, pero no logro volver a dormir hasta que él sale de la habitación.
Siempre me consideré una joven afortunada. Nací en el seno de una familia de alta alcurnia y, como tal, jamás me faltó nada. He vivido rodeada de comodidades, atenciones y elogios que me han acompañado desde la infancia. Para dicha mía, la gente suele hablar con aprecio de mi temperamento apacible, y no son pocos quienes alaban mi belleza.Sé que puede sonar presuntuoso que lo diga yo misma, pero soy consciente de mi apariencia. Mis ojos, de un azul más profundo que los de mi padre, no pasan desapercibidos, y mi cabello, largo y castaño como las tardes de otoño, cae con suavidad sobre una piel clara que, según dicen, recuerda a la porcelana. Más de una mirada se ha posado en mí durante los paseos por los jardines o los salones, bajo la orgullosa mirada de mis padres.Siempre supe que mi matrimonio sería una tarea sencilla para ellos. Un buen esposo no sería difícil de encontrar. Y, sin embargo, en lo más recóndito de mi alma, aún albergaba la esperanza —tal vez ingenua, pero sincera— d
Han pasado cuatro meses desde aquel nefasto día y aún me siento como una extraña en esta mansión.Nada me falta. Poseo un armario casi tan grande como mi antigua habitación en casa de mis padres, rebosante de vestidos y accesorios tan finos que, de verlos, mi madre se pondría verde de envidia.Odeth es el nombre de mi dama de compañía. Es una joven amable, de trato dulce, cuya presencia ha sido mi único consuelo. Con el tiempo, he aprendido a confiar en ella hasta el punto de hacerla mi confidente.—Recuerde que usted es la señora de esta casa. La gran duquesa Elizabeth —me dice en un intento de animarme tras otro de los desplantes de Lord Marcus, el menor de los dos hijos del duque—. Su esposo la estima, señora. Usted es intocable.Puede ser verdad, pero, ¿cómo no sentirme intimidada si ese hombre es mucho mayor que yo? Él y su hermano están ofendidos por la gran diferencia de edad que tengo con el Duque. "Arribista" me dice. Afirma que yo seduje a su padre para apoderarme de su vasta
El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerás a un hombre de verdad.Se desviste con torpeza, relamiéndose los labios con lascivia, sin apartar de mí su mirada hambrienta.Lo miro con aburrimiento. Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.—¿Tanto alarde por eso? —musito con una sonrisa burlona, posando la vista sobre su desnudez insignificante. Una risa clara y despreocupada escapada de mis labios.—Ya verás... Y yo que pensaba ser amable contigo —gruñe antes de lanzarse hacia mí.Su pecho está a punto de tocar mis dedos cuando lo siento: algo anda mal. Mi energía está allí, pero no
Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue
Indiscutiblemente, este lugar es muy diferente del que vengo. Observo la ropa y costumbres de la duquesa y de mi Musa y definitivamente no son las mismas de mi mundo, pero lo que lo confirma es la falta de celulares.Cuando veía a mi musa en sueños, creí que era un actor en alguna obra o película clásica, pero por más que lo busqué no lo encontré... y así poco a poco el tiempo fue pasando y dejando rastros en mi cuerpo. Mis primeras canas, líneas de expresión más profundas que poco a poco se fueron convirtiendo en arrugas.Otros aspectos no fueron evidentes a simple vista, pero sí pesaron en mi alma. Empecé a detestar los cambios, entre ellos algunos nuevos géneros musicales y estilos de vestir. Así fue como me di cuenta de que los mejores años de mi vida ya habían pasado.Ahora lo miro con la melancolía de quien observa desde la distancia aquello que más ha anhelado. A través de los ojos de esta joven, lo veo más cerca que nunca y, sin embargo, sigue siendo inalcanzable.Él se muestr
Cuando pasó frente a mí, no vi más que la promesa de una jugosa recompensa y la oportunidad de cobrar una deuda de gratitud por parte del gran duque. Sin duda, lo haría. Pero algo sucedió, algo que lo cambió todo.No fue su osadía al arrebatarle la vida a ese hombre ni el deplorable estado de sus ropas, que, a pesar de su miseria, ofrecían a mis ojos un espectáculo tan inesperado como inapropiado. No, nada de eso. Lo verdaderamente impactante llegó después, cuando el fuego crepitaba y la noche prometía sosiego, en ese instante en que los ánimos deberían haberse enfriado... y, sin embargo, ardieron más que nunca.No soy un santo, pero tengo claros los pilares que rigen mi vida: familia, lealtad y justicia. Todo lo que hago gira en torno a ellos y, aunque mis métodos puedan considerarse cuestionables, creo firmemente que el camino es irrelevante si me conduce al resultado correcto.Por eso, apenas tuve oportunidad, le ofrecí a la duquesa una de mis camisas. No era justo, ni honorable, p
Pese a los ruegos y lloriqueos de mi obligada compañera, estoy dándome un baño y pensando en la forma en que propiciaré un encuentro más... íntimo con mi musa.Sé que es inadecuado no siendo este mi cuerpo y teniendo un polizonte en mi cabeza, pero en mi defensa hace mucho no me sentía tan bien. Ser joven otra vez es algo casi embriagador. Cada parte de este cuerpo es suave y está justo dónde debe estar, mis rodillas no duelen y la sensación de deseo volvió.Quizás sea una de las consecuencias de que mi cuerpo real envejeciera, pero después de cierta edad dejé de sentir deseo carnal aun cuando en mis mejores años el sexo fuera una gran motivación. Para una bruja los poderes se potencializan con las emociones y yo por mucho prefería esta forma de hacerlo. No se equivoquen, siempre deseé encontrar a mi musa, pero mientras la buscaba no tenía por qué ser abstemia.Tuve muchos amantes, hombres y mujeres por igual. Lo único que importaba era esa chispa, esa química que, aunque efímera, me
El aire vibra con una energía extraña, casi irreal. La temperatura ha descendido de golpe, y aunque el cielo sigue despejado, la lluvia cae con una intensidad inquietante. Cada fibra de mi ser me alerta de que algo fuera de lo común está ocurriendo, pero, sorprendentemente, no siento miedo.—¿Por qué se queda ahí afuera? Entre —su voz, suave pero firme, me invita mientras hace espacio a su lado en la carpa.—No se preocupe por mí, estaré bien. Esto es apenas una brizna. Estoy acostumbrado a la intemperie. Además... —respondo, aunque una parte de mí anhela aceptar su invitación— sería inapropiado compartir un espacio tan reducido.Sus labios se curvan en una sonrisa ladina, una expresión que la hace peligrosamente encantadora, aún más con mi ropa cubriendo su cuerpo.—Como diga... —murmura, con esa cadencia que convierte sus palabras en un desafío— pero parece que lloverá con más fuerza.Como si el cielo respondiera a su insinuación, la tormenta arrecia de golpe.Ella extiende una mano