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32. TRES TAZAS Y UN ASCENSO

Las miradas de recelo me siguen como sombras por toda la mansión. Y me encanta.

Ahora corre por los pasillos como fuego entre paredes el rumor de que manejo al duque con el dedo meñique. No están tan equivocados.

El duque volvió a salir a trabajar, no sin recordarle de forma grotesca a su hijo que debe encerrarse en la habitación y hacerle el amor a su esposa de forma tan fuerte que su semilla llegue muy profundo en ella y pueda germinar. Su nieto debe ser la prioridad. Casi suelto una carcajada al escuchar las palabras tan sucias que eligió y el efecto tan jocoso que generaron en el rostro de lady Catalina.

Me pregunto, ¿por qué se pone así ella? A estas alturas ya debería estar acostumbrada a la forma sucia en que habla el viejo.

La otra opción que se me ocurre es que aún piense en el sexo como tabú, pero ya llevan más de dos años de vida marital, así que no debería ser eso. Aunque Lord Marcus tenga una o muchas amantes, no creo que se atreva a tener desatendida a su esposa. Si los padres de lady Elizabeth, por ejemplo, usan la habitación compartida una vez al mes, no me extrañaría que Catalina y Marcus tuvieran un arreglo similar.

Son una pareja joven… bueno, él no tanto si lo comparamos con ella, pero no es tan viejo como para no poder o saber como satisfacer a una mujer. Lady Catalina debe tener veintiún años y Lord Marcus unos treinta, así que aún le deben quedar unos muy buenos cartuchos por quemar.

Sé que el duque es un viejo mañoso y desagradable, pero debo admitir que es obsesivo y cuando se le mete una idea en la cabeza, difícilmente cambia de opinión. Eso es algo de lo que me puedo aprovechar.

Veo su carruaje alejarse cuando Odeth aparece a mi lado.

—Las compras ya fueron organizadas, y la costurera está terminando de tomar las medidas al personal —dice con un deje de diversión.

—Qué bien —digo restándole importancia al hecho de que potencié los efectos del té del duque y posiblemente se vaya a quedar dormido en el carruaje— que inicie la diversión.

Entramos al gran salón justo cuando la costurera se despide con evidente entusiasmo.

—Gracias, señora Carmín. Por favor, consiga suficiente tela azul oscura y blanca. Mañana por la tarde le haré llegar el diseño. Y no se preocupe por el pago —sonrío con desparpajo—. Le aseguro que el duque será muy generoso.

La mujer está que no cabe en sí de la emoción. La entiendo. Dudo que haya tenido tanto trabajo —y tan bien pagado— en su vida.

—Es un honor que me haya elegido. No la defraudaré.

—Estoy segura de que no —le respondo con amabilidad fingida.

Ella se encargará ahora de hacer correr la voz de que la duquesa está en todo su esplendor. Pronto, serán pocos los que se atrevan a pensar en lo que posiblemente vivió la pobre duquesa en manos de esos hombres.

Una vez que la mujer sale, me dirijo a la servidumbre reunida.

—Señor Charles, su atuendo siempre es perfecto, por eso no lo incluí entre los cambios —le digo dejándolo por fuera— pero sí necesito de su apoyo para todo lo que viene de aquí en adelante.

—Estoy a su servicio, su Excelencia —afirma con respeto.

—A partir de ahora, esta mansión será sede de grandes eventos. Necesito que todo esté a la altura: jardines, limpieza, comida y un equipo adicional encargado de decoración —anuncio, como quien comenta el clima.

Puedo sentir las miradas cruzadas entre ellos. Seguramente se preguntan en qué se diferencian esas tareas de lo habitual.

—No siempre puedo estar aquí y sé que usted como mayordomo tiene otras obligaciones que cumplirle a mi esposo —comento— por eso quiero seleccionar a un ama de llaves que lo apoye. Ella le facilitará la vida a usted e incluso a mí y ayudará a organizar el trabajo dentro de la casa.

El murmullo que sigue es inevitable. Las promociones no son cosa común en esta mansión. Mucho menos anunciadas así, de forma pública.

—¿Tiene alguien en mente, excelencia? —pregunta Charles con genuino interés.

—Temo que no. Por eso, asignaré tareas específicas en los próximos días. Quien sobresalga, tendrá el ascenso. Camila, por favor, sírveme tres tazas de té en el despacho. Quien desee competir por el ascenso, será libre de probar su valía… en mi despacho.

Todos se dispersan, y Odeth me lanza una mirada asombrada. No le había comentado nada de esto, pero fue una de las pocas ideas que la duquesa me autorizó. Pienso aprovecharla al máximo.

Y, por supuesto, divertirme en el proceso.

La primera en llegar es Camila, con las tres tazas.

—Siéntate, Camila. Tenemos que hablar —le digo con calma. Ya no tiene esa mirada altiva del primer día. Ahora me observa con cautela.

—De aquí en adelante, deberás probar todas mis comidas —digo, entregándole la tercera taza—. No necesito explicarte por qué, ¿cierto?

Palidece, pero intenta negar con la voz firme.

—No sé de qué me habla, excelencia.

Dejo simplemente que una de las comisuras de mis labios se levante degustando por unos segundos el pequeño triunfo que es que ahora me llame excelencia y luego vuelvo a hablar.

—Yo lo sé, tú lo sabes, eso es suficiente. Por eso, a menos que te reivindiques conmigo, no podrás competir para el asenso que acabo de crear.

Es imposible que no se quisiera postular. Si no fuera una mujer con ambiciones no habría tomado un partido y habría permanecido neutral en cuanto al trato a la duquesa.

—¿cómo puedo reivindicarme? —dice por fin tras tomarse la mayor parte de su té.

—Información —es todo lo que necesito de ella.

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Todo lo que dice es útil, jugoso incluso. Y aun así, no estoy satisfecha, pero la dejo ir por el momento. Otras tres mujeres se acercaron pidiendo ser tenidas en cuenta para el asenso, entre ellas mi "amiga" Silvia.

El duque llegó ya entrada la noche y era prácticamente un zombi andante. Creo que sin querer lo hice sentir viejo, pues afirma que se sintió mal durmiéndose en todos lados. Me alegré al escuchar eso, pero debí mostrar apoyo al hombre. Cuando llegamos a la habitación, se desplomó en la cama sin siquiera quitarse los zapatos.

—Por fin despiertas, Elizabeth —le digo cuando la siento regresar al cuerpo—. Ahora me toca descansar a mí. Odeth necesita saber lo que ocurrió. Cuéntaselo todo

—Lo siento —dice entre confundida y apenada—Cielo... no recuerdo lo que hice desde que salí de la casa. Perdí unas horas de mi vida. Tengo miedo.

Escuchar eso fue impactante.

—Siento que cada vez tengo más sueño —continúa hablando.

Ya lo había notado. Cada día me cede un poco más el control del cuerpo y esta tarde pude incluso tomar el control sin su autorización.

—No te alarmes por eso —trato de calmarla— puede que solo estés estresada por la situación y tu mente te mande a dormir.

No sé si me cree, pero le cuento lo ocurrido en el poco tiempo que estuvo ausente. Tal y como esperaba está escandalizada por algunas cosas, pero eso está bien. Esa es Elizabeth.

—Gracias por manejar todo. Se siente emocionante y miedoso todo —confiesa después de un rato.

Puede que mi "explicación" sea verdad, puede que no. Lo único cierto es que no me gusta que tenga tanto sueño últimamente.

¿Y si la duquesa ya no es tan dueña del cuerpo como antes? Algo no encaja

—No te preocupes, lo disfruté bastante. Solo asegúrate de elegir unos buenos vinos de la cava.

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