Las miradas de recelo me siguen como sombras por toda la mansión. Y me encanta.
Ahora corre por los pasillos como fuego entre paredes el rumor de que manejo al duque con el dedo meñique. No están tan equivocados.
El duque volvió a salir a trabajar, no sin recordarle de forma grotesca a su hijo que debe encerrarse en la habitación y hacerle el amor a su esposa de forma tan fuerte que su semilla llegue muy profundo en ella y pueda germinar. Su nieto debe ser la prioridad. Casi suelto una carcajada al escuchar las palabras tan sucias que eligió y el efecto tan jocoso que generaron en el rostro de lady Catalina.
Me pregunto, ¿por qué se pone así ella? A estas alturas ya debería estar acostumbrada a la forma sucia en que habla el viejo.
La otra opción que se me ocurre es que aún piense en el sexo como tabú, pero ya llevan más de dos años de vida marital, así que no debería ser eso. Aunque Lord Marcus tenga una o muchas amantes, no creo que se atreva a tener desatendida a su esposa. Si los padres de lady Elizabeth, por ejemplo, usan la habitación compartida una vez al mes, no me extrañaría que Catalina y Marcus tuvieran un arreglo similar.
Son una pareja joven… bueno, él no tanto si lo comparamos con ella, pero no es tan viejo como para no poder o saber como satisfacer a una mujer. Lady Catalina debe tener veintiún años y Lord Marcus unos treinta, así que aún le deben quedar unos muy buenos cartuchos por quemar.
Sé que el duque es un viejo mañoso y desagradable, pero debo admitir que es obsesivo y cuando se le mete una idea en la cabeza, difícilmente cambia de opinión. Eso es algo de lo que me puedo aprovechar.
Veo su carruaje alejarse cuando Odeth aparece a mi lado.
—Las compras ya fueron organizadas, y la costurera está terminando de tomar las medidas al personal —dice con un deje de diversión.
—Qué bien —digo restándole importancia al hecho de que potencié los efectos del té del duque y posiblemente se vaya a quedar dormido en el carruaje— que inicie la diversión.
Entramos al gran salón justo cuando la costurera se despide con evidente entusiasmo.
—Gracias, señora Carmín. Por favor, consiga suficiente tela azul oscura y blanca. Mañana por la tarde le haré llegar el diseño. Y no se preocupe por el pago —sonrío con desparpajo—. Le aseguro que el duque será muy generoso.
La mujer está que no cabe en sí de la emoción. La entiendo. Dudo que haya tenido tanto trabajo —y tan bien pagado— en su vida.
—Es un honor que me haya elegido. No la defraudaré.
—Estoy segura de que no —le respondo con amabilidad fingida.
Ella se encargará ahora de hacer correr la voz de que la duquesa está en todo su esplendor. Pronto, serán pocos los que se atrevan a pensar en lo que posiblemente vivió la pobre duquesa en manos de esos hombres.
Una vez que la mujer sale, me dirijo a la servidumbre reunida.
—Señor Charles, su atuendo siempre es perfecto, por eso no lo incluí entre los cambios —le digo dejándolo por fuera— pero sí necesito de su apoyo para todo lo que viene de aquí en adelante.
—Estoy a su servicio, su Excelencia —afirma con respeto.
—A partir de ahora, esta mansión será sede de grandes eventos. Necesito que todo esté a la altura: jardines, limpieza, comida y un equipo adicional encargado de decoración —anuncio, como quien comenta el clima.
Puedo sentir las miradas cruzadas entre ellos. Seguramente se preguntan en qué se diferencian esas tareas de lo habitual.
—No siempre puedo estar aquí y sé que usted como mayordomo tiene otras obligaciones que cumplirle a mi esposo —comento— por eso quiero seleccionar a un ama de llaves que lo apoye. Ella le facilitará la vida a usted e incluso a mí y ayudará a organizar el trabajo dentro de la casa.
El murmullo que sigue es inevitable. Las promociones no son cosa común en esta mansión. Mucho menos anunciadas así, de forma pública.
—¿Tiene alguien en mente, excelencia? —pregunta Charles con genuino interés.
—Temo que no. Por eso, asignaré tareas específicas en los próximos días. Quien sobresalga, tendrá el ascenso. Camila, por favor, sírveme tres tazas de té en el despacho. Quien desee competir por el ascenso, será libre de probar su valía… en mi despacho.
Todos se dispersan, y Odeth me lanza una mirada asombrada. No le había comentado nada de esto, pero fue una de las pocas ideas que la duquesa me autorizó. Pienso aprovecharla al máximo.
Y, por supuesto, divertirme en el proceso.
La primera en llegar es Camila, con las tres tazas.
—Siéntate, Camila. Tenemos que hablar —le digo con calma. Ya no tiene esa mirada altiva del primer día. Ahora me observa con cautela.
—De aquí en adelante, deberás probar todas mis comidas —digo, entregándole la tercera taza—. No necesito explicarte por qué, ¿cierto?
Palidece, pero intenta negar con la voz firme.
—No sé de qué me habla, excelencia.
Dejo simplemente que una de las comisuras de mis labios se levante degustando por unos segundos el pequeño triunfo que es que ahora me llame excelencia y luego vuelvo a hablar.
—Yo lo sé, tú lo sabes, eso es suficiente. Por eso, a menos que te reivindiques conmigo, no podrás competir para el asenso que acabo de crear.
Es imposible que no se quisiera postular. Si no fuera una mujer con ambiciones no habría tomado un partido y habría permanecido neutral en cuanto al trato a la duquesa.
—¿cómo puedo reivindicarme? —dice por fin tras tomarse la mayor parte de su té.
—Información —es todo lo que necesito de ella.
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Todo lo que dice es útil, jugoso incluso. Y aun así, no estoy satisfecha, pero la dejo ir por el momento. Otras tres mujeres se acercaron pidiendo ser tenidas en cuenta para el asenso, entre ellas mi "amiga" Silvia.
El duque llegó ya entrada la noche y era prácticamente un zombi andante. Creo que sin querer lo hice sentir viejo, pues afirma que se sintió mal durmiéndose en todos lados. Me alegré al escuchar eso, pero debí mostrar apoyo al hombre. Cuando llegamos a la habitación, se desplomó en la cama sin siquiera quitarse los zapatos.
—Por fin despiertas, Elizabeth —le digo cuando la siento regresar al cuerpo—. Ahora me toca descansar a mí. Odeth necesita saber lo que ocurrió. Cuéntaselo todo
—Lo siento —dice entre confundida y apenada—Cielo... no recuerdo lo que hice desde que salí de la casa. Perdí unas horas de mi vida. Tengo miedo.
Escuchar eso fue impactante.
—Siento que cada vez tengo más sueño —continúa hablando.
Ya lo había notado. Cada día me cede un poco más el control del cuerpo y esta tarde pude incluso tomar el control sin su autorización.
—No te alarmes por eso —trato de calmarla— puede que solo estés estresada por la situación y tu mente te mande a dormir.
No sé si me cree, pero le cuento lo ocurrido en el poco tiempo que estuvo ausente. Tal y como esperaba está escandalizada por algunas cosas, pero eso está bien. Esa es Elizabeth.
—Gracias por manejar todo. Se siente emocionante y miedoso todo —confiesa después de un rato.
Puede que mi "explicación" sea verdad, puede que no. Lo único cierto es que no me gusta que tenga tanto sueño últimamente.
¿Y si la duquesa ya no es tan dueña del cuerpo como antes? Algo no encaja
—No te preocupes, lo disfruté bastante. Solo asegúrate de elegir unos buenos vinos de la cava.
Decidimos instalarnos en el balcón de mi habitación para evitar que nuestra conversación se filtrara. Colocamos una pequeña mesa de té con una charola repleta de quesos y carne seca para acompañar el vino que seleccionamos. Cielo me aseguró que esa combinación era perfecta para potenciar los sabores, y no se equivocaba. Todo se apreciaba mejor.Nunca he sido buena con los licores, pero si lo vivido en estos días no amerita una copa, entonces ninguna ocasión lo haría.El cielo estaba nublado, y el viento fresco sugería que pronto llovería. Al principio hablamos de temas sin demasiada importancia, rodeando con delicadeza lo que en verdad queríamos decir. Pero a medida que se acercaba el descorche de la segunda botella, el valor comenzaba a brotar. Ambas lo necesitábamos. Ambas cargábamos heridas.Odeth jugaba nerviosamente con su copa, tomándola por el cuello y haciéndola girar entre sus dedos, sin apartar la vista de ella. Tomé la nueva botella y llené su copa con cuidado.—Cuando se c
Habitar un cuerpo ajeno no es sencillo.Es mirar tus propias manos y no reconocerlas. Es dormir con una piel que no te pertenece y preguntarte, cada noche, cuándo terminará el tiempo extra que sin saber por qué, me está dando la vida.Sé que estoy robando tiempo. No es mío este cuerpo, ni esta voz, ni los labios que mi Musa han degustado con deseo. Y, aun así, cuando sus ojos se posan en mí, siento —por un instante— que soy real. Que no soy solo humo, ni sombra, ni una bruja maldita por intentar aprovechar el milagro que representa el haberlo encontrado.Mi Musa no nació en mi mundo, no estábamos realmente destinados a encontrarnos y por eso me había negado a pensar a largo plazo.Hace unas horas Jaime me demostró que me ve. No solo el cuerpo. Me ve a mí. A Cielo.Y eso me mortifica. Fue claro conmigo y sus argumentos tan lógicos que no pude refutar. No debí sentenciar que volvería con él. ¿Por qué si igual partiré? ¿Por qué quería revolverle la vida? Infortunadamente conozco la respu
Siempre me consideré una joven afortunada. Nací en el seno de una familia de alta alcurnia y, como tal, jamás me faltó nada. He vivido rodeada de comodidades, atenciones y elogios que me han acompañado desde la infancia. Para dicha mía, la gente suele hablar con aprecio de mi temperamento apacible, y no son pocos quienes alaban mi belleza.Sé que puede sonar presuntuoso que lo diga yo misma, pero soy consciente de mi apariencia. Mis ojos, de un azul más profundo que los de mi padre, no pasan desapercibidos, y mi cabello, largo y castaño como las tardes de otoño, cae con suavidad sobre una piel clara que, según dicen, recuerda a la porcelana. Más de una mirada se ha posado en mí durante los paseos por los jardines o los salones, bajo la orgullosa mirada de mis padres.Siempre supe que mi matrimonio sería una tarea sencilla para ellos. Un buen esposo no sería difícil de encontrar. Y, sin embargo, en lo más recóndito de mi alma, aún albergaba la esperanza —tal vez ingenua, pero sincera— d
Han pasado cuatro meses desde aquel nefasto día y aún me siento como una extraña en esta mansión.Nada me falta. Poseo un armario casi tan grande como mi antigua habitación en casa de mis padres, rebosante de vestidos y accesorios tan finos que, de verlos, mi madre se pondría verde de envidia.Odeth es el nombre de mi dama de compañía. Es una joven amable, de trato dulce, cuya presencia ha sido mi único consuelo. Con el tiempo, he aprendido a confiar en ella hasta el punto de hacerla mi confidente.—Recuerde que usted es la señora de esta casa. La gran duquesa Elizabeth —me dice en un intento de animarme tras otro de los desplantes de Lord Marcus, el menor de los dos hijos del duque—. Su esposo la estima, señora. Usted es intocable.Puede ser verdad, pero, ¿cómo no sentirme intimidada si ese hombre es mucho mayor que yo? Él y su hermano están ofendidos por la gran diferencia de edad que tengo con el Duque. "Arribista" me dice. Afirma que yo seduje a su padre para apoderarme de su vasta
El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerás a un hombre de verdad.Se desviste con torpeza, relamiéndose los labios con lascivia, sin apartar de mí su mirada hambrienta.Lo miro con aburrimiento. Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.—¿Tanto alarde por eso? —musito con una sonrisa burlona, posando la vista sobre su desnudez insignificante. Una risa clara y despreocupada escapada de mis labios.—Ya verás... Y yo que pensaba ser amable contigo —gruñe antes de lanzarse hacia mí.Su pecho está a punto de tocar mis dedos cuando lo siento: algo anda mal. Mi energía está allí, pero no
Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue
Indiscutiblemente, este lugar es muy diferente del que vengo. Observo la ropa y costumbres de la duquesa y de mi Musa y definitivamente no son las mismas de mi mundo, pero lo que lo confirma es la falta de celulares.Cuando veía a mi musa en sueños, creí que era un actor en alguna obra o película clásica, pero por más que lo busqué no lo encontré... y así poco a poco el tiempo fue pasando y dejando rastros en mi cuerpo. Mis primeras canas, líneas de expresión más profundas que poco a poco se fueron convirtiendo en arrugas.Otros aspectos no fueron evidentes a simple vista, pero sí pesaron en mi alma. Empecé a detestar los cambios, entre ellos algunos nuevos géneros musicales y estilos de vestir. Así fue como me di cuenta de que los mejores años de mi vida ya habían pasado.Ahora lo miro con la melancolía de quien observa desde la distancia aquello que más ha anhelado. A través de los ojos de esta joven, lo veo más cerca que nunca y, sin embargo, sigue siendo inalcanzable.Él se muestr
Cuando pasó frente a mí, no vi más que la promesa de una jugosa recompensa y la oportunidad de cobrar una deuda de gratitud por parte del gran duque. Sin duda, lo haría. Pero algo sucedió, algo que lo cambió todo.No fue su osadía al arrebatarle la vida a ese hombre ni el deplorable estado de sus ropas, que, a pesar de su miseria, ofrecían a mis ojos un espectáculo tan inesperado como inapropiado. No, nada de eso. Lo verdaderamente impactante llegó después, cuando el fuego crepitaba y la noche prometía sosiego, en ese instante en que los ánimos deberían haberse enfriado... y, sin embargo, ardieron más que nunca.No soy un santo, pero tengo claros los pilares que rigen mi vida: familia, lealtad y justicia. Todo lo que hago gira en torno a ellos y, aunque mis métodos puedan considerarse cuestionables, creo firmemente que el camino es irrelevante si me conduce al resultado correcto.Por eso, apenas tuve oportunidad, le ofrecí a la duquesa una de mis camisas. No era justo, ni honorable, p