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30. ENTRE HECHIZOS, ENCAJES Y ESCÁNDALOS

Tengo tantas ideas revoloteando en mi cabeza que me cuesta elegir una. Es un caos creativo, una tormenta de ocurrencias que se empujan unas a otras exigiendo protagonismo… Y en medio de todo, la voz de Elizabeth gritando que estoy loca. Qué exagerada.

Dejarlas calvas no sería algo permanente. Pintarles la piel de verde tampoco; a fin de cuentas, el cabello crece y el tinte se desvanece. No entiendo por qué tanto alboroto mental. Elizabeth es una dramática.

Cuando compartí la idea con Odeth, no supo exactamente cómo lograría algo así, pero al menos tuvo la decencia de reírse. Eso ya la pone por encima de Elizabeth.

—Bien —dije al fin, con decisión—. Haremos algo más “tradicional”. Diseñaremos un uniforme horrendo y rígido que deberán llevar todos los días.

—¿Un uniforme? ¿Como si fueran soldados o guardias? —preguntó Odeth, visiblemente confundida.

—Exactamente. Sé que no es habitual que la servidumbre use uniforme, pero esta no es una casa común. Es una mansión. La mansión de un duque. Todo aquí debe lucir distinto, especial… imponente.

Habrá que encontrar una modista de confianza. La llevaremos a la casa para que tome medidas, mientras yo defino un diseño que sea incómodo y antiestético, pero inolvidable. Cada vez que se miren —o se vean entre ellas— recordarán a la duquesa.

—Entre tanto —añadí con una sonrisa reluciente—, tú y yo supervisaremos cada rincón. Todo debe estar impecable para la fiesta de té. Vamos a necesitar al menos dos ensayos. Esta será la gran presentación en sociedad de la duquesa.

—¿Por qué hablas de ti en tercera persona? —preguntó con una ceja en alto.

Elizabeth podrá explicarle eso esta noche, pero por ahora, le regalé una respuesta divertida:

—Teatralidad. ¿No suena así más a villana?

Odeth rió con disimulo, cubriéndose los labios con un pañuelo.

—¡Qué ocurrencia! No diría villana... quizás una dama vengativa. Orgullosa, tal vez.

Que me llame como quiera. En mi mente, "villana" suena mucho más divertido.


Salimos a buscar costurera, a recorrer el mercado, y luego pasamos por algunas boticas. Las hierbas que necesitaba eran comunes, fáciles de encontrar. Hoy no volverá a ocurrir lo de esta mañana. Estoy segura.

Regresamos a la mansión cerca de las dos de la tarde. Para mi sorpresa, el duque me recibió convertido en una furia andante.

—¿Por qué llego a mi casa y mi mujer no está? —gritó con tal fuerza que las paredes parecieron estremecerse. La servidumbre, atraída por el alboroto, se asomó como quien espera un espectáculo.

—Estaba de compras, querido. Te lo dije anoche. Necesitaba cosas bonitas y nuevas —respondí con dulzura mientras levantaba una caja y mostraba un vestido negro de corte ceñido que haría que Elizabeth resplandeciera como un pecado andante—. ¿No crees que me veré hermosa con esto?

—Eso es irrelevante, mujer. Ya estás casada. A mediodía deberías estar en casa —replicó con tono severo, pero sus ojos iban y venían, inquietos, entre los paquetes apilados.

—También traje algo para ti —dije, fingiendo tristeza. Tomé una caja más—. Quiero que lo uses en la fiesta de té. Todo esto es parte de la organización que me pediste. No tienes idea del esfuerzo que implica —mi voz se quebró ligeramente, perfecta imitación de una mujer abrumada—. Pensé que por fin estaba siendo útil. Creí que, gracias a mí, tu hijo mayor encontraría una esposa...

No soy buena para llorar, como lo es Elizabeth. Pero sí sé cómo sonar herida, y si le doy la espalda... ¿quién puede decir que no lloro?

—Explícate —dice el hombre ahora con tono más calmado.

Me “sequé” las lágrimas imaginarias y me giré. Le hablé del uniforme, de la fiesta, de los cambios en la decoración, de las invitaciones y de mis nuevas amistades entre las damas de sociedad.

—No sabía que estabas tan ocupada... ni que todo era por buscarme una nuera —dijo finalmente, tomando la camisa que había dejado sobre una silla—. Me gusta. La usaré. Pero por favor, vamos a almorzar. Todos tenemos hambre.

—Antes de eso... tengo algo más para mostrarte —le dije, tomando una caja más pequeña—. Pero me da vergüenza con la servidumbre...

—¡Fuera todos! —ordenó sin vacilar.

Cuando estuvimos solos, saqué con cuidado una prenda de seda negra. Delicada como un suspiro, con tirantes tan finos que apenas podrían sostenerse sobre mis hombros.

—Es para esta noche —susurré con una sonrisa.

—Ya quiero vértelo puesto... y después quitártelo —dijo, olvidando por completo su anterior enojo.

—Dime que no es verdad —susurra Elizabeth desde algún rincón de mi mente.

—Obvio que no —respondo sin dudar—. Esta noche, el duque dormirá como un bebé.

Durante el almuerzo, la aparente armonía entre el duque y yo no pasó desapercibida. Especialmente para Lady Catalina, cuya incomodidad era tan evidente que podría haberse cortado con un cuchillo. ¿Fue ella quien causó el malestar estomacal de Elizabeth? Después del reproche que Lady Catalina le hizo con la mirada a una de las criadas, estoy segura que sí.

Marcus, por su parte, parecía ligeramente más interesado en su esposa hoy. La dosis de "potencia" surtió efecto. Aseguré una segunda aplicación del hechizo. Esta noche, Catalina estará muy ocupada.

Cuando Catalina se sentó al piano, aproveché para acercarme mientras los hombres hablaban de negocios.

—¿Y cómo van con la fabricación del heredero? —pregunté con tono despreocupado—. ¿Lista para otra ronda intensa?

Su mirada fue de sorpresa pura. No oculté mi sonrisa.

—No sé a qué te refieres. Nuestra vida marital es… normal —murmuró, con torpeza.

—Si quieres, puedo hacer que eso sea lo normal —le dije en voz baja, mientras sorbía un poco de té.

Quiero que entienda —aunque no sepa cómo— que yo tengo algo que ver con el vigor renovado de su marido.

—¿Estás bromeando? ¿Tratas de asustarme? —preguntó, esbozando una sonrisa tensa.

—Cuando quieras que le baje la intensidad… me avisas —le dije, sin más.

Luego me reuní con los hombres y los desvié con sutileza hacia temas menos aburridos. Poco después, se me presentó la oportunidad de hablar con Lord Marcus en privado.

—Estás distinta —me dijo—. Casi peligrosa.

—¿Casi? Soy peligrosa. No mala —sonreí—. Por eso te daré un consejo que puedes aplicar esta noche.

Me acerqué lo suficiente para que tuviera una vista privilegiada de mi escote. Él no desaprovechó la oportunidad.

—Dicen que para que los senos crezcan, necesitan atención. Mucha atención masculina.

Y considerando lo poco que Catalina tiene para ofrecer en ese frente, no tengo duda de que en un rato y en cesiones futuras esa zona de su anatomía será... particularmente bien atendida.

Río disfrutando mi  toque de maldad, pero algo ha empezado a inquietarme.  ¿Por qué Elizabeth guarda silencio? Debería estar gritando, escandalizada por mis ideas. Su ausencia no es alivio. Es presagio.

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