Inicio / Romance / EL DESPERTAR DE LA DUQUESA / 29. PIEDRA EN AGUAS QUIETAS
29. PIEDRA EN AGUAS QUIETAS

Por primera vez puedo tomar a voluntad el control del cuerpo de la duquesa. Tal vez mi energía mágica ha alcanzado un nuevo umbral. No lo sé. Lo que sí sé, es que no voy a darles el gusto a esas mujeres de ver a la duquesa derrotada.

—¿Hay algún sitio donde podamos tomar algo caliente? —pregunto a Odeth.

—Si. Hay una fuente de refresco cerca, también sirven infusiones. Esos lugares están de moda últimamente —responde, lanzándome una mirada que mezcla sorpresa y curiosidad.

—Perfecto. Vamos allí.

El dolor abdominal punza con cada paso, pero no permito que se note. Camino con la dignidad que esperan de una duquesa, incluso cuando por dentro estoy a punto de desmoronarme. En cuanto subimos al carruaje, conjuro un discreto hechizo de insonorización.  Nadie fuera de Odeth se puede dar cuenta de que estamos enfermas. Una vez adentro hago justo lo que este cuerpo está pidiendo a guitos que lo deje hacer: vomitar.

Odeth muy diligentemente me ayuda a sostener el jarrón que compramos y que ahora almacena la mayor parte de mi contenido estomacal. El carruaje se detiene, pero yo aún siento que me queda algo más que expulsar, así que aunque se ve mal, introduzco un dedo hasta mi garganta para activar voluntariamente el reflejo del vómito y terminar con la parte más fea de todo esto.

Mi compañera me mira aterrada y no la culpo. No es algo bonito de ver y menos oler.

—No te preocupes, ya estoy mejor. Solo un poco débil. Nada que una bebida caliente y algo suave no puedan arreglar —digo, forzando una sonrisa.

Me acomodo el peinado como puedo, aunque Odeth termina por tomar el control, ajustando los mechones rebeldes con la misma delicadeza con la que alguien arreglaría una muñeca de porcelana.

—Falta algo de color en sus mejillas —dice, haciéndome señas para que las pellizque.

Sonrío ante el gesto. Esta mujer es más despierta que la duquesa, aunque no deja de ser a su manera una mujer inocente. Espero que no haya pasado con ella lo que creo que ocurrió. Descendemos del carruaje y entramos al local, sonriendo como si el mundo fuera un lugar amable.

Un té de menta con propiedades amplificadas más unas galletas de avena son mi elección. Me habría gustado que Odeth hubiera comido algo más sustancioso, pero fue imposible hacerla cambiar de opinión.

—Sería incapaz de comer algo mejor que usted —dijo con los ojos llenos de determinación.

Hay un brillo protector en sus ojos que me reconforta. Saber que Elizabeth no estará sola cuando yo me haya ido me da cierta paz. Una sombra de tristeza amenaza con colarse en mi mente, pero la aparte. No es momento para eso. Y, sinceramente, tampoco hay mucho que pensar.

Cambiar de cuerpo no es sencillo. No se hace con un chasquido de dedos. Implica arrancar el alma del recipiente que se quiere usar, un acto oscuro que consumiría parte de la mía. Me condenaría.  Cada vez que el cuerpo se deteriore tendría que conseguir uno nuevo para tratar de evitar mi final y, ¿quién quiere vivir así? ¿Y si un día me canso de vivir? ¿O si simplemente tengo una muerte accidental? No, eso no es una opción.

—Nunca esperé escuchar de usted que se desquitaría con alguien —dice Odeth acercándose al centro de la mesa para que nadie nos escuche.

—Verás muchos cambios de aquí en adelante —le respondo imitando su acción.

—Eso veo. Nunca pensé que desecharía esos vestidos tan finos, aunque estoy de acuerdo en que lo que usa ahora le favorece mucho más. ¿Qué tiene en mente? ¿Hablará por fin con el duque?

—No. Si les digo algo solo las echará y traerá personal nuevo. Lo que quiero es hacerme respetar. Demostrarles que no pueden conmigo.

Los cuchicheos a nuestro alrededor me están poniendo los pelos de punta. Esta gente no sabe lo que es el disimulo. Toda la salida hemos soportado las miradas curiosas y los cuchicheos esporádicos… bueno, fue Elizabeth la que los soportó, pero en este local lo están haciendo en exageración y mi paciencia es mucho menor a la de ella, así que ha llegado el momento para ponerle el tatequieto a esto.

Me levanto, con la calma que precede a la tormenta, y me acerco al grupo de mujeres arrastrando una silla vacía.

—¿Por qué no preguntan de frente? —digo con una sonrisa apenas perceptible, cargada de amenaza.

Ellas se miran entre sí, incómodas, como si buscaran refugio unas en otras, pero no retiro el dedo de la llaga.

—Escuché perfectamente sus… imaginativas conjeturas. Así que decidí acercarme para que tuvieran información de primera mano.

El silencio se apodera del lugar. Todos los ojos se posan en mí como si hubiera arrojado una piedra a un estanque en calma.

—Debe ser una confusión, Lady Elizabeth…

—Duquesa —corrijo sin levantar la voz, pero con una firmeza glacial—. Oh su excelencia. Mi esposo es muy sensato con el protocolo, ¿saben? Considere una falta de respeto que se omita el trato debido a su esposa. Y créanme… no quieren saber de qué es capaz ese hombre por defender mi honor.

Las miro lo más intimidante que puedo antes de seguir hablando.

—Ustedes no alcanzan a imaginar la magnitud de lo que es capaz de hacer ese hombre por mí y ni para qué las asusto contándoles lo que les hizo el duque a esos hombres que intentaron llevarme a la fuerza.

—¿Intentaron? —pregunta la mujer que negó hablaran de mí.

—Sí. Lo intentaron, pero la guardia los alcanzó un par de horas después. Los pobres corrieron todo cuanto pudieron conmigo, pero a la final no pudieron escapar.

—Eso debió ser algo muy traumático para usted, duquesa —asegura otra mujer— no imagino como se sintió.

—Lo fue. Muy traumático —respondo, finyendo pesar—, pero me consuela saber que su muerte fue... espantosa.

Cubren sus bocas con asombro. Algunas palidecen. Entonces, como si me hubiera traicionado a mí misma, llevo la mano a los labios, finciendo una indiscreción imperdonable.

—Por favor... no se lo digan a nadie. No debe saberse que no hubo ni siquiera un juicio.

Elizabeth está pasmada. No sabe cómo reaccionar ante mi pequeña obra de teatro.

Puede que yo esté sobre reaccionando a esta situación, pero es mejor que quedarme encerrada en la mente de la duquesa lamiéndome las heridas. Necesito mantenerme ocupada y estas mujeres y la pilatuna que hicieron las empleadas para enfermar este cuerpo, me dan la excusa perfecta para soltar mi creatividad.

Eligieron un mal día para hacerme enfadar.

Y aún no tienen idea de lo que las espera en casa.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP