Después de cinco años de matrimonio en los que mi esposo trató peor que a un perro ignorado, decidí romper el contrato matrimonial, tomar mis cosas, y aventarle los papeles de divorcio a la cara. No necesitaba su dinero, ni mucho menos su desprecio. Y a pesar de que siempre lo amé, tenía que hacer un cambio en mi vida. Lo que no sabía es que ese cambio hizo que regresara arrastrándose en el suelo suplicando por tenerme de vuelta.
Leer másEMILIAEstar bajo la mirada de mis dos mejores amigos, a los que nunca les había contado sobre mi nula actividad se**xual, fue de las cosas más embarazosas por las que estaba atravesando, pues me daba vergüenza admitir que nunca había visto a Brandon ni siquiera en calzones. — Em, creo que nos debes una explicación. O sea, ¿no te tronó el cacahuatito? —Leo alzó las cejas, con curiosidad. — ¡No, no, no! —Exclamé, entre risas nerviosas, intentando zafarme del interrogatorio al que me tenían sometida Leo y Tony. Estábamos en el comedor de mi departamento, con las tazas de café a medio terminar y sus miradas afiladas como cuchillos de chef profesional, listas para filetear salchicha.— ¡Pero cómo que no te lo tiraste, mujer! —. Gritó Tony, escandalizado, dejando caer su tenedor como si acabara de presenciar una tragedia griega. Madre mía, a este paso y con este escándalo todo el edificio se terminaría enterando de mi vida privada— ¿Nunca, nunca, nunca te regó la florecita ese desgraciad
BRANDON Los días habían pasado y parecía una maldita alma en pena. No recordaba la última vez que me había bañado, pero sí de algo estaba seguro, es que el perfume que usaba era muy bueno, porque nadie se había quejado de mi olor. No había pegado un ojo en toda la madrugada, de nuevo, porque cada vez que cerraba los ojos veía su rostro justo en ese maldito momento en que me gritó bajo la lluvia que la dejara en paz. Que yo, el mismo que se suponía era su esposo, no era más que un fantasma en su vida.¡Un pu**to fantasma! ¡Madre mía, lo peor es que estaba actuando como uno! Mis ojeras, el humor del diablo, y el pu**ñetero dolor de cabeza porque permanecía despierto a base de café, me habían convertido en un alma en pena salida del inframundo. Estaba en la oficina y bufé como un león furioso, lanzando la carpeta de informes sobre el escritorio de cristal con tanta fuerza que hasta Griselda, mi asistente, pegó un brinco al otro lado de la puerta.— ¡Quiero ese contrato revisado en una
BRANDONMe quedé ahí, en medio de la lluvia, viendo cómo se alejaba Emilia de mí. Me quedé inmóvil con sus palabras.Quería moverme, hice el intento de moverme, pero el sentimiento de venganza me dejó anclado al suelo. Le haría daño, sin duda le haría daño si daba un paso hacia ella. Su silueta empapada, envuelta en esa tormenta que parecía hecha a la medida de nuestra historia. Emilia caminaba sin mirar atrás, sin temblar, sin dudar. Con la cabeza en alto y el corazón hecho trizas, lo sabía… porque el mío estaba igual.Ella era libre.Y yo, estaba encadenado a un infierno que yo mismo me había fabricado.No me moví por varios segundos. Solo la vi desaparecer entre la gente, entre los coches, entre la vida que seguía avanzando sin importar que mi mundo acababa de romperse un poco más.Quería verla aunque fuera una última vez. Reaccioné cuando ella tomó un taxi, por lo que yo me apresuré a tomar otro. Por un instante me permitiría olvidarme de todo, menos de ella.Le pedí al chofer qu
EMILIAMe quedé inmóvil. El mundo se me detuvo por completo, porque es como si esos seis meses de esfuerzos que había hecho no hubieran valido la pena. Era como si el alejarme de él por completo no hubiera servido de nada porque seguía atada a él.Su dedo anular izquierdo mostró el anillo brillando ante mí, como un símbolo de que aún era Emilia Ricci de Moretti, una mujer desgraciada que se había casado con un hombre cruel, que la había enterrado en el olvido y la indiferencia. — Porque aún eres mi esposa, Emilia —. Dijo con esa voz baja, intensa, que solía deshacerme por dentro—. Y no pienso firmar una m****a —. Esas palabras me tomaron por sorpresa ¿Por qué no había firmado el maldito divorcio?Me tomó unos segundos procesarlo. El anillo. Su mirada. Sus palabras. Todo.Pasé de la confusión a la angustia, y de la angustia al odio en menos de un segundo. La respiración se me rompió en mil fragmentos dentro del pecho ¿Esposa? ¿Aún? Debía ser una pu**ta broma, ¿verdad? El corazón me p
EMILIA Sentir sus labios fue algo con lo que había soñado, en el momento en el que me casé con él. El problema es que no fui correspondida. Y eso lo entendí en cinco años de indiferencia.Las cosas suelen enfriarse, volverse cenizas, aunque estas contenían el calor de lo que una vez fue. Habría sido perfecto que él me hubiera besado en el altar. Pero ahora era como un ladrón cuando tuvo derecho sobre mis besos y no los quiso. No. Mis besos no valían sus arrebatos, por lo que lo empujé con la fuerza justa para que retrocediera. Me limpié el rastro de sus labios con un movimiento brusco de la mano. Era una fortuna que el labial que traía era indeleble, de lo contrario habría quedado como un payaso. — La siguiente vez que te acerques, te voy a arrancar los labios de las santas mordidas que te voy a dar. Brandon sonrió. — Sabes que eso no es verdad. Ni tú misma lo crees —. No dejó de mirarme a los ojos. — Me da igual lo que digas. Me da igual lo que creas. —Acercó su rostro un poco
BRANDONLas paredes de mi oficina temblaban con el eco de mi rabia contenida. Había llegado a mi oficina como una abominación caída en la desgracia.Cerré la puerta con un golpe seco, y me lancé sobre la silla de cuero como si el mundo entero me debiera explicaciones. No me importaba el reporte de marketing, ni los nuevos talentos en audición, ni siquiera las cifras del último trimestre. O si el tal Bishop Moon se quisiera ir a Darkhole. Me importaba una sola cosa.Emilia Ricci.Saqué mi teléfono y marqué sin pensarlo dos veces, mientras daba vueltas en mi silla como un villano planeando su siguiente plan para destruir el mundo.— ¿Señor Moretti? —Contestó una voz al otro lado. Grave, discreta, y profesional. El tono de quien vive en la sombra y cobra caro por saber cosas que nadie más debe saber.— Dime que tienes algo —. No saludé. No necesitaba todas esas mierdas de cortesía que la gente generalmente hacía como saludo. El investigador soltó un suspiro. Sabía que era un maldito c
BRANDONMe quedé mirando a Leonardo Abreu con el deseo reprimido de arrancarle esa sonrisa elegante de un puñetazo.— Así que eres tú quien representa a Bishop Moon —. Murmuré, apenas modulando la voz. Lo que uno tenía que hacer por negociar con Bishop Moon.— Efectivamente —. Respondió con la misma tranquilidad de un carnicero antes de cortar carne—. Me pidió que viniera a discutir algunos términos generales en caso de que decidiera trabajar con Starlight Films.Sus palabras fueron medidas, suaves, pero su mirada era todo menos neutral. Había fuego detrás de esos ojos, un desafío disfrazado de cortesía.Sabía que estábamos hablando de Bishop Moon, pero mi pu**ta cabeza solo viajaba hacia un tema de mi interés ¿Cuánto sabía de Emilia? ¿Qué tanto compartía con ella? ¿Eran follamigos? M****a, esto último me dio náuseas.— Qué conveniente —dije, cruzándome de brazos—. Dicen que Bishop Moon es exigente, reservado. Me sorprende que te haya elegido como su representante.Leonardo sonrió de m
BRANDONEl día comenzó como la m****a, en pocas palabras, mal.Desde el momento en que abrí los ojos, sentí la punzada familiar del vacío, esa presión en el pecho que aparecía cada vez que pensaba en ella. Emilia Ricci. La maldita dueña de mi paz, y mi perdición. ¿Por qué no podía pasar página con ella? ¿Por qué mis pensamientos estaban plagados de ella? Todo en mi cabeza era ella y no tenía idea de cómo parar. No había dormido bien. Otra vez. Porque cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro. No el de hace meses, no el de la mujer sumisa y callada que caminaba a tres pasos detrás de mí. No. Veía a la nueva Emilia, la que no dudaría en trapear el piso conmigo. La de labios rojos como un crimen a medianoche. La del vestido azul que abrazaba su cuerpo como si hubiera sido tallado en pecado. La que reía con ese par de imbéciles, como si no existiera dolor, como si su historia conmigo no hubiera sido más que un mal capítulo.Una sonrisa así no debería doler. Pero dolía. Y jodidamente
EMILIAMe levanté al día siguiente con un poco de dolor de cabeza. Aun así, hice un esfuerzo para levantarme e iniciar mi día con una rutina de ejercicio antes de desayunar y empezar a trabajar en las ideas de mi siguiente guion. Sin embargo, mi día no fue tan bien desde el momento en el que recibí un correo electrónico por parte de mi mamá, a la que había evitado desde que mi divorcio. Había cambiado el número de teléfono y había sido Leo quien me había rentado el departamento a su nombre, para que nadie pudiera rastrearme con facilidad. El correo electrónico de mi madre llegó sin previo aviso. Sin saludo, sin cortesía. Solo una frase en mayúsculas: “TE QUIERO EN CASA ESTE FIN DE SEMANA. ES URGENTE.”Ni un hola, ni un cómo estás, o algo que pudiera decir que echa de menos a su hija. Como si no hubieran pasado los meses desde que me vio por última vez. Como si no me hubiera enterrado viva la noche en que firmé mi matrimonio con Brandon Moretti. Aquel que, según ella, era “la oportuni