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BRANDONLas manecillas del reloj se arrastraban con una lentitud insoportable. Eran las siete con cincuenta y tres minutos de la tarde y yo seguía dando vueltas por la oficina como un maldito basilisco echando fuego por todos lados. — ¡Quiero los guiones de las tres siguientes películas en este momento! —Le grité a mi asistente. — ¡En seguida voy, señor Moretti! —Dijo la pobre mujer con la voz temblorosa por el humor de perros que me estaba cargando.Adam entró cinco minutos más tarde, después de haberle dado una reprimenda a mi asistente por el retraso de los manuscritos. Sí, estaba exagerando. — Pero, ¿qué es todo este alboroto? —Me preguntó mi amigo, que tan pronto se paró frente a mi escritorio—. Creí que íbamos a celebrar la victoria de Renacer. Ha sido la mejor película jamás hecha. El guion fue impecable. Había sido un día productivo cerrando tratos en Asia y otro en Nueva York. También habían galardonado la última película que mi casa productora había producido. El reparto
EMILIAHaber salido de casa durante seis meses, luego de haber recibido una oferta de trabajo para Bishop Moon, había sido una oportunidad que tomé sin pensarlo. Y era un alivio haber regresado a la ciudad, a mi departamento. — ¿De verdad era necesario que viniera a este evento? —. Le pregunté a mi amigo que caminaba a mi lado con su esmoquin a medida—. Nadie sabe que soy Bishop Moon.— Nadie, excepto yo y los directores con los que has trabajado en estos meses. Créeme cuando te digo que los halagas con tu presencia.Desde lo alto de la escalera de mármol, observé el salón. Brillaba con luces cálidas, vestidos de alta costura, copas de champán y sonrisas falsas. Una orquesta tocaba suavemente en el fondo, pero mi respiración era el único sonido que escuchaba.Tan pronto crucé la puerta, todos los rostros giraron hacia mí, con esas miradas llenas de escrutinio que tanto me habían dedicado por ser la esposa de Brandon Moretti, solo que esta vez no era más su esposa. Una razón más para a
BRANDONNo había razón para quedarme en esa maldita gala. No le veía sentido cuando últimamente no soportaba a la gente. Las copas estaban llenas de hipocresía y las sonrisas, más falsas que las promesas de una campaña política. Y aun así, ahí estaba yo, con la espalda recta, los hombros tensos y el corazón ardiéndome en el pecho, como si alguien hubiera encendido una bengala dentro. Porque era el maldito Brandon Moretti, el hombre más poderoso de la industria del entretenimiento.Sin embargo, estaba ahí soportando todo porque ella había vuelto.Emilia.La mujer que me había hecho buscarla por seis malditos meses. Mi maldito talón de Aquiles por ese tiempo.Desde que la vi entrar, vestida como una condenada diosa de la guerra, no había sido capaz de quitarle los ojos de encima. El vestido rojo se pegaba a su cuerpo con la precisión de una fantasía que me atrevía a decir que era erótica. Sus labios rojos como un crimen a medianoche. Su mirada alta, altiva, libre, y de ser la mujer más
EMILIAMe di la media vuelta con la dignidad en alto. No planeaba quedarme más ahí.— Y decías amarme. Maldita mentirosa —. Me dijo con tono provocador. — Y yo te creí lo bastante, hombre, como para pensar que estarías a la altura —. Le solté sin voltearlo a ver. Sí, será capullo. Apreté los puños con fuerza y seguí caminando tratando de no hacer caso a las tremendas ganas que tenía por responderle. La noche ya había dicho todo lo que tenía que decir. Y yo ya había brillado suficiente. Decidí guardar la compostura y no perder la elegancia. Pasé de largo en medio de los invitados, que bebían sus copas de vino y champán. A lo lejos vi a Leo, del que me despedí con una sonrisa. Era seguro que me había visto entrar, y como mi representante sabía que debía estar en alguna negociación importante.Caminé por uno de los pasillos secundarios, buscando la salida más cercana, con la cabeza en alto y los pasos firmes. No quería enfrentarme con la prensa. El vestido rojo acariciaba mis piernas c
EMILIA— No sé si enviarlo a Starlight o a Darkhole —. Murmuré, frotándome la sien con una mano—. Ambos tienen argumentos de peso. Pero no puedo dejar de pensar en lo que representa elegir a uno u otro. Digo, Starlight siempre ha aceptado todas mis condiciones, pero no sé si abrir más horizonte sea contraproducente. Estábamos sobre la mesa cenando y discutiendo sobre mi último guion, y bueno, también necesitaba salir de casa luego de que me había recluido por los chismes de la farándula.Leo cruzó la pierna con elegancia, sosteniendo su taza de té como si estuviera en un debate presidencial.— Ok, veamos —. Dijo, dándose un segundo para pensar—. Starlight tiene más alcance internacional, mayor presupuesto, equipos más robustos, y tú ya tienes una relación con ellos, y están dispuestos a negociar un poco más si así lo quieres. Aunque. . . Bueno, el problema sería el idiota de tu ex.Solté un suspiro, profundo y cargado de historia.— Aunque Brandon, no debería representar algo, supong
BRANDONMe había tomado la tercera copa de vino con la finalidad de no pensar en Emilia, pero mis ojos habían decidido mandarse solos y voltearla a ver cada dos segundos.Cada vez que sonreía, me reafirmaba que había pasado la página conmigo. Me reventaba el hígado verla en sociedad. Una de las únicas veces en las que Emilia sonrió para mí, fue cuando le llene la casa de flores el día después de su cumpleaños. *Estaba en mi oficina terminando la última junta del día, cuando una notificación de mi G****e calendar me avisó que era cumpleaños de mi esposa. Lo había tenido en mente, pero había decidido no llegar a casa para no tener que enfrentarme con el problema de invitarla a cenar. No había querido tener contacto alguno con ella.No había asistido a propósito, ni le había mandado mensajes. Quería llegar a la casa y que el personal me dijera que había salido desde muy temprano de casa, así yo podría esperarla por la noche, comprobando que había salido con su amante.Sabía que Emilia
EMILIA (Relato del día de la boda)Había sido de esas novias que aún creían en los cuentos de hadas. Aunque mi matrimonio con Brandon Moretti había sido arreglado, no pude evitar enamorarme. Lo ilógico no me importaba. Porque el corazón no mide acuerdos, mide latidos. Y el mío latía por él.Siempre lo admiré. Por su porte, por su carisma, por esa imagen impecable de hombre altruista que ayudaba a los más vulnerables con una sonrisa sincera. Me enamoré desde la distancia, desde los titulares de revistas, desde los pasillos del colegio donde alguna vez coincidimos. Él era el soltero más codiciado del país. . . Y yo, simplemente, creí tener suerte de haber sido elegida para ser su esposa.En el altar, nunca me miró directamente. Yo lo justifiqué. “Debe estar nervioso”, pensé. “Esto es nuevo para él también”. No teníamos historia juntos, ni una sola cita de por medio. Apenas un par de encuentros formales. Y aun así, mi pecho estaba repleto de sueños. Pensé que quizás, con el tiempo, aprend
EMILIAMe levanté al día siguiente con un poco de dolor de cabeza. Aun así, hice un esfuerzo para levantarme e iniciar mi día con una rutina de ejercicio antes de desayunar y empezar a trabajar en las ideas de mi siguiente guion. Sin embargo, mi día no fue tan bien desde el momento en el que recibí un correo electrónico por parte de mi mamá, a la que había evitado desde que mi divorcio. Había cambiado el número de teléfono y había sido Leo quien me había rentado el departamento a su nombre, para que nadie pudiera rastrearme con facilidad. El correo electrónico de mi madre llegó sin previo aviso. Sin saludo, sin cortesía. Solo una frase en mayúsculas: “TE QUIERO EN CASA ESTE FIN DE SEMANA. ES URGENTE.”Ni un hola, ni un cómo estás, o algo que pudiera decir que echa de menos a su hija. Como si no hubieran pasado los meses desde que me vio por última vez. Como si no me hubiera enterrado viva la noche en que firmé mi matrimonio con Brandon Moretti. Aquel que, según ella, era “la oportuni