¿Qué opinan de los papás de Emi? ¿Los ven actuar extraños o solo son malos papás? Las leo en comentarios. Si quieren echar chisme conmigo pueden buscarme como Anna Cuher en r3d3$ $0c¡al3s.
BRANDONMe quedé ahí, en medio de la lluvia, viendo cómo se alejaba Emilia de mí. Me quedé inmóvil con sus palabras.Quería moverme, hice el intento de moverme, pero el sentimiento de venganza me dejó anclado al suelo. Le haría daño, sin duda le haría daño si daba un paso hacia ella. Su silueta empapada, envuelta en esa tormenta que parecía hecha a la medida de nuestra historia. Emilia caminaba sin mirar atrás, sin temblar, sin dudar. Con la cabeza en alto y el corazón hecho trizas, lo sabía… porque el mío estaba igual. Ella era libre. Y yo, estaba encadenado a un infierno que yo mismo me había fabricado. No me moví por varios segundos. Solo la vi desaparecer entre la gente, entre los coches, entre la vida que seguía avanzando sin importar que mi mundo acababa de romperse un poco más.Quería verla aunque fuera una última vez. Reaccioné cuando ella tomó un taxi, por lo que yo me apresuré a tomar otro. Por un instante me permitiría olvidarme de todo, menos de ella. Le pedí al chofer
BRANDON Los días habían pasado y parecía una maldita alma en pena. No recordaba la última vez que me había bañado, pero sí de algo estaba seguro, es que el perfume que usaba era muy bueno, porque nadie se había quejado de mi olor. No había pegado un ojo en toda la madrugada, de nuevo, porque cada vez que cerraba los ojos veía su rostro justo en ese maldito momento en que me gritó bajo la lluvia que la dejara en paz. Que yo, el mismo que se suponía era su esposo, no era más que un fantasma en su vida.¡Un pu**to fantasma! ¡Madre mía, lo peor es que estaba actuando como uno! Mis ojeras, el humor del diablo, y el pu**ñetero dolor de cabeza porque permanecía despierto a base de café, me habían convertido en un alma en pena salida del inframundo. Estaba en la oficina y bufé como un león furioso, lanzando la carpeta de informes sobre el escritorio de cristal con tanta fuerza que hasta Griselda, mi asistente, pegó un brinco al otro lado de la puerta.— ¡Quiero ese contrato revisado en una
EMILIAEstar bajo la mirada de mis dos mejores amigos, a los que nunca les había contado sobre mi nula actividad se**xual, fue de las cosas más embarazosas por las que estaba atravesando, pues me daba vergüenza admitir que nunca había visto a Brandon ni siquiera en calzones. — Em, creo que nos debes una explicación. O sea, ¿no te tronó el cacahuatito? —Leo alzó las cejas, con curiosidad. — ¡No, no, no! —Exclamé, entre risas nerviosas, intentando zafarme del interrogatorio al que me tenían sometida Leo y Tony. Estábamos en el comedor de mi departamento, con las tazas de café a medio terminar y sus miradas afiladas como cuchillos de chef profesional, listas para filetear salchicha.— ¡Pero cómo que no te lo tiraste, mujer! —. Gritó Tony, escandalizado, dejando caer su tenedor como si acabara de presenciar una tragedia griega. Madre mía, a este paso y con este escándalo todo el edificio se terminaría enterando de mi vida privada— ¿Nunca, nunca, nunca te regó la florecita ese desgraciado
EMILIALa música vibraba en el aire como un latido constante, haciendo eco dentro de mi pecho, pero esta vez no era por ansiedad o tristeza. Era por risa. Por primera vez en mi vida estaba disfrutando de una buena velada. No estaba haciendo nada malo, salvo platicar con extraños.Tony y Leo tenían razón. Me apoyé ligeramente sobre la barra, con un cóctel en mano, uno que Tony había ordenado y llamado descaradamente “resurrección divina”. Frente a mí, tres hombres discutían animadamente, lanzándose indirectas y bromas, intentando ganarse mi atención como si fuera el último billete dorado de una lotería exclusiva.— Entonces, ¿me vas a decir que jamás has probado la verdadera pizza napolitana hasta que me invites a tu próxima cita? —. Me guiñó el moreno de ojos verdes, italiano, con sonrisa de actor de telenovela. Digno de ser el protagonista de alguna de mis historias. — Por favor —. Interrumpió el rubio de ojos azules y de camisa ajustada, riendo y haciendo notar sus pectorales—. Nad
BRANDONDecir que tenía prisa por llegar fue poco, quería transportarme y embarrar la cara en el suelo a los tres imbéciles que estaban con ella. — Brandon, piensa mejor las cosas. Esto podría empeorar las cosas con Emilia —. Intentó detenerme, Adam. — Adam, en este momento lo único que estoy pensando es en que mi esposa no termine en la cama de uno de estos imbé**ciles. Me tomó del brazo. — Hey, creo que podemos pensar mejor las cosas. . . — Adam, sé que te preocupas por mí, pero no va a haber poder humano que me aleje de ella. La cuenta de las bebidas las invito yo —. Y dicho esto me adelanté. Sabía que era una grosería dejar a mi amigo, pero no podía permitir que mi esposa estuviera coqueteando con extraños. Caminé hacia la barra con paso firme. Como un toro dispuesto a embestir. Los tres idiotas se dieron cuenta de mi presencia al instante, porque la energía en el aire cambió. Se tensó.Era como si un espíritu maligno se hubiera apoderado del lugar, porque incluso la música
EMILIA (CINCO AÑOS DESPUÉS) Perdí cinco años de mi vida creyendo que el amor puede nacer del odio. Hoy vine a su habitación a devolverle su libertad, y yo reclamar la mía. Me paré frente a la puerta de su habitación con el folder abierto. Observé una última vez el papel que relucía en letras rojas: Acuerdo de divorcio. Tomé aire y pasé. — ¿Qué haces aquí? —Escuché su voz cruel retumbando en mis oídos. Avancé con paso firme, sin pestañear. Ya había tomado la decisión y no había marcha atrás. — Te traje un regalo —. Caminé con el corazón estrujado en la mano. Vi su cara de desprecio y eso fue suficiente para tomar valor y enfurecer. Le aventé la carpeta con los documentos a la cara, y el sonido del golpe seco, hizo eco en la habitación al caer los papeles de su regazo. — ¿Qué es esto? —Me miró confundido porque no estaba entendiendo nada. — Tu libertad —. Y la mía. Pensé en el fondo—. Como ves, tuve los malditos ovarios para firmar el acuerdo de divorcio. Fírmalo de una b
EMILIADesperté y lo primero que vi en el suelo fue el vestido blanco de novia que lucía como un cadáver de algún animal sobre el camino, que nadie quería levantar. Así era nuestro matrimonio. Con el estómago hecho nudos, como si algo me hubiera raspado por dentro toda la noche, y mis párpados pesados, pero no de sueño, sino de dignidad marchita, me levanté de la cama. La habitación olía a perfume rancio, alcohol y desilusión. Eso era lo que Brandon había traído hace unas horas, cuando llegó en plena madrugada a decirme que nuestro matrimonio solo era un maldito papel, sin sentimientos ni nada más de por medio. Y en el fondo, una certeza me ahogaba el pecho, pues no era una esposa. Era un adorno que envolvieron en un vestido blanco y que él ni siquiera quiso desempacar.Caminé descalza por el mármol helado, sintiendo cómo cada paso despertaba una punzada de rabia que me subía desde los pies hasta la garganta. Me quité el velo, recogí el vestido sin cuidado, y lo lancé al cesto de la
BRANDONOdiaba los lunes, pero odiaba más despertarme con el recuerdo de que tenía una esposa. Una que no había pedido y que ahora respiraba bajo mi mismo techo, caminaba por mis pasillos, ocupaba mis espacios.Una esposa con un maldito apellido que odiaba más que cualquier otra cosa. Ricci. Ahora portaba mi nombre y eso lo odiaba aún más. Aunque debo admitir que cuando vi en el certificado de matrimonio su nuevo nombre, sentí cierto alivio. Emilia Ricci de Moretti era la mujer que estaba evitando ver a toda costa. Durante los últimos meses llegaba a tarde a casa con la finalidad de no verla después de trabajar, incluso me levantaba más temprano de lo usual para no encontrarla por las mañanas. Nunca desayunaba en casa, nunca comía, tampoco hacía el esfuerzo de llegar a cenar, y, sin embargo, su maldita presencia estaba en toda la casa. De ser una casa minimalista a más no poder, Emilia ponía flores frescas en los jarrones cada cuatro días, cambió los cuadros grises por unos llenos de