¿Qué opinan de los papás de Emi? ¿Los ven actuar extraños o solo son malos papás? Las leo en comentarios. Si quieren echar chisme conmigo pueden buscarme como Anna Cuher en r3d3$ $0c¡al3s.
BRANDONLas paredes de mi oficina temblaban con el eco de mi rabia contenida. Había llegado a mi oficina como una abominación caída en la desgracia.Cerré la puerta con un golpe seco, y me lancé sobre la silla de cuero como si el mundo entero me debiera explicaciones. No me importaba el reporte de marketing, ni los nuevos talentos en audición, ni siquiera las cifras del último trimestre. O si el tal Bishop Moon se quisiera ir a Darkhole. Me importaba una sola cosa.Emilia Ricci.Saqué mi teléfono y marqué sin pensarlo dos veces, mientras daba vueltas en mi silla como un villano planeando su siguiente plan para destruir el mundo.— ¿Señor Moretti? —Contestó una voz al otro lado. Grave, discreta, y profesional. El tono de quien vive en la sombra y cobra caro por saber cosas que nadie más debe saber.— Dime que tienes algo —. No saludé. No necesitaba todas esas mierdas de cortesía que la gente generalmente hacía como saludo. El investigador soltó un suspiro. Sabía que era un maldito c
EMILIA Sentir sus labios fue algo con lo que había soñado, en el momento en el que me casé con él. El problema es que no fui correspondida. Y eso lo entendí en cinco años de indiferencia.Las cosas suelen enfriarse, volverse cenizas, aunque estas contenían el calor de lo que una vez fue. Habría sido perfecto que él me hubiera besado en el altar. Pero ahora era como un ladrón cuando tuvo derecho sobre mis besos y no los quiso. No. Mis besos no valían sus arrebatos, por lo que lo empujé con la fuerza justa para que retrocediera. Me limpié el rastro de sus labios con un movimiento brusco de la mano. Era una fortuna que el labial que traía era indeleble, de lo contrario habría quedado como un payaso. — La siguiente vez que te acerques, te voy a arrancar los labios de las santas mordidas que te voy a dar. Brandon sonrió. — Sabes que eso no es verdad. Ni tú misma lo crees —. No dejó de mirarme a los ojos. — Me da igual lo que digas. Me da igual lo que creas. —Acercó su rostro un poco
EMILIAMe quedé inmóvil. El mundo se me detuvo por completo, porque es como si esos seis meses de esfuerzos que había hecho no hubieran valido la pena. Era como si el alejarme de él por completo no hubiera servido de nada porque seguía atada a él.Su dedo anular izquierdo mostró el anillo brillando ante mí, como un símbolo de que aún era Emilia Ricci de Moretti, una mujer desgraciada que se había casado con un hombre cruel, que la había enterrado en el olvido y la indiferencia. — Porque aún eres mi esposa, Emilia —. Dijo con esa voz baja, intensa, que solía deshacerme por dentro—. Y no pienso firmar una m****a —. Esas palabras me tomaron por sorpresa ¿Por qué no había firmado el maldito divorcio?Me tomó unos segundos procesarlo. El anillo. Su mirada. Sus palabras. Todo.Pasé de la confusión a la angustia, y de la angustia al odio en menos de un segundo. La respiración se me rompió en mil fragmentos dentro del pecho ¿Esposa? ¿Aún? Debía ser una pu**ta broma, ¿verdad? El corazón me p
BRANDONMe quedé ahí, en medio de la lluvia, viendo cómo se alejaba Emilia de mí. Me quedé inmóvil con sus palabras.Quería moverme, hice el intento de moverme, pero el sentimiento de venganza me dejó anclado al suelo. Le haría daño, sin duda le haría daño si daba un paso hacia ella. Su silueta empapada, envuelta en esa tormenta que parecía hecha a la medida de nuestra historia. Emilia caminaba sin mirar atrás, sin temblar, sin dudar. Con la cabeza en alto y el corazón hecho trizas, lo sabía… porque el mío estaba igual. Ella era libre. Y yo, estaba encadenado a un infierno que yo mismo me había fabricado. No me moví por varios segundos. Solo la vi desaparecer entre la gente, entre los coches, entre la vida que seguía avanzando sin importar que mi mundo acababa de romperse un poco más.Quería verla aunque fuera una última vez. Reaccioné cuando ella tomó un taxi, por lo que yo me apresuré a tomar otro. Por un instante me permitiría olvidarme de todo, menos de ella. Le pedí al chofer
BRANDON Los días habían pasado y parecía una maldita alma en pena. No recordaba la última vez que me había bañado, pero sí de algo estaba seguro, es que el perfume que usaba era muy bueno, porque nadie se había quejado de mi olor. No había pegado un ojo en toda la madrugada, de nuevo, porque cada vez que cerraba los ojos veía su rostro justo en ese maldito momento en que me gritó bajo la lluvia que la dejara en paz. Que yo, el mismo que se suponía era su esposo, no era más que un fantasma en su vida.¡Un pu**to fantasma! ¡Madre mía, lo peor es que estaba actuando como uno! Mis ojeras, el humor del diablo, y el pu**ñetero dolor de cabeza porque permanecía despierto a base de café, me habían convertido en un alma en pena salida del inframundo. Estaba en la oficina y bufé como un león furioso, lanzando la carpeta de informes sobre el escritorio de cristal con tanta fuerza que hasta Griselda, mi asistente, pegó un brinco al otro lado de la puerta.— ¡Quiero ese contrato revisado en una
EMILIAEstar bajo la mirada de mis dos mejores amigos, a los que nunca les había contado sobre mi nula actividad se**xual, fue de las cosas más embarazosas por las que estaba atravesando, pues me daba vergüenza admitir que nunca había visto a Brandon ni siquiera en calzones. — Em, creo que nos debes una explicación. O sea, ¿no te tronó el cacahuatito? —Leo alzó las cejas, con curiosidad. — ¡No, no, no! —Exclamé, entre risas nerviosas, intentando zafarme del interrogatorio al que me tenían sometida Leo y Tony. Estábamos en el comedor de mi departamento, con las tazas de café a medio terminar y sus miradas afiladas como cuchillos de chef profesional, listas para filetear salchicha.— ¡Pero cómo que no te lo tiraste, mujer! —. Gritó Tony, escandalizado, dejando caer su tenedor como si acabara de presenciar una tragedia griega. Madre mía, a este paso y con este escándalo todo el edificio se terminaría enterando de mi vida privada— ¿Nunca, nunca, nunca te regó la florecita ese desgraciado
EMILIALa música vibraba en el aire como un latido constante, haciendo eco dentro de mi pecho, pero esta vez no era por ansiedad o tristeza. Era por risa. Por primera vez en mi vida estaba disfrutando de una buena velada. No estaba haciendo nada malo, salvo platicar con extraños.Tony y Leo tenían razón. Me apoyé ligeramente sobre la barra, con un cóctel en mano, uno que Tony había ordenado y llamado descaradamente “resurrección divina”. Frente a mí, tres hombres discutían animadamente, lanzándose indirectas y bromas, intentando ganarse mi atención como si fuera el último billete dorado de una lotería exclusiva.— Entonces, ¿me vas a decir que jamás has probado la verdadera pizza napolitana hasta que me invites a tu próxima cita? —. Me guiñó el moreno de ojos verdes, italiano, con sonrisa de actor de telenovela. Digno de ser el protagonista de alguna de mis historias. — Por favor —. Interrumpió el rubio de ojos azules y de camisa ajustada, riendo y haciendo notar sus pectorales—. Nad
BRANDONDecir que tenía prisa por llegar fue poco, quería transportarme y embarrar la cara en el suelo a los tres imbéciles que estaban con ella. — Brandon, piensa mejor las cosas. Esto podría empeorar las cosas con Emilia —. Intentó detenerme, Adam. — Adam, en este momento lo único que estoy pensando es en que mi esposa no termine en la cama de uno de estos imbé**ciles. Me tomó del brazo. — Hey, creo que podemos pensar mejor las cosas. . . — Adam, sé que te preocupas por mí, pero no va a haber poder humano que me aleje de ella. La cuenta de las bebidas las invito yo —. Y dicho esto me adelanté. Sabía que era una grosería dejar a mi amigo, pero no podía permitir que mi esposa estuviera coqueteando con extraños. Caminé hacia la barra con paso firme. Como un toro dispuesto a embestir. Los tres idiotas se dieron cuenta de mi presencia al instante, porque la energía en el aire cambió. Se tensó.Era como si un espíritu maligno se hubiera apoderado del lugar, porque incluso la música