¿Cómo creen que va a terminar esa noche? Las leo en comentarios. Si quieren echar chisme conmigo pueden buscarme como Anna Cuher en r3d3$ $0c¡al3s.
BRANDONDecir que tenía prisa por llegar fue poco, quería transportarme y embarrar la cara en el suelo a los tres imbéciles que estaban con ella. — Brandon, piensa mejor las cosas. Esto podría empeorar las cosas con Emilia —. Intentó detenerme, Adam. — Adam, en este momento lo único que estoy pensando es en que mi esposa no termine en la cama de uno de estos imbé**ciles. Me tomó del brazo. — Hey, creo que podemos pensar mejor las cosas. . . — Adam, sé que te preocupas por mí, pero no va a haber poder humano que me aleje de ella. La cuenta de las bebidas las invito yo —. Y dicho esto me adelanté. Sabía que era una grosería dejar a mi amigo, pero no podía permitir que mi esposa estuviera coqueteando con extraños. Caminé hacia la barra con paso firme. Como un toro dispuesto a embestir. Los tres idiotas se dieron cuenta de mi presencia al instante, porque la energía en el aire cambió. Se tensó.Era como si un espíritu maligno se hubiera apoderado del lugar, porque incluso la música
EMILIAMe quedé en silencio.Sus palabras seguían flotando en el aire como humo espeso, envolviéndome, asfixiándome. “Jamás te he sido infiel”, había dicho, con esa voz ronca y temblorosa que no conocía de él. No como esposo. No como hombre, sino como alguien comprometido a. . . ¿Amarme?Sus caderas presionaban las mías, y su ere**cción hablaba de todo lo que había callado por años. Me deseaba, podía sentirlo, y mi cuerpo gritaba tan fuerte por él, que sentí la tela de mi tanga húmeda. Era como un secreto maldito que me había estado guardando. Sus ojos me atravesaban como cuchillas, y su cuerpo era un incendio contenido.Pero yo ya me había quemado. Y sabía lo que dolía.Mi corazón latía con una fuerza brutal. Mi cuerpo lo deseaba. ¡Maldita sea, lo deseaba! Lo miré a los ojos, por primera vez, de cerca. Me armé de valor y lo atraje hacia mí rodeándolo con mis brazos para plantarle un beso. Esta vez era yo la de la iniciativa. No lo hice por deber. Devoré su boca por furia, con un sal
EMILIALa noche se sentía pesada, como si la ciudad misma cargara con mis emociones. Salí del bar sin rumbo fijo, con el corazón latiendo a contratiempo y las mejillas calientes por más de una razón. El viento nocturno me golpeó el rostro, pero no me alivió. Solo me hizo sentir más viva y más rota. Me sentía de todas las maneras contradictorias después del encuentro con Brandon. — ¡Emi! —Escuché la voz de Leo antes de verlo.Me giré justo cuando él y Tony salían del bar detrás de mí. Me había olvidado de ellos. Al verlos, no me contuve. Eché a correr hacia Leo como si fuera un refugio. Me abrazó con fuerza y, en cuanto sentí el calor de su cuerpo, me quebré.Las lágrimas cayeron sin permiso. Lo abracé con desesperación, aferrándome a él como si pudiera salvarme de mí misma.— Shhh, tranquila, mi amor, aquí estamos —. Leo me acarició la espalda, mientras Tony activaba el auto con el botón automático.— Suban, ya —dijo Tony desde la puerta abierta—. Vamos, que esto no se habla en la ca
EMILIA (CINCO AÑOS DESPUÉS) Perdí cinco años de mi vida creyendo que el amor puede nacer del odio. Hoy vine a su habitación a devolverle su libertad, y yo reclamar la mía. Me paré frente a la puerta de su habitación con el folder abierto. Observé una última vez el papel que relucía en letras rojas: Acuerdo de divorcio. Tomé aire y pasé. — ¿Qué haces aquí? —Escuché su voz cruel retumbando en mis oídos. Avancé con paso firme, sin pestañear. Ya había tomado la decisión y no había marcha atrás. — Te traje un regalo —. Caminé con el corazón estrujado en la mano. Vi su cara de desprecio y eso fue suficiente para tomar valor y enfurecer. Le aventé la carpeta con los documentos a la cara, y el sonido del golpe seco, hizo eco en la habitación al caer los papeles de su regazo. — ¿Qué es esto? —Me miró confundido porque no estaba entendiendo nada. — Tu libertad —. Y la mía. Pensé en el fondo—. Como ves, tuve los malditos ovarios para firmar el acuerdo de divorcio. Fírmalo de una b
EMILIADesperté y lo primero que vi en el suelo fue el vestido blanco de novia que lucía como un cadáver de algún animal sobre el camino, que nadie quería levantar. Así era nuestro matrimonio. Con el estómago hecho nudos, como si algo me hubiera raspado por dentro toda la noche, y mis párpados pesados, pero no de sueño, sino de dignidad marchita, me levanté de la cama. La habitación olía a perfume rancio, alcohol y desilusión. Eso era lo que Brandon había traído hace unas horas, cuando llegó en plena madrugada a decirme que nuestro matrimonio solo era un maldito papel, sin sentimientos ni nada más de por medio. Y en el fondo, una certeza me ahogaba el pecho, pues no era una esposa. Era un adorno que envolvieron en un vestido blanco y que él ni siquiera quiso desempacar.Caminé descalza por el mármol helado, sintiendo cómo cada paso despertaba una punzada de rabia que me subía desde los pies hasta la garganta. Me quité el velo, recogí el vestido sin cuidado, y lo lancé al cesto de la
BRANDONOdiaba los lunes, pero odiaba más despertarme con el recuerdo de que tenía una esposa. Una que no había pedido y que ahora respiraba bajo mi mismo techo, caminaba por mis pasillos, ocupaba mis espacios.Una esposa con un maldito apellido que odiaba más que cualquier otra cosa. Ricci. Ahora portaba mi nombre y eso lo odiaba aún más. Aunque debo admitir que cuando vi en el certificado de matrimonio su nuevo nombre, sentí cierto alivio. Emilia Ricci de Moretti era la mujer que estaba evitando ver a toda costa. Durante los últimos meses llegaba a tarde a casa con la finalidad de no verla después de trabajar, incluso me levantaba más temprano de lo usual para no encontrarla por las mañanas. Nunca desayunaba en casa, nunca comía, tampoco hacía el esfuerzo de llegar a cenar, y, sin embargo, su maldita presencia estaba en toda la casa. De ser una casa minimalista a más no poder, Emilia ponía flores frescas en los jarrones cada cuatro días, cambió los cuadros grises por unos llenos de
EMILIA — ¿¡Así que esto hacías mientras fingías ser mi esposa!? —Brandon gritó, aventando su tableta electrónica a mi cama. En la pantalla se desplegaba una noticia con mi foto en primera plana: vestida con un Prada rojo escarlata, cenando sonriente en La Couronne Écarlate al lado de Leo. La imagen irradiaba libertad. Y eso, para él, era peor que una traición.Era un reverendo capullo.— Te equivocas, Brandon. Solo aprendí a vivir sin la tuya —. Me crucé de brazos. Dejé a un lado el manuscrito en el que estaba trabajando, junto a los tomos de libros que hablaban sobre técnicas de cine que solía leer. — ¿¡Vivir sin mí!? —. Soltó con una risa amarga— ¿De eso se trata? ¿De hacer apariciones públicas con cualquier imbécil con corbata solo para demostrarme que puedes estar sin mí?Cabro**nazo. ¿Con qué cara me estaba reclamando si él había sido fotografiado con Olivia hace apenas un par de meses, babeando por ella como un maldito adolescente en celo? Aunque al día siguiente mandó a llenar
BRANDONHabían pasado dos días desde la última vez que había visto a Emilia subir al auto ne**gro aquella mañana. Era casi de noche y estaba en el despacho de la casa. Mientras revisaba unos documentos de logística, encontré una hoja impresa que no recordaba haber pedido. Estaba entre los papeles del informe semanal del departamento de guiones.Un correo impreso. Asunto: Felicitaciones a Bishop Moon, guionista del año en la gala internacional de Starlight Films.Mi ceño se frunció. ¿Quién car**ajos era Bishop Moon? Nunca había escuchado ese nombre en nuestras filas internas. Y si era tan exitoso como el correo decía, ¿por qué no había escuchado de él antes? Levanté el teléfono y llamé a Asher, el jefe de producción.— ¿Quién es Bishop Moon? —Le solté la pregunta, tan pronto respondió.— Oh, es el guionista que está rompiendo todos los esquemas —. Dijo con entusiasmo—. Nadie lo conoce en persona. Solo trabaja con un intermediario. Algunos creen que ni siquiera es un solo autor, sino u