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¡Firma el maldito divorcio!

BRANDON

Habían pasado dos días desde la última vez que había visto a Emilia subir al auto ne**gro aquella mañana. Era casi de noche y estaba en el despacho de la casa. Mientras revisaba unos documentos de logística, encontré una hoja impresa que no recordaba haber pedido. Estaba entre los papeles del informe semanal del departamento de guiones.

Un correo impreso. 

Asunto: Felicitaciones a Bishop Moon, guionista del año en la gala internacional de Starlight Films.

Mi ceño se frunció. ¿Quién car**ajos era Bishop Moon? Nunca había escuchado ese nombre en nuestras filas internas. Y si era tan exitoso como el correo decía, ¿por qué no había escuchado de él antes? Levanté el teléfono y llamé a Asher, el jefe de producción.

¿Quién es Bishop Moon? —Le solté la pregunta, tan pronto respondió.

— Oh, es el guionista que está rompiendo todos los esquemas —. Dijo con entusiasmo—. Nadie lo conoce en persona. Solo trabaja con un intermediario. Algunos creen que ni siquiera es un solo autor, sino un grupo. Pero sus guiones tienen una firma única. Suele escribir historias donde los protagonistas están atrapados, obligados a convivir con sus enemigos y luego se rebelan. En realidad ha estado reinventando mucho varios géneros y cada película con su guion es un éxito seguro.

Era suficiente información. 

*

Horas más tarde, durante una cena de negocios, un inversionista se acercó a mí. Tenía una copa en la mano al igual que yo.

— Tu esposa estaba en la gala de cine anoche —. Comentó, tomando su copa—. Se veía muy guapa, imponente, me atrevo a decir.

Me giré lentamente para mirarlo.

— ¿Qué gala?

— La de Starlight. No la viste en la prensa porque se cubrió con una máscara tipo veneciana. Muy exclusiva. Pero créeme, Brandon, tu esposa se robó todas las miradas ¿Por qué no fuiste a la cena de gala de tu propia empresa? 

Mi copa tembló entre mis dedos, Emilia, en una gala, y yo sin tener la más mínima idea. Ella había ido vestida de gala, en la noche y en público. Lo peor de todo es que alguien la había llamado imponente.

Ese era mi papel, no el de ella ¿Quién se creía? Y no tenía idea de dónde había estado ni con quién ¿Desde cuándo dejé de saber lo que hacía? Mi mandíbula se tensó.

No me necesitas, ¿eh? Pensé con rabia contenida.

Entonces prepárate, Emilia, porque si creías que podías volar lejos de mí, vas a descubrir lo que es tener a un Moretti pisándote los talones.

— Mi esposa fue en mi representación —. Fue lo último que le dije al tipo, antes de irme del lugar. Emilia estaba en casa, y ahí es donde yo iría. 

***

EMILIA

— Así que ahora vas a fiestas de máscaras sin avisar. Qué considerada.

La voz de Brandon me recibió, apenas cruzó la puerta. No había un “hola”, ni un “¿cómo estás?”, solo el reclamo de haber ido a la fiesta de gala por parte de Starlight. Habían dicho que la temática era de máscaras, solo lo habían hecho por mí, pero tal parecía que no había sido suficiente para que mi esposo no se enterara. 

— ¿Fiestas de máscaras? —. Solté con una ceja arqueada, dejando el bolso sobre la mesa de entrada—. Oh, ¿te refieres a la gala por parte de Starlight que no te interesó lo suficiente como para asistir?

Brandon. Caminó hacia mí con pasos tensos, como si el piso le debiera explicaciones.

— No sabía que ahora tenías agenda propia —. Su mandíbula estaba tan tensa que sus dientes protestaron— ¿Qué hacías allá, Emilia? ¿Con quién estabas?

— ¿Te preocupa mi compañía, Brandon? Qué raro. Pensé que no querías ni verme —. Respondí con mi sarcasmo afilado—. Tú fuiste quien me dijo que desapareciera lo más posible de tu vista, ¿recuerdas?

— Deja el sarcasmo y responde. 

— Solo estoy siguiendo instrucciones.

Su mandíbula se marcó más. Las venas de su cuello comenzaron a tensarse. Esa reacción me habría intimidado años atrás. Hoy solo me producía una mezcla de indiferencia y lástima.

— ¿Te estás viendo con alguien? 

Abrí la boca con indignación. Ahí estaba el verdadero motivo de su enojo. No era la gala, ni el vestido. Era la idea de que alguien más me mirara como él nunca lo hizo.

— ¿Estás celoso, Brandon?

— Respóndeme.

— Claro que sí —. Dije, cruzándome de brazos y sosteniéndole la mirada—. Tengo un amante que me adora. Me lleva flores, me escucha, y lo mejor de todo: no me llama “mascota”—. Mentí con cinismo.

Él dio un paso más, amenazante, frío, y con ganas de matarme. Pero esta vez me reí. Una risa seca y amarga, que me salió del alma.

— ¿Te molesta que tenga a alguien más?

— Deja de estar con estupideces, Emilia. No es algo que deba de importarte. 

—Puedes que te voy a decir algo, a mí me molestaron cinco años de silencio. Cinco años de mirar la misma silla vacía frente a mí. Cinco años en los que ni siquiera sabías cuándo era mi cumpleaños. Así que, si ahora sonrío, si ahora respiro sin pedir permiso, no es por otro hombre. Es porque estoy harta de estar a tu lado. 

— Pues si tanto te lamentas de estar conmigo, a ver si tienes los ovarios de firmar el maldito divorcio y dejar de ser una buena para nada y mantenida, como lo has hecho todos estos años —. Explotó—. Vives rodeada de lujos que no te mereces. 

Algo dentro de mí se rompió más. No podía con esto. Cinco malditos años en los que lo había amado a pesar de que lo nuestro solo fuera un acuerdo matrimonial. 

— Pues espera y verás —. Le dije dando la media vuelta y dejándolo solo. 

Esa noche, no lloré. No me envolví en sábanas buscando calor, ni escribí en mis diarios sobre lo que dolía. Me armé de valor y lo único que hice fue abrir la caja fuerte, sacar el contrato prematrimonial, y colocar con cuidado los papeles de divorcio sobre el escritorio.

Tomé la pluma con mano firme y, por primera vez en cinco años, firmé mi nombre con orgullo por única vez.

Emilia Ricci de Moretti.

La última vez que iba a escribirlo. 

Entré a mi habitación y puse en una maleta las pocas pertenencias que tenía y que había comprado con mi propio esfuerzo y dinero.  Me cambié a un vestido blanco con unas zapatillas del mismo color, para la ocasión. Me planté fuera de la habitación de Brandon. Llamé una sola vez. Y sin esperar respuesta, abrí la puerta.

Él levantó la mirada desde su sillón, sorprendido.

— ¿Qué haces aquí?

Avancé con paso firme, sin pestañear.

— Te traje un regalo.

Le aventé la carpeta con los documentos a la cara, y el sonido del golpe seco, hizo eco en la habitación al caer los papeles de su regazo.

— ¿Qué es esto? —Me miró confundido porque no estaba entendiendo nada. 

— Tu libertad —. Y la mía. Pensé en el fondo—. Como ves, tuve los malditos ovarios para firmar el acuerdo de divorcio. Fírmalo de una buena vez y no nos volvamos a ver nunca más. 

Dicho esto, me di la media vuelta, salí de la habitación, tomé mi maleta y no lo volví a ver más. 

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