¿Qué opinan de los papás de Emi? ¿Los ven actuar extraños o solo son malos papás? Las leo en comentarios. Si quieren echar chisme conmigo pueden buscarme como Anna Cuher en r3d3$ $0c¡al3s.
BRANDONEl día comenzó como la m****a, en pocas palabras, mal.Desde el momento en que abrí los ojos, sentí la punzada familiar del vacío, esa presión en el pecho que aparecía cada vez que pensaba en ella. Emilia Ricci. La maldita dueña de mi paz, y mi perdición. ¿Por qué no podía pasar página con ella? ¿Por qué mis pensamientos estaban plagados de ella? Todo en mi cabeza era ella y no tenía idea de cómo parar. No había dormido bien. Otra vez. Porque cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro. No el de hace meses, no el de la mujer sumisa y callada que caminaba a tres pasos detrás de mí. No. Veía a la nueva Emilia, la que no dudaría en trapear el piso conmigo. La de labios rojos como un crimen a medianoche. La del vestido azul que abrazaba su cuerpo como si hubiera sido tallado en pecado. La que reía con ese par de imbéciles, como si no existiera dolor, como si su historia conmigo no hubiera sido más que un mal capítulo.Una sonrisa así no debería doler. Pero dolía. Y jodidamente
BRANDONMe quedé mirando a Leonardo Abreu con el deseo reprimido de arrancarle esa sonrisa elegante de un puñetazo.— Así que eres tú quien representa a Bishop Moon —. Murmuré, apenas modulando la voz. Lo que uno tenía que hacer por negociar con Bishop Moon.— Efectivamente —. Respondió con la misma tranquilidad de un carnicero antes de cortar carne—. Me pidió que viniera a discutir algunos términos generales en caso de que decidiera trabajar con Starlight Films.Sus palabras fueron medidas, suaves, pero su mirada era todo menos neutral. Había fuego detrás de esos ojos, un desafío disfrazado de cortesía.Sabía que estábamos hablando de Bishop Moon, pero mi pu**ta cabeza solo viajaba hacia un tema de mi interés ¿Cuánto sabía de Emilia? ¿Qué tanto compartía con ella? ¿Eran follamigos? M****a, esto último me dio náuseas.— Qué conveniente —dije, cruzándome de brazos—. Dicen que Bishop Moon es exigente, reservado. Me sorprende que te haya elegido como su representante.Leonardo sonrió de m
BRANDONLas paredes de mi oficina temblaban con el eco de mi rabia contenida. Había llegado a mi oficina como una abominación caída en la desgracia.Cerré la puerta con un golpe seco, y me lancé sobre la silla de cuero como si el mundo entero me debiera explicaciones. No me importaba el reporte de marketing, ni los nuevos talentos en audición, ni siquiera las cifras del último trimestre. O si el tal Bishop Moon se quisiera ir a Darkhole. Me importaba una sola cosa.Emilia Ricci.Saqué mi teléfono y marqué sin pensarlo dos veces, mientras daba vueltas en mi silla como un villano planeando su siguiente plan para destruir el mundo.— ¿Señor Moretti? —Contestó una voz al otro lado. Grave, discreta, y profesional. El tono de quien vive en la sombra y cobra caro por saber cosas que nadie más debe saber.— Dime que tienes algo —. No saludé. No necesitaba todas esas mierdas de cortesía que la gente generalmente hacía como saludo. El investigador soltó un suspiro. Sabía que era un maldito c
EMILIA Sentir sus labios fue algo con lo que había soñado, en el momento en el que me casé con él. El problema es que no fui correspondida. Y eso lo entendí en cinco años de indiferencia.Las cosas suelen enfriarse, volverse cenizas, aunque estas contenían el calor de lo que una vez fue. Habría sido perfecto que él me hubiera besado en el altar. Pero ahora era como un ladrón cuando tuvo derecho sobre mis besos y no los quiso. No. Mis besos no valían sus arrebatos, por lo que lo empujé con la fuerza justa para que retrocediera. Me limpié el rastro de sus labios con un movimiento brusco de la mano. Era una fortuna que el labial que traía era indeleble, de lo contrario habría quedado como un payaso. — La siguiente vez que te acerques, te voy a arrancar los labios de las santas mordidas que te voy a dar. Brandon sonrió. — Sabes que eso no es verdad. Ni tú misma lo crees —. No dejó de mirarme a los ojos. — Me da igual lo que digas. Me da igual lo que creas. —Acercó su rostro un poco
EMILIAMe quedé inmóvil. El mundo se me detuvo por completo, porque es como si esos seis meses de esfuerzos que había hecho no hubieran valido la pena. Era como si el alejarme de él por completo no hubiera servido de nada porque seguía atada a él.Su dedo anular izquierdo mostró el anillo brillando ante mí, como un símbolo de que aún era Emilia Ricci de Moretti, una mujer desgraciada que se había casado con un hombre cruel, que la había enterrado en el olvido y la indiferencia. — Porque aún eres mi esposa, Emilia —. Dijo con esa voz baja, intensa, que solía deshacerme por dentro—. Y no pienso firmar una m****a —. Esas palabras me tomaron por sorpresa ¿Por qué no había firmado el maldito divorcio?Me tomó unos segundos procesarlo. El anillo. Su mirada. Sus palabras. Todo.Pasé de la confusión a la angustia, y de la angustia al odio en menos de un segundo. La respiración se me rompió en mil fragmentos dentro del pecho ¿Esposa? ¿Aún? Debía ser una pu**ta broma, ¿verdad? El corazón me p
EMILIA (CINCO AÑOS DESPUÉS) Perdí cinco años de mi vida creyendo que el amor puede nacer del odio. Hoy vine a su habitación a devolverle su libertad, y yo reclamar la mía. Me paré frente a la puerta de su habitación con el folder abierto. Observé una última vez el papel que relucía en letras rojas: Acuerdo de divorcio. Tomé aire y pasé. — ¿Qué haces aquí? —Escuché su voz cruel retumbando en mis oídos. Avancé con paso firme, sin pestañear. Ya había tomado la decisión y no había marcha atrás. — Te traje un regalo —. Caminé con el corazón estrujado en la mano. Vi su cara de desprecio y eso fue suficiente para tomar valor y enfurecer. Le aventé la carpeta con los documentos a la cara, y el sonido del golpe seco, hizo eco en la habitación al caer los papeles de su regazo. — ¿Qué es esto? —Me miró confundido porque no estaba entendiendo nada. — Tu libertad —. Y la mía. Pensé en el fondo—. Como ves, tuve los malditos ovarios para firmar el acuerdo de divorcio. Fírmalo de una b
EMILIADesperté y lo primero que vi en el suelo fue el vestido blanco de novia que lucía como un cadáver de algún animal sobre el camino, que nadie quería levantar. Así era nuestro matrimonio. Con el estómago hecho nudos, como si algo me hubiera raspado por dentro toda la noche, y mis párpados pesados, pero no de sueño, sino de dignidad marchita, me levanté de la cama. La habitación olía a perfume rancio, alcohol y desilusión. Eso era lo que Brandon había traído hace unas horas, cuando llegó en plena madrugada a decirme que nuestro matrimonio solo era un maldito papel, sin sentimientos ni nada más de por medio. Y en el fondo, una certeza me ahogaba el pecho, pues no era una esposa. Era un adorno que envolvieron en un vestido blanco y que él ni siquiera quiso desempacar.Caminé descalza por el mármol helado, sintiendo cómo cada paso despertaba una punzada de rabia que me subía desde los pies hasta la garganta. Me quité el velo, recogí el vestido sin cuidado, y lo lancé al cesto de la
BRANDONOdiaba los lunes, pero odiaba más despertarme con el recuerdo de que tenía una esposa. Una que no había pedido y que ahora respiraba bajo mi mismo techo, caminaba por mis pasillos, ocupaba mis espacios.Una esposa con un maldito apellido que odiaba más que cualquier otra cosa. Ricci. Ahora portaba mi nombre y eso lo odiaba aún más. Aunque debo admitir que cuando vi en el certificado de matrimonio su nuevo nombre, sentí cierto alivio. Emilia Ricci de Moretti era la mujer que estaba evitando ver a toda costa. Durante los últimos meses llegaba a tarde a casa con la finalidad de no verla después de trabajar, incluso me levantaba más temprano de lo usual para no encontrarla por las mañanas. Nunca desayunaba en casa, nunca comía, tampoco hacía el esfuerzo de llegar a cenar, y, sin embargo, su maldita presencia estaba en toda la casa. De ser una casa minimalista a más no poder, Emilia ponía flores frescas en los jarrones cada cuatro días, cambió los cuadros grises por unos llenos de