RABIETAS

*KLAUS*

Dije aquello como si fuera un hecho, como si ya supiera qué habría una próxima vez, que no se trataba de un adiós definitivo. No intenté insistir; sabía que debía dejar la puerta abierta sin presionarla. Sus labios se entreabrieron, como si estuviera a punto de decir algo más, pero finalmente no lo hizo. Su mirada bajó por un instante antes de volverse a alzar hacia mí.

—Nos vemos pronto, —dijo, finalmente, su voz más suave de lo que esperaba.

Me despedí con un gesto fácil y me alejé, pero solo lo suficiente para dejarle espacio sin perderme la oportunidad de verla marchar. Mientras caminaba hacia su destino, la noté dudar por un momento, girando la cabeza ligeramente hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que seguía allí. Sonreí por mí mismo. La conexión estaba creciendo, paso a paso, y el juego seguía su curso.

El momento se sintió casi perfecto. Mi propuesta, mi tono, su reacción… cada pieza estaba encajando. Ahora solo debía esperar a ver cómo reaccionaría la próxima vez que nuestras vidas se cruzaran, porque sabía que eso sucedería. Y cuando lo hiciera, estaría listo.

**ÚRSULA**

Siempre me he burlado de las historias sobre mariposas en el estómago. Pensaba que eran cuentos de niñas demasiado románticas para mi gusto. Pero todo cambió el día en que Klaus entró en mi mundo, como una ráfaga de viento en medio de un verano sofocante. Su figura, alta y un poco desaliñada, era como una contradicción; parecía fuera de lugar en nuestra pequeña ciudad, pero, al mismo tiempo, era lo único que encajaba.

Cuando lo veo, siento que algo dentro de mí cobra vida. No son solo mariposas; son tormentas y remolinos que me desordenan el alma. Lo peor de todo —o lo mejor, quizá— es que no puedo evitarlo. Mi rebeldía natural, esa que me hace cuestionar todo y a todos, se convierte en una especie de fuerza centrífuga que me lleva hacia él, como si cada mirada suya fuera un imán.

Y, por supuesto, él no parece darse cuenta. Klaus tiene una manera de moverse, de existir, que desafía mi paciencia y aviva mi curiosidad. No se interesa por los chismes de la gente ni por seguir las normas que tanto odia. No sé si me entiende del todo —nadie realmente lo hace—, pero hay algo en su sonrisa que me hace sentir que sí, aunque sea por un instante.

Siempre me he creído dueña de mis decisiones, una joven valiente que no necesita ni permiso ni dirección. Pero cada vez que Klaus me mira de reojo, como si compartiera un secreto conmigo, todas mis convicciones parecen desmoronarse. Soy ingenua, claro, aunque nunca lo admitiré en voz alta. Pero tal vez ser ingenua no sea tan malo si me permite aferrarme a esta revolución interna que él provoca. Sin embargo, aunque parezca una locura, quiero más de esas mariposas que solían parecerme ridículas. Quiero más de él.

El sol ya se ocultaba cuando llegué a casa; mi ánimo brillaba tanto que ni siquiera noté el cielo oscurecido. Caminé por el pasillo con una sonrisa que no podía —ni quería— borrar. La voz de Klaus resonaba en mi cabeza, cada palabra suya era una chispa que encendía algo en mí. Su oratoria había sido magnética, desbordante de pasión y verdad. No entendía cómo alguien podía hablar con tanta convicción y, al mismo tiempo, con tal humildad.

Al entrar, mi madre me saludó desde la cocina, pero yo apenas respondí, envuelta en mis pensamientos. Mi habitación era mi refugio, pero esta vez ni siquiera logré llegar a ella. Mi padre apareció al final del pasillo. Su expresión rígida y seria, tan familiar, pero siempre intimidante. Antes de que pudiera reaccionar, ya me estaba guiando hacia su despacho con un gesto firme.

El despacho de mi padre siempre me parecía un lugar frío. Las paredes llenas de libros de leyes y pergaminos antiguos parecían mirarme con el mismo juicio que él. Me senté frente a su escritorio, todavía con la sonrisa atenuada en mis labios, aunque comenzaba a desvanecerse. Su mirada penetrante me atravesó, como si intentara leer mi mente.

—Úrsula, —comenzó, con un tono grave—. ¿Qué estabas haciendo hablando con ese hombre, Klaus? ¿No te he dejado claro que debes mantenerte alejada de personas como él?

Mi corazón dio un vuelco. ¿Cómo sabía eso? Había olvidado por completo que siempre estaba siendo observada, que en esta casa nadie escapaba de las miradas que mi padre sembraba en todos lados. Traté de mantener la compostura, pero era difícil ocultar la mezcla de indignación y vergüenza que sentía.

—Papá, solo fue una conversación, nada más —respondí, intentando sonar tranquila, aunque mi voz temblaba ligeramente.

—Nada más, ¿eh? —replicó, cruzando los brazos—. Úrsula, no te equivoques. Ese hombre puede ser muy elocuente, pero sus ideas son peligrosas. No quiero que te metas en problemas. Él no tiene estatus, es un rico nuevo, no sirve para nada.

No dije nada. Por dentro, una pequeña chispa de rebeldía se encendía, alimentada por la admiración que sentía hacia Klaus y por el hartazgo de estar bajo vigilancia constante. Sin embargo, sabía que mi padre no cedería fácilmente. Así que me limité a asentir, aunque mi mente seguía resonando con las palabras de Klaus y la certeza de que no podía simplemente ignorarlo.

Cuando me permitió salir del despacho, volví a mi habitación. Cerré la puerta con cuidado y me dejé caer en la cama, mirando al techo. Sabía que las mariposas volverían en cuanto recordara su voz. Y aunque mi padre vigilara cada paso que daba, no podía evitar sentir que, en el fondo, ese riesgo valía la pena.

Cerré la puerta de mi dormitorio con un golpe que resonó por toda la casa. Mi padre y sus reglas, siempre vigilándome, siempre controlándome. Me dejé caer sobre la cama, hundiendo la cara en la almohada mientras un grito ahogado escapaba de mis labios. Era un berrinche, lo sabía, pero no me importaba. ¿Acaso no tenía derecho a sentirme frustrada?

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