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UN ENCUENTRO INTERESANTE

*ÚRSULA*

Al enviar el mensaje, sentí como si el aire se volviera más denso, como si cada segundo dejara de moverse mientras esperaba su respuesta. En ese instante, comprendí que, a pesar de mis miedos y de la incertidumbre, la posibilidad de ser realmente yo, de amar y ser amada sin restricciones, valía cualquier riesgo.

La pantalla se iluminó nuevamente y, con cada palabra que se iba desplegando, mi corazón se llenaba de una mezcla de alivio y temor. Klaus, con su empatía inquebrantable y voz serena, había derribado uno de los muros más grandes que me separaban de la libertad. Y aunque aún temblaba ante la idea, no podía negar que, por primera vez, veía una salida en medio del laberinto de control que me había estado ahogando.

**KLAUS**

Recostado en el sillón, desbloqueé mi teléfono y la pantalla me iluminó el rostro con la confirmación que esperaba. Al leer las palabras de Úrsula, sentí cómo todo aquello por lo que había trabajado —cada mensaje cuidadosamente enviado, cada insinuación medida—empieza a encajar de forma irreprochable. Una sonrisa complacida se dibujó en mí; por primera vez en mucho tiempo, el caos y la incertidumbre parecían disiparse ante la claridad de su sincera confesión.

Cada letra de su mensaje resonaba en mis oídos, como si cada palabra pintara un futuro en el que la opresión y el control se volvían meros espectros del pasado. En ese instante, la idea de ser su refugio, su compañero, y algo más, ya no era solo un plan distante, era una realidad tangible. Sentía cómo el peso de sus censuras y reglas se transformaba en la ligereza de un nuevo comienzo, en algo que, sin forzar, se construía con la naturalidad de la verdad.

Mientras miraba a través de mi ventana, observando el cielo inmóvil y sereno, comprendí que este encuentro no era fruto del azar, sino la consecuencia de muchas pequeñas decisiones acumuladas, de cada palabra que quebrantaba las cadenas que ambos íbamos cargando. Todo estaba cayendo con su propio peso, como si cada obstáculo y cada límite se hubiera desvanecido al compás de nuestra nueva conexión.

Sabía que el futuro aún presentaría sus desafíos, que la sombra de un pasado opresor seguiría intentando infiltrarse en nuestro presente. 

Cada movimiento que doy está meticulosamente calculado, como si el destino fuese una ecuación en la que cada variable depende de mi precisión. Desde el instante en que decidí acercarme a Úrsula, jamás dejé de analizar cada palabra, cada silencio, cada latido en sus mensajes y miradas. Mi mente se convierte en un laboratorio de estrategias: cada mensaje que le envío es un paso medido, cada respuesta suya, una variable que debo incorporar al plan.

Mi objetivo es claro y ambicioso: conquistarla por completo, llevarla a ver en mí la única libertad que puede ofrecerse en este mundo opresivo, y, finalmente, casarme con ella. Su estatus, tan preciado por la persona que ella es, no es solo un emblema de su valentía, sino también un símbolo del triunfo sobre las cadenas que la atan. Cada día hago cálculos precisos y ajusto mi estrategia en función de sus respuestas y de los insidiosos obstáculos que se interponen, como el acoso constante de aquellos que desean mantenerla encerrada en la prisión de las expectativas impuestas.

He determinado que la clave consiste en invitarla a tomar pequeños riesgos, en mostrarle que yo puedo ofrecerle una salida diferente a la que ha conocido. Cada mensaje, cada encuentro furtivo, se convierte en un peldaño hacia la consolidación de ese vínculo que solo nosotros dos podemos compartir. Con cada palabra que le dedico, me aseguro de que entienda que no se trata de simples palabras vacías, sino de la promesa de un futuro forjado por nuestra complicidad y libertad.

Mientras el mundo a mi alrededor sigue su curso implacable, yo calculo alianzas, fortalezco estrategias y me preparo para el momento decisivo. Ese instante en el que, dejando de lado cualquier duda, la tomaré de la mano y le mostraré que juntos podemos derribar las barreras que la mantienen cautiva. Mi ambición se teje con cada pensamiento y cada acción: conquistar su corazón, obtener su lealtad y, al final, sellar nuestro destino en un compromiso que desafíe las reglas impuestas.

Hoy, más que nunca, sé que cada paso que doy no es mero azar, sino parte de un intricado plan. Un plan que tiene como meta no solo liberarla, sino hacerla mía para siempre, casarnos y reescribir el futuro que tanto anhelamos. Ese futuro, medido y calculado con la precisión de un estratega, es mi gran apuesta, y cada decisión, cada palabra, es la evidencia de que la conquista de Úrsula es solo cuestión de tiempo.

Entré al club de mi amigo con la serenidad de quien se toma la noche como un lienzo en blanco, listo para plasmar cada movimiento con precisión. La música retumbaba con fuerza, y la atmósfera vibraba entre destellos de luces y la efervescencia de conversaciones entrelazadas en risas. Mientras caminaba entre la multitud, mi mente trazaba los pasos de una coreografía previamente ensayada, anticipando cada reacción, cada mirada furtiva.

Sin embargo, para mi sorpresa —y con cierto agrado inesperado—ya había alguien que me estaba observando. Mirella, siempre tan meticulosa y calculadora, estaba allí, rodeada de un grupo de amigas que parecían disfrutar de su encanto innato. Ella me vio primero; su mirada se cruzó con la mía con una mezcla de sorpresa y una chispa de coqueteo. Su postura era impecable, y en ese instante, sentí cómo el ambiente se cargaba de una tensión sutil, un juego silencioso.

Con la confianza de quien sabe que cada paso cuenta, comencé a acercarme a su grupo. Caminé lentamente, dejando que mi presencia se hiciera notar con naturalidad, casi como si el destino se hubiera encariñado con el plan que había orquestado desde hacía tiempo. Mi sonrisa era medida, cada gesto calculado para seducir sin aplicar la fuerza de un mandato; la sutileza se convirtió en mi mejor aliada.

—Vaya sorpresa la mía. Qué gusto verle, Klaus, —dijo Mirella, su voz impregnada de esa dulzura calculada que sabía usar tan bien.

—Señorita Mirella. Sí que es sorpresa, —respondí con una sonrisa ligera, manteniendo mi postura relajada pero alerta.

—¿Se conocen? —indagó mi amigo, su tono curioso mientras miraba entre nosotros.

—Sí, ya tuvimos el gusto, —dije, sin entrar en detalles, pero dejando que mi respuesta flotara en el aire con la suficiente ambigüedad para mantener el interés.

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