ADIOS PAPÁ

**KLAUS**

Sonreí ligeramente mientras mi mente comenzaba a trabajar. Las piezas estaban en movimiento, y aunque Diego había intentado intimidarme, sus acciones solamente confirmaban que mi posición era más fuerte de lo que él pensaba. Su furia no era más que un reflejo de su miedo, de su incapacidad para aceptar que su hija estaba empezando a tomar sus propias decisiones.

Con cada paso que daba, Úrsula se acercaba más a la libertad, más a un futuro en el que ella pudiera ser realmente ella misma. Y yo sabía que mi papel era crucial en ese proceso. No exclusivamente como su apoyo emocional, sino como alguien capaz de enfrentar a Diego y de hacerle entender que el control que él ejercía sobre su hija no era sostenible.

La verdad era que Diego representaba el último gran obstáculo en mi plan. Si lograba manejarlo, si lograba demostrarle que no tenía otra opción más que aceptar mi presencia en la vida de Úrsula, entonces el camino hacia nuestro futuro estaría despejado. Pero, por ahora, debía ser paciente. Cada movimiento tenía que ser calculado, cada palabra cuidadosamente escogida.

Mientras me levantaba de mi silla y me dirigía hacia la ventana, observé la ciudad a mis pies, su ritmo constante y su energía inagotable. Sabía que esta batalla no sería fácil, pero también sabía que estaba listo para enfrentarla. Porque al final del día, todo lo que hacía no era únicamente por mí, sino por Úrsula. Por la mujer que había encontrado en mí un refugio, un aliado, y algo más.

Diego podía gritar, amenazar, intentar ejercer su control. Pero yo sabía que, en el fondo, su poder sobre Úrsula ya estaba comenzando a desmoronarse. Y mientras él luchaba por mantenerlo, yo trabajaba para construir algo más fuerte, algo que ni siquiera él pudiera destruir. Sin embargo, en esta partida, la victoria no era solamente una posibilidad. Era una certeza.

**ÚRSULA**

El silencio de mi habitación era ensordecedor. Cada movimiento mío parecía amplificado, como si el universo entero estuviera observando este momento, este último acto antes de dejarlo todo atrás. Tomé mi mochila de mano y la coloqué sobre la cama. La había preparado tal como Klaus me había explicado, siguiendo cada instrucción al pie de la letra. Ahora solo quedaba llenarla con los elementos esenciales, y cada objeto que elegía parecía un pequeño paso hacia mi libertad.

Lo primero fueron mis documentos: mi pasaporte, mi identificación, cualquier papel que pudiera necesitar. Klaus había insistido en que los guardara en un compartimento seguro, y me aseguré de hacerlo. Mientras los colocaba dentro, mis manos temblaban, conscientes de lo que estaba haciendo, de lo que este momento significaba.

Después vinieron mis cosas personales, pero nada excesivas. Solo lo necesario: un pequeño diario donde había escrito mis pensamientos más íntimos, una fotografía que me recordaba tiempos más simples, mi teléfono y un cargador. Miré en mi cartera, por un momento, las tarjetas de crédito que mi padre había entregado tiempo atrás, pero no las tomé. Sabía que no me servirían. Él las bloquearía en cuanto se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Así que las dejé, como un símbolo de todo lo que estaba abandonando.

Finalmente, coloqué una muda de ropa. Klaus me había advertido que debía ser práctica, que no podía cargar con más de lo que podía manejar. Elegí algo sencillo, pero cómodo, algo que pudiera usar mientras nos movíamos de un lugar a otro. Al cerrar la cremallera de la mochila, sentí cómo una mezcla de nervios y ansiedad se apoderaba de mí. Era un momento decisivo. Ya no había vuelta atrás.

Me senté en el borde de la cama, mirando la mochila como si fuera un portal hacia otro mundo. Mi corazón latía con fuerza cada pulsación, recordándome que estaba a punto de dar el paso más importante de mi vida. Sabía que todo estaba en juego, que esta decisión cambiaría no solo mi presente, sino también mi futuro. Pero también sabía que no podía quedarme aquí, atrapada en esta prisión que mi padre y Mirella habían construido para mí.

El momento había llegado. Me levanté, ajusté la mochila sobre mis hombros y respiré profundamente. Aunque mi mente estaba inundada de dudas y preguntas, una cosa era clara: estaba lista. Y con eso, di el primer paso hacia mi nueva vida.

Vestida de lo más sencilla posible, con mi jean favorito, una camiseta blanca que me hacía pasar desapercibida y mis tenis de marca que, aunque cómodos, aún tenían ese brillo que me recordaba a los días en los que las cosas eran más simples, me quedé quieta en el centro de mi habitación. La mochila estaba lista, con todo lo esencial dentro, cada detalle siguiendo las instrucciones que Klaus me había dado. Todo estaba en su lugar, todo estaba preparado… o al menos eso pensaba.

De repente, los golpes en la puerta me hicieron saltar, una interrupción que no había previsto y que me dejó congelada. —Úrsula, —escuché la voz de Mirella, dulce, pero cargada de esa intención que siempre escondía detrás de sus palabras—. ¿Puedo entrar? Necesito hablar contigo.

El pánico me inundó como un torrente, y los nervios comenzaron a traicionarme. Miré a mi alrededor, buscando dónde esconder la mochila, pero mi mente estaba en blanco. La cama no era opción, el armario estaba lleno y el espacio debajo del escritorio parecía demasiado obvio. Era como si, en ese momento, cada rincón de mi habitación se hubiera encogido, haciéndome sentir atrapada.

—¡Úrsula! —volvió a llamar Mirella, esta vez con un tono más insistente.

Mi respiración se aceleró mientras intentaba controlar la ansiedad que me envolvía. Pensé en Klaus, en sus palabras, en la seguridad con la que me había dicho que podía hacerlo, que estaba lista para este paso. Pero ahora, frente a esta situación imprevista, me sentía vulnerable, como si un solo movimiento en falso pudiera arruinar todo lo que habíamos planeado.

Finalmente, sin más opciones, decidí cubrir la mochila con una chaqueta que estaba sobre mi cama, tratando de hacer que pareciera parte del desorden casual de mi habitación. Me acerqué a la puerta y la abrí apenas un poco, lo suficiente para ver el rostro inquisitivo de Mirella.

—¿Qué pasa? —logré preguntar, intentando mantener mi voz firme a pesar de los nervios que aún me atenazaban.

Mirella me observó con esos ojos afilados que siempre parecían detectar más de lo que mostraba. —Solo quería saber si estabas ocupada. Pareces… tensa, —dijo, su tono dulce, pero con esa nota de sospecha que nunca podía ignorar.

—No, —respondí rápidamente. —Solo estoy cansada. Fue un día largo. — me van a atrapar.

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