LA PRESA

*KLAUS*

CONTINUACIÓN DEL FLASHBACK

No pude darle a mi madre un entierro digno. Un vecino improvisó un cajón con reglas, y yo le ayudé a elaborarlo. Lloré amargamente mientras lo hacía, sin encontrar consuelo. Nos regalaron un pedacito de tierra en el cementerio público para poder enterrarla. Todos se fueron cuando ella fue sepultada, pero yo me quedé de pie sobre el bulto de tierra, llorando con rabia como nunca antes. Esa fue la última vez que lloré; mi corazón murió en ese instante, y desde entonces, no existen emociones en mí.

Tenía solo once años cuando esa desgracia me alcanzó. Trabajé de todo: lavando autos, botando basura, cortando sácate. A esa edad, mis manos ya estaban llenas de callos. En mi cabeza solo pensaba en vengarme del desgraciado de mi padre. Mi anhelo era encontrarlo y hacerle pagar por todo esto.

Un día, no tenía nada que comer. Me senté en la acera frente a un club VIP nocturno, esperando alguna oportunidad para ganar dinero, algún mandado, lo que fuera. Ya había cumplido doce años; mi madre llevaba un año muerta. Siempre cortaba flores silvestres y las ponía sobre el bulto de tierra en el cementerio. Ni siquiera una cruz pude comprarle, ya que había días en los que conseguía dinero para comer y otros en los que no conseguía ni para eso.

A mi alrededor, la vida parecía un espectáculo distante. Los autos lujosos se detenían frente al club, dejando salir a hombres y mujeres vestidos con trajes elegantes y joyas que brillaban bajo las luces de los faroles. Mi estómago rugía, y mi mente vagaba, imaginando lo que habría detrás de esas puertas exclusivas. Personas viviendo una vida que yo solo podía soñar, ajenos al hambre y a la miseria que me rodeaban.

Fue entonces cuando un rico aroma a fragancia cara me sacó de mis pensamientos. Miré a todos lados y vi a un hombre de aproximadamente cuarenta años caminando hacia el club con paso seguro. Su caro traje negro impecable y su lujoso bastón relucían bajo la tenue luz nocturna. Mientras avanzaba, algo cayó de su bolsillo sin que se diera cuenta.

Era una cadena de oro, gruesa y brillante, que reflejaba las luces del club como si fuera una estrella caída. La contemplé durante unos segundos, preguntándome si debía quedármela. Era más valiosa de lo que jamás había tenido en mis manos. Pero las palabras de mi madre resonaron en mi mente, recordándome la importancia de la honradez. Inspiré profundamente y, con el corazón latiendo rápido, me levanté y corrí hacia él.

—Señor, ¡disculpe! Se le cayó esta cadena.

El hombre se detuvo en seco, girando para mirarme con sorpresa. Sus ojos recorrieron mi figura desaliñada, y después se fijaron en la cadena que sostenía en mis manos.

—¿Qué has dicho, niño? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

—¿Esta cadena es suya? —le pregunté, extendiendo mis manos temblorosas hacia él.

Él tomó la cadena y la examinó detenidamente. Luego, con una leve sonrisa, me miró de nuevo.

—Es mía. ¿Cuál es tu nombre, jovencito?

—Klaus, señor, para servirle. —Esperaba alguna recompensa por mi honradez, aunque no dije nada más.

—¿Y tus padres, Klaus? —preguntó, con un tono que parecía mezclarse entre interés y tristeza.

—Ambos murieron, señor. Soy huérfano. —Era la verdad; mi padre también estaba muerto para mí.

El hombre se quedó en silencio por un momento, como evaluándome. Luego asintió lentamente, como si acabara de tomar una decisión.

—¿Te gustaría ganar mucho dinero? Me ha gustado tu honradez. Esta cadena vale mucho, más de lo que puedes imaginar. —Cuando aquel hombre dijo eso, mis ojos brillaron de emoción contenida. Sentí que algo en mi interior se encendía, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad. Pero juré no volver a llorar, así que no dejé que mis lágrimas cayeran.

*FIN DEL FLASHBACK*

El timbre del celular interrumpió mis sombrías reflexiones. Sonreí al ver que me contactaba. Ahora era un hombre respetado, que obtenía lo que quería a cualquier precio. Mi silenciosa y dorada pistola era mi fiel compañera.

—¿Qué haces, muchacho?

—Deja de llamarme así, ya no lo soy.

—Prefieres que te llamen Tiburón, pero para mí siempre serás un muchacho. A ver cuándo me dices, padre.

—No bromees, sabes que te quiero como si lo fueras, pero esa palabra no existe en mi vocabulario. 

— Me basta con que siquiera lo estés considerando, ya lo veo como un pequeño triunfo, un avance significativo en nuestros planes. La razón por la que te llamo, y espero que esto te emocione tanto como a mí, es que apareció, finalmente, el objetivo que necesitamos para que puedas entrar con pie firme en la sociedad que ambicionamos: una mujer, aparentemente, perfecta para nuestros propósitos.

—¡Pablo, me has alegrado el día por completo! —exclamé con entusiasmo a mi padre adoptivo, el hombre que me crio y moldeó, el hombre que me hizo ser la persona que soy hoy en día. La noticia era, sin duda, fantástica.

—Se trata de un hombre sumamente prestigioso, muy popular y respetado en la alta sociedad que tanto anhelamos alcanzar. Tiene una hija, algo despótica y consentida, una niña rica que, estoy seguro, podrás manejar fácilmente y manipular a tu antojo —añadió con una risita cómplice. Yo reí también, imaginando la situación.

—Así que, esencialmente, seré una especie de niñero, ¡qué fatal! Pero bueno, no representa un problema insuperable; al contrario, lo veo como una oportunidad.

—Pronto tendrás la oportunidad de reunirte con él y presentarte. Recuerda que tienes una sola oportunidad para ganarte su confianza y causarle una buena impresión, así que no la desperdicies bajo ninguna circunstancia. Es crucial que lo convengas de tu valía.

Mi padre adoptivo bien me conoce, es un hombre que me ha guiado siempre, eso lo agradezco, aunque mis sentimientos murieron el día que mi madre partió de este mundo. Sé que le debo respeto y agradecimiento por el hombre que me convertí.

—Ya sabes cómo soy. Donde pongo el ojo, pongo la bala. Ese tipo no se me escapa. 

—Si logras ganarle a ese hombre, podrás manipularlo a tu manera. Tienes que lograr que te entregue a su hija en un juego. Si te casas con ella, lograrás entrar al mundo de la alta sociedad, que es lo único que te falta. 

—Ella se ha convertido en mi objetivo. Gracias, Pablo; te compensaré, por el favor. 

—Sé que te diviertes, viéndome apostar por lo que quiero, especialmente cuando parece inalcanzable. Va a ser entretenido al ver cómo me arriesgo. 

—Prepara las palomitas porque esto se va a poner interesante. Envíame la información de ellos. 

—Ya te mandé todo al correo. Cuídate. 

—Como siempre.

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