SER MAS QUE AMIGOS

**KLAUS**

Mirella, por supuesto, no perdió la oportunidad de tomar el control de la situación. Al llegar cerca, noté el leve ascenso de una ceja en su rostro, el ligero esbozo de una sonrisa en sus labios, como reconociendo el atisbo del juego que estaba por comenzar.

No se trataba de un coqueteo cualquiera, sino de ese baile silencioso en el que las miradas dicen más que las palabras. Con cada paso, me aseguraba de proyectar una imagen relajada, pero intensa, como si la noche misma hubiese conspirado para reunirnos en ese preciso instante.

—Ahora sí, me invita a un trago, —dijo Mirella, levantándose de su asiento con una gracia estudiada. Sus amigas, que hasta entonces habían permanecido en segundo plano, sonrieron con picardía, como si fueran cómplices de algo que aún no se había revelado.

Sabía que, en ese ambiente cargado de impulsos y estrategias, cada gesto se interpretaría de múltiples maneras. Para mí, sin embargo, lo único que importaba era que, en ese preciso instante, el destino me había colocado ante Mirella y sus amigas, y que la chispa de interés en sus ojos solo confirmaba que mis cálculos estaban cayendo en el lugar correcto.

—Desde luego, —respondí, extendiendo mi brazo con una cortesía que no era más que parte del juego.

Le indiqué la mesa privada hacia la que me dirigía, un espacio apartado que ofrecía la privacidad necesaria para lo que estaba por venir. Mirella, sonriendo con una mezcla de satisfacción y curiosidad, tomó mi brazo con naturalidad, como si este gesto fuera el preludio de algo más. Nos dirigimos juntos hacia mi espacio, dejando atrás las miradas de sus amigas, que seguían observándonos con una mezcla de intriga y diversión.

Mientras caminábamos, sentí cómo Mirella ajustaba su postura, cómo su presencia se volvía más intensa, más calculada. Sabía que estaba jugando su carta, que estaba intentando descifrarme, pero también sabía que, en este juego, yo llevaba la ventaja. Cada paso que daba, cada palabra que decía, era parte de un plan más grande, uno que no podía permitirme perder.

Al llegar a la mesa, le ofrecí el asiento con una sonrisa ligera, mientras mi mente seguía trabajando en los próximos movimientos. Mirella, por supuesto, aceptó con esa elegancia que siempre parecía tener bajo control, pero sus ojos no se apartaron de los míos. La partida había comenzado, y ambos sabíamos que, en este juego, cada gesto, cada palabra, cada mirada, tenía un peso que no podía ignorarse.

Mientras nos acomodábamos en la intimidad de aquella mesa privada, supe que era el momento perfecto para aprovechar cada pausa, cada suspiro, y obtener toda la información que pudiera sobre el entorno y, sobre todo, sobre Úrsula. La penumbra del club, con sus luces intermitentes y el murmullo distante de la multitud, servía como el velo ideal para una conversación sin distracciones. Cogí mi trago y, dejando que el ambiente guiara la charla, me incliné un poco hacia Mirella.

—Mirella, sabes tan bien como ninguno los entresijos de lo que ocurre en casa —comencé, con voz suave pero cargada de intención—. Tú que siempre estás al tanto de cada detalle, ¿cómo describirías el estado actual de Úrsula? ¿Ha cambiado algo en ella últimamente?

Sus ojos se entrecerraron levemente, y en su mirada discerní la mezcla de picardía y calculada sinceridad que tanto la definía. Con una sonrisa medida, respondió:

—Úrsula se comporta de forma rebelde, Klaus. Se nota su inquietud, esa lucha interna por liberarse. Es como si, a cada día, el peso de las expectativas la agobiará más, pero al mismo tiempo, aparece esa chispa de rebeldía que te hace pensar que ya no es la niña dócil que creías conocer. Es una tonta, mi tío le da todo y, aun así, se queja.

Cada palabra de Mirella era una pieza más en el rompecabezas que estaba armando en mi mente. Sabía que su percepción, tan aguda y a veces tan irónica, me revelaba mucho más de lo que quería aparentar. La contención y, al mismo tiempo, la firmeza en su voz me decían que no se trataba simplemente de un comentario casual, sino de un análisis minucioso de la situación.

—¿Y has notado algo… en cuanto a influencias exteriores? —insistí, dejando entrever mi interés por entender las nuevas dinámicas en la vida de Úrsula—. Rumores dicen que ha mencionado la presencia de alguien especial, un amigo que parece comprenderla de una manera que nadie más lo hace. ¿Es eso así?

Mirella esbozó una sonrisa enigmática, inclinándose un poco más cerca como para asegurarse de que nadie más pudiera oír con claridad nuestras palabras.

—Exacto, Klaus. Ha hablado de un amigo, alguien que se destaca por su forma de entenderla y, según comenta, sabe tratarla diferente. Aunque, por supuesto, estos “amigos” suelen ser más que simples coincidencias en su camino. Digamos que… cada detalle cuenta en este intrincado tablero familiar. No eres el único.

Mientras procesaba esa información, mis sentidos se agudizaban. Cada matiz en su tono, cada leve pausa, me ayudaba a ajustar mis cálculos. No se trataba solo de un interés romántico; la conquista de Úrsula era una operación meticulosa, una partida de ajedrez en la que cada movimiento tenía su costo y, sobre todo, su recompensa. Mi meta era clara y ambiciosa: lograr que ella rompiera las cadenas que la atenazan para, eventualmente, unir nuestras vidas en un compromiso que trascendiera el mero romance y desafiara el control impuesto por su propio mundo.

Mirella, si supieras que tu información es más valiosa de lo que imaginas.  Cada detalle, cada suspiro de esa mujer que lucha por su libertad, me ayuda a entender cómo acercarme a ella. Mi objetivo no es solo ser su amigo. Quiero estar a su lado de manera definitiva, ayudarla a conquistar esa libertad que siempre ha buscado, hasta el punto de sellar nuestro destino en matrimonio. Esa unión no es solo una victoria personal, es la consolidación de un estatus y de una vida reconstruida lejos de las imposiciones familiares.

—¿Te gusta mi prima?

—¿Por qué no?

Sus ojos brillaron con una mezcla de asombro y astucia, como si mis palabras encendieran en ella una chispa que sabía manejar para sus propios fines. Mirella tomó un sorbo de su trago y, en voz baja, casi en un susurro cómplice, añadió:

—Entonces, ya lo tienes todo calculado, ¿no es así? Que cada paso, cada palabra, encaja en ese plan tuyo que aspira a algo mucho más grande de lo que este entorno permite. ¿Quieres entrar a la familia? 

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