**ÚRSULA**
El sonido del cristal rompiéndose resonó en la sala como un grito contenido. Allí estaba él, Klaus Weber, de pie entre los fragmentos de una copa caída, con esa mirada que combinaba arrogancia y misterio. Desde el momento en que nuestros ojos se cruzaron, supe que mi vida, tan ordenada y predecible, estaba a punto de incendiarse. Pero lo que no sabía era si él sería la chispa que me consumiría o el fuego que finalmente me liberaría.
Diego, mi padre, lanzó una mirada severa hacia Klaus, pero él no se inmutó. Parecía tan seguro de sí mismo, incluso mientras un camarero apresurado intentaba limpiar los cristales bajo sus pies. Mi padre siempre tenía una habilidad especial para juzgar a las personas, y con Klaus, su expresión era clara: desconfianza absoluta. Yo, sin embargo, no podía apartar la vista de él. Había algo en su manera de estar allí, como si no perteneciera, pero, al mismo tiempo, dominara por completo la sala.
—¿Estás bien? —pregunté impulsivamente, ignorando la mirada inquisitiva de mi padre.
Klaus giró su cabeza hacia mí con una sonrisa ladeada. Parecía una sonrisa de disculpa, pero también había algo peligroso en ella. Tal vez fue ese peligro lo que me hizo acercarme un paso más.
—Perfectamente, señorita Meyer, —respondió, su voz profunda y modulada, como si cada palabra estuviera calculada para dejar una impresión.
¿Cómo sabía mi apellido? En una reunión como esta, todos nos conocíamos de nombre, al menos, pero su respuesta parecía demasiado ensayada, como si ya estuviera esperando este momento. A pesar de ello, no pude evitar la curiosidad que me suscitaba. Durante años, había asistido a eventos como este, rodeada de hombres que parecían todos cortados del mismo molde: elegantes, educados y previsibles. Klaus no era nada de eso.
Tal vez por eso sentí un impulso casi infantil de desafiar a mi padre y a su escrutinio.
—Parece que has impresionado a todos —dije, señalando la atención que había atraído tras su torpe accidente.
—¿Y a ti? —preguntó con una inclinación de su cabeza.
Esa respuesta me tomó desprevenida, y en mi silencio, vi cómo él capturaba cada reacción, cada movimiento. Fue entonces cuando comprendí que Klaus Weber no era un accidente en mi vida. Había llegado como una tormenta, impredecible e inevitable.
El salón seguía lleno de murmullos. Todos los ojos estaban sobre nosotros, pero Klaus se comportaba como si nadie más existiera. Su mirada fija me inquietaba, pero en el fondo despertaba algo que no podía ignorar: una mezcla de curiosidad y desafío. Su presencia parecía absorber el aire del lugar.
—¿Y qué impresión te he causado? —preguntó nuevamente, con una voz que se deslizó como un susurro peligroso.
Sentí un escalofrío recorrerme. Mi padre, todavía al lado, aclaró la garganta como una advertencia, pero no me moví. No quise ceder. Sentí la necesidad de responder, de demostrar que no era la marioneta dócil que él esperaba.
—Eso depende de si la impresión que querías causar era accidental o deliberada —respondí, manteniéndole la mirada. Era un juego arriesgado; sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, algo en mi interior se rebelaba contra la rigidez de mi entorno.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Klaus, lenta y calculada, como si mi respuesta hubiera sido exactamente lo que esperaba. Me di cuenta de que yo también estaba jugando su juego, aunque no entendía aún las reglas.
—¿Qué tal si lo averiguamos? —contestó con un tono que dejó la pregunta flotando en el aire.
Mi padre no pudo contenerse más.
—Señor Weber, parece que disfruta de hacer espectáculos innecesarios. No todos estamos aquí para entretenernos —su voz cortante llenó el espacio entre nosotros.
Klaus no se inmutó. En cambio, giró hacia mi padre con una expresión tranquila, casi insolente, pero calculada. Su postura parecía un desafío silencioso, algo que ningún hombre había osado hacer frente a Diego Meyer.
Yo, en cambio, sentí que estaba al borde de una decisión que cambiaría mi vida. Y aunque la lógica me gritaba que debía alejarme, había algo en él, algo en la chispa que acababa de prender dentro de mí, que me impulsaba a quedarme.
Algo ardía en mi interior, algo que nunca había sentido con tanta intensidad. Era un calor que desbordaba mi pecho, una combinación de desafío y deseo, como si una parte de mí, escondida durante años, despertara de golpe. Observé a Klaus mientras enfrentaba la mirada severa de mi padre, y sentí algo que no podía explicar del todo: admiración por su audacia, pero también una atracción que rozaba lo peligroso.
Toda mi vida había estado contenida, medida. Mi padre había moldeado mi mundo con reglas y expectativas, siempre asegurándose de que nunca cometiera errores, nunca me desviara del camino que había trazado para mí. Pero ahora, mirando a Klaus, esa estructura que había sido mi refugio comenzó a parecerme una prisión. Y, aunque no entendía por qué, sentí que él tenía la llave para liberarme.
Mientras su conversación con mi padre se desarrollaba, mis pensamientos eran un torbellino. Mi respiración se hizo más rápida, aunque traté de controlarla. No podía permitir que mi padre viera cómo su presencia me afectaba. Pero, ¿cómo ocultar un incendio cuando apenas se es consciente de su magnitud?
Quizás era su indiferencia hacia los juicios de los demás lo que me fascinaba, o la forma en que desafiaba las normas sin miedo a las consecuencias. Tal vez era la forma en que me miraba, como si me viera realmente, no solo como la hija de Diego Meyer, no como la “perfecta Úrsula”. En su mirada había algo más, algo que reconocía en lo más profundo de mí: una chispa de rebeldía, de hambre, de vida.
Y fue en ese momento, mientras él sostenía su mirada contra la de mi padre, que lo decidí. No sabía si Klaus Weber sería mi salvación o mi ruina, pero estaba dispuesta a averiguarlo. Por primera vez en mi vida, no quería seguir las reglas de otros. Quería crear mis propias reglas. Y algo me decía que Klaus sería el catalizador de ese cambio.
En ese momento, mientras mi padre lanzaba sus palabras cortantes hacia Klaus, sentí cómo mi mente se llenaba de voces en conflicto. Una parte de mí, la que había sido moldeada por años de obediencia y expectativas, gritaba que me alejara. Me decía que Klaus Weber era una amenaza, un intruso que no encajaba en nuestro mundo y que probablemente estaba aquí con intenciones egoístas. Pero había otra parte, una que nunca había escuchado tan claramente antes, que clamaba por algo distinto. Por algo nuevo. Por algo mío.
Observé a mi padre, tan firme, tan autoritario, y me sentí atrapada. Siempre había sido su “pequeña Úrsula”, la hija perfecta que nunca cuestionaba ni desafiaba. Pero ahora, frente a Klaus, sentía que esa Úrsula comenzaba a desmoronarse, como un edificio viejo que finalmente sucumbe al peso del tiempo. Y lo más inquietante es que no me asustaba. Por primera vez en mi vida, ese derrumbe me parecía liberador.
La mirada de Klaus, fija y desafiante, seguía allí, como si supiera exactamente lo que estaba ocurriendo dentro de mí. Era como si me viera, realmente me viera, de una manera que nadie más lo había hecho. No era una mirada de juicio, ni de lástima, ni de admiración superficial. Era una mirada que parecía decir: “Sé quién eres, incluso si tú aún no lo sabes.”
El fuego dentro de mí creció. Era un fuego que quemaba mis dudas, que iluminaba las partes de mí que había enterrado bajo años de obediencia. Pero también era un fuego peligroso, un fuego que podía consumir todo lo que había conocido. Y en ese momento, me di cuenta de que tenía una elección: podía seguir siendo la hija perfecta de Diego Meyer, segura y controlada, o podía abrazar esa chispa de incertidumbre que Klaus había despertado en mí.
Mi corazón latía con fuerza, cada latido acompañando una pregunta que me taladraba: ¿y si me equivocaba? ¿Y si Klaus era un error? ¿Y si todo este impulso, esta emoción desbordada, no era más que un capricho pasajero? Pero también estaba la otra pregunta, la que realmente me aterrorizaba: ¿y si no me equivocaba? ¿Y si Klaus era mi única oportunidad de descubrir quién era realmente?
Mi padre seguía hablando, su voz llenando el espacio con autoridad, pero yo ya no escuchaba. Todo mi mundo se había reducido a Klaus Weber y la elección que él representaba. Y mientras observaba cómo respondía con calma y firmeza a las acusaciones de mi padre, supe que mi vida nunca volvería a ser igual.
*KLAUS*En el mundo de los juegos me conocen como El Tiburón del Póker, un título ganado a pulso. Invencible y despiadado con los tramposos, mi éxito me ha otorgado riqueza y poder. Poseo una gran mansión, autos lujosos y una vida de excesos. Sin embargo, la felicidad me elude. El pasado me atormenta y, copa en mano frente al ventanal de mi mansión, el peso de mis decisiones me abruma.FLASHBACKEl recuerdo de aquel día permanece indeleble en mi mente, como si estuviera grabado a fuego. Fue un día que lo cambió todo, marcando un antes y un después en mi vida. Papá, sin previo aviso, sin darnos tiempo a reaccionar, tomó una decisión que alteraría el rumbo de nuestras vidas: eligió un camino diferente al nuestro. Y aunque la noticia me golpeó con la fuerza de un huracán, dejándome un profundo dolor en el alma, con el tiempo, llegué a comprender, al menos en parte, que la vida a menudo nos reserva sorpresas inesperadas, giros bruscos que no podemos prever ni controlar.Jamás imaginé, ni
*KLAUS*CONTINUACIÓN DEL FLASHBACKNo pude darle a mi madre un entierro digno. Un vecino improvisó un cajón con reglas, y yo le ayudé a elaborarlo. Lloré amargamente mientras lo hacía, sin encontrar consuelo. Nos regalaron un pedacito de tierra en el cementerio público para poder enterrarla. Todos se fueron cuando ella fue sepultada, pero yo me quedé de pie sobre el bulto de tierra, llorando con rabia como nunca antes. Esa fue la última vez que lloré; mi corazón murió en ese instante, y desde entonces, no existen emociones en mí.Tenía solo once años cuando esa desgracia me alcanzó. Trabajé de todo: lavando autos, botando basura, cortando sácate. A esa edad, mis manos ya estaban llenas de callos. En mi cabeza solo pensaba en vengarme del desgraciado de mi padre. Mi anhelo era encontrarlo y hacerle pagar por todo esto.Un día, no tenía nada que comer. Me senté en la acera frente a un club VIP nocturno, esperando alguna oportunidad para ganar dinero, algún mandado, lo que fuera. Ya habí
*KLAUS*Sabía todo sobre Úrsula Meyer antes de que nuestras miradas se cruzaran por primera vez. Sus gustos, sus rutinas, sus debilidades. Había dedicado semanas a estudiar cada detalle de su vida. Leía cada artículo sobre sus apariciones públicas, analizaba las fotos que publicaban los medios, e incluso aprendí cuáles eran sus flores favoritas: las orquídeas blancas, símbolo de pureza. ¡Qué ironía!Úrsula no era el tipo de mujer que me atraía. Rica, protegida por un padre omnipresente, viviendo en una burbuja de privilegios. No soportaba a las personas que creían que el mundo giraba a su alrededor, las que nunca habían tenido que pelear para tener algo. Pero no estaba allí para dejarme llevar por mis preferencias. Tenía un objetivo, y ella era el camino para conseguirlo.Cuando la vi por primera vez en ese evento de caridad, rodeada de lujos y aduladores, fue como presenciar a un pájaro dorado en su jaula. Se movía con gracia, pero había algo en sus ojos que contradecía su apariencia
*KLAUS*(Suspirando y apartando la mirada por un momento) —Quiero creer que no todo es falso. Aunque, para ser honesta, a veces es difícil saber qué es real. Crecí viendo cómo mi padre ponía el mundo a sus pies, pero me preguntó si alguna vez se detuvo a escuchar lo que realmente pensaban las personas. Es complicado… vivir en medio de tanto ruido y, aun así, sentir silencio.(Observándola con más interés) —Es curioso que lo digas. Desde afuera, tu vida parece perfecta, como la imagen que todos quieren alcanzar. Pero si me permites decirlo, creo que ese silencio del que hablas también puede ser una oportunidad. Para encontrar lo que realmente importa.—¿Y tú? ¿Has encontrado lo que realmente importa? ¿O eres igual que ellos, buscando solo lo que te conviene? —Digamos que tengo claro lo que necesito. Y no me detendré hasta conseguirlo. Pero eso no significa que no pueda escuchar, o entender. Tal vez tú tampoco deberías subestimarme tan rápido.(Me observa detenidamente, sintiendo una m
*ÚRSULA*El aire se sentía pesado, como si cada palabra de mi padre hubiera llenado la habitación con una opresión invisible. Su voz seguía resonando en mi cabeza, cada reproche, cada orden, cada intento de control. Me sentía atrapada, como si estuviera en una jaula que él había construido cuidadosamente a lo largo de los años. Mi postura rígida, con los brazos cruzados, era lo único que me quedaba para mostrarle que no estaba completamente derrotada. Pero por dentro, la furia crecía como un incendio que amenazaba con consumirlo todo.Cuando finalmente se fue, dejando tras de sí un silencio incómodo, me quedé inmóvil. Mi corazón latía con fuerza, y mis pensamientos eran un torbellino de frustración y cansancio. ¿Cuánto más podría soportar esto? ¿Cuánto tiempo más podría seguir siendo la hija perfecta, la que nunca cuestiona, la que siempre obedece? Estaba cansándome, agotándome de ser tan sumisa, de vivir bajo su sombra, de ser moldeada por sus expectativas.Respiré profundamente, int
*ÚRSULA*Klaus me observó con esa mirada suya que parecía atravesar las fachadas, y por un instante me pregunté si había logrado engañarlo. Si podía ver más allá de mi máscara, no lo demostró. Su sonrisa era un poco más sutil de lo habitual, y aunque quería leer algo en mí, me di cuenta de que él también jugaba su propio juego.—Nada mal. —expreso.Mientras intentaba calmar las emociones que luchaban por controlarme, sentí un leve orgullo por haber logrado mantener la compostura. No había retrocedido. No había dejado que él se diera cuenta de que había sido mi primer beso. Pero también me sentí extrañamente expuesta, como si algo en mí hubiera cambiado con ese gesto inesperado.En el fondo, sabía que Klaus era un experto en juegos, y este beso no había sido un accidente. Pero aunque una parte de mí quería analizar sus intenciones, otra, más pequeña, pero más audaz, quería simplemente disfrutar ese momento. No obstante, por primera vez en mucho tiempo, me sentía viva.El sonido de los
*KLAUS*Ahí estaba ella, Úrsula Meyer, siendo arrastrada por su padre como si fuera una niña incapaz de tomar decisiones. Su postura rígida, los brazos cruzados y la mirada que lanzaba al vacío me decían todo lo que necesitaba saber: estaba furiosa. Y esa furia, esa chispa de rebeldía que brillaba en sus ojos, era exactamente lo que yo había estado esperando.Me quedé de pie, con la copa en mi mano, observando cómo subía al coche. No aparté la mirada ni un segundo, deleitándome con la escena. Había algo fascinante en verla luchar contra las cadenas que la ataban, en saber que yo era parte de esa lucha. Había plantado la semilla, y ahora solo quedaba esperar a que germinara. Porque sabía que lo haría. Úrsula no era como las demás. Había algo en ella, algo que la hacía diferente, y yo estaba decidido a descubrirlo… y a usarlo a mi favor.Una sonrisa se dibujó en mis labios, lenta y calculada. No era una sonrisa de triunfo, no todavía. Era una sonrisa de intriga, de anticipación. Porque
*KLAUS*Me permití una sonrisa más amplia esta vez, disfrutando de su desconcierto. —Digamos que el chofer está lidiando con una pequeña contingencia técnica. —no era necesario que supiera que yo mismo había provocado aquella “contingencia”, cortando dos de las llantas del coche mientras ella estaba distraída dentro del café. Un movimiento sencillo, discreto, pero efectivo. Ahora, tendría tiempo suficiente para hablar con ella sin interrupciones.Úrsula me miró con cierta incredulidad, pero también había algo de admiración en sus ojos, aunque intentara esconderlo. Sabía que estaba comenzando a intrigarla, a desafiar la imagen que su padre probablemente quería que tuviera de mí. No era un hombre cualquiera, y ella empezaba a darse cuenta.—Entonces, ¿qué dices? ¿Te quedas un poco más? —pregunté, mi tono cuidadosamente neutral, pero con la intención justa para hacerle saber que no iba a insistir si decidía irse.Ella dudó por un momento, mordiendo ligeramente su labio inferior, como si