SINTENER PAZ

*ÚRSULA*

Klaus sonrió ligeramente, como si hubiera esperado esa pregunta. —Úrsula tiene una forma de ver el mundo que la diferencia de todos los que la rodean, —respondió, su tono relajado pero calculado. —Es alguien que busca algo más, que no se conforma con lo que le han impuesto. Y eso, Mirella, es lo que la hace única.

Sentí un escalofrío al escucharlo decir esas palabras. Porque sabía que tenía razón. Pero lo más inquietante de todo era cómo las decía, como si estuviera protegiéndome, como si estuviera marcando una diferencia entre quienes querían mantenerme atrapada y quienes entendían mi deseo de libertad.

Mirella soltó una leve risa, inclinando la cabeza como si estuviera considerando sus palabras. —Interesante, —dijo finalmente. —Y dime, Klaus, ¿tú también eres alguien que busca algo más? Aunque no sé qué dirá mi tío de que mi prima se vea a solas con un hombre. 

Klaus la miró, su expresión inmutable, pero con ese brillo misterioso en los ojos que siempre parecía guardar respuestas que nadie más tenía. —Yo sé que tú no eres ninguna chismosa. —respondió simplemente.

El juego entre ellos estaba claro. Y aunque yo estaba allí, en medio de todo, no podía evitar sentir que, de alguna manera, Klaus estaba tomando el control de la conversación. Mirella lo veía como una nueva pieza en su tablero, pero algo me decía que Klaus no era alguien fácil de manipular.

Y eso, quizás, era lo que más me intrigaba de todo. Klaus tenía una forma de moverse, de hablar, de ocupar el espacio como si todo estuviera bajo su control. No era alguien que simplemente encajaba en la multitud, sino alguien que la alteraba a su favor. Y Mirella lo había notado. Demasiado.

Decidí que era momento de irme antes de que este juego se extendiera más de lo necesario. Me ajusté la mochila al hombro y miré a Klaus con una leve sonrisa. —Nos vemos en otra ocasión, tengo clases, —dije, mi voz serena, pero cargada con el subtexto de que esto había sido suficiente.

Klaus no se mostró sorprendido. Solo asintió, su sonrisa apenas perceptible. —¡Lo siento! No medí el tiempo, —respondió con esa calma que siempre lo acompañaba.

Pero antes de que pudiera dar un paso hacia la salida, Mirella, con su instinto afilado para detectar oportunidades, intervino con una propuesta que me hizo fruncir el ceño de inmediato. —Espera. Yo tengo vacante, ¿por qué no me invitas a un café? Así conozco mejor al amigo de mi prima.

La forma en que lo dijo no era inocente. La manera en que sus ojos se posaban sobre Klaus, con curiosidad y un aire de interés calculado, me dio la certeza de que esto no era casualidad. No podía evitarlo, la irritación se instaló en mi pecho. Porque conocía a Mirella. Sabía cómo operaba. Y ahora, había decidido que Klaus era alguien digno de su atención.

Klaus mantuvo su postura relajada, pero su respuesta fue inmediata. —Será en otra ocasión, tengo asuntos que atender.

Sin más explicaciones, sin disculpas innecesarias, simplemente se giró y se fue. Dejándonos ahí, a mí con el alivio de que no había cedido, y a Mirella con la clara sensación de que había sido rechazada sin siquiera haber tenido la oportunidad de jugar su carta.

Yo también estaba por irme cuando sentí su mano sujetar mi brazo con fuerza. Me detuve, mi cuerpo tensándose al instante. Sabía lo que venía.

—¿Qué demonios haces mirándote con un hombre como ese? —soltó, su tono bajo pero cargado de juicio.

Me giré despacio, mis ojos encontrándose con los suyos, reflejando el mismo desafío que ella me estaba lanzando. —¿A qué te refieres con “un hombre como ese”? —pregunté, mi voz firme, pero sin elevarse.

Mirella entornó los ojos, soltando mi brazo pero sin apartarse. —No es alguien de nuestra clase. No pertenece a nuestro mundo. Y, sin embargo, parece que te tiene bastante interesada.

La manera en que lo dijo, como si estuviera revelando una verdad incómoda, hizo que una punzada de enojo recorriera mi pecho. Pero no podía mostrarle que me afectaba. No podía darle esa satisfacción.

—No tienes idea de quién es Klaus, —dije, finalmente, con una leve sonrisa que no reflejaba diversión, sino desafío. —Así que no pierdas tu tiempo tratando de entenderlo.

Sin esperar su respuesta, di media vuelta y salí del aula, sintiendo el peso de su mirada todavía sobre mí. Pero por primera vez en mucho tiempo, no me sentí atrapada por ello.

El viaje de regreso a casa se sintió más pesado de lo habitual. Sabía lo que me esperaba al cruzar la puerta, lo sentía en cada fibra de mi cuerpo. Mirella no había perdido el tiempo, había hecho exactamente lo que esperaba de ella: adelantarse, contarle a mi padre lo que había visto, asegurarse de que su visión de los hechos quedara clara antes de que yo tuviera siquiera oportunidad de explicarme.

Respiré hondo antes de entrar. No iba a ceder. No iba a justificarme. De ningún modo iba a intentar convencerlo de nada. Ya no.

Apenas crucé el umbral, lo vi ahí, de pie en el centro de la sala, sus manos crispadas en los costados, su rostro endurecido por la furia contenida. Su mirada se encontró con la mía, y en ella estaba todo el juicio, toda la decepción, toda la indignación que había aprendido a soportar desde que era niña.

—¿Qué crees que estás haciendo, Úrsula? —escupió, su voz grave y cortante, atravesando el aire como una sentencia—. Te prohibí verte con ese hombre y sigues llevándome la contraria. 

No respondí de inmediato. Lo observé en silencio, dejando que sus palabras flotaran entre nosotros. Podía sentir el peso de su control, la necesidad de imponerse, de reafirmar que, por mucho que lo intentara, nunca escaparía de sus reglas.

Sonreí. Lenta y desafiante. No de felicidad, no de burla, sino de certeza. Pero sabía que esto nunca cambiaría. Ya no tenía energía para discutir, para intentar demostrarle que mi vida no debía estar en sus manos. Mi sonrisa fue mi respuesta. Mi manera de decirle que no importaba lo que hiciera, yo seguiría siendo quien era.

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