La Prueba de la Diosa 33

La luz azul la envolvió por completo.

Emma sintió que su cuerpo flotaba en un espacio sin tiempo, sin forma, sin sonido. Todo a su alrededor era un torbellino de energía pura, cálida y poderosa.

Por un instante, temió estar atrapada en otra visión.

Pero entonces, sus pies tocaron el suelo.

Abrió los ojos y se encontró en el interior de una enorme sala de piedra. El techo era una bóveda infinita iluminada por una luna gigantesca. A su alrededor, las paredes estaban cubiertas de inscripciones antiguas que pulsaban con una energía desconocida.

Emma tragó saliva.

No estaba sola.

Frente a ella, en el centro de la sala, había una silueta. Una mujer de túnica plateada, con el cabello flotando como una cascada de luz.

Era la Diosa Luna.

Emma sintió un nudo en la garganta y se arrodilló instintivamente.

—Te has atrevido a cruzar el umbral, hija de mi sangre —dijo la Diosa con una voz profunda y etérea—. Pero aún no eres digna de portar el poder que te pertenece.

Emma levan
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