El aullido de Emma se extendió por el bosque como un eco vibrante, recorriendo la tierra y el cielo. Era un llamado ancestral, uno que solo los lobos con la bendición de la Luna podían emitir.
El silencio cayó sobre la manada. Incluso el viento pareció contener la respiración.
Diego se acercó a ella, su mirada llena de intensidad.
—¿Estás segura de lo que hiciste?
Emma asintió.
—La Luna nos guiará. No podemos enfrentar esto solos.
Jack se giró hacia el bosque, su cuerpo tenso.
—Si hay alguien que pueda escuchar… vendrán.
Madelin, que había estado atendiendo a los heridos, se acercó con el rostro endurecido.
—Emma, si esto no funciona, estaremos completamente solos.
Emma apretó los puños.
—Confío en que no lo estamos.
El sonido de hojas crujiendo llamó su atención. Todos giraron sus cabezas al mismo tiempo.
Y entonces, de entre la espesura, emergieron sombras.
Aliados inesperados
Primero, fueron unos pocos. Luego, docenas. Lobos de distintas manadas comenzaron a salir de entre los árboles, sus ojos brillando con una mezcla de incertidumbre y determinación.
Emma sintió un escalofrío recorrer su piel. Habían escuchado su llamado.
Uno de los lobos avanzó. Alto, de pelaje gris oscuro y cicatrices marcando su rostro.
—Soy Lucian, líder de la Manada del Norte —anunció, con una voz grave—. Recibimos tu llamado, pero queremos saber… ¿por qué deberíamos luchar a tu lado?
Emma dio un paso al frente, sintiendo el peso de todas las miradas sobre ella.
—Porque Marcus no solo busca acabar con mi manada. Quiere el control total. Si no nos unimos, uno a uno iremos cayendo.
Lucian entrecerró los ojos.
—¿Y qué nos garantiza que no nos estás usando para tu propia guerra?
Emma respiró hondo.
—Nada. Solo puedo prometerles que pelearé con ustedes hasta el final. Y que si Marcus gana… todos estaremos condenados.
Un murmullo recorrió la multitud.
Diego se acercó a Emma y la tomó de la mano.
—Si peleamos juntos, tenemos una oportunidad. De lo contrario… perderemos todo lo que somos.
Lucian la observó por un momento. Luego, lentamente, inclinó la cabeza.
—Pelearemos contigo.
Un rugido de aprobación se elevó en el aire.
Emma sintió un alivio momentáneo… pero sabía que lo peor aún estaba por venir.
El peso del liderazgo
A medida que los lobos de las diferentes manadas se mezclaban con los suyos, Emma notó la mezcla de emociones en sus rostros. Algunos estaban decididos, otros aún parecían dudar.
Se giró hacia Diego.
—Necesitamos asegurarnos de que estén listos.
—Lo estarán —respondió él con seguridad—. Pero debemos ser rápidos. No sabemos cuánto tiempo tenemos antes de que Marcus ataque.
Emma asintió y comenzó a caminar entre los recién llegados, observándolos. Hombres y mujeres con cicatrices de viejas batallas, con miradas que hablaban de pérdidas y resistencia.
Una joven lobo de ojos ámbar se acercó.
—Mi nombre es Naira. Mi manada fue destruida por Marcus hace meses… Perdí a mi hermano. Estoy aquí para vengarlo.
Emma sintió un nudo en la garganta, pero mantuvo su postura firme.
—No solo peleamos por venganza, Naira. Peleamos por el futuro.
Naira inclinó la cabeza y se alejó, pero Emma supo que sus palabras habían dejado huella.
Un fuerte estruendo resonó en la distancia. Un sonido lejano, pero inconfundible.
Marcus se acercaba.
Emma levantó la mirada hacia la Luna, que comenzaba a asomar en el cielo oscuro.
—Espero que estés con nosotros —murmuró.
Y en su interior, sintió una leve brisa cálida, como si la Diosa Luna le respondiera con una silenciosa promesa.
El aire se volvió denso con la presencia de tantos lobos reunidos en un solo lugar. Emma podía sentir la energía en el ambiente, la mezcla de miedo, ira y determinación que flotaba entre ellos. La luna aún no estaba en su punto más alto, pero ya brillaba con una intensidad inquietante.Diego se mantenía a su lado, su postura firme, pero su mandíbula apretada revelaba la preocupación que intentaba ocultar.—No hay tiempo que perder —dijo en voz baja—. Si Marcus viene con todo su ejército, debemos estar preparados.Emma asintió y dio un paso al frente, elevando la voz para que todos la escucharan.—Esta batalla no es solo por mí o por mi manada. Es por todos nosotros. Marcus ha intentado destruir lo que somos, ha arrasado con nuestros hogares y ha matado a los nuestros sin piedad. Pero aquí estamos, de pie, listos para luchar. No peleamos por venganza. Peleamos por la libertad.Los murmullos cesaron. Un silencio pesado cayó sobre los presentes. Y entonces, un lobo rugió en aprobación. Ot
El aire se volvió irrespirable. Los lobos de Marcus avanzaban con movimientos coordinados, sus ojos brillando como brasas en la oscuridad. Emma sintió la energía de la luna recorrer su cuerpo, llenándola de una fuerza que nunca antes había experimentado. A su lado, Diego dejó escapar un gruñido bajo, su transformación a medio camino. Sus músculos se tensaban, listos para atacar en cualquier momento. —Recuerden el plan —dijo Jack en voz baja—. No se dejen llevar por la furia. Emma asintió. Sabían que si caían en la trampa de Marcus y se lanzaban sin estrategia, estarían perdidos. Marcus dio un paso al frente, con una sonrisa arrogante. —¿De verdad creen que pueden ganar esta guerra? —dijo con burla—. Han cometido el peor error al desafiarme. Emma sintió el odio hervir en su interior, pero lo mantuvo bajo control. —No es un desafío —respondió—. Es el fin de tu reinado. Marcus rió, pero sus ojos brillaban con un destello de furia. —Veamos si puedes cumplir tus palabras.
El choque fue brutal. Emma y Diego se lanzaron contra Marcus con una velocidad que desafiaba toda lógica. La energía de la Diosa Luna ardía en el cuerpo de Emma, impulsándola más allá de cualquier límite que jamás había conocido.Marcus rugió al verlos acercarse, su cuerpo transformándose completamente en un lobo colosal, de pelaje negro como la noche y ojos inyectados en sangre.Pero Emma no tenía miedo.Diego fue el primero en atacar. Sus garras rasgaron el aire, buscando el cuello de Marcus, pero el alfa enemigo reaccionó con rapidez y bloqueó el golpe con una fuerza aterradora. La onda del impacto hizo temblar el suelo y varios árboles se sacudieron violentamente.Emma aprovechó la distracción.Invocando la luz azul que ardía en su interior, canalizó toda su energía en un solo movimiento y golpeó a Marcus en el costado con una ráfaga de poder.El lobo negro fue lanzado a varios metros de distancia, cayendo pesadamente contra un árbol.Por un segundo, el silencio reinó en el campo
El aire estaba impregnado con el olor metálico de la sangre. Emma sintió su corazón latir con furia mientras observaba a Caleb en el suelo, su pecho subiendo y bajando con dificultad. Diego se arrodilló a su lado, presionando la herida con desesperación. —¡Aguanta! —le ordenó con voz tensa. Pero Emma no podía moverse. Sus ojos estaban fijos en la nueva presencia que había emergido entre la bruma. El lobo gris oscuro con cicatrices en el rostro los observaba con una frialdad aterradora. Su mera presencia hacía que el aire se sintiera más pesado, como si la oscuridad lo envolviera todo. —No puede ser… —susurró Diego, poniéndose de pie. Emma miró a su compañero, notando la tensión en su mandíbula. —¿Lo conoces? El lobo gris cambió de forma. Su cuerpo se contrajo y estiró hasta que, en cuestión de segundos, un hombre alto y de apariencia imponente quedó de pie ante ellos. Su piel era pálida, sus ojos oscuros como la noche y sus cicatrices lo hacían parecer aún más letal. —P
Sebastián observaba con furia mientras Emma se elevaba por encima del suelo, envuelta en una luz azul incandescente. La presión en el aire se volvió insoportable. Su magia, la misma que había destruido reinos y masacrado manadas enteras, se disipaba como si nunca hubiera existido. —¡No puede ser posible! —gruñó, intentando canalizar su poder de las sombras, pero su energía era absorbida por la presencia de Emma. La tierra tembló. Un rugido resonó en el aire cuando un inmenso lobo plateado emergió de la luz detrás de Emma, con ojos brillantes como dos lunas. La Diosa Luna misma había descendido. —Sebastián —su voz sonó en todas partes, reverberando en cada rincón del campo de batalla—. Tú has profanado mi legado. Has destruido vidas inocentes por tu ambición. Sebastián sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que no había escapatoria. Emma descendió lentamente, posando los pies sobre la tierra con una gracia sobrehumana. Su mirada, ahora completamente blanca, reflejaba
Sebastián nació en la Manada de los Umbríos , un clan que se ocultaba en las montañas del norte, alejados de las grandes alianzas de los hombres lobo. Su manada era conocida por su ferocidad en la batalla y su poder ancestral ligado a la noche, pero también por su estricta jerarquía. Solo los fuertes sobrevivían, y los débiles eran sacrificados en rituales oscuros para fortalecer a los líderes. Su madre, Liria, era una guerrera valiente, pero su amor prohibido con un lobo de otra manada la condenó. Sebastián fue testigo de su sufrimiento cuando su propio alfa la dejó morir en el frío, alegando que su amor la había debilitado. Desde entonces, el odio creció en él como un veneno, jurando que nunca sería débil como su madre ni permitiría que otro alfa lo dominara. Cuando cumplió diecisiete años, desafió al alfa de los Umbríos y lo derrotó en un combate sangriento, proclamándose líder. Sin embargo, su manada, en lugar de aclamarlo, lo repudió, pues sus métodos eran demasiado crueles in
Emma sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo. Su poder había despertado por completo. Sebastián seguía inmóvil, observándola con el ceño fruncido, tratando de comprender cómo era posible que la energía más antigua y pura estuviera fluyendo a través de ella. —Esto no puede ser… —susurró él con incredulidad—. Esta magia pertenece a los Quileute… ¡Pero los erradiqué! Emma esbozó una sonrisa feroz. —No, Sebastián. No erradicaste nada. Solo sembraste la semilla de tu propia destrucción. El aire alrededor de Emma comenzó a vibrar con una intensidad inhumana. Su cabello flotaba, sus pupilas se tornaron completamente doradas y la marca de la Diosa Luna brilló en su piel. Sus manos destellaban con un fulgor azul, la esencia misma de su linaje ancestral. Había recuperado el poder que por derecho le pertenecía. Sebastián gruñó con furia, lanzándose hacia ella con toda su velocidad, pero Emma no se movió. Cuando él intentó tocarla, su mano se desintegró en cuanto chocó con s
El mundo de Emma parecía girar en cámara lenta. Su madre. Su hermano. Vivos. El peso de aquella revelación le presionaba el pecho como si su corazón estuviera atrapado entre el pasado y el presente. Había crecido creyendo que su familia había sido masacrada por Sebastián, que su linaje había sido arrancado de raíz aquella fatídica noche en la que su mundo se había oscurecido para siempre. Pero ahora, frente a ella, estaban dos fragmentos de su historia que había dado por perdidos.—¿Cómo es posible? —su voz apenas era un susurro ahogado.Sus piernas flaquearon y Diego la sostuvo de inmediato, su toque cálido y protector la ancló a la realidad. Liana, su madre, dio un paso al frente con los ojos inundados de lágrimas. Tenía la misma mirada intensa que Emma recordaba en destellos borrosos de su infancia, la misma calidez en su esencia. Sus brazos temblaban cuando finalmente la envolvió en un abrazo largo, desesperado, un abrazo de madre que nunca debió haberse roto.—Mi niña... —susurr