IV Pillada como rata

Úrsula, bajo la identidad ficticia de Daniela Márquez, se sentó en su recién estrenado escritorio y exhaló pesadamente. Las piernas le temblaban, las manos le sudaban, pero estaba confiada en que el primer encuentro con su jefe había ido muy bien.

Humildemente, él y su socio se la habían comido con los ojos, esperaba que no fuera porque la encontraran fuera de lugar. Tres días se había estado preparando, informándose sobre los últimos avances en ciencia y tecnología. Podía recitar de memoria todos los logros de la empresa Deluxe durante los últimos cinco años y hacer gala de su manejo de Office.

Estaba preparada como nunca antes para desempeñar un papel, pero también sabía el oscuro propósito de todo y, si bien tenía poderosas razones para seguir adelante, el miedo a que los nervios la traicionaran no la abandonaba.

—Mente fría, mente fría. Piensa en helado —repitió para sí.

Se sobresaltó al recibir un mensaje.

"Ven a la oficina".

Añadió el número de su jefe a sus contactos y se puso en marcha. En cuanto se ubicó entre los hombres se sintió como si estuviera nuevamente en la entrevista con los reclutadores. A su lado, el sonriente Bill había sido reemplazado por Martín Hesher, que por más que lo intentaba, no lograba evitar que sus ojos se le fueran al escote. Y el formal John era ahora su jefe, el genio engreído que miraba a todos por sobre su hombro, que no saludaba a la amable recepcionista, despedía a medio mundo femenino y que ahora no dejaba de hacer contacto visual con ella.

Le ponía los pelos de punta.

—Tenemos algunas preguntas para ti —empezó diciendo Martín.

Esta sería la prueba definitiva. La entrevista de reclutamiento había sido un mero juego, lo de ahora sería real, como las prácticas militares versus ir a la guerra o montar en carrusel versus en un caballo de verdad. Y sin montura.

—Adelante, señor Hesher. Espero responder adecuadamente y serle de ayuda.

—Muy bien. Empecemos. ¿Prefieres el color rosa o el azul?

La simpleza de la pregunta la descolocó y sospechó de una trampa. Eran genios después de todo, podía intuir una doble intención en su actuar.

—Supongo que depende del contexto. Por ejemplo, el rosa luce perfecto durante el día, pero de noche, con luces artificiales en un salón, no se diferencia mucho del beige, el amarillo o el camel.

Alfonso se inclinó en su silla y la contempló como quien contempla una preciosa composición en un museo, que abre las puertas de su mente y su alma. No era la evidente belleza de su nueva asistente lo que lo cautivaba, él no era tan simple. Su cabeza estaba llena de números, códigos de programación, fórmulas y circuitos, pero carecía por completo de sentido estético, cosa que al parecer a ella se le daba muy bien.

Camel. Ni siquiera sabía que ese color existía.

—La luz es importante, tomaremos nota de eso —dijo Martín—. Una cosa más, ¿prefieres la banana con crema o chocolate?

—¿Qué más tengo agendado para la tarde? —interrumpió Alfonso.

—Reunión con la junta directiva a las diez y con el departamento de desarrollo a las dos.

—Gracias, puedes retirarte.

Ella salió y Martín se quedó con la duda respecto a sus gustos culinarios, pero no sería por mucho tiempo.

—¿Podemos tratar los asuntos que nos trajeron aquí o seguirás fantaseando todo el día con mi asistente? —Alfonso recalcó la palabra "mi".

—La echaste justo cuando íbamos a hablar de bananas, qué aburrido eres.

—Vinimos a trabajar, no a entretenernos.

—¡El trabajo también puede ser divertido! Esa es mi filosofía, pero tú te empeñas en despedir toda la diversión. Envejecerás prematuramente, hombre. El placer rejuvenece y yo quiero tener vida eterna.

A Alfonso no le hacían ni pizca de gracia sus comentarios.

—¿Sabes qué, Martín? Tienes razón, ve y fóllate a mi asistente, eso es lo que quieres. No tendré luces de tu cerebro hasta que lo hagas. Fóllatela de una vez y hazlo antes de que me encariñe con ella.

Martín se carcajeó de buena gana, hasta unas lágrimas se le salieron. Luego se olvidó de la asistente y concentró todas sus energías en el trabajo. No por nada él y Alfonso habían construido un imperio. No se ganaba dinero pensando en mujeres.

                                      〜✿〜

Reunión con el departamento de desarrollo y ella, la asistente del jefe supremo, no estaba incluida en el selecto grupo que participaba. Ahí, en las oficinas del piso menos dos, debía ser donde se gestaban los secretos. Ni siquiera podía ir a fisgonear porque el ascensor necesitaba una clave para llegar hasta allí. Se sintió como una ladrona incapaz de acceder a la bóveda del banco teniéndola en las narices.

Esperó en su escritorio, revisando documentos, preparando resúmenes, leyendo gráficos. No entendía cómo había gente que podía pasarse toda su vida laboral haciendo eso sin morir en el intento. Ni sentada podía estar más de media hora. Se levantaba para tomar agua, para ir al baño, para mirar por los enormes ventanales, cualquier cosa que le permitiera mover las piernas.

—¿Qué haces? —le preguntó su jefe cuando regresó de su reunión.

Traía una carpeta que antes no llevaba, amarilla con el logo de la empresa.

—Limpio. Ya hice lo que debía y quería ayudar en algo más —le había sacado un paño a los de la limpieza y lo pasaba en el cristal de una ventana.

—Hay personal para eso.

Proactiva y nada perezosa, notó él. Más puntos a favor.

Úrsula lo siguió hasta la oficina.

—Lleva esto al cuarto piso, entrégaselo a la secretaria y espera por un documento que te entregará para mí.

—Sí, señor —recibió una carpeta azul y salió.

¿Qué tan probable era que allí hubiera secretos? Dudaba que se los entregaran tan fácilmente, pero ¿qué mejor escondite que a simple vista? El ladrón solía enfocarse en la bóveda y no revisaba en las cajas.

No usó el ascensor y fue por las escaleras. Allí no había cámaras y, en una sociedad con altos niveles de sedentarismo, nadie las usaba. Hojeó los documentos y efectivamente sólo abordaban temas administrativos, nada que le fuera de utilidad.

Quince minutos después regresó a la oficina de su jefe. En el escritorio estaba la carpeta amarilla, solita y sin vigilancia, como si la esperara para ser fisgoneada. Confiando en que, a simple vista no había distinguido ninguna cámara, dejó la carpeta que cargaba mientras, con disimulo, miraba dentro de la otra.

Había imágenes, diseños, hojas de árboles de distinto tipo...

Una puerta cerrándose al costado la sorprendió y, del sobresalto, dejó caer la carpeta y los papeles se desparramaron por el suelo. Pillada como rata una vez más.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con firmeza su jefe.

Úrsula se encomendó a los dioses de la fama. Los días de vida de la espía Daniela Márquez parecían haber llegado a su fin. 

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