Úrsula, bajo la identidad ficticia de Daniela Márquez, se sentó en su recién estrenado escritorio y exhaló pesadamente. Las piernas le temblaban, las manos le sudaban, pero estaba confiada en que el primer encuentro con su jefe había ido muy bien.
Humildemente, él y su socio se la habían comido con los ojos, esperaba que no fuera porque la encontraran fuera de lugar. Tres días se había estado preparando, informándose sobre los últimos avances en ciencia y tecnología. Podía recitar de memoria todos los logros de la empresa Deluxe durante los últimos cinco años y hacer gala de su manejo de Office.Estaba preparada como nunca antes para desempeñar un papel, pero también sabía el oscuro propósito de todo y, si bien tenía poderosas razones para seguir adelante, el miedo a que los nervios la traicionaran no la abandonaba.—Mente fría, mente fría. Piensa en helado —repitió para sí.Se sobresaltó al recibir un mensaje."Ven a la oficina".Añadió el número de su jefe a sus contactos y se puso en marcha. En cuanto se ubicó entre los hombres se sintió como si estuviera nuevamente en la entrevista con los reclutadores. A su lado, el sonriente Bill había sido reemplazado por Martín Hesher, que por más que lo intentaba, no lograba evitar que sus ojos se le fueran al escote. Y el formal John era ahora su jefe, el genio engreído que miraba a todos por sobre su hombro, que no saludaba a la amable recepcionista, despedía a medio mundo femenino y que ahora no dejaba de hacer contacto visual con ella.Le ponía los pelos de punta.—Tenemos algunas preguntas para ti —empezó diciendo Martín.Esta sería la prueba definitiva. La entrevista de reclutamiento había sido un mero juego, lo de ahora sería real, como las prácticas militares versus ir a la guerra o montar en carrusel versus en un caballo de verdad. Y sin montura.—Adelante, señor Hesher. Espero responder adecuadamente y serle de ayuda.—Muy bien. Empecemos. ¿Prefieres el color rosa o el azul?La simpleza de la pregunta la descolocó y sospechó de una trampa. Eran genios después de todo, podía intuir una doble intención en su actuar.—Supongo que depende del contexto. Por ejemplo, el rosa luce perfecto durante el día, pero de noche, con luces artificiales en un salón, no se diferencia mucho del beige, el amarillo o el camel.Alfonso se inclinó en su silla y la contempló como quien contempla una preciosa composición en un museo, que abre las puertas de su mente y su alma. No era la evidente belleza de su nueva asistente lo que lo cautivaba, él no era tan simple. Su cabeza estaba llena de números, códigos de programación, fórmulas y circuitos, pero carecía por completo de sentido estético, cosa que al parecer a ella se le daba muy bien.Camel. Ni siquiera sabía que ese color existía.—La luz es importante, tomaremos nota de eso —dijo Martín—. Una cosa más, ¿prefieres la banana con crema o chocolate?—¿Qué más tengo agendado para la tarde? —interrumpió Alfonso.—Reunión con la junta directiva a las diez y con el departamento de desarrollo a las dos.—Gracias, puedes retirarte.Ella salió y Martín se quedó con la duda respecto a sus gustos culinarios, pero no sería por mucho tiempo.—¿Podemos tratar los asuntos que nos trajeron aquí o seguirás fantaseando todo el día con mi asistente? —Alfonso recalcó la palabra "mi".—La echaste justo cuando íbamos a hablar de bananas, qué aburrido eres.—Vinimos a trabajar, no a entretenernos.—¡El trabajo también puede ser divertido! Esa es mi filosofía, pero tú te empeñas en despedir toda la diversión. Envejecerás prematuramente, hombre. El placer rejuvenece y yo quiero tener vida eterna.A Alfonso no le hacían ni pizca de gracia sus comentarios.—¿Sabes qué, Martín? Tienes razón, ve y fóllate a mi asistente, eso es lo que quieres. No tendré luces de tu cerebro hasta que lo hagas. Fóllatela de una vez y hazlo antes de que me encariñe con ella.Martín se carcajeó de buena gana, hasta unas lágrimas se le salieron. Luego se olvidó de la asistente y concentró todas sus energías en el trabajo. No por nada él y Alfonso habían construido un imperio. No se ganaba dinero pensando en mujeres. 〜✿〜Reunión con el departamento de desarrollo y ella, la asistente del jefe supremo, no estaba incluida en el selecto grupo que participaba. Ahí, en las oficinas del piso menos dos, debía ser donde se gestaban los secretos. Ni siquiera podía ir a fisgonear porque el ascensor necesitaba una clave para llegar hasta allí. Se sintió como una ladrona incapaz de acceder a la bóveda del banco teniéndola en las narices.Esperó en su escritorio, revisando documentos, preparando resúmenes, leyendo gráficos. No entendía cómo había gente que podía pasarse toda su vida laboral haciendo eso sin morir en el intento. Ni sentada podía estar más de media hora. Se levantaba para tomar agua, para ir al baño, para mirar por los enormes ventanales, cualquier cosa que le permitiera mover las piernas.—¿Qué haces? —le preguntó su jefe cuando regresó de su reunión.Traía una carpeta que antes no llevaba, amarilla con el logo de la empresa.—Limpio. Ya hice lo que debía y quería ayudar en algo más —le había sacado un paño a los de la limpieza y lo pasaba en el cristal de una ventana.—Hay personal para eso.Proactiva y nada perezosa, notó él. Más puntos a favor.Úrsula lo siguió hasta la oficina.—Lleva esto al cuarto piso, entrégaselo a la secretaria y espera por un documento que te entregará para mí.—Sí, señor —recibió una carpeta azul y salió.¿Qué tan probable era que allí hubiera secretos? Dudaba que se los entregaran tan fácilmente, pero ¿qué mejor escondite que a simple vista? El ladrón solía enfocarse en la bóveda y no revisaba en las cajas.No usó el ascensor y fue por las escaleras. Allí no había cámaras y, en una sociedad con altos niveles de sedentarismo, nadie las usaba. Hojeó los documentos y efectivamente sólo abordaban temas administrativos, nada que le fuera de utilidad.Quince minutos después regresó a la oficina de su jefe. En el escritorio estaba la carpeta amarilla, solita y sin vigilancia, como si la esperara para ser fisgoneada. Confiando en que, a simple vista no había distinguido ninguna cámara, dejó la carpeta que cargaba mientras, con disimulo, miraba dentro de la otra.Había imágenes, diseños, hojas de árboles de distinto tipo...Una puerta cerrándose al costado la sorprendió y, del sobresalto, dejó caer la carpeta y los papeles se desparramaron por el suelo. Pillada como rata una vez más.—¿Qué estás haciendo? —preguntó con firmeza su jefe.Úrsula se encomendó a los dioses de la fama. Los días de vida de la espía Daniela Márquez parecían haber llegado a su fin.En momentos de estrés, el cuerpo podía paralizarse y la mente también. Y las consecuencias eran una cuestión de vida o muerte, de sobrevivencia, pero nada de lo que ocurriera en aquel lugar sería peligroso. La empresa Deluxe, con sus grandes oficinas y vestíbulos, no era más que su escenario, ella era una grandiosa actriz infravalorada y el intimidante Alfonso Kamus, de pie junto a ella y a quien miraba hacia arriba —parecía haber duplicado su estatura— era su coprotagonista, nada más. —Te hice una pregunta.En su repentina audacia y su torpe exceso de confianza, Úrsula había olvidado que la oficina de su jefe tenía un baño privado al costado, luego de rodear un librero por el que apenas y debía haberla visto husmeando.Cuando llegó al escritorio, la carpeta amarilla seguía donde él la había dejado.—Se me cayó un arete y lo estaba buscando. Es pequeño y no lo encuentro —dijo ella, poniéndose de pie. No había molestia en el rostro de Alfonso, ni meditaba en qué tan creíble era el em
Una conciencia sucia solía ser causa de insomnio en las gentes de buen vivir y moral férrea, y eso creía ser Úrsula, pero luego de un día sometida a tanto estrés y presión, los ojos se le cerraron en cuanto se acurrucó sobre la colchoneta que hacía las veces de cama. Pronto recuperaría su cama.Sus ojos, cansados y enrojecidos, se abrieron de par en par cuando recibió un mensaje. Era su jefe de mentiritas. ¡Santo Dios! La había descubierto. Se levantó de un brinco y corrió a la ventana. Ningún contingente policíaco rodeaba la casa, el vecindario seguía en silencio. Bill había dicho que robar secretos empresariales no era delito, pero evidentemente podía mentir, si era él quien le pagaba para hacerlo.¡¿Cómo no se le ocurrió antes?! Tendría que informarse al respecto. Volvió a la colchoneta y cogió el teléfono como si fuera radiactivo.A. Kamus: Hola, Daniela. ¿Podemos hablar? Espero no haberte despertado.Daniela asistente: Acababa de meterme a la cama. ¿Qué ocurre, señor Kamus?Él
—Permiso, señor Kamus. Vengo a limpiar su librero.Ya había notado él que ella se ponía a limpiar cuando se aburría, así que no le importó.—Adelante —dijo, sin apartar la vista de los documentos que leía hasta que la vio subida en una escalera, limpiando hasta arriba.Sus reproches se tardaron en salir por el vistazo que le dio a sus piernas. Qué perfectas le parecieron saliendo de ese bello vestido turquesa, entre verde mar y azul acero. Tosió para aclarar su voz, rogando también para que se aclarara su cabeza.—¿Sabes lo peligroso que es usar una escalera con tacones?Ella lo miró como intentando descifrar un mensaje que estaba en clave. Le dedicó una sutil sonrisa cuando creyó comprender sus intenciones y, con lentitud enloquecedora, se quitó los zapatos y los dejó caer. Siguió limpiando.Alfonso seguía mirándola, más desconcertado que antes.—Daniela, deja de esparcir polvo y ven aquí.Ella se acercó, aferrando su plumero como si fuera un escudo. O un arma. Tomó asiento cuando é
Úrsula había visto demasiadas películas de mafiosos como para no saber que los "regalitos" a los que ellos se referían solían ser lluvias de plomo o visitas sin retorno al fondo de los lagos. —Yo... yo ya le hice llegar parte del pago. ¡Le pagaré el resto en cuanto pueda!El siniestro hombre la recorrió de arriba abajo con los ojos oscuros, ensombrecidos por los sucios deseos de querer sacarle la ropa y hasta las tripas, no tenía duda alguna de eso.—Podrías terminar de pagar la deuda ahora mismo y no te costaría ni un peso —se relamió lentamente, devorándola con la mirada.¿Y hasta ahora se lo decían? Sí que había problemas de comunicación en la sociedad. —Gracias, pero prefiero seguir con el sistema de cuotas.El hombre sonrió y le entregó una gran caja blanca, atada con una cinta de regalo roja.—Me quedé con un recuerdo, espero que no lo extrañes —dijo el maleante. Subió a un auto negro con vidrios polarizados y se fue.Úrsula lamentaba haber tenido que darles su nueva dirección
La inesperada cita de Úrsula llegó diez minutos tarde, pero su sonrisa lo compensaba. Martín era un hombre normal, para variar y no un genio pervertido o un mafioso pervertido.—Linda casa —halagó él.—Lindo auto —halagó ella. Supuso que habían empezado bien. El camino al cine fue acompañado de una amena charla, donde por primera vez no se sintió puesta a prueba. Martín Hesher era guapo, divertido, razonable, muy diferente del genio aparentemente inalcanzable de su amigo.—¿Usted y el señor Kamus se conocen desde hace mucho tiempo?—Llámame Martín, Dani. Nos conocimos en la universidad y decidimos hacer negocios juntos. Nos complementamos bien, él es la mente maestra y yo soy un as con los números. Lo que toco lo convierto en oro.—No lo diga ni en broma que ya tuve suficiente de eso.—¿Cómo?—Nada, sólo pensaba en voz alta. Lamento que él despidiera a Antonia, es una buena muchacha.—Y una buena asistente también, pero así es Kamus. Entre nosotros, tú puedes verlo muy tranquilo y s
Úrsula se zafó del agarre de Mad. Ella estaba perfectamente bien, sólo seguía viendo borroso y tenía la frente colorada y adolorida, tal vez también estaba algo asqueada por haber fantaseando con su espalda y otras cosas que no valía la pena mencionar, pero nada más.—Permiso, yo me voy.Apenas se levantó y Mad volvió a sentarla.—No tan deprisa, tal vez tengas una conmoción cerebral.—¡Ja! ¿Desde cuándo eres médico?—¿Estás mareada?¡El mundo le daba vueltas!—Sí —respondió a regañadientes.—¿Náuseas? —Un poco.—Sigue mi dedo.—Dedos —corrigió ella, intentando seguir los que se movían frente a sus ojos. Sólo consiguió marearse más.—Necesitas estarte quieta un momento. Vayamos a beber algo.Ciertamente el golpe debía haberle afectado porque allá fue ella. Terminaron sentados en un café junto al gimnasio. Pidió un refresco frío y se lo apoyó contra la frente.Él pidió un té negro, muy cargado y amargo, como su alma oscura. —¿Siempre vienes a este gimnasio? —se atrevió a preguntarle
Desesperada por evitar que su jefe viera el mensaje que le enviaba su otro jefe, Úrsula se abalanzó sobre él y le arrebató el aparato.—Tengo fotos íntimas —aseguró para explicar su exabrupto, aferrando el teléfono contra su pecho como si fuera un hijo perdido.Había estado tan cerca. Si seguía pasando sustos como éste no llegaría viva a fin de mes.—No iba a ver... Es un teléfono de la competencia, no puedes tener un teléfono de la competencia —sentenció Alfonso. Úrsula estaba azorada, el corazón se le retorcía en el pecho. Él tampoco se veía muy tranquilo. —Ve a recursos humanos, allí te darán uno nuestro, nuevo. Es lo que corresponde si trabajas en Deluxe, que uses un teléfono Deluxe. Úrsula asintió.—Ahora.Ella salió casi corriendo, agradecida por las rarezas del hombre, que le darían un respiro.A la hora del almuerzo fue a comer en las mesitas que había en la parte de atrás del edificio, algo parecido a un pequeño parque para el descanso de los empleados y donde podría habla
La furia asesina de Alfonso se verbalizó en dos preguntas, que le ladró a Martín luego de atreverse a entrar en la oficina al oír sus sucios gemidos. —¡¿Quién es esa diosa?! ¡¿Dónde está?!Sorprendido, Martín miró de reojo a su espalda. Úrsula, que hacía apenas unos segundos lo tenía tocando las puertas del cielo, había desaparecido.—No sé de qué hablas, estoy trabajando —cogió algunos de los documentos que tenía sobre el escritorio. Había varios que necesitaban su firma.—Te oí hablando con una mujer.—Pues aquí no hay ninguna mujer. Claro que la había. Sus reflejos superiores la habían hecho lanzarse al suelo en cuanto oyó el sonido de la manija. Ser una espía había agudizado sus sentidos, pero el corazón de Úrsula seguía siendo débil y se aferraba el pecho al borde del infarto.—¿Estabas al teléfono o veías porno? —insistió Alfonso—. Por el amor de Dios, dime que no te estabas masturbando de nuevo en horario laboral.Martín se indignó ante tamaña acusación. O así intentó parecer