XLIII Caballo de Troya

—¡Hay que apagar los muñecos! —gritó Mad, convencido de que Amalia estaba entre ellos, tal vez incluso dentro de alguno, como si hubiera sido engullida por las horrorosas creaciones; caballos de Troya emergiendo de las llamas.

Apostado cerca del camino había un camión de bomberos con tres de ellos. Ninguno hizo caso a sus llamadas. ¿Apagar los muñecos? Era una locura, lo único que todos querían era verlos arder.

El oficial se abalanzó sobre Mad al ver que había atacado al sheriff, que seguía inconsciente en el suelo.

—¡Amalia está entre los muñecos! —golpeó al oficial y sacó su arma para evitar que otros lugareños se le fueran encima ante su ataque a la autoridad.

Disparó al aire y se desató el caos. La amplitud del campo impidió que hubiera una estampida cuando familias enteras empezaron a correr lejos del forastero enloquecido.

Otros tronidos aceleraron la huida. Del vientre ardiente del muñeco de un cuervo emergieron destellos de colores. Los fuegos artificiales que debían cerrar
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