XXXVII Estado de guerra
Como cada noche, el bar estaba repleto. Era una suerte haberse vuelto popular en las altas esferas de la sociedad y tener a gente adinerada llenando los bolsillos del dueño. El bar permitió que Mad costeara el resto de su carrera de medicina sin lo que le daba Antonio por los trabajos sucios. Ahora, un hombre respetable y distinguido, se codeaba con artistas, modelos, deportistas y socialités. Aunque eso no significaba que hubiera olvidado a sus viejos amigos.

—¿Qué es toda esta basur4?

La bodega donde se juntaban a jugar poker estaba llena de cajas, muebles y otras porquerías, como si el camión de una mudanza hubiera sido descargado allí mismo.

—Es el pago de una deuda. Seguro que algo bueno podré sacar de aquí —dijo Toro.

—Vi unas consolas de videojuegos por allá. ¿Y quién es el infeliz al que dejaste pelado?

—Hotwheels, ese perdedor. Mira nada más, esto debe ser de su hermana.

Toro tenía unas pequeñas bragas rojas en sus toscas manos.

—¿La hermana también está metida?

—No
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