Como cada noche, el bar estaba repleto. Era una suerte haberse vuelto popular en las altas esferas de la sociedad y tener a gente adinerada llenando los bolsillos del dueño. El bar permitió que Mad costeara el resto de su carrera de medicina sin lo que le daba Antonio por los trabajos sucios. Ahora, un hombre respetable y distinguido, se codeaba con artistas, modelos, deportistas y socialités. Aunque eso no significaba que hubiera olvidado a sus viejos amigos. —¿Qué es toda esta basur4? La bodega donde se juntaban a jugar poker estaba llena de cajas, muebles y otras porquerías, como si el camión de una mudanza hubiera sido descargado allí mismo. —Es el pago de una deuda. Seguro que algo bueno podré sacar de aquí —dijo Toro. —Vi unas consolas de videojuegos por allá. ¿Y quién es el infeliz al que dejaste pelado? —Hotwheels, ese perdedor. Mira nada más, esto debe ser de su hermana. Toro tenía unas pequeñas bragas rojas en sus toscas manos. —¿La hermana también está metida? —No
Mad se acostumbró bien al ritmo de vida en el lago. No supo cuánto molestaba el ruido de la ciudad hasta que se enfrentó a la noche en compañía de los grillos. Y el aire limpio era bueno para su corazón.Había vuelto a trotar por las mañanas, pero no duraba ni un cuarto del tiempo de antes del ataque. Su corazón maltrecho había quedado muy debilitado. Usando una sudadera con capucha, pasó por la tienda junto a la gasolinera del pueblo después de sus ejercicios. Era un forastero y los lugareños todavía no se acostumbraban a su presencia. La desconfianza se había acentuado cuando dejó de rasurarse.La campanilla sobre la puerta anunció su presencia. Mad agitó su mano cuando el dueño de la tienda le dirigió su habitual mirada de sospecha. Fue a los anaqueles y el hombre siguió atendiendo a su clienta.Necesitaba cereal y leche también.—El pan acaba de llegar. Está crujiente y tibio, una delicia —dijo el dueño a la clienta.Mad no necesitaba pan. En la casa había un horno y se había atr
—¡Tres meses! ¡¿Cómo nadie se percató de su ausencia en tres meses?!Una demanda era lo menos que merecía la institución psiquiátrica carcelaria en que Ana debía estar recluida de por vida.—Hub0 un incendio —le contó Morgan—. Ella resultó con más del 70% del cuerpo quemado y estaba en cuidados intensivos.—¡Jamás me avisaron de eso! Les dejé mi número para que me avisaran cualquier cosa sobre ella. Jodidos ineptos, me las van a pagar.—El asunto es que la mujer quemada nunca fue Ana, era una enfermera que había renunciado, así que nadie la echó de menos hasta que no viajó a visitar a la familia para el cumpleaños de la abuela. Hicieron exámenes de ADN y descubrieron que era la enfermera Sofía Castro, pobre desgraciada.—Es lista, Ana es muy lista.—Como toda buena psicópata. Pero tu atacante fue un hombre, ¿no?—Sí. En tres meses pudo lavar muchos cerebros. Es prácticamente una celebridad para los desquiciados. Debe tener una legión. Jodida cabrona, quiere atar los cabos sueltos.—Ya
—¿Y en qué consiste esa fiesta? —preguntó Amalia. Cuando escuchó a sus trabajadores hablando de una durante el almuerzo, no pudo evitar preguntarles. —La fiesta de la siembra la hacemos cada año cuando empieza la temporada de cultivos —explicó Raúl, un muchacho espigado de profundos ojos pardos—. Es algo de viejos, para atraer la buena fortuna y que el clima sea favorable y así tener una buena cosecha. Comida, alcohol y baile, eso es lo que me gusta a mí. —También se hacen más cosas —empezó a hablar Leonardo, de unos cuarenta años—. El concurso de muñecos, por ejemplo. Se hacen muñecos que representan la sequía, las inundaciones, las plagas y cualquier cosa que pueda afectar a los cultivos. Hay buenos premios para los ganadores. —Yo estoy haciendo uno, es una langosta gigante —contó Raúl, muy entusiasmado—. Lástima que después la van a quemar. —¿Queman todos los muñecos? —preguntó Amalia. Fue Leonardo quien contestó. —Así mismo es, para evitar que afecten las cosechas. —Tú t
—Es mejor que no hagas enojar a esa mujer, Mad —comentó Toro.—La mantendré bien lejos de las hachas.En los días que siguieron y luego de darle varias vueltas al asunto, Amalia se inscribió en el concurso para ser coronada reina de la siembra. En la prueba de pelar choclos no le fue muy bien, pero cortando leña resultó ser una maravilla. Las forzudas muchachas campiranas no fueron competencia para ella. —¡Gané, Mad! No lo puedo creer.—Yo no puedo creer que sigas entera. Ya veía que te cortabas un pie.Había estado bastante cerca al principio hasta que logró cogerle maña al asunto y pudo asestar más de un golpe en el mismo sitio. —Me duelen los brazos y ahora debo hacer un pastel —Amalia sonrió, como si la corona ya fuera suya.La multitud de asistentes al evento, entre lugareños y turistas, se trasladó hasta la plaza. Allí se instalaron los mesones donde las participantes prepararían los pasteles siguiendo ciertas instrucciones. Amalia sintió que hacía trampa por el hecho de ser c
—¿Qué vestido debería usar para mi coronación?Amalia tenía tres opciones, pero ninguno la convencía. O eran demasiado elegantes o muy informales. —¿Mad?El hombre estaba perdido en sus cavilaciones.—Mad, ¿cuál te gusta más? —fue a pararse frente a él.—¿Viste a Valentina armando su torre de vasos?—No, estaba concentrada armando la mía, ¿por qué?—Por nada, cariño. El azul es más para la ocasión. Átale un cinto y se te verá perfecto. Serás la reina más hermosa que haya tenido este pueblo.—Oh, Mad. Lo primero que haré durante mi mandato será nombrarte mi rey. ¿Quieres ser mi rey?—Yo estaría feliz siendo hasta tu esclavo.Enternecida, Amalia se le sentó sobre las piernas y se besaron largo rato. Fue a darse un baño y luego Mad, como buen esclavo, la ayudó a vestirse.—Estos zapatos son hermosos, tienes un gusto exquisito, Amalia.—Pues claro, ya no soy una gata callejera.Mad terminó de atarle las correas de los zapatos y la miró con evidente nostalgia. —Yo quería casarme con esa
—¡Hay que apagar los muñecos! —gritó Mad, convencido de que Amalia estaba entre ellos, tal vez incluso dentro de alguno, como si hubiera sido engullida por las horrorosas creaciones; caballos de Troya emergiendo de las llamas.Apostado cerca del camino había un camión de bomberos con tres de ellos. Ninguno hizo caso a sus llamadas. ¿Apagar los muñecos? Era una locura, lo único que todos querían era verlos arder. El oficial se abalanzó sobre Mad al ver que había atacado al sheriff, que seguía inconsciente en el suelo.—¡Amalia está entre los muñecos! —golpeó al oficial y sacó su arma para evitar que otros lugareños se le fueran encima ante su ataque a la autoridad.Disparó al aire y se desató el caos. La amplitud del campo impidió que hubiera una estampida cuando familias enteras empezaron a correr lejos del forastero enloquecido. Otros tronidos aceleraron la huida. Del vientre ardiente del muñeco de un cuervo emergieron destellos de colores. Los fuegos artificiales que debían cerrar
Mad despertó convencido de que ni en el infierno lo querían. Seguía vivo cuando debía estar muerto y no había analgésico que aliviara el dolor que lo embargaba. No deseaba saber el desenlace de todo y descubrir que ya no habría vuelta atrás. Toro entró a la habitación. Un parche le cubría el ojo izquierdo y varios rasmillones le surcaban el rostro. En el pómulo izquierdo tenía una quemadura. —Ya todo acabó, estamos en un hospital a tres kilómetros del pueblo. Los refuerzos llegaron a cargo de Morgan y encontrarán hasta a la última golondrina que se oculte por los campos. Tarde. Habían llegado tarde, pero haberse ido del pueblo con Amalia no habría cambiado el rumbo de las cosas, sólo llevado el horror a otro lugar. —Fue el mecánico. El que te atacó a ti y a tu antigua novia. Tenía una golondrina en la muñeca y en su taller encontraron el auto en que se transportaba. Unos meses más y esa loca hubiera convertido a todo el pueblo. Turin lo hirió durante el enfrentamiento. Irá a la cár