XLII Muñecos en llamas

—¿Qué vestido debería usar para mi coronación?

Amalia tenía tres opciones, pero ninguno la convencía. O eran demasiado elegantes o muy informales.

—¿Mad?

El hombre estaba perdido en sus cavilaciones.

—Mad, ¿cuál te gusta más? —fue a pararse frente a él.

—¿Viste a Valentina armando su torre de vasos?

—No, estaba concentrada armando la mía, ¿por qué?

—Por nada, cariño. El azul es más para la ocasión. Átale un cinto y se te verá perfecto. Serás la reina más hermosa que haya tenido este pueblo.

—Oh, Mad. Lo primero que haré durante mi mandato será nombrarte mi rey. ¿Quieres ser mi rey?

—Yo estaría feliz siendo hasta tu esclavo.

Enternecida, Amalia se le sentó sobre las piernas y se besaron largo rato. Fue a darse un baño y luego Mad, como buen esclavo, la ayudó a vestirse.

—Estos zapatos son hermosos, tienes un gusto exquisito, Amalia.

—Pues claro, ya no soy una gata callejera.

Mad terminó de atarle las correas de los zapatos y la miró con evidente nostalgia.

—Yo quería casarme con esa
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