XXXVIII Reencuentro

Mad se acostumbró bien al ritmo de vida en el lago. No supo cuánto molestaba el ruido de la ciudad hasta que se enfrentó a la noche en compañía de los grillos. Y el aire limpio era bueno para su corazón.

Había vuelto a trotar por las mañanas, pero no duraba ni un cuarto del tiempo de antes del ataque. Su corazón maltrecho había quedado muy debilitado.

Usando una sudadera con capucha, pasó por la tienda junto a la gasolinera del pueblo después de sus ejercicios. Era un forastero y los lugareños todavía no se acostumbraban a su presencia. La desconfianza se había acentuado cuando dejó de rasurarse.

La campanilla sobre la puerta anunció su presencia. Mad agitó su mano cuando el dueño de la tienda le dirigió su habitual mirada de sospecha. Fue a los anaqueles y el hombre siguió atendiendo a su clienta.

Necesitaba cereal y leche también.

—El pan acaba de llegar. Está crujiente y tibio, una delicia —dijo el dueño a la clienta.

Mad no necesitaba pan. En la casa había un horno y se había atr
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