XLIV Desde las cenizas
Mad despertó convencido de que ni en el infierno lo querían. Seguía vivo cuando debía estar muerto y no había analgésico que aliviara el dolor que lo embargaba. No deseaba saber el desenlace de todo y descubrir que ya no habría vuelta atrás.

Toro entró a la habitación. Un parche le cubría el ojo izquierdo y varios rasmillones le surcaban el rostro. En el pómulo izquierdo tenía una quemadura.

—Ya todo acabó, estamos en un hospital a tres kilómetros del pueblo. Los refuerzos llegaron a cargo de Morgan y encontrarán hasta a la última golondrina que se oculte por los campos.

Tarde. Habían llegado tarde, pero haberse ido del pueblo con Amalia no habría cambiado el rumbo de las cosas, sólo llevado el horror a otro lugar.

—Fue el mecánico. El que te atacó a ti y a tu antigua novia. Tenía una golondrina en la muñeca y en su taller encontraron el auto en que se transportaba. Unos meses más y esa loca hubiera convertido a todo el pueblo. Turin lo hirió durante el enfrentamiento. Irá a la cár
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