Alfonso Kamus cruzó la entrada de empresas Deluxe y ya parecía tener motivos para estar enojado. Laura, la joven recepcionista, le dio los buenos días por costumbre, pues sabía que no le respondería y hoy no fue la excepción.
Siguió caminando hasta el ascensor. Los empleados que allí esperaban también lo saludaron y al menos recibieron un gesto de asentimiento con la cabeza. Eso era prácticamente una bendición viniendo del jefe supremo, así que hoy tendrían un buen día.Las puertas se abrieron y nadie más que Alfonso entró. Los demás esperarían, su tiempo no era tan valioso como la comodidad del jefe. En el segundo piso subió Martín Hesher, su socio y amigo lo suficientemente cercano como para compartir el espacio y aire del ascensor.—¿Viste el partido de los Tiburones ayer? Qué maravilla —comentó Martín mientras subían.—El reemplazo de mi asistente no ha llegado. Dijiste que te harías cargo.—Lo hice, la agencia me envió a la mejor.—¿Mejor para mí o mejor para ti?—Oh, vamos. Si no te empeñaras en despedir a todas las mujeres con las que me acuesto, no tendríamos que renovar al personal tan seguido.—No voy a lidiar con mujeres con el corazón roto por tu culpa, Martín. Ana era la mejor asistente y la arruinaste, me la quitaste. Si nuestra productividad se ve afectada será por tu culpa. Intenta mantener tu cinturón en su lugar mientras estás aquí.Ya llevaba tres asistentes en lo que iba del año. El trabajo no era muy exigente, pero Alfonso valoraba la excelencia. No buscaba una experta que diera cátedras sobre tecnología, para eso estaba él, pero sí alguien organizada y de rigurosa disciplina. Ana tenía formación militar, pero ni eso la había salvado de caer ante los encantos de Martín.Lejos de sentirse ofendido, su socio sonreía por sus aventuras de oficina. No era su culpa ser joven y guapo y llevarse tan bien con sus compañeras. Así contribuía a hacer más ameno el ambiente laboral.Bajaron del ascensor y avanzaron por el pasillo. Partirían la mañana con una reunión en la oficina de Alfonso.—¿Sabes? Si no quieres verme cerca de ninguna mujer, lo entenderé, pero toma la iniciativa de una vez. No te esperaré toda la vida.—No seas asqueroso.Entraron a la oficina y se encontraron con una mujer de pie junto al escritorio. Su traje de dos piezas, que parecía hecho a la medida, estilizaba su figura peligrosamente con tanto buitre rondando por allí. Ambos se quedaron maravillados observándola y ella les dio un momento para que superaran su pasmo y respiraran antes de presentarse.—Buenos días, soy Daniela Márquez, su nueva asistente, señor Kamus.Extendió la mano hacia él. Martín estaba listo para cogerla él, ya que su socialmente torpe amigo no aceptaría el gesto, pero para su sorpresa lo hizo. Le dio un suave apretón que fue más bien un tanteo, como para comprobar que era real. La mano de ella era muy suave.—Aquí están sus carpetas para la reunión y me tomé la libertad de servirles café y traer panecillos.Su grata anticipación les había ahorrado al menos diez minutos, calculó Alfonso, que no se dejaba sorprender tan fácilmente.—El café ya debe estar frío —supuso.—No, señor. Me coordiné con su chofer y la recepcionista para servirlo en cuanto usted llegara. ¿Quieren que cuelgue sus chaquetas?Martín aceptó el ofrecimiento.—¿El aire acondicionado está bien? ¿Necesitan algo más?—No, gracias —dijo Alfonso, rodeando su taza de café con los dedos.—Estaré afuera por si me necesitan. Dejé mi número aquí para que lo agregue a sus contactos. Permiso.Ambos hombres la contemplaron en cada cadencioso paso hasta que salió. Vaya primera impresión les había dado, volvieron a quedarse unos instantes en silencio, intentando comprender el alboroto que les había causado.—¡Oh là là! ¡Qué mujer! —exclamó Martín, acomodándose disimuladamente el pantalón.—¿La sacaste de una agencia de modelos?—Ni idea de dónde salió, tal vez del cielo, pero yo también quiero una. Hasta a ti te gustó, ¡Dios mío, te brillan los ojos!—Me sorprendió lo del café, realmente está caliente.De todos modos, el tiempo que se habían ahorrado en esperar a que alguien se los sirviera lo estaba perdiendo en hablar de ella, pero es que era inevitable.Y su perfume se había mezclado con el aroma de su oficina de manera tan armoniosa que no resultaba intrusivo ni agobiante. ¿A qué olía? ¿Flores? ¿Frutas? ¿Alegría?Probó el café. Delicioso.—El caliente soy yo después de verla. Uff, sí señor —exclamó Martín, con expresión embelesada—. Hagamos que vuelva a entrar y le preguntamos alguna estupidez, sólo para conocerla más —se estiró y cogió la agenda donde ella había dejado anotado su número.—Ya no eres un crío, compórtate.Si la nueva asistente, que auguraba ser proactiva y organizada, tenía ese efecto en el personal masculino, tendría que despedirla. Él necesitaba trabajando a su máxima capacidad las cabezas de arriba y no otras. De momento, la suya seguía bajo control, pensó Alfonso, saboreando otro sorbo de café.Úrsula, bajo la identidad ficticia de Daniela Márquez, se sentó en su recién estrenado escritorio y exhaló pesadamente. Las piernas le temblaban, las manos le sudaban, pero estaba confiada en que el primer encuentro con su jefe había ido muy bien. Humildemente, él y su socio se la habían comido con los ojos, esperaba que no fuera porque la encontraran fuera de lugar. Tres días se había estado preparando, informándose sobre los últimos avances en ciencia y tecnología. Podía recitar de memoria todos los logros de la empresa Deluxe durante los últimos cinco años y hacer gala de su manejo de Office. Estaba preparada como nunca antes para desempeñar un papel, pero también sabía el oscuro propósito de todo y, si bien tenía poderosas razones para seguir adelante, el miedo a que los nervios la traicionaran no la abandonaba. —Mente fría, mente fría. Piensa en helado —repitió para sí.Se sobresaltó al recibir un mensaje."Ven a la oficina".Añadió el número de su jefe a sus contactos y se pus
En momentos de estrés, el cuerpo podía paralizarse y la mente también. Y las consecuencias eran una cuestión de vida o muerte, de sobrevivencia, pero nada de lo que ocurriera en aquel lugar sería peligroso. La empresa Deluxe, con sus grandes oficinas y vestíbulos, no era más que su escenario, ella era una grandiosa actriz infravalorada y el intimidante Alfonso Kamus, de pie junto a ella y a quien miraba hacia arriba —parecía haber duplicado su estatura— era su coprotagonista, nada más. —Te hice una pregunta.En su repentina audacia y su torpe exceso de confianza, Úrsula había olvidado que la oficina de su jefe tenía un baño privado al costado, luego de rodear un librero por el que apenas y debía haberla visto husmeando.Cuando llegó al escritorio, la carpeta amarilla seguía donde él la había dejado.—Se me cayó un arete y lo estaba buscando. Es pequeño y no lo encuentro —dijo ella, poniéndose de pie. No había molestia en el rostro de Alfonso, ni meditaba en qué tan creíble era el em
Una conciencia sucia solía ser causa de insomnio en las gentes de buen vivir y moral férrea, y eso creía ser Úrsula, pero luego de un día sometida a tanto estrés y presión, los ojos se le cerraron en cuanto se acurrucó sobre la colchoneta que hacía las veces de cama. Pronto recuperaría su cama.Sus ojos, cansados y enrojecidos, se abrieron de par en par cuando recibió un mensaje. Era su jefe de mentiritas. ¡Santo Dios! La había descubierto. Se levantó de un brinco y corrió a la ventana. Ningún contingente policíaco rodeaba la casa, el vecindario seguía en silencio. Bill había dicho que robar secretos empresariales no era delito, pero evidentemente podía mentir, si era él quien le pagaba para hacerlo.¡¿Cómo no se le ocurrió antes?! Tendría que informarse al respecto. Volvió a la colchoneta y cogió el teléfono como si fuera radiactivo.A. Kamus: Hola, Daniela. ¿Podemos hablar? Espero no haberte despertado.Daniela asistente: Acababa de meterme a la cama. ¿Qué ocurre, señor Kamus?Él
—Permiso, señor Kamus. Vengo a limpiar su librero.Ya había notado él que ella se ponía a limpiar cuando se aburría, así que no le importó.—Adelante —dijo, sin apartar la vista de los documentos que leía hasta que la vio subida en una escalera, limpiando hasta arriba.Sus reproches se tardaron en salir por el vistazo que le dio a sus piernas. Qué perfectas le parecieron saliendo de ese bello vestido turquesa, entre verde mar y azul acero. Tosió para aclarar su voz, rogando también para que se aclarara su cabeza.—¿Sabes lo peligroso que es usar una escalera con tacones?Ella lo miró como intentando descifrar un mensaje que estaba en clave. Le dedicó una sutil sonrisa cuando creyó comprender sus intenciones y, con lentitud enloquecedora, se quitó los zapatos y los dejó caer. Siguió limpiando.Alfonso seguía mirándola, más desconcertado que antes.—Daniela, deja de esparcir polvo y ven aquí.Ella se acercó, aferrando su plumero como si fuera un escudo. O un arma. Tomó asiento cuando é
Úrsula había visto demasiadas películas de mafiosos como para no saber que los "regalitos" a los que ellos se referían solían ser lluvias de plomo o visitas sin retorno al fondo de los lagos. —Yo... yo ya le hice llegar parte del pago. ¡Le pagaré el resto en cuanto pueda!El siniestro hombre la recorrió de arriba abajo con los ojos oscuros, ensombrecidos por los sucios deseos de querer sacarle la ropa y hasta las tripas, no tenía duda alguna de eso.—Podrías terminar de pagar la deuda ahora mismo y no te costaría ni un peso —se relamió lentamente, devorándola con la mirada.¿Y hasta ahora se lo decían? Sí que había problemas de comunicación en la sociedad. —Gracias, pero prefiero seguir con el sistema de cuotas.El hombre sonrió y le entregó una gran caja blanca, atada con una cinta de regalo roja.—Me quedé con un recuerdo, espero que no lo extrañes —dijo el maleante. Subió a un auto negro con vidrios polarizados y se fue.Úrsula lamentaba haber tenido que darles su nueva dirección
La inesperada cita de Úrsula llegó diez minutos tarde, pero su sonrisa lo compensaba. Martín era un hombre normal, para variar y no un genio pervertido o un mafioso pervertido.—Linda casa —halagó él.—Lindo auto —halagó ella. Supuso que habían empezado bien. El camino al cine fue acompañado de una amena charla, donde por primera vez no se sintió puesta a prueba. Martín Hesher era guapo, divertido, razonable, muy diferente del genio aparentemente inalcanzable de su amigo.—¿Usted y el señor Kamus se conocen desde hace mucho tiempo?—Llámame Martín, Dani. Nos conocimos en la universidad y decidimos hacer negocios juntos. Nos complementamos bien, él es la mente maestra y yo soy un as con los números. Lo que toco lo convierto en oro.—No lo diga ni en broma que ya tuve suficiente de eso.—¿Cómo?—Nada, sólo pensaba en voz alta. Lamento que él despidiera a Antonia, es una buena muchacha.—Y una buena asistente también, pero así es Kamus. Entre nosotros, tú puedes verlo muy tranquilo y s
Úrsula se zafó del agarre de Mad. Ella estaba perfectamente bien, sólo seguía viendo borroso y tenía la frente colorada y adolorida, tal vez también estaba algo asqueada por haber fantaseando con su espalda y otras cosas que no valía la pena mencionar, pero nada más.—Permiso, yo me voy.Apenas se levantó y Mad volvió a sentarla.—No tan deprisa, tal vez tengas una conmoción cerebral.—¡Ja! ¿Desde cuándo eres médico?—¿Estás mareada?¡El mundo le daba vueltas!—Sí —respondió a regañadientes.—¿Náuseas? —Un poco.—Sigue mi dedo.—Dedos —corrigió ella, intentando seguir los que se movían frente a sus ojos. Sólo consiguió marearse más.—Necesitas estarte quieta un momento. Vayamos a beber algo.Ciertamente el golpe debía haberle afectado porque allá fue ella. Terminaron sentados en un café junto al gimnasio. Pidió un refresco frío y se lo apoyó contra la frente.Él pidió un té negro, muy cargado y amargo, como su alma oscura. —¿Siempre vienes a este gimnasio? —se atrevió a preguntarle
Desesperada por evitar que su jefe viera el mensaje que le enviaba su otro jefe, Úrsula se abalanzó sobre él y le arrebató el aparato.—Tengo fotos íntimas —aseguró para explicar su exabrupto, aferrando el teléfono contra su pecho como si fuera un hijo perdido.Había estado tan cerca. Si seguía pasando sustos como éste no llegaría viva a fin de mes.—No iba a ver... Es un teléfono de la competencia, no puedes tener un teléfono de la competencia —sentenció Alfonso. Úrsula estaba azorada, el corazón se le retorcía en el pecho. Él tampoco se veía muy tranquilo. —Ve a recursos humanos, allí te darán uno nuestro, nuevo. Es lo que corresponde si trabajas en Deluxe, que uses un teléfono Deluxe. Úrsula asintió.—Ahora.Ella salió casi corriendo, agradecida por las rarezas del hombre, que le darían un respiro.A la hora del almuerzo fue a comer en las mesitas que había en la parte de atrás del edificio, algo parecido a un pequeño parque para el descanso de los empleados y donde podría habla