III La primera impresión

Alfonso Kamus cruzó la entrada de empresas Deluxe y ya parecía tener motivos para estar enojado. Laura, la joven recepcionista, le dio los buenos días por costumbre, pues sabía que no le respondería y hoy no fue la excepción.

Siguió caminando hasta el ascensor. Los empleados que allí esperaban también lo saludaron y al menos recibieron un gesto de asentimiento con la cabeza. Eso era prácticamente una bendición viniendo del jefe supremo, así que hoy tendrían un buen día.

Las puertas se abrieron y nadie más que Alfonso entró. Los demás esperarían, su tiempo no era tan valioso como la comodidad del jefe. En el segundo piso subió Martín Hesher, su socio y amigo lo suficientemente cercano como para compartir el espacio y aire del ascensor.

—¿Viste el partido de los Tiburones ayer? Qué maravilla —comentó Martín mientras subían.

—El reemplazo de mi asistente no ha llegado. Dijiste que te harías cargo.

—Lo hice, la agencia me envió a la mejor.

—¿Mejor para mí o mejor para ti?

—Oh, vamos. Si no te empeñaras en despedir a todas las mujeres con las que me acuesto, no tendríamos que renovar al personal tan seguido.

—No voy a lidiar con mujeres con el corazón roto por tu culpa, Martín. Ana era la mejor asistente y la arruinaste, me la quitaste. Si nuestra productividad se ve afectada será por tu culpa. Intenta mantener tu cinturón en su lugar mientras estás aquí.

Ya llevaba tres asistentes en lo que iba del año. El trabajo no era muy exigente, pero Alfonso valoraba la excelencia. No buscaba una experta que diera cátedras sobre tecnología, para eso estaba él, pero sí alguien organizada y de rigurosa disciplina. Ana tenía formación militar, pero ni eso la había salvado de caer ante los encantos de Martín.

Lejos de sentirse ofendido, su socio sonreía por sus aventuras de oficina. No era su culpa ser joven y guapo y llevarse tan bien con sus compañeras. Así contribuía a hacer más ameno el ambiente laboral.

Bajaron del ascensor y avanzaron por el pasillo. Partirían la mañana con una reunión en la oficina de Alfonso.

—¿Sabes? Si no quieres verme cerca de ninguna mujer, lo entenderé, pero toma la iniciativa de una vez. No te esperaré toda la vida.

—No seas asqueroso.

Entraron a la oficina y se encontraron con una mujer de pie junto al escritorio. Su traje de dos piezas, que parecía hecho a la medida, estilizaba su figura peligrosamente con tanto buitre rondando por allí. Ambos se quedaron maravillados observándola y ella les dio un momento para que superaran su pasmo y respiraran antes de presentarse.

—Buenos días, soy Daniela Márquez, su nueva asistente, señor Kamus.

Extendió la mano hacia él. Martín estaba listo para cogerla él, ya que su socialmente torpe amigo no aceptaría el gesto, pero para su sorpresa lo hizo. Le dio un suave apretón que fue más bien un tanteo, como para comprobar que era real. La mano de ella era muy suave.

—Aquí están sus carpetas para la reunión y me tomé la libertad de servirles café y traer panecillos.

Su grata anticipación les había ahorrado al menos diez minutos, calculó Alfonso, que no se dejaba sorprender tan fácilmente.

—El café ya debe estar frío —supuso.

—No, señor. Me coordiné con su chofer y la recepcionista para servirlo en cuanto usted llegara. ¿Quieren que cuelgue sus chaquetas?

Martín aceptó el ofrecimiento.

—¿El aire acondicionado está bien? ¿Necesitan algo más?

—No, gracias —dijo Alfonso, rodeando su taza de café con los dedos.

—Estaré afuera por si me necesitan. Dejé mi número aquí para que lo agregue a sus contactos. Permiso.

Ambos hombres la contemplaron en cada cadencioso paso hasta que salió. Vaya primera impresión les había dado, volvieron a quedarse unos instantes en silencio, intentando comprender el alboroto que les había causado.

—¡Oh là là! ¡Qué mujer! —exclamó Martín, acomodándose disimuladamente el pantalón.

—¿La sacaste de una agencia de modelos?

—Ni idea de dónde salió, tal vez del cielo, pero yo también quiero una. Hasta a ti te gustó, ¡Dios mío, te brillan los ojos!

—Me sorprendió lo del café, realmente está caliente.

De todos modos, el tiempo que se habían ahorrado en esperar a que alguien se los sirviera lo estaba perdiendo en hablar de ella, pero es que era inevitable.

Y su perfume se había mezclado con el aroma de su oficina de manera tan armoniosa que no resultaba intrusivo ni agobiante. ¿A qué olía? ¿Flores? ¿Frutas? ¿Alegría?

Probó el café. Delicioso.

—El caliente soy yo después de verla. Uff, sí señor —exclamó Martín, con expresión embelesada—. Hagamos que vuelva a entrar y le preguntamos alguna estupidez, sólo para conocerla más —se estiró y cogió la agenda donde ella había dejado anotado su número.

—Ya no eres un crío, compórtate.

Si la nueva asistente, que auguraba ser proactiva y organizada, tenía ese efecto en el personal masculino, tendría que despedirla. Él necesitaba trabajando a su máxima capacidad las cabezas de arriba y no otras. De momento, la suya seguía bajo control, pensó Alfonso, saboreando otro sorbo de café.

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