Úrsula se zafó del agarre de Mad. Ella estaba perfectamente bien, sólo seguía viendo borroso y tenía la frente colorada y adolorida, tal vez también estaba algo asqueada por haber fantaseando con su espalda y otras cosas que no valía la pena mencionar, pero nada más.—Permiso, yo me voy.Apenas se levantó y Mad volvió a sentarla.—No tan deprisa, tal vez tengas una conmoción cerebral.—¡Ja! ¿Desde cuándo eres médico?—¿Estás mareada?¡El mundo le daba vueltas!—Sí —respondió a regañadientes.—¿Náuseas? —Un poco.—Sigue mi dedo.—Dedos —corrigió ella, intentando seguir los que se movían frente a sus ojos. Sólo consiguió marearse más.—Necesitas estarte quieta un momento. Vayamos a beber algo.Ciertamente el golpe debía haberle afectado porque allá fue ella. Terminaron sentados en un café junto al gimnasio. Pidió un refresco frío y se lo apoyó contra la frente.Él pidió un té negro, muy cargado y amargo, como su alma oscura. —¿Siempre vienes a este gimnasio? —se atrevió a preguntarle
Desesperada por evitar que su jefe viera el mensaje que le enviaba su otro jefe, Úrsula se abalanzó sobre él y le arrebató el aparato.—Tengo fotos íntimas —aseguró para explicar su exabrupto, aferrando el teléfono contra su pecho como si fuera un hijo perdido.Había estado tan cerca. Si seguía pasando sustos como éste no llegaría viva a fin de mes.—No iba a ver... Es un teléfono de la competencia, no puedes tener un teléfono de la competencia —sentenció Alfonso. Úrsula estaba azorada, el corazón se le retorcía en el pecho. Él tampoco se veía muy tranquilo. —Ve a recursos humanos, allí te darán uno nuestro, nuevo. Es lo que corresponde si trabajas en Deluxe, que uses un teléfono Deluxe. Úrsula asintió.—Ahora.Ella salió casi corriendo, agradecida por las rarezas del hombre, que le darían un respiro.A la hora del almuerzo fue a comer en las mesitas que había en la parte de atrás del edificio, algo parecido a un pequeño parque para el descanso de los empleados y donde podría habla
La furia asesina de Alfonso se verbalizó en dos preguntas, que le ladró a Martín luego de atreverse a entrar en la oficina al oír sus sucios gemidos. —¡¿Quién es esa diosa?! ¡¿Dónde está?!Sorprendido, Martín miró de reojo a su espalda. Úrsula, que hacía apenas unos segundos lo tenía tocando las puertas del cielo, había desaparecido.—No sé de qué hablas, estoy trabajando —cogió algunos de los documentos que tenía sobre el escritorio. Había varios que necesitaban su firma.—Te oí hablando con una mujer.—Pues aquí no hay ninguna mujer. Claro que la había. Sus reflejos superiores la habían hecho lanzarse al suelo en cuanto oyó el sonido de la manija. Ser una espía había agudizado sus sentidos, pero el corazón de Úrsula seguía siendo débil y se aferraba el pecho al borde del infarto.—¿Estabas al teléfono o veías porno? —insistió Alfonso—. Por el amor de Dios, dime que no te estabas masturbando de nuevo en horario laboral.Martín se indignó ante tamaña acusación. O así intentó parecer
—20 de marzo, esa será la fecha del evento —le dijo Úrsula a Bill por teléfono.Ya no tenía la necesidad de hablar desde el baño, pero mantenía el teléfono nuevo bien lejos, dentro de un cajón, por si acaso.—¡El equinoccio de otoño es ese día! Era evidente. ¿Te das cuenta de lo listo que es Kamus? Sincronizar su evento de lanzamiento con un evento astronómico está a otro nivel. ¡Es superlativo!Ella no lograba dimensionar la grandeza que atesoraba Bill, pero tampoco le quitaría mérito, pues volvía su descubrimiento mucho más valioso.—Todavía nos queda una semana, es tiempo suficiente. Será grandioso y todo gracias a ti.Mucho menos lograba sopesar el impacto que sus filtraciones de información tendrían para Alfonso Kamus y Deluxe. Aquello lo supo unos días después. —¡No es posible! ¡Díganme que no es cierto esto que veo! Esa... ¡Esa es nuestra idea! —bramaba Martín, fuera de control.En una pantalla en la oficina de Alfonso veían el lanzamiento de la nueva línea de computadores por
Los ánimos en la empresa Deluxe eran dignos de una funeraria. Había en el ambiente una angustia palpable, como de pérdida, que acrecentaba la culpa de Úrsula. El descalabro económico que causaría la jugada de la competencia pondría a muchos en aprietos si empezaban a reducir el personal, esos eran los rumores de pasillo.Un hombre de traje y maletín llegó a primera hora y la saludó.—Hola, buenos días. Mi nombre es Darío González, estoy buscando al señor Martín Hesher —indicó con un tono pausado y sereno, bastante ameno. —La oficina del señor Hesher está por ese pasillo, hasta el final —señaló Úrsula con la mano.—Gracias, señorita. Es muy amable.Lo vio alejarse y siguió en lo suyo, revisando documentos en su computador. Las sonoras pisadas de Martín, minutos después, la distrajeron. Entró a la oficina de Kamus sin tocar y cerró de un portazo que la hizo brincar en su silla.De un cajón de su escritorio sacó un paño y fue a limpiar una escultura que había cerca de la puerta. Dentro
En un rincón de la oficina de Kamus, Úrsula permanecía aturdida, incrédula. La historia del jefe retorcido, pervertido y acosador acababa de dar un giro completamente inesperado y ella ya no sabía qué pensar.—¡Éste es mi número, no el otro del que te enviaban los mensajes! Ese es el número de Martín. Jodido Martín, me las va a pagar.La exasperación de Alfonso parecía demasiado real como para ser actuada. La furia hasta le había teñido de rojo las mejillas y buscaba por todos los medios limpiar su honra.Llamó hasta a Lupe, la señora de la limpieza a la que Úrsula le pedía los paños.—Dígale quién es el que se acuesta con todo lo que se mueve en esta empresa.—No molesten a mi Martincito —exigió ella, con la escoba en alto.La prueba definitiva fue el testimonio de los guardias del cuarto de vigilancia, quienes habían recibido unas botellas de un exclusivo vino a cambio de dejarlo unos minutos a solas frente a las pantallas.Y el cretino, descubierto en sus fechorías, ahora andaba pr
Alfonso Kamus caminó con su acompañante y se ubicó en una mesa justo frente a la de ella, como a unos siete metros de distancia. Úrsula los miraba por detrás de la carta.—¿Te estás escondiendo de alguien?Mad era bastante perceptivo.—No, claro que no. Es que no traje mis gafas... ¿Qué dice aquí? ¿Escargots? No sé qué pedir, todo parece tan delicioso.Kamus también leía su carta. ¿Quién sería el hombre que lo acompañaba? —Los escargots son caracoles. ¿Los quieres probar?—Claro, se oye bien.Tal vez debía sacarles una foto y enseñársela a Bill, podía valer mucho. Intentó enfocar por entre la carta. —Ya deja eso —Mad empezó a tironearla. Forcejearon hasta que se la quitó.Úrsula se ocultó tras su bolso.—¿Es por ese tipo? ¿El de la camisa celeste?—No es celeste, es azul piedra.—¿Y quién rayos es? ¿Tu ex?—¡No! No importa quién sea, mejor nos vamos.Mad se cruzó de brazos. Él no se iría sin comer.—Entonces me voy yo sola.Él la jaló del brazo y volvió a ponerla en la silla.—¡No s
El frío viento besó los hombros desnudos de Úrsula. Se congelaría a la espera de un taxi, pero eso sería lo más prudente en su actual estado etílico.—No, señor Kamus, muchas gracias, pero ya cojo un taxi.—Insisto, me queda de paso.—¿Y cómo sabe usted donde vivo?—Está en tu contrato.—Cierto, pero me cambié de casa hace poco.—Mejor todavía, así aprovecho de tomar nota de la nueva dirección y actualizarla. Sólo quiero asegurarme de que llegues a salvo, ya que tu amigo te dejó aquí.—Tuvo una emergencia que resolver.El auto de Kamus llegó y ella acabó subiendo. Debía conocer de nuevo a su jefe, ya que todo lo que pensaba de él había estado equivocado, así que intentaría aprovechar la oportunidad. —¿Pongo algo de música? —preguntó él. —Sí, algo que le guste a usted.Puso música instrumental, sinfónica. Se quedaría dormida en el asiento. Él lo notó cuando empezó a cabecear.—¿Tienes algún pasatiempo, Daniela?—Danza. Iba a clases los sábados y empezaré a retomarlo. ¿Usted baila?—N