El frío viento besó los hombros desnudos de Úrsula. Se congelaría a la espera de un taxi, pero eso sería lo más prudente en su actual estado etílico.—No, señor Kamus, muchas gracias, pero ya cojo un taxi.—Insisto, me queda de paso.—¿Y cómo sabe usted donde vivo?—Está en tu contrato.—Cierto, pero me cambié de casa hace poco.—Mejor todavía, así aprovecho de tomar nota de la nueva dirección y actualizarla. Sólo quiero asegurarme de que llegues a salvo, ya que tu amigo te dejó aquí.—Tuvo una emergencia que resolver.El auto de Kamus llegó y ella acabó subiendo. Debía conocer de nuevo a su jefe, ya que todo lo que pensaba de él había estado equivocado, así que intentaría aprovechar la oportunidad. —¿Pongo algo de música? —preguntó él. —Sí, algo que le guste a usted.Puso música instrumental, sinfónica. Se quedaría dormida en el asiento. Él lo notó cuando empezó a cabecear.—¿Tienes algún pasatiempo, Daniela?—Danza. Iba a clases los sábados y empezaré a retomarlo. ¿Usted baila?—N
Una pregunta de Alfonso Kamus sobre Pedro y Úrsula no había parado de hablar de él, de lo buen hermano que era y lo mucho que lo amaba.—Olvidé que pasaría a buscarlo. A esta hora ya suele estar durmiendo. Cuando no duerme ocho horas se despierta de mal humor, pero se le pasa con un trozo de tarta con crema.—Parece un buen niño. ¿Y ahora está al cuidado de algún familiar o de una niñera? —No es un niño, tiene veintidós años. Oh, aquí es —señaló una casona en un callejón.No había ningún letrero que identificara al lugar como una fundación o centro en el que funcionara un grupo de apoyo. De seguro era para asegurar la privacidad de los asistentes, pensó ella.Empezó a teclear un mensaje para avisarle a Pedro que había llegado. La puerta de la casona se abrió y salió un hombre. Si no fuera por la mujer a la que llevaba cogida de la cintura, habría terminado estampado en el suelo de lo ebrio que estaba. Ella también se tambaleaba un poco. —¿Este es un bar clandestino o algo así? —preg
—Mereces irte a la cárcel. Tal vez así se te quiten las ganas de coquetear.A primera hora había ido Martín a la oficina de Alfonso para recibir sermones y dar sus excusas. —Al principio era algo inocente, pero cuando ella pensó que yo era tú, no pude evitar querer tomar mi revancha, sobre todo después de que despidieras a Andrea. Lástima que Daniela sea tan bien portada y no te diera unas bofetadas por sinvergüenza.Le había faltado poco, recordó Alfonso.—Por otro lado, también se te pudo haber lanzado encima para otra cosa. Si eso hubiera pasado, no me estarías riñendo.—¿Así conquistas mujeres?—Al menos las conquisto.Alfonso sentía que hablaba con un muro.—Tendrás suerte si ella no te denuncia.—No lo hará, Dani y yo somos amigos. Cuando hable con ella todo se solucionará.Parecía muy seguro de que su encanto lo volvía inmune al repudio femenino.—Respecto a este asunto de tus romances de oficina, ya me harté. Tengo mejores cosas en las que gastar mi energía, así que acuéstate
—Creo que me bajó la presión —dijo Úrsula, llevándose una mano a la cabeza.—No vayas a desmayarte. Entremos al salón para que te sientes —Laura la cogió del brazo. No, Úrsula no quería entrar ahí, tras esas puertas estaba el infierno, donde la lujuria arrasaría con todo lo bueno y bello que había en el mundo, y donde ella se coronaría de actriz porno con honores.—Dime, Laura. ¿Hay esposas? ¿Fustas? ¿Cuerdas? —avanzaba con los ojos firmemente apretados.—Hay algunos cordones dorados muy bonitos. ¿Por qué habría esposas?—¡Por la orgía!Unas carcajadas masculinas la sobresaltaron, era la risa de Martín. ¡¿Él también estaba invitado al desmadre?! —¿En qué estás pensando, Daniela?Ella se atrevió a abrir los ojos y por suerte ya estaba sentada o se habría caído de la impresión. No había camas en el salón, ni sillones, había mesas llenas de comida. Todo estaba dispuesto para celebrar un gran banquete. Los manteles eran de un hermoso azul cielo y tenían estrellitas bordadas bellamente.—
El hermoso espectáculo en el cielo había perdido todo el protagonismo para Úrsula, que no le quitaba la vista de encima a Alfonso y a Parker. ¿Parker era nombre o apellido? Nunca lo había visto tan animado hablando con una mujer.Martín llegó junto a ella.—¡Qué maravilla! ¿no? —exclamó él. Olía a champagne.—No lo sé, ese vestido parece quedarle grande.—¿Qué? Hablo de los portátiles y del golpe maestro que acaba de dar Kamus. Por eso lo amo, aunque esté un poco loco. ¿De quién hablabas tú?La respuesta la halló el mismo, Úrsula quedaría visca de tanto mirar en dirección a su jefe.—¿De Parker? Es una linda chica.—¿Es amiga del señor Kamus?—¿Amiga? Qué va, es el amor de su vida.La revelación le llegó como una bofetada.—Y si se aman tanto, ¿por qué no están casados?—No todo es tan sencillo como en las novelas, en la vida real hay dificultades. Ella viaja mucho, Kamus se queda donde se siente más cómodo, como un topo, así que aprovechan al máximo cada segundo cuando por fin se en
Con la fría dureza del muro a su espalda y el cálido torso de Kamus rozando su pecho, Úrsula se perdió por unos instantes. Un mojito se había tomado y se le había subido a la cabeza. —Vamos a hablar —declaró él, con un fervor impropio para un hombre tan compuesto y recatado. También se le debían haber subido los mojitos. ¿Quién iba a hablar a un callejón oscuro, arrinconándola duro contra el muro? —¿Por qué quiere hablar conmigo? Vaya con Parker, aproveche mientras está aquí.Alfonso sonrió.—¿Estás celosa de Parker? —preguntó con incredulidad y sorpresa. —¿Por qué estaría celosa? Usted y yo no somos nada.—Pues te comportas como si lo estuvieras, esa rabia que sientes no salió de la nada.Para ser un genio él era bastante lento.—Usted iba a besarme en el mirador, pero resulta que Parker es el amor de su vida. ¿Quería una distracción mientras ella volvía? Yo no voy a gustarle, no tengo los "atributos" que Parker tiene. Quería zafarse de su agarre, pero él no aflojaba ni un centí
—Estos panqueques están buenísimos, te quedan igual de ricos que los que hacía la abuela —comentó Pedro mientras desayunaban.Ambos miraron hacia el cielo con ternura y se persignaron, luego siguieron comiendo.—¿Te fuiste a la cama temprano ayer? —preguntó Úrsula.—Sí, estuve viendo una película y luego me fui a dormir.Ella asintió, sin la menor duda. Su hermanito no mentía.—¿No oíste ningún ruido extraño?—No, ¿por qué?Ella meditó si sería prudente contarle que una extraña se había metido a la casa, pero él ya no era un niño y debían cuidarse mutuamente.—Cuando llegaba, vi a una mujer salir. Se llevó un jarrón de la sala.—¿No me digas? ¿Estás segura? —Completamente. No parece haber forzado las cerraduras, tal vez se metió por una ventana. Pensé que este barrio de gente rica sería seguro. Habrá que instalar alarmas.Pedro asintió, muy preocupado por el asunto. La seguridad era lo primero.—Al menos se llevó sólo un jarrón y no mis videojuegos —bromeó él.Era fundamental mantene
El tiempo que Úrsula había tardado en lucir deslumbrante fue compensado con la expresión embobada de Kamus al verla. Fueron unos cuantos segundos en que el cerebro del hombre se apagó y él dejó de respirar.Luego el cerebro volvió a encendérsele, pero a medias. Se le dio vuelta el café cuando lo revolvía y el líquido hizo un desastre sobre el escritorio. Úrsula fue por un paño y se inclinó frente a él para limpiar. Kamus la miraba con atención, más pasmado que antes. No se movía y había dejado de respirar de nuevo. —¿Está bien, señor Kamus? ¿Se quemó?Kamus carraspeó, mirando para otro lado.—Estoy bien... Tienes... tienes una marca en el hombro, cerca del cuello. ¿Te picó un mosquito?Úrsula se miró donde él indicaba y se acomodó la blusa para que no se viera.—No... No fue precisamente un mosquito —confesó, avergonzada. Kamus exhaló pesadamente. Qué iluso había sido. Qué ingenuo y estúpido. Claro que no era una picadura. Era una marca indecente, repugnante sobre su piel de porcel