—Estos panqueques están buenísimos, te quedan igual de ricos que los que hacía la abuela —comentó Pedro mientras desayunaban.Ambos miraron hacia el cielo con ternura y se persignaron, luego siguieron comiendo.—¿Te fuiste a la cama temprano ayer? —preguntó Úrsula.—Sí, estuve viendo una película y luego me fui a dormir.Ella asintió, sin la menor duda. Su hermanito no mentía.—¿No oíste ningún ruido extraño?—No, ¿por qué?Ella meditó si sería prudente contarle que una extraña se había metido a la casa, pero él ya no era un niño y debían cuidarse mutuamente.—Cuando llegaba, vi a una mujer salir. Se llevó un jarrón de la sala.—¿No me digas? ¿Estás segura? —Completamente. No parece haber forzado las cerraduras, tal vez se metió por una ventana. Pensé que este barrio de gente rica sería seguro. Habrá que instalar alarmas.Pedro asintió, muy preocupado por el asunto. La seguridad era lo primero.—Al menos se llevó sólo un jarrón y no mis videojuegos —bromeó él.Era fundamental mantene
El tiempo que Úrsula había tardado en lucir deslumbrante fue compensado con la expresión embobada de Kamus al verla. Fueron unos cuantos segundos en que el cerebro del hombre se apagó y él dejó de respirar.Luego el cerebro volvió a encendérsele, pero a medias. Se le dio vuelta el café cuando lo revolvía y el líquido hizo un desastre sobre el escritorio. Úrsula fue por un paño y se inclinó frente a él para limpiar. Kamus la miraba con atención, más pasmado que antes. No se movía y había dejado de respirar de nuevo. —¿Está bien, señor Kamus? ¿Se quemó?Kamus carraspeó, mirando para otro lado.—Estoy bien... Tienes... tienes una marca en el hombro, cerca del cuello. ¿Te picó un mosquito?Úrsula se miró donde él indicaba y se acomodó la blusa para que no se viera.—No... No fue precisamente un mosquito —confesó, avergonzada. Kamus exhaló pesadamente. Qué iluso había sido. Qué ingenuo y estúpido. Claro que no era una picadura. Era una marca indecente, repugnante sobre su piel de porcel
Alfonso entró al ascensor con la fatalidad de quien hubiera matado a alguien. Él sólo había querido darle una pequeña lección, nada más, sólo la había enviado a limpiar y buscar algunos documentos. Documentos que ni siquiera necesitaba, los que estaban allí tenían más de diez años de antigüedad. Ojalá y no la hubiera picado una araña venenosa o mordido una rata rabiosa y sólo siguiera ocupada porque todavía limpiaba. El ascensor se detuvo y él corrió por el pasillo, que se le hizo el triple de largo. La puerta del archivo estaba cerrada y no se colaba luz por debajo. Intentó abrirla y se quedó con la manija en la mano.—¡Daniela!No hub0 respuesta y su desesperación lo hizo embestir la puerta. No le dio importancia al crujido de su hombro y la embistió de nuevo. La puerta seguía firme en su sitio. Retrocedió y le dio una patada donde debía ir la manija. Tres patadas y el marco cedió.El aire cálido, de aroma rancio y lleno de polvo que se acumulaba en el archivo lo hizo toser. El ca
El repartidor llegó poco después del mediodía a la casa de los Narváez. Fue Pedro quien recibió el paquete que había enviado Alfonso Kamus para Daniela, un gran canasto envuelto en papel celofán, lleno de chocolates, galletas y frutas. —¿Por qué Daniela? —Porque mi nombre está m4ldito, por eso.—¿Y no te llamabas Unavi?—Unavi es el nombre artístico de Daniela. Daniela es para fines formales —explicó Úrsula. Los chocolates tenían ochenta por ciento de cacao y estaban rellenos con salsa de frutos rojos. Ella llevó el paquete a su nariz e inhaló, cerrando los ojos. —Estuviste a punto de morir y te manda dulces. ¿Quién se cree que es? ¿Quién se cree que somos? Por suerte no nos envió una gallina.Úrsula probó una galleta. Venían en una caja transparente, atada con una cinta con un estampado de diseño étnico. Qué exquisito gusto tenía Kamus y qué deliciosa estaba la galleta.—¡Unavi!Ella estaba en las nubes, seducida por los aromas y sabores del interesante regalo. Le tendió a Pedro
Tras un día de licencia médica por el desafortunado accidente, Úrsula se reincorporó al trabajo. Pese a que se veía igualmente llamativa, esta vez no hub0 café derramado ni apagadas de cerebro de su jefe, mucho menos miradas de infarto. De hecho, Kamus ni siquiera la miraba. ¿Por qué no podía ponerse celoso como un hombre normal? No lo entendía. —El regalo que me envió fue un lindo detalle, muchas gracias.—Agradécele a Valentina, ella se encargó.La directora de marketing. Ya le parecía que había una mano femenina detrás de todo eso, un hombre cuadrado y frívolo como él no tendría la sensibilidad de escoger esas cintas estampadas tan bonitas. —Se lo agradeceré, con permiso.La distancia entre sus interacciones era como la que había de la Tierra a la Luna, casi como los primeros días. Tal vez peor porque ahora evidentemente se esforzaba por ignorarla. A mediodía él avisó que saldría y ya no volvería, así que Úrsula canceló la reunión que tenía por la tarde. —¿Qué le pasa al señor K
Kamus abrió la puerta de su casa y su expresión al ver a Daniela fue para enmarcarla. Hesher lo había hecho otra vez, sin dudas. El pasatiempo de ese hombre era fastidiarlo. —¿Qué haces aquí?Úrsula, que era muy buena leyendo expresiones (talento que curiosamente siempre le fallaba con Martín), dedujo que lo que en realidad quería decir era: "¿cómo te atreves a venir a mi casa?".—El señor Hesher le envía esto —le tendió la carpeta.—Creí que enviaría los documentos por correo.Eso explicaba su informal apariencia y su sudadera cumpliendo el objetivo para el que había sido hecha. Tenía todo el pecho húmedo con sudor, el mismo que le bañaba el rostro y el cabello alborotado. Su piel, clara como la crema, resplandecía. Siendo objetiva, se veía bastante bien. Apetecible. Deseable. Ella era débil cuando de hombres ejercitándose se trataba, pero no dejó que se le notara. Si él había decidido ignorarla, ella también lo haría.Rogar por nalgadas, ¡ja! Había que estar demasiado caliente para
La noticia de las negociaciones para adquirir Sandex se habían mantenido en estricta reserva dentro de la empresa. Sin embargo, el que dichas negociaciones hubieran fallado estrepitosamente se esparció como la peste. Hasta la señora de la limpieza estaba enterada del tema y opinaba al respecto. "¡Las acciones!", decía, "¡las acciones se desplomarán!". Sandex había rechazado el monto que Deluxe les había ofrecido, monto que ella le había filtrado a Bill, así como el resto de cláusulas que constaban en el acuerdo. Por fortuna Sandex no había hecho tratos con Xiamsung o hubiera sido demasiado sospechoso otro golpe viniendo de ellos. Por lo que sabía, se habían fusionado con una empresa alemana.—Te dije que no se podía confiar en ese tipo. Es una amanerado, yo no confío en los amanerados —decía Martín dentro de la oficina de Kamus, ella lo oía desde su posición junto a la estatua, como habitualmente hacía.—Estaba seguro de que cerraríamos el trato, él estaba de acuerdo con todo. ¿Qué p
El estridente grito de Úrsula (del que estaba muy orgullosa porque era perfecto para películas de terror) se amplificó por la acústica del estacionamiento y se oyó el triple de fuerte. El hombre que la había cogido del hombro, y que no distinguía del todo por la poca luminosidad, se llevó las manos a los oídos, momento que ella aprovechó para asestarle un bolsazo en toda la cara.—¡Vete de aquí, maleante!—¡Espera, soy yo!Úrsula se detuvo a punto de darle otro golpe. ¡Su jefe! ¡Por poco y había descalabrado a su jefe!—¡¿Por qué se acercó así?!El hombre se aferraba la cabeza, como si quisiera acomodarse las partes que la formaban. —No me regañes, suficiente tuve con tu grito y tu golpe. ¿Qué llevas en ese bolso? ¿Piedras?—No, ¿cómo cree? Sólo... sólo una llavecita inglesa. ¿Está bien?Bien desarmado, pensó él. La cabeza le retumbaba.—Creo que estoy sangrando.Volvieron al ascensor. La luz le permitió a Úrsula descubrir el desastre que había hecho con el pobre e imprudente hombre.