XXIII Experto en el bajo mundo

—Estos panqueques están buenísimos, te quedan igual de ricos que los que hacía la abuela —comentó Pedro mientras desayunaban.

Ambos miraron hacia el cielo con ternura y se persignaron, luego siguieron comiendo.

—¿Te fuiste a la cama temprano ayer? —preguntó Úrsula.

—Sí, estuve viendo una película y luego me fui a dormir.

Ella asintió, sin la menor duda. Su hermanito no mentía.

—¿No oíste ningún ruido extraño?

—No, ¿por qué?

Ella meditó si sería prudente contarle que una extraña se había metido a la casa, pero él ya no era un niño y debían cuidarse mutuamente.

—Cuando llegaba, vi a una mujer salir. Se llevó un jarrón de la sala.

—¿No me digas? ¿Estás segura?

—Completamente. No parece haber forzado las cerraduras, tal vez se metió por una ventana. Pensé que este barrio de gente rica sería seguro. Habrá que instalar alarmas.

Pedro asintió, muy preocupado por el asunto. La seguridad era lo primero.

—Al menos se llevó sólo un jarrón y no mis videojuegos —bromeó él.

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