La furia asesina de Alfonso se verbalizó en dos preguntas, que le ladró a Martín luego de atreverse a entrar en la oficina al oír sus sucios gemidos. —¡¿Quién es esa diosa?! ¡¿Dónde está?!Sorprendido, Martín miró de reojo a su espalda. Úrsula, que hacía apenas unos segundos lo tenía tocando las puertas del cielo, había desaparecido.—No sé de qué hablas, estoy trabajando —cogió algunos de los documentos que tenía sobre el escritorio. Había varios que necesitaban su firma.—Te oí hablando con una mujer.—Pues aquí no hay ninguna mujer. Claro que la había. Sus reflejos superiores la habían hecho lanzarse al suelo en cuanto oyó el sonido de la manija. Ser una espía había agudizado sus sentidos, pero el corazón de Úrsula seguía siendo débil y se aferraba el pecho al borde del infarto.—¿Estabas al teléfono o veías porno? —insistió Alfonso—. Por el amor de Dios, dime que no te estabas masturbando de nuevo en horario laboral.Martín se indignó ante tamaña acusación. O así intentó parecer
—20 de marzo, esa será la fecha del evento —le dijo Úrsula a Bill por teléfono.Ya no tenía la necesidad de hablar desde el baño, pero mantenía el teléfono nuevo bien lejos, dentro de un cajón, por si acaso.—¡El equinoccio de otoño es ese día! Era evidente. ¿Te das cuenta de lo listo que es Kamus? Sincronizar su evento de lanzamiento con un evento astronómico está a otro nivel. ¡Es superlativo!Ella no lograba dimensionar la grandeza que atesoraba Bill, pero tampoco le quitaría mérito, pues volvía su descubrimiento mucho más valioso.—Todavía nos queda una semana, es tiempo suficiente. Será grandioso y todo gracias a ti.Mucho menos lograba sopesar el impacto que sus filtraciones de información tendrían para Alfonso Kamus y Deluxe. Aquello lo supo unos días después. —¡No es posible! ¡Díganme que no es cierto esto que veo! Esa... ¡Esa es nuestra idea! —bramaba Martín, fuera de control.En una pantalla en la oficina de Alfonso veían el lanzamiento de la nueva línea de computadores por
Los ánimos en la empresa Deluxe eran dignos de una funeraria. Había en el ambiente una angustia palpable, como de pérdida, que acrecentaba la culpa de Úrsula. El descalabro económico que causaría la jugada de la competencia pondría a muchos en aprietos si empezaban a reducir el personal, esos eran los rumores de pasillo.Un hombre de traje y maletín llegó a primera hora y la saludó.—Hola, buenos días. Mi nombre es Darío González, estoy buscando al señor Martín Hesher —indicó con un tono pausado y sereno, bastante ameno. —La oficina del señor Hesher está por ese pasillo, hasta el final —señaló Úrsula con la mano.—Gracias, señorita. Es muy amable.Lo vio alejarse y siguió en lo suyo, revisando documentos en su computador. Las sonoras pisadas de Martín, minutos después, la distrajeron. Entró a la oficina de Kamus sin tocar y cerró de un portazo que la hizo brincar en su silla.De un cajón de su escritorio sacó un paño y fue a limpiar una escultura que había cerca de la puerta. Dentro
En un rincón de la oficina de Kamus, Úrsula permanecía aturdida, incrédula. La historia del jefe retorcido, pervertido y acosador acababa de dar un giro completamente inesperado y ella ya no sabía qué pensar.—¡Éste es mi número, no el otro del que te enviaban los mensajes! Ese es el número de Martín. Jodido Martín, me las va a pagar.La exasperación de Alfonso parecía demasiado real como para ser actuada. La furia hasta le había teñido de rojo las mejillas y buscaba por todos los medios limpiar su honra.Llamó hasta a Lupe, la señora de la limpieza a la que Úrsula le pedía los paños.—Dígale quién es el que se acuesta con todo lo que se mueve en esta empresa.—No molesten a mi Martincito —exigió ella, con la escoba en alto.La prueba definitiva fue el testimonio de los guardias del cuarto de vigilancia, quienes habían recibido unas botellas de un exclusivo vino a cambio de dejarlo unos minutos a solas frente a las pantallas.Y el cretino, descubierto en sus fechorías, ahora andaba pr
Alfonso Kamus caminó con su acompañante y se ubicó en una mesa justo frente a la de ella, como a unos siete metros de distancia. Úrsula los miraba por detrás de la carta.—¿Te estás escondiendo de alguien?Mad era bastante perceptivo.—No, claro que no. Es que no traje mis gafas... ¿Qué dice aquí? ¿Escargots? No sé qué pedir, todo parece tan delicioso.Kamus también leía su carta. ¿Quién sería el hombre que lo acompañaba? —Los escargots son caracoles. ¿Los quieres probar?—Claro, se oye bien.Tal vez debía sacarles una foto y enseñársela a Bill, podía valer mucho. Intentó enfocar por entre la carta. —Ya deja eso —Mad empezó a tironearla. Forcejearon hasta que se la quitó.Úrsula se ocultó tras su bolso.—¿Es por ese tipo? ¿El de la camisa celeste?—No es celeste, es azul piedra.—¿Y quién rayos es? ¿Tu ex?—¡No! No importa quién sea, mejor nos vamos.Mad se cruzó de brazos. Él no se iría sin comer.—Entonces me voy yo sola.Él la jaló del brazo y volvió a ponerla en la silla.—¡No s
El frío viento besó los hombros desnudos de Úrsula. Se congelaría a la espera de un taxi, pero eso sería lo más prudente en su actual estado etílico.—No, señor Kamus, muchas gracias, pero ya cojo un taxi.—Insisto, me queda de paso.—¿Y cómo sabe usted donde vivo?—Está en tu contrato.—Cierto, pero me cambié de casa hace poco.—Mejor todavía, así aprovecho de tomar nota de la nueva dirección y actualizarla. Sólo quiero asegurarme de que llegues a salvo, ya que tu amigo te dejó aquí.—Tuvo una emergencia que resolver.El auto de Kamus llegó y ella acabó subiendo. Debía conocer de nuevo a su jefe, ya que todo lo que pensaba de él había estado equivocado, así que intentaría aprovechar la oportunidad. —¿Pongo algo de música? —preguntó él. —Sí, algo que le guste a usted.Puso música instrumental, sinfónica. Se quedaría dormida en el asiento. Él lo notó cuando empezó a cabecear.—¿Tienes algún pasatiempo, Daniela?—Danza. Iba a clases los sábados y empezaré a retomarlo. ¿Usted baila?—N
Una pregunta de Alfonso Kamus sobre Pedro y Úrsula no había parado de hablar de él, de lo buen hermano que era y lo mucho que lo amaba.—Olvidé que pasaría a buscarlo. A esta hora ya suele estar durmiendo. Cuando no duerme ocho horas se despierta de mal humor, pero se le pasa con un trozo de tarta con crema.—Parece un buen niño. ¿Y ahora está al cuidado de algún familiar o de una niñera? —No es un niño, tiene veintidós años. Oh, aquí es —señaló una casona en un callejón.No había ningún letrero que identificara al lugar como una fundación o centro en el que funcionara un grupo de apoyo. De seguro era para asegurar la privacidad de los asistentes, pensó ella.Empezó a teclear un mensaje para avisarle a Pedro que había llegado. La puerta de la casona se abrió y salió un hombre. Si no fuera por la mujer a la que llevaba cogida de la cintura, habría terminado estampado en el suelo de lo ebrio que estaba. Ella también se tambaleaba un poco. —¿Este es un bar clandestino o algo así? —preg
—Mereces irte a la cárcel. Tal vez así se te quiten las ganas de coquetear.A primera hora había ido Martín a la oficina de Alfonso para recibir sermones y dar sus excusas. —Al principio era algo inocente, pero cuando ella pensó que yo era tú, no pude evitar querer tomar mi revancha, sobre todo después de que despidieras a Andrea. Lástima que Daniela sea tan bien portada y no te diera unas bofetadas por sinvergüenza.Le había faltado poco, recordó Alfonso.—Por otro lado, también se te pudo haber lanzado encima para otra cosa. Si eso hubiera pasado, no me estarías riñendo.—¿Así conquistas mujeres?—Al menos las conquisto.Alfonso sentía que hablaba con un muro.—Tendrás suerte si ella no te denuncia.—No lo hará, Dani y yo somos amigos. Cuando hable con ella todo se solucionará.Parecía muy seguro de que su encanto lo volvía inmune al repudio femenino.—Respecto a este asunto de tus romances de oficina, ya me harté. Tengo mejores cosas en las que gastar mi energía, así que acuéstate