VIII El regalo

Úrsula había visto demasiadas películas de mafiosos como para no saber que los "regalitos" a los que ellos se referían solían ser lluvias de plomo o visitas sin retorno al fondo de los lagos.

—Yo... yo ya le hice llegar parte del pago. ¡Le pagaré el resto en cuanto pueda!

El siniestro hombre la recorrió de arriba abajo con los ojos oscuros, ensombrecidos por los sucios deseos de querer sacarle la ropa y hasta las tripas, no tenía duda alguna de eso.

—Podrías terminar de pagar la deuda ahora mismo y no te costaría ni un peso —se relamió lentamente, devorándola con la mirada.

¿Y hasta ahora se lo decían? Sí que había problemas de comunicación en la sociedad.

—Gracias, pero prefiero seguir con el sistema de cuotas.

El hombre sonrió y le entregó una gran caja blanca, atada con una cinta de regalo roja.

—Me quedé con un recuerdo, espero que no lo extrañes —dijo el maleante. Subió a un auto negro con vidrios polarizados y se fue.

Úrsula lamentaba haber tenido que darles su nueva dirección
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