En momentos de estrés, el cuerpo podía paralizarse y la mente también. Y las consecuencias eran una cuestión de vida o muerte, de sobrevivencia, pero nada de lo que ocurriera en aquel lugar sería peligroso. La empresa Deluxe, con sus grandes oficinas y vestíbulos, no era más que su escenario, ella era una grandiosa actriz infravalorada y el intimidante Alfonso Kamus, de pie junto a ella y a quien miraba hacia arriba —parecía haber duplicado su estatura— era su coprotagonista, nada más.
—Te hice una pregunta.En su repentina audacia y su torpe exceso de confianza, Úrsula había olvidado que la oficina de su jefe tenía un baño privado al costado, luego de rodear un librero por el que apenas y debía haberla visto husmeando.Cuando llegó al escritorio, la carpeta amarilla seguía donde él la había dejado.—Se me cayó un arete y lo estaba buscando. Es pequeño y no lo encuentro —dijo ella, poniéndose de pie.No había molestia en el rostro de Alfonso, ni meditaba en qué tan creíble era el embuste que ella se había inventado. Estaba demasiado turbado como para pensar. Al agacharse, la falda de Úrsula se le había doblado y reducido su tamaño a la mitad. Otra técnica de distracción: dar algo que ver y que parezca casual, una variante del típico "Uy, se me cayó la toalla". Todo un clásico.—Tu... tu falda —dijo, con incomodidad y desvió la vista.Ella se dio la vuelta y se la ordenó con rapidez, muy avergonzada. Hasta estaba sonrojada cuando él se atrevió a verla de nuevo. Ella no lo miraba. Primer día y le enseñaba las piernas al jefe, de seguro y se sentía fatal. Era una muchacha decente, esperaba que eso la salvara de caer en las garras de Martín.—¿Esta es la carpeta que te dieron?—Sí, señor.Él empezó a hojearla. El peligro parecía haber pasado, emergencia controlada. Otra victoria para la imparable Unavi.—Por cierto, noté que no llevas ningún arete.Ella se tocó las orejas para comprobarlo.—¡No puede ser! El otro también se me cayó. Qué tragedia. Eran un regalo de mi novio.—¿Tienes novio?—Ya no, por eso esos aretes eran especiales. Y ahora podrían estar en cualquier parte.Una excusa perfecta para irse a husmear por ahí.—Avisa a los de la limpieza por si los ven. Y puedes retirarte, nos vemos mañana.Eso era lo que ella había estado esperando oír todo el día.—Nos vemos mañana, señor Kamus. Qué descanse.En cuanto salió de la oficina, cogió su bolso y se despidió a la rápida de todos los que vio en su huida. Intentaba no ir tan rápido para no llamar la atención, pero lo que había averiguado era como algo atorado en la garganta que se le hinchaba a cada segundo, debía sacarlo ya de allí.Condujo a casa casi al límite permitido de velocidad, mirando de vez en cuando por el retrovisor. No, nadie la perseguía, pero así se sentía, como una prófuga que huía con todo el botín de la bóveda en la espalda.Entró corriendo a su casa, subió las escaleras, se encerró en el baño y se sentó en el inodoro. Y esperó. Y esperó.Y nada pasó.Exhaló pesadamente, con las manos apoyadas en sus temblorosas rodillas y sacó su teléfono.—Bill, averigué algo. En una carpeta amarilla, como la que me dijiste que usaban para los proyectos de diseño, vi dibujos de portátiles. Era el modelo que me mostraste, pero en la tapa tenía dibujos de hojas en dorado.—¿Le sacaste fotos?—Sí, ahora te las envío —con los dedos temblorosos las mandó.Y esperó, con el estómago revuelto como si le hubiera disparado a alguien y no supiera si vivía o moría. ¿Valía algo lo que había averiguado? Pronto lo descubriría.El teléfono se le cayó ante la impresión cuando recibió una llamada.—¡Maravillosa! —exclamó Bill y casi le reventó los tímpanos—. No puedo creer que en tu primer día hayas averiguado el nuevo diseño de tapa en el que han estado trabajando por dos meses. ¡El otoño! Estamos ad portas del otoño y ellos planeaban utilizarlo. ¡Ja! Tengo curiosidad, ¿cómo lo hiciste? ¿no te descubrieron?Úrsula se aclaró la voz.—Fue un trabajo de relojería, pero no te aburriré con detalles sin importancia, Bill. ¿Cuándo recibiré mi paga?—Mañana te reunirás con un agente de bienes raíces que te mostrará algunas propiedades, escoge la que te guste y será tuya, completamente amoblada. ¡El otoño! ¡Cómo no se nos ocurrió!Úrsula ahogó un grito de emoción, era un sueño todo lo que estaba viviendo. Por fin recibiría lo que las injusticias del mundo le habían negado. Y mientras ella se gastaba lo que le quedaba de dinero en una buena cena para celebrar con su hermano, Alfonso seguía en su oficina, viendo el final del día por la ventana.Su oficina en las penumbras le resultaba inspiradora. Usualmente se quedaba allí cuando todos se iban, meditando, haciendo encajar los intrincados engranajes en su cabeza, concibiendo ideas que valían oro. Era un genio, misterioso, solitario y el resto le daba su espacio y lo respetaba en su grandeza. Y lo admiraban.Lo cierto era que no tenía nada que hacer al llegar a casa, salvo comer algún aperitivo y dormir. A veces se iba directo a la cama.Por el gran ventanal que ocupaba todo el muro tras su escritorio vio las luces de la ciudad desafiar la oscuridad y opacar el cielo nocturno. No había estrellas. Era tanto el fulgor de las luces artificiales que ya no se veían, ya no se derramaban en el manto de la noche como cuando era un niño. Las extrañaba.El vergonzoso rugido de su vientre le avisó que era hora de irse. Al girar su silla, un destello cerca del librero de la izquierda se deslizó como una estrella fugaz por su campo visual. En el piso había algo brillante, pequeño. Al cogerlo notó que era un arete.Uno de los aretes perdidos de su nueva asistente, tan proactiva y organizada. Con una sonrisa notó que su diseño era, curiosamente y como si hubiera salido de su cabeza, un trío de estrellas de plata.Vaya coincidencia. Ahora se pasaría todo el camino a casa pensando en Daniela Márquez y las estrellas.Una conciencia sucia solía ser causa de insomnio en las gentes de buen vivir y moral férrea, y eso creía ser Úrsula, pero luego de un día sometida a tanto estrés y presión, los ojos se le cerraron en cuanto se acurrucó sobre la colchoneta que hacía las veces de cama. Pronto recuperaría su cama.Sus ojos, cansados y enrojecidos, se abrieron de par en par cuando recibió un mensaje. Era su jefe de mentiritas. ¡Santo Dios! La había descubierto. Se levantó de un brinco y corrió a la ventana. Ningún contingente policíaco rodeaba la casa, el vecindario seguía en silencio. Bill había dicho que robar secretos empresariales no era delito, pero evidentemente podía mentir, si era él quien le pagaba para hacerlo.¡¿Cómo no se le ocurrió antes?! Tendría que informarse al respecto. Volvió a la colchoneta y cogió el teléfono como si fuera radiactivo.A. Kamus: Hola, Daniela. ¿Podemos hablar? Espero no haberte despertado.Daniela asistente: Acababa de meterme a la cama. ¿Qué ocurre, señor Kamus?Él
—Permiso, señor Kamus. Vengo a limpiar su librero.Ya había notado él que ella se ponía a limpiar cuando se aburría, así que no le importó.—Adelante —dijo, sin apartar la vista de los documentos que leía hasta que la vio subida en una escalera, limpiando hasta arriba.Sus reproches se tardaron en salir por el vistazo que le dio a sus piernas. Qué perfectas le parecieron saliendo de ese bello vestido turquesa, entre verde mar y azul acero. Tosió para aclarar su voz, rogando también para que se aclarara su cabeza.—¿Sabes lo peligroso que es usar una escalera con tacones?Ella lo miró como intentando descifrar un mensaje que estaba en clave. Le dedicó una sutil sonrisa cuando creyó comprender sus intenciones y, con lentitud enloquecedora, se quitó los zapatos y los dejó caer. Siguió limpiando.Alfonso seguía mirándola, más desconcertado que antes.—Daniela, deja de esparcir polvo y ven aquí.Ella se acercó, aferrando su plumero como si fuera un escudo. O un arma. Tomó asiento cuando é
Úrsula había visto demasiadas películas de mafiosos como para no saber que los "regalitos" a los que ellos se referían solían ser lluvias de plomo o visitas sin retorno al fondo de los lagos. —Yo... yo ya le hice llegar parte del pago. ¡Le pagaré el resto en cuanto pueda!El siniestro hombre la recorrió de arriba abajo con los ojos oscuros, ensombrecidos por los sucios deseos de querer sacarle la ropa y hasta las tripas, no tenía duda alguna de eso.—Podrías terminar de pagar la deuda ahora mismo y no te costaría ni un peso —se relamió lentamente, devorándola con la mirada.¿Y hasta ahora se lo decían? Sí que había problemas de comunicación en la sociedad. —Gracias, pero prefiero seguir con el sistema de cuotas.El hombre sonrió y le entregó una gran caja blanca, atada con una cinta de regalo roja.—Me quedé con un recuerdo, espero que no lo extrañes —dijo el maleante. Subió a un auto negro con vidrios polarizados y se fue.Úrsula lamentaba haber tenido que darles su nueva dirección
La inesperada cita de Úrsula llegó diez minutos tarde, pero su sonrisa lo compensaba. Martín era un hombre normal, para variar y no un genio pervertido o un mafioso pervertido.—Linda casa —halagó él.—Lindo auto —halagó ella. Supuso que habían empezado bien. El camino al cine fue acompañado de una amena charla, donde por primera vez no se sintió puesta a prueba. Martín Hesher era guapo, divertido, razonable, muy diferente del genio aparentemente inalcanzable de su amigo.—¿Usted y el señor Kamus se conocen desde hace mucho tiempo?—Llámame Martín, Dani. Nos conocimos en la universidad y decidimos hacer negocios juntos. Nos complementamos bien, él es la mente maestra y yo soy un as con los números. Lo que toco lo convierto en oro.—No lo diga ni en broma que ya tuve suficiente de eso.—¿Cómo?—Nada, sólo pensaba en voz alta. Lamento que él despidiera a Antonia, es una buena muchacha.—Y una buena asistente también, pero así es Kamus. Entre nosotros, tú puedes verlo muy tranquilo y s
Úrsula se zafó del agarre de Mad. Ella estaba perfectamente bien, sólo seguía viendo borroso y tenía la frente colorada y adolorida, tal vez también estaba algo asqueada por haber fantaseando con su espalda y otras cosas que no valía la pena mencionar, pero nada más.—Permiso, yo me voy.Apenas se levantó y Mad volvió a sentarla.—No tan deprisa, tal vez tengas una conmoción cerebral.—¡Ja! ¿Desde cuándo eres médico?—¿Estás mareada?¡El mundo le daba vueltas!—Sí —respondió a regañadientes.—¿Náuseas? —Un poco.—Sigue mi dedo.—Dedos —corrigió ella, intentando seguir los que se movían frente a sus ojos. Sólo consiguió marearse más.—Necesitas estarte quieta un momento. Vayamos a beber algo.Ciertamente el golpe debía haberle afectado porque allá fue ella. Terminaron sentados en un café junto al gimnasio. Pidió un refresco frío y se lo apoyó contra la frente.Él pidió un té negro, muy cargado y amargo, como su alma oscura. —¿Siempre vienes a este gimnasio? —se atrevió a preguntarle
Desesperada por evitar que su jefe viera el mensaje que le enviaba su otro jefe, Úrsula se abalanzó sobre él y le arrebató el aparato.—Tengo fotos íntimas —aseguró para explicar su exabrupto, aferrando el teléfono contra su pecho como si fuera un hijo perdido.Había estado tan cerca. Si seguía pasando sustos como éste no llegaría viva a fin de mes.—No iba a ver... Es un teléfono de la competencia, no puedes tener un teléfono de la competencia —sentenció Alfonso. Úrsula estaba azorada, el corazón se le retorcía en el pecho. Él tampoco se veía muy tranquilo. —Ve a recursos humanos, allí te darán uno nuestro, nuevo. Es lo que corresponde si trabajas en Deluxe, que uses un teléfono Deluxe. Úrsula asintió.—Ahora.Ella salió casi corriendo, agradecida por las rarezas del hombre, que le darían un respiro.A la hora del almuerzo fue a comer en las mesitas que había en la parte de atrás del edificio, algo parecido a un pequeño parque para el descanso de los empleados y donde podría habla
La furia asesina de Alfonso se verbalizó en dos preguntas, que le ladró a Martín luego de atreverse a entrar en la oficina al oír sus sucios gemidos. —¡¿Quién es esa diosa?! ¡¿Dónde está?!Sorprendido, Martín miró de reojo a su espalda. Úrsula, que hacía apenas unos segundos lo tenía tocando las puertas del cielo, había desaparecido.—No sé de qué hablas, estoy trabajando —cogió algunos de los documentos que tenía sobre el escritorio. Había varios que necesitaban su firma.—Te oí hablando con una mujer.—Pues aquí no hay ninguna mujer. Claro que la había. Sus reflejos superiores la habían hecho lanzarse al suelo en cuanto oyó el sonido de la manija. Ser una espía había agudizado sus sentidos, pero el corazón de Úrsula seguía siendo débil y se aferraba el pecho al borde del infarto.—¿Estabas al teléfono o veías porno? —insistió Alfonso—. Por el amor de Dios, dime que no te estabas masturbando de nuevo en horario laboral.Martín se indignó ante tamaña acusación. O así intentó parecer
—20 de marzo, esa será la fecha del evento —le dijo Úrsula a Bill por teléfono.Ya no tenía la necesidad de hablar desde el baño, pero mantenía el teléfono nuevo bien lejos, dentro de un cajón, por si acaso.—¡El equinoccio de otoño es ese día! Era evidente. ¿Te das cuenta de lo listo que es Kamus? Sincronizar su evento de lanzamiento con un evento astronómico está a otro nivel. ¡Es superlativo!Ella no lograba dimensionar la grandeza que atesoraba Bill, pero tampoco le quitaría mérito, pues volvía su descubrimiento mucho más valioso.—Todavía nos queda una semana, es tiempo suficiente. Será grandioso y todo gracias a ti.Mucho menos lograba sopesar el impacto que sus filtraciones de información tendrían para Alfonso Kamus y Deluxe. Aquello lo supo unos días después. —¡No es posible! ¡Díganme que no es cierto esto que veo! Esa... ¡Esa es nuestra idea! —bramaba Martín, fuera de control.En una pantalla en la oficina de Alfonso veían el lanzamiento de la nueva línea de computadores por