V El primer secreto

En momentos de estrés, el cuerpo podía paralizarse y la mente también. Y las consecuencias eran una cuestión de vida o muerte, de sobrevivencia, pero nada de lo que ocurriera en aquel lugar sería peligroso. La empresa Deluxe, con sus grandes oficinas y vestíbulos, no era más que su escenario, ella era una grandiosa actriz infravalorada y el intimidante Alfonso Kamus, de pie junto a ella y a quien miraba hacia arriba —parecía haber duplicado su estatura— era su coprotagonista, nada más.

—Te hice una pregunta.

En su repentina audacia y su torpe exceso de confianza, Úrsula había olvidado que la oficina de su jefe tenía un baño privado al costado, luego de rodear un librero por el que apenas y debía haberla visto husmeando.

Cuando llegó al escritorio, la carpeta amarilla seguía donde él la había dejado.

—Se me cayó un arete y lo estaba buscando. Es pequeño y no lo encuentro —dijo ella, poniéndose de pie.

No había molestia en el rostro de Alfonso, ni meditaba en qué tan creíble era el embuste que ella se había inventado. Estaba demasiado turbado como para pensar. Al agacharse, la falda de Úrsula se le había doblado y reducido su tamaño a la mitad. Otra técnica de distracción: dar algo que ver y que parezca casual, una variante del típico "Uy, se me cayó la toalla". Todo un clásico.

—Tu... tu falda —dijo, con incomodidad y desvió la vista.

Ella se dio la vuelta y se la ordenó con rapidez, muy avergonzada. Hasta estaba sonrojada cuando él se atrevió a verla de nuevo. Ella no lo miraba. Primer día y le enseñaba las piernas al jefe, de seguro y se sentía fatal. Era una muchacha decente, esperaba que eso la salvara de caer en las garras de Martín.

—¿Esta es la carpeta que te dieron?

—Sí, señor.

Él empezó a hojearla. El peligro parecía haber pasado, emergencia controlada. Otra victoria para la imparable Unavi.

—Por cierto, noté que no llevas ningún arete.

Ella se tocó las orejas para comprobarlo.

—¡No puede ser! El otro también se me cayó. Qué tragedia. Eran un regalo de mi novio.

—¿Tienes novio?

—Ya no, por eso esos aretes eran especiales. Y ahora podrían estar en cualquier parte.

Una excusa perfecta para irse a husmear por ahí.

—Avisa a los de la limpieza por si los ven. Y puedes retirarte, nos vemos mañana.

Eso era lo que ella había estado esperando oír todo el día.

—Nos vemos mañana, señor Kamus. Qué descanse.

En cuanto salió de la oficina, cogió su bolso y se despidió a la rápida de todos los que vio en su huida. Intentaba no ir tan rápido para no llamar la atención, pero lo que había averiguado era como algo atorado en la garganta que se le hinchaba a cada segundo, debía sacarlo ya de allí.

Condujo a casa casi al límite permitido de velocidad, mirando de vez en cuando por el retrovisor. No, nadie la perseguía, pero así se sentía, como una prófuga que huía con todo el botín de la bóveda en la espalda.

Entró corriendo a su casa, subió las escaleras, se encerró en el baño y se sentó en el inodoro. Y esperó. Y esperó.

Y nada pasó.

Exhaló pesadamente, con las manos apoyadas en sus temblorosas rodillas y sacó su teléfono.

—Bill, averigué algo. En una carpeta amarilla, como la que me dijiste que usaban para los proyectos de diseño, vi dibujos de portátiles. Era el modelo que me mostraste, pero en la tapa tenía dibujos de hojas en dorado.

—¿Le sacaste fotos?

—Sí, ahora te las envío —con los dedos temblorosos las mandó.

Y esperó, con el estómago revuelto como si le hubiera disparado a alguien y no supiera si vivía o moría. ¿Valía algo lo que había averiguado? Pronto lo descubriría.

El teléfono se le cayó ante la impresión cuando recibió una llamada.

—¡Maravillosa! —exclamó Bill y casi le reventó los tímpanos—. No puedo creer que en tu primer día hayas averiguado el nuevo diseño de tapa en el que han estado trabajando por dos meses. ¡El otoño! Estamos ad portas del otoño y ellos planeaban utilizarlo. ¡Ja! Tengo curiosidad, ¿cómo lo hiciste? ¿no te descubrieron?

Úrsula se aclaró la voz.

—Fue un trabajo de relojería, pero no te aburriré con detalles sin importancia, Bill. ¿Cuándo recibiré mi paga?

—Mañana te reunirás con un agente de bienes raíces que te mostrará algunas propiedades, escoge la que te guste y será tuya, completamente amoblada. ¡El otoño! ¡Cómo no se nos ocurrió!

Úrsula ahogó un grito de emoción, era un sueño todo lo que estaba viviendo. Por fin recibiría lo que las injusticias del mundo le habían negado. Y mientras ella se gastaba lo que le quedaba de dinero en una buena cena para celebrar con su hermano, Alfonso seguía en su oficina, viendo el final del día por la ventana.

Su oficina en las penumbras le resultaba inspiradora. Usualmente se quedaba allí cuando todos se iban, meditando, haciendo encajar los intrincados engranajes en su cabeza, concibiendo ideas que valían oro. Era un genio, misterioso, solitario y el resto le daba su espacio y lo respetaba en su grandeza. Y lo admiraban.

Lo cierto era que no tenía nada que hacer al llegar a casa, salvo comer algún aperitivo y dormir. A veces se iba directo a la cama.

Por el gran ventanal que ocupaba todo el muro tras su escritorio vio las luces de la ciudad desafiar la oscuridad y opacar el cielo nocturno. No había estrellas. Era tanto el fulgor de las luces artificiales que ya no se veían, ya no se derramaban en el manto de la noche como cuando era un niño. Las extrañaba.

El vergonzoso rugido de su vientre le avisó que era hora de irse. Al girar su silla, un destello cerca del librero de la izquierda se deslizó como una estrella fugaz por su campo visual. En el piso había algo brillante, pequeño. Al cogerlo notó que era un arete.

Uno de los aretes perdidos de su nueva asistente, tan proactiva y organizada. Con una sonrisa notó que su diseño era, curiosamente y como si hubiera salido de su cabeza, un trío de estrellas de plata.

Vaya coincidencia. Ahora se pasaría todo el camino a casa pensando en Daniela Márquez y las estrellas. 

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