XXXV A la altura

Cena para uno. Mad saldría a comer fuera, así que Amalia no se molestó en cocinar. Comería las sobras recalentadas del almuerzo.

Lo observó mientras se arreglaba, tan estupendo, guapo y varonil. Estaba para comérselo, pero la que lo hiciera, se indigestaría. Mad era veneno.

Con la excusa de quitarle unas pelusas del traje, le echó un vistazo al teléfono mientras tecleaba.

"Pasaré por ti en diez minutos", había escrito.

Ya no necesitaba preguntarle, él iría a cenar con una mujer, una que sí estuviera a la "altura de la ocasión". Con clase, elegancia, distinción, espigada y flacucha, de esas que se verían hermosas hasta si llevaran encima una bolsa de basura. ¿Por qué seguía perdiendo el tiempo con ella si tenía a alguien así? ¿Si podía tener a cualquier mujer que quisiera?

"Porque tú lo vuelves loco, mija. Tú lo calientas como nadie", le susurró el pequeño rincón de su cerebro donde vivía lo que le quedaba de autoestima. "Mientras te lo folles bien, él seguirá contigo".

—Espero que
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