Ariadna Acosta está atrapada en un oscuro juego de pasiones y venganzas. Su prometido, Iván, ha sido encarcelado. Desesperada por salvarlo, acepta la oferta de un misterioso y atractivo joven rubio que promete liberarlo, sin imaginar las consecuencias. El precio que paga es alto: ahora debe casarse con Nathan, el medio hermano de Iván, un hombre que solo busca vengarse de él y de su padre. Lo que comienza como una obligación pronto se convierte en una irresistible atracción. Nathan, con su astucia y fingida frialdad, despierta en Ariadna sentimientos que ni ella misma comprende. Mientras Iván, consumido por los celos, la trata como una traidora, Ariadna se encuentra dividida entre el amor que alguna vez sintió por Iván y el peligroso deseo que Nathan le provoca. ¿Será Nathan el verdadero villano o el único que ha sabido jugar bien sus cartas? "Ariadna negó con la cabeza. Se sintió estúpida, resultó ser una simple pieza en el tablero de Nathan Karsson, mejor dicho; Nathan Urriaga. El hombre usaba la máscara de inocente esposo y fingía sufrir por la infidelidad de la mujer que “ama”, quedó como la víctima de una promiscua bruja que se metió con dos hermanos. Hasta sus padres la veían como la mala de la historia. Ella miró el techo, ¿habría alguna manera de salir de todo ese maldito embrollo?"
Leer másLos pensamientos no dejaban de revolotear en la mente de Nathan. Ayer se cumplió un año de la muerte de Jennifer, la mujer que lo cuidó y veló por él como si fuera un hijo. Los años pasan y el cuerpo se desgasta. Las enfermedades llegan. La muerte es algo inminente. El tacto de unas manos cálidas lo hizo regresar al presente. —¿No tienes sueño? —le preguntó su esposa. Nathan le acunó las mejillas con ambas manos y besó sus labios. Al principio, fue un gesto suave, una simple muestra de cariño. No obstante, el beso se extendió conforme pasaban los segundos. En el instante en que su lengua se adentró en la boca de su mujer, supo que esa sería una noche larga. Perdió la cuenta de las veces que se hundió en ella, de las veces que lamió sus pezones y que su lengua recorrió sus pliegues. Los dos conocían cada rincón del cuerpo del otro. Se disfrutaban con un deseo intenso, como si sus cuerpos fueran un territorio desconocido. Al día siguiente, se levantaron muy temprano; ese día
Hola, primero, muchas gracias a todas las personitas que se han tomado el tiempo de ver vídeos para desbloquear los bonos y los han utilizado en mis capítulos. Gracias a las que han invertido directamente para leer la novela. De verdad si ustedes no se armaría el show. Yo sé que mis escritos no son perfectos pero es una promesa que en cada capítulo seguiré dando lo mejor de mí. Hace unos meses tomé esto como mi trabajo y estoy muy agradecida de los bonitos comentarios que me han dejado. Que Dios les bendiga mucho. Ahora como me gusta promocionarme descaradamente, les dejó la sinopsis de mi primer novela que ya está finalizada: Sádico: ¿Amor o síndrome de Estocolmo? ¿Qué hacer cuando anhelas a alguien completamente indebido? Libia Musso, una romántica empedernida, siempre ha soñado con la familia que nunca tuvo. Con la idea de algún día encontrar a su hombre perfecto, su príncipe azul, y lucha por la irremediable atracción que tiene por los patanes. Un día se embarca a Brasil pa
Dos años después. Ariadna llevaba oficialmente un año de haber renunciado. Nunca olvidará el gesto de felicidad en el rostro de su madre al darle la noticia. Nathan le dijo que más adelante podía buscar otro trabajo, poner un negocio y hacer lo que ella quisiera. El problema de su antiguo empleo radicaba en la saña con la que Lucas la comenzó a tratar. Ahora era ama de casa, lo que equivalía a hacer mil trabajos al día. Disfrutaba poder estar presente en la vida de su hijo. Las cuestiones laborales las retomaría más adelante. En el presente, sus batallas ya no eran los presupuestos o inventarios. Su mayor lucha era la gastritis, que por falta de cuidado se intensificó. Ese día, en particular, se encontraba tan sensible que inició una discusión con su esposo por no usar portavasos. En su defensa, el comedor era nuevo y de madera. En otras ocasiones le externó su molestia, y Nathan hacía caso omiso a su petición de ser cuidadoso. Toda la mañana y parte de la tarde repasó el i
En las semanas siguientes, Nathan permaneció alerta. Atento a que su suegro no utilizara el trabajo que le otorgó para tenderle alguna clase de trampa. Esos días, ambos avanzaban con precaución, recelaban hasta de su propia sombra. Cautelosos a no revelar algo que uno pudiera emplear en contra del otro. Sin embargo, los días se transformaron en meses y nadie podía fingir ser algo que no era. Así que con más "confianza", Gerardo exhibía su verdadera personalidad. La de un hombre maduro, que disfrutaba ser galante con las empleadas jóvenes. Les invitaba un café o el almuerzo y hacía bromas frecuentemente fuera de lugar. —Buenos días, señorita Jimena. Veo que hoy viene con falda. ¿Qué tal si me da una vueltecita para apreciar mejor la... vista? La joven apretó los puños y esbozó una sonrisa forzada, en su estómago sintió una mezcla de asco e impotencia. —Buenos días, señor Acosta —respondió con la mayor cortesía posible, y luchó contra el impulso de abofetearlo. Gerardo rehusa
Sus circunstancias no eran las que alguna vez idealizó en su juventud. La vida resultaba dura, complicada, y jamás sintió tanto temor por sus finanzas como en ese momento. Sin embargo, pese a lo difícil de todo, estaba seguro de que nunca experimentó tanta felicidad. Al ver la sonrisa de su amada, al sentir los bracitos de su hijo rodeándole la pierna, sentía una paz única. Lástima que siempre existiera alguien dispuesto a arruinar esos momentos especiales, y en su día perfecto de unión matrimonial, esa persona fue su suegra. Justo después de la boda, comenzó a quejarse de todo. Le reclamó a Ariadna por los grandes sacrificios que hicieron por ella. Con lágrimas de pura amargura, le dijo que detestaba que se conformara con tan poca cosa. Todo porque la boda, en esta ocasión, no fue nada comparado con los buenos tiempos económicos. Criticó sin piedad su vestido, y literalmente lo llamó "corriente". La acusó de conformista por aceptar una simple comida en casa de sus suegros en lug
Ariadna era consciente de su desmedido estrés, entre los excesos de trabajo, estirar la economía y los constantes reclamos de su madre al enterarse de que volvió con su exesposo. Nunca creyó que la relación con sus padres sería tan pésima; no obstante, las personas cambian, para bien o para mal, y esa era una verdad que todavía le costaba procesar. A sus padres les agradaba la idea de que conociera a Lucas, que saliera con él, que rehiciera su vida. Sin embargo, la “relación” causó descontento después de escuchar su mentalidad. El hombre creció en una familia donde las mujeres tomaban las riendas de su vida. Lucas le pidió a Ariadna que se concentrara en su trabajo, sin importar los sacrificios. Eso no era malo. El problema era que ella ya tenía otra responsabilidad. Su hijo era muy pequeño y a Lucas no parecía importarle que lo dejara solo con tal de realizarse profesionalmente. Los Acosta vieron en eso una señal negativa. “Claro, porque no es su hijo. Por eso no le import
Ariadna se acercó a él. Soltó un suspiro antes de sentarse en la esquina de la cama. —Nunca debes ocultarme algo así —le dijo entre sollozos. Sujetó su mano con delicadeza. Se mordió el labio inferior, en un intento de reprimir el llanto. —Era muy tarde —Nathan intentó explicarle—, es peligroso que salgas sola con el niño. —¿Sabes quiénes te hicieron esto? —De seguro fue Tania. Ni siquiera pude defenderme —dijo con la cabeza agachada—. En esa área hay cámaras. Si hacía algo, sería la excusa perfecta para volver a encerrarme. —Nathan —mencionó su nombre con pesar. Su pecho se llenaba de dolor al verlo así—. ¿Qué podemos hacer con tal de que esa mujer te deje en paz? —No sé —le mintió. Su labio palpitaba adolorido. —Dime —exigió una respuesta. —Le debo dinero —confesó con los hombros encogidos y expresión de vergüenza—, a ella y a su esposo. —¿Cuánto? —preguntó Ariadna con la respiración agitada. —Mucho —respondió sin poder mirarla a los ojos. —Necesito saber cuánto. —Ya te d
Las cosas parecían encajar a la perfección. Otra semana transcurrió entre el trabajo, atender a Adriel y tener largas pláticas hasta que el sueño los vencía. Todo daba la impresión de ser pacífico, sereno, y para Nathan eso tenía la pinta de ser extraño. Era un jueves a las cinco de la tarde. Los transeúntes avanzaban por los pasillos del centro comercial, algunos apresurados sin siquiera mirar a su alrededor, otros mataban el tiempo con ojos curiosos en los aparadores ante la multitud de objetos en venta. Ese día, Nathan decidió salir una hora y media después del cierre habitual. Le avisó a Ariadna, y ella le pidió si podía llevar cereal, un casillero de huevos y azúcar a la casa. Nathan aceptó sin inconvenientes. Aunque ella insistió en ir a buscarlo, él argumentó que le preocupaba que manejara con su hijo tan noche, que conocía bien los horarios del transporte y no tendría problemas para llegar a casa. Ariadna confió en que todo iría bien. No era la primera vez que Nathan se q
Ariadna imitó el gesto. Con la mano desocupada tocó la mejilla de Nathan. —Como hayan sido las cosas, lo importante es que estamos aquí —le dijo. Nathan ladeó la cabeza de tal manera que sus labios quedaron sobre su mano, y la besó. —Te quiero —le susurró casi inaudible. Ella escuchó a la perfección, pero se hizo la que no. Apartó su mano y volvió su rostro al frente y fingió prestar atención a los programas infantiles de su hijo. Esa madrugada, ambos volvieron a unir sus cuerpos. Sin embargo, a diferencia del pasado, en esta ocasión el deseo ferviente de que eso fuera eterno los quemaba. Una parte los ponía ansiosos, y otra los llenaba de esperanza. … Las semanas pasaron. Adriel se había acostumbrado tanto a dormir y despertar entre sus papás. Nathan tuvo que hablar con su padre e informarle que ya no utilizaría el departamento que le prestó. Urriaga lo miró como si se hubiera vuelto loco, le dijo que las rentas son caras y que, mientras se estabilizaba, era conveniente acep