Capítulo 3

—¿Esto lo planteaste tú? —le preguntó con voz rota—. ¿De verdad te parece glorioso? ¿Qué es lo que te causa tanta gracia?

—Ari, Ari, mi amada princesa. ¿Crees que elegirte a ti fue coincidencia? Querías respuestas, aquí las tienes.

—Tú y el señor Urriaga… Tú e Iván. ¡Eres una persona horrible! —Apretó los labios y cerró los puños con fuerza. Su misión, su parte de ese trato absurdo, era mucho peor de lo que había imaginado.

—Bueno, preciosa. Si tan horrible soy, rompamos este acuerdo. ¿Qué te parece? Lo hubieras dicho desde el principio. —Se aclaró la garganta, mientras se acomodaba con cuidado la corbata—. Terminemos con esto y el salvaje ese que vuelva al lugar donde pertenece.

Ariadna lo miró directo a los ojos, horrorizada por lo que ese hombre podía llegar a hacer.

—¿Qué dices? —inquirió con el corazón acelerado.

—Este contrato lo puedes romper cuando quieras, mi amor. Pero tu amado Iván volverá a prisión por un cargo peor que el anterior. Así se va a quedar encerrado el resto de su vida o… —Esbozó una sonrisa sardónica—, le puedo dar otro fajo de billetes a algún recluso y que su dolor termine rápido.

La novia negó con la cabeza, y pidió que no lo hiciera. Ella utilizó el nombre de su madre, de su padre y hasta su propia vida como garantía de que no iba a romper el acuerdo.

—Híncate y ruega. Convénceme —Su mirada se estrechó y la sonrisa se hizo más amplia, más perversa.

Ella obedeció sin chistar. Ese hombre no titubea ante sus deseos. Fue capaz de idear todo eso y solo él sabe sus demás planes.

Nathan se inclinó hacia ella, y estiró su mano con la intención de acariciar su mejilla. Ariadna alejó el rostro como reflejo.

—Eres mi mujer, mi esposa. Haz méritos y así te perdonaré por acostarte con mi hermano —su voz destilaba sarcasmo.

Ariadna frunció el ceño, ante la expresión pervertida de Nathan. Odiar a alguien que acabas de conocer debería considerarse imposible. Pero ella no encontraba otra palabra para definir lo que ese hombre le hacía sentir.

—Vamos con los invitados. Los besos y arrumacos pueden esperar a la luna de miel.

Ariadna se levantó del suelo con su ayuda. Después de que una mujer de piel blanca y cabello rojo, le volviera a retocar su maquillaje, dieron la cara a los invitados. Nathan destiló odio disfrazado de compresión a través de sus palabras apacibles, su discurso constaba de hacer quedar mal a Iván, a la señora Estela, a su padre y sobre todo a ella, entre líneas confirmaba la infidelidad de su ahora esposa y dejaba ver también la relación clandestina que sostuvo con su medio hermano.

La cabeza de Ariadna trabajaba a mil por hora, ignoró los comentarios pasivo-agresivos que le dedicaban entre susurros los invitados. Iván nunca le mencionó nada de un medio hermano, no obstante la señora Estela parecía estar muy al tanto de Nathan. Ella siempre vio en la familia Urriaga un ejemplo a seguir, pues a diferencia de sus padres, ellos irradiaban amor verdadero. Cada quién tenía su propio drama familiar y, por lo visto, el señor Urriaga no se escapaba del suyo.

***

Lo siguiente que seguía en la lista de una pareja de recién casados era su primera noche juntos. Ariadna con los ojos hinchados y el corazón destrozado observó la habitación con paredes blancas y con apenas unos cuantos muebles, intuyó que ese cuarto se convertiría en su jaula de oro.

La voz autoritaria de Nathan la sacó de sus cavilaciones, al ver que ella no hacía caso le volvió a exigir que se desvistiera. Ella no se opuso, ¿qué podía hacer? Sus prendas cayeron al piso, solo le quedaban su bragas, contuvo el llanto, se aferró a un poquito de dignidad. Entonces él habló con voz firme:

—Pensar que fuiste la mujer de aquel bastardo —dijo y la miró de arriba a abajo—, me da asco. Ese imbécil de seguro pasó sus asquerosas manos sobre ti.

—¡No te expreses así de él! —reclamó Ariadna sin mirarlo, mientras se cubría el pecho.

—De seguro coger con ese malnacido te encantó, ¿verdad? No eres más que una mujercita insignificante. —Le dedicó una mirada llena de desprecio y acto seguido salió del cuarto.

Ariadna se aferró a los bellos recuerdos que le quedaban de su vida pasada; a su sueño imposible de ser la esposa de Iván Urriaga. En ese momento sus días eran tan dichosos que debió sospechar que algo saldría mal. Tenía tres años de feliz noviazgo con Iván, y apenas le había entregado el anillo.

Hace siete meses su vida cambió con la rapidez de un chasquido. Su futuro con Iván fue nublado en un principio por la desaparición de su suegro en Brasil. Después la monstruosa empresa que le había dado trabajo a su prometido lo acusaba de desviar montos millonarios. La prensa amarillista no tardó en filtrar noticias falsas sobre Iván, noticias que generaban odio mediático.

En medio del dolor y la desesperación, una solución surgió de entre las sombras; un sujeto joven, guapo que le aseguró que si ella le ayudaba en un asunto “secreto”, él sería capaz de sacar a Iván de prisión. Ella aceptó, insegura, por dentro creyó que todo se trataba de una vil broma. Una semana después Iván dejó atrás la prisión. Un par de días transcurrieron y aquel sujeto se comunicó con ella; su primera orden fue decirle a su novio que ella había conocido a otra persona y terminar la relación.

Ariadna negó con la cabeza. Se sintió estúpida, resultó ser una simple pieza en el tablero de Nathan Karsson, mejor dicho; Nathan Urriaga. El hombre usaba la máscara de inocente esposo y fingía sufrir por la infidelidad de la mujer que “ama”, quedó como la víctima de una promiscua bruja que se metió con dos hermanos. Hasta sus padres la veían como la mala de la historia. Ella miró el techo, ¿habría alguna manera de salir de todo ese maldito embrollo?

¿O tendría que sucumbir ante las ideas retorcidas de ese loco?

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