—¿Esto lo planteaste tú? —le preguntó con voz rota—. ¿De verdad te parece glorioso? ¿Qué es lo que te causa tanta gracia?
—Ari, Ari, mi amada princesa. ¿Crees que elegirte a ti fue coincidencia? Querías respuestas, aquí las tienes. —Tú y el señor Urriaga… Tú e Iván. ¡Eres una persona horrible! —Apretó los labios y cerró los puños con fuerza. Su misión, su parte de ese trato absurdo, era mucho peor de lo que había imaginado. —Bueno, preciosa. Si tan horrible soy, rompamos este acuerdo. ¿Qué te parece? Lo hubieras dicho desde el principio. —Se aclaró la garganta, mientras se acomodaba con cuidado la corbata—. Terminemos con esto y el salvaje ese que vuelva al lugar donde pertenece. Ariadna lo miró directo a los ojos, horrorizada por lo que ese hombre podía llegar a hacer. —¿Qué dices? —inquirió con el corazón acelerado. —Este contrato lo puedes romper cuando quieras, mi amor. Pero tu amado Iván volverá a prisión por un cargo peor que el anterior. Así se va a quedar encerrado el resto de su vida o… —Esbozó una sonrisa sardónica—, le puedo dar otro fajo de billetes a algún recluso y que su dolor termine rápido. La novia negó con la cabeza, y pidió que no lo hiciera. Ella utilizó el nombre de su madre, de su padre y hasta su propia vida como garantía de que no iba a romper el acuerdo. —Híncate y ruega. Convénceme —Su mirada se estrechó y la sonrisa se hizo más amplia, más perversa. Ella obedeció sin chistar. Ese hombre no titubea ante sus deseos. Fue capaz de idear todo eso y solo él sabe sus demás planes. Nathan se inclinó hacia ella, y estiró su mano con la intención de acariciar su mejilla. Ariadna alejó el rostro como reflejo. —Eres mi mujer, mi esposa. Haz méritos y así te perdonaré por acostarte con mi hermano —su voz destilaba sarcasmo. Ariadna frunció el ceño, ante la expresión pervertida de Nathan. Odiar a alguien que acabas de conocer debería considerarse imposible. Pero ella no encontraba otra palabra para definir lo que ese hombre le hacía sentir. —Vamos con los invitados. Los besos y arrumacos pueden esperar a la luna de miel. Ariadna se levantó del suelo con su ayuda. Después de que una mujer de piel blanca y cabello rojo, le volviera a retocar su maquillaje, dieron la cara a los invitados. Nathan destiló odio disfrazado de compresión a través de sus palabras apacibles, su discurso constaba de hacer quedar mal a Iván, a la señora Estela, a su padre y sobre todo a ella, entre líneas confirmaba la infidelidad de su ahora esposa y dejaba ver también la relación clandestina que sostuvo con su medio hermano. La cabeza de Ariadna trabajaba a mil por hora, ignoró los comentarios pasivo-agresivos que le dedicaban entre susurros los invitados. Iván nunca le mencionó nada de un medio hermano, no obstante la señora Estela parecía estar muy al tanto de Nathan. Ella siempre vio en la familia Urriaga un ejemplo a seguir, pues a diferencia de sus padres, ellos irradiaban amor verdadero. Cada quién tenía su propio drama familiar y, por lo visto, el señor Urriaga no se escapaba del suyo. *** Lo siguiente que seguía en la lista de una pareja de recién casados era su primera noche juntos. Ariadna con los ojos hinchados y el corazón destrozado observó la habitación con paredes blancas y con apenas unos cuantos muebles, intuyó que ese cuarto se convertiría en su jaula de oro. La voz autoritaria de Nathan la sacó de sus cavilaciones, al ver que ella no hacía caso le volvió a exigir que se desvistiera. Ella no se opuso, ¿qué podía hacer? Sus prendas cayeron al piso, solo le quedaban su bragas, contuvo el llanto, se aferró a un poquito de dignidad. Entonces él habló con voz firme: —Pensar que fuiste la mujer de aquel bastardo —dijo y la miró de arriba a abajo—, me da asco. Ese imbécil de seguro pasó sus asquerosas manos sobre ti. —¡No te expreses así de él! —reclamó Ariadna sin mirarlo, mientras se cubría el pecho. —De seguro coger con ese malnacido te encantó, ¿verdad? No eres más que una mujercita insignificante. —Le dedicó una mirada llena de desprecio y acto seguido salió del cuarto. Ariadna se aferró a los bellos recuerdos que le quedaban de su vida pasada; a su sueño imposible de ser la esposa de Iván Urriaga. En ese momento sus días eran tan dichosos que debió sospechar que algo saldría mal. Tenía tres años de feliz noviazgo con Iván, y apenas le había entregado el anillo. Hace siete meses su vida cambió con la rapidez de un chasquido. Su futuro con Iván fue nublado en un principio por la desaparición de su suegro en Brasil. Después la monstruosa empresa que le había dado trabajo a su prometido lo acusaba de desviar montos millonarios. La prensa amarillista no tardó en filtrar noticias falsas sobre Iván, noticias que generaban odio mediático. En medio del dolor y la desesperación, una solución surgió de entre las sombras; un sujeto joven, guapo que le aseguró que si ella le ayudaba en un asunto “secreto”, él sería capaz de sacar a Iván de prisión. Ella aceptó, insegura, por dentro creyó que todo se trataba de una vil broma. Una semana después Iván dejó atrás la prisión. Un par de días transcurrieron y aquel sujeto se comunicó con ella; su primera orden fue decirle a su novio que ella había conocido a otra persona y terminar la relación. Ariadna negó con la cabeza. Se sintió estúpida, resultó ser una simple pieza en el tablero de Nathan Karsson, mejor dicho; Nathan Urriaga. El hombre usaba la máscara de inocente esposo y fingía sufrir por la infidelidad de la mujer que “ama”, quedó como la víctima de una promiscua bruja que se metió con dos hermanos. Hasta sus padres la veían como la mala de la historia. Ella miró el techo, ¿habría alguna manera de salir de todo ese maldito embrollo? ¿O tendría que sucumbir ante las ideas retorcidas de ese loco?En el presente. La tarde del siguiente día Nathan apareció en su cuarto y le explicó lo molesto e insistente que era Iván, pues no paraba de enviarle mensajes y llamarla. Le ordenó que le dijera por teléfono que él había sido su amante por muchos meses. —¿Qué ganas con eso? —le preguntó ella, desesperada por dicha petición. —Eso no te importa. Harás lo que te digo. Quiero que ese maldito te odie con la misma fuerza con la que alguna vez dijo amarte. Que aplastes su corazón. —Le entregó el teléfono. Ariadna sujetó el aparato, sentada en la cama, cerró los ojos con fuerza en un intento por despertar de esa pesadilla. —Dijiste que no le harías nada si me casaba contigo. —Apretó el móvil. —No, yo te dije que no lo metería a prisión. Jamás mencioné otras cosas. —Sus fosas nasales se ensancharon y comenzó a caminar en círculos—. Ese bastardo no es más que un ladrón; me roba mi empresa. Te imaginas trabajar día y noche para levantar una corporación y que tu padre de la noche a la
Las nubes revoloteaban entre el cielo azul. Ariadna bajó al primer piso de la casa Karsson con sigilo. Lo primero que sus ojos vieron al bajar fue a Nathan recostado en el sofá. Avanzó a paso lento hacia él. De cerca se dio cuenta que no llevaba camisa, sus mejillas se ruborizaron, y desvió la mirada hacia su mano derecha, vendada y manchada de rojo carmesí. Con cuidado lo revisó, con el entrecejo fruncido. Sus ojos se posaron en su rostro y contempló los mechones de cabello rubio que bailaban en su frente, su nariz respingada hacía un ligero sonido al respirar. Ese hombre parecía un actor famoso, ¿por qué alguien así querría una venganza tan tortuosa? —¿Necesita algo, señora? Ariadna brincó al escuchar la voz de Jennifer, se apresuró a decirle que no, y subió a su cuarto. *** Nathan Karsson se miró al espejo y lo único que vislumbraba era el fracaso. Toda su vida se esforzó por obtener una muestra de afecto genuina de parte de su padre. Se preguntó si la razón de su despreci
Había transcurrido una hora que desde que Jennifer salió de su habitación, el motivo de su aparición fue para recordarle la salida que tenía ese día con su esposo Nathan. Ellos no eran una pareja real; y cualquiera con un poco de sentido común podía notarlo. Una semana antes de su boda, había salido de su casa con dos maletas grandes color café, apenas y pudo llevarse algunas prendas. Era tanta su tristeza y tan nulas ganas de adaptarse a su nueva vida que su ropa seguía en las maletas, en los días posteriores alternaba entre pijamas; su día empezaba en esas cuatro paredes y terminaba en esas cuatro paredes. Y ahora sin más su querido “esposo” le decía que se arreglara para presentarla a sus colegas. Después de tanta indecisión, Ariadna se miraba al espejo, nunca fue una mujer insegura o eso creyó, en esa nueva vida le aterraba el hecho de que el sol saliera. Optó por una falda gris que le llegaba abajo de la rodilla, una blusa blanca, aretes y collar corto en color dorado y un
El clima cálido le resultó abrasador al salir del auto. Ariadna llevaba unas sandalias de tacón alto en color piel, que se ajustaban de un modo delicado a sus tobillos con finas tiras. La falda lápiz, de un tono terracota que resaltaba su figura, caía hasta media pierna y se ceñía a su cintura con un elegante lazo. Completaba su atuendo una blusa blanca sin mangas, de cuello alto con volantes, y un sutil corte en forma de lágrima en el escote, que le daba un aire sofisticado y refinado. Llevaba su cabello suelto, estilizado con unas ondas. Apenas faltaban unos pocos kilómetros para llegar, Nathan le advirtió que no se pasara de lista. La amenazó con pegarle en la boca si se le ocurría decir algo extraño sobre él o sobre su matrimonio. Dio pequeños detalles de cómo el asunto del matrimonio se le salió de control. —Deberías mencionar que nos presentó una de tus amigas, te obsesionaste conmigo y… —¿Qué? —exclamó ella, ofendida—. ¿Por qué yo tendría que obsesionarme contigo? —Porq
Las palabras de la señora Violeta revoloteaban en la mente de Ariadna. No sabía si era una simple recomendación o algo que de verdad le serviría en un futuro. Nathan Karsson la tenía sujetada por el cuello, metafóricamente. Ella no podía hacer ni decir nada. En las noches le costaba tanto quedarse dormida, consumida por el miedo, pues no comprendía hasta qué punto la venganza de ese hombre podría dañar a Iván y a su familia. Necesitaba un arma, algo que le sirviera de ayuda en contra de ese hombre. —Sabrina —susurró, y se hizo una película mental sobre ese par. Quizá ellos sentían amor el uno por el otro y debido al odio por su medio hermano tuvo que separarse de ella. Al parpadear las pestañas de Ariadna se empaparon de líquido salado. Era lo único que le ayudaba a quedarse dormida; llorar. Llorar hasta que el corazón doliera menos, abrazada a su almohada con cientos de ideas dolorosas sobre el hubiera, un futuro imposible. Se imaginaba a sí misma en una casa grande, con
Los ojos verdes de Nathan escudriñaban la esbelta figura de su esposa, su cintura se volvió todavía más estrecha, en tanto sus ojeras se marcaban profundas y sus labios lucían cuarteados. —Usa mucho maquillaje alrededor del área de los ojos. Pareces un zombi —se limitó a decir. Ariadna volvió su vista a él. —¡Eres un idiota! —escupió cada sílaba con rabia. —Modera tu boca conmigo, mi amor. No sé si lo sepas, pero el que manda aquí soy yo —le recordó con un sereno tono de voz. Ariadna lo miró con una mezcla de miedo y frustración. —¿Cuánto tiempo estaré aquí? ¿Me matarás?, ¿qué piensas hacerme? —No lo sé. —Se aclaró la garganta—. No tengo claro qué hacer contigo después de acabar con mis asuntos. —Se acarició la barbilla sin apartar la vista de ella—. Pero si quieres mantener a tu familia a salvo, sigue mis indicaciones. No olvides lo que pude hacer. Ariadna parpadeó confundida. La mención de su familia hizo que su pecho se apretara. —No he hecho nada contrario a lo
Durante la conversación, el padre de Ariadna mencionó su gusto por la pesca, y Nathan lo invitó a su despacho a contemplar uno de sus trofeos más preciados: la réplica de un pez vela que había pescado en el Golfo de papagayo, ubicado en la región de Guanacaste, Costa Rica, de aproximadamente 11 pies y 200 libras. Gerardo Acosta se quedó petrificado por unos segundos. No le terminaba de caer bien su yerno, y su actitud le resultaba extraña. Además, el repentino matrimonio con su hija, no le terminaba de cuadrar todo el asunto. Tomó aire, no quería mostrarse hostil, así que se levantó del sofá y siguió con nulo entusiasmo a su yerno. Aurora volvió el rostro en dirección a su hija, estiró su mano, y la entrelazó con la de Ariadna. —Dime, ¿de verdad este cuento de hadas no se ha convertido en uno de terror? —le susurró, concentrada en las ondas que caían en los hombros de su hija, un vago recuerdo de una bebé de meses con apenas cabellos delgados que crecían con una lentitud que p
Los mensajes de aquella mujer se volvían cada vez más insistentes. Hasta que comenzaron a contactar a Nathan desde diferentes números telefónicos. Él sabía que esa mujer no tenía una mente clara, y conocer a su presunta “esposa” detonó muchas cosas en ella. “Contéstame, si no lo vas a lamentar toda tu vida”. “Soy capaz de decirle a todos sobre lo nuestro, así que contéstame”. Nathan frunció el ceño antes de marcar ese número que ya consideraba maldito. —¿Qué quieres? —le preguntó de mal humor. —¿Te atreves a traer a tu mujercita fea ante mi presencia y hacer como si yo no existiera? —A ella no le intimidaba el carácter de Karsson. Él negó con la cabeza y le explicó, que ellos ya no eran nada, que su aventura ya había terminado desde hacía mucho. —¿En seis meses te olvidaste de mí? —Mierda —exclamó él—. Nosotros nunca fuimos una pareja, todo era ocasional. ¡Lo dejamos claro desde el principio! —Esto se acaba cuando yo quiero —la mujer culminó la conversación. Nath