Llegó la hora de la celebración. Los padres de la novia contemplaron el jardín del Arrecife decorado entre hermosos arreglos de rosas blancas y tul brillante. Hace seis meses ni siquiera se le habría ocurrido una situación como esa.
Con semblantes preocupados seguían en la tarea de descifrar que llevó a su hija a casarse de la nada con un hombre que apenas les había presentado. No es que Nathan no fuera un buen partido, se veía una persona de dinero, atractivo y con un hablar elocuente. El problema era que hace seis meses su hija moría de amor por Iván Urriaga. Con el pecho apretado Ariadna atendía a los invitados. Sus mejillas dolían de tanto sonreír. Entonces, a lo lejos alcanzó a escuchar una voz conocida: la señora Estela se encontraba en el lugar, llevaba un vestido azul con pedrería y un hombro descubierto, y el cabello recogido en una cola baja. Enseguida caminó hacia el otro lado, pero su marido, al percatarse de eso, la tomó de la cintura y la llevó hasta la señora Estela. Él era más alto, más fuerte, así que resistirse no resultaba una opción. —Señora Estela, que bella se ve hoy. La aludida sonrió ampliamente, hasta que sus ojos contemplaron a la bella mujer vestida de novia al costado de Nathan. »Ella es mi esposa, su nombre es Ariadna Acosta. —Nathan sonrió de lado. El entrecejo de Estela se arrugó; conmocionada, volteó a ver a los lados en busca de su esposo y de su hijo. »Parece que ha visto un fantasma. ¿Acaso mi esposa tiene algo de malo? Estela trató de relajar el rostro. Parpadeó varias veces y con la mayor tranquilidad que pudo le dijo que le deseaba una vida feliz, que de salud no se encontraba muy bien y que tendría que retirarse. Ariadna se quedó de piedra en su sitio, sin comprender la relación que compartía su esposo con la madre de su ex prometido y a sus espaldas escuchó esa voz grave y juvenil. Deseaba correr lejos de ahí, pero era demasiado tarde. —¡A-Ariadna! —la llamó aquel joven—. ¿¡Por qué estás vestida así!? —Ella es mi esposa, la mujer maravillosa de la que te conté —dijo Nathan con fingida inocencia. —¿Este es el hombre por el cual me dejaste? ¿¡ME ABANDONASTE PARA CASARTE CON MI HERMANO!? El estómago de la joven novia se revolvió. ¿Iván había dicho hermano? Eso era imposible porque él era hijo único. Además el apellido de aquél hombre era Karsson. Y no era nada parecido a Iván que era una copia exacta de su padre, cabello y ojos oscuros. Las manos fuertes de su ex prometido apretaron sus brazos. —¿Qué crees que haces? ¡La lástimas!—Nathan de un movimiento apartó a su esposa del colérico chico. —Necesito que me digas que esto es una broma de mal gusto. ¡Quiero qué me digas que esto no es real! —Iván se encontraba fuera de sí. Su cerebro no alcanzaba asimilar cómo es que la mujer de su vida se había casado con otro hombre. Nathan le lanzó un vistazo a Ariadna y entonces ella entendió por qué la eligió. —Nathan —se escuchó la voz de Iván Urriaga, padre—. ¿Qué pasa? Estela se puso en medio de su hijo y su hijastro. Iván gritaba que eran personas de m****a. Acusó a Ariadna de ser falsa, deseó delante de todos los invitados que estuviera muerta, le dijo que no solo rompió su corazón, si no que le quitó las ganas de vivir. —¡Basta, basta, Iván! —rogó Estela, con sus brazos sujetó con fuerza el torso de su hijo. —¡TE ODIO, LOS ODIO, MALDITOS! —Hizo a su madre de lado y con todas sus fuerzas le soltó un puñetazo a Nathan. —¡Hijo de puta! —soltó el rubio, y se limpió el labio con la manga de su saco negro. Su siguiente movimiento fue atinarle dos puñetazos, el primero en la boca del estómago y el segundo en la mejilla. —¡Ya, por favor, paren! —suplicaba Estela con el corazón desbocado, asustada de que su hijo y Nathan terminaran por quitarse la vida. Iván padre, tuvo la intención de ponerse en medio de ese par y separarlos, pero la furia de su hijo menor era incontrolable. Mientras tanto Ariadna lloraba desconcertada en una esquina, sus ojos manchados por el rimel. Sus piernas temblaban y dentro de sí el caos le carcomía los huesos. ¿Qué podía hacer? Una mujer del equipo la guío hacia una habitación. En esa lucha física que se trataba más de una guerra de egos, Nathan atinó tres puñetazos más en el rostro de su medio hermano. Iván aturdido por los golpes se desvaneció y cayó al suelo. Nathan se puso de cuclillas sobre Iván, sin titubear le iba a dar otro golpe. Sin embargo su padre lo sometió, lo abrazó por la espalda con fuerza y lo quitó de encima de su hijo menor. Nathan se paró del suelo y se fue a una esquina alejada del salón. El rostro de Iván bañado en sangre, asustó a los invitados. —Malditos, malditos —susurró Iván. —Nathan. —El señor Urriaga se acercó a su hijo mayor, sentía vergüenza de pronunciar su nombre—. Nunca fue mi intención… Esto es tan caótico. —Sigo sin entender qué ha pasado padre. Tengo una larga conversación con mi esposa —le dijo con fingida preocupación, arregló su saco y se limpió la sangre de la barbilla—. Lo mejor será que se retiren, no quiero ocasionar un escándalo en los medios que le afecten. No quiero más problemas. —Lo siento, hablaré con tu hermano. Yo estoy aquí si me necesitas lo sabes—le susurró Urriaga y fue hasta dónde estaban los demás miembros de su familia. Nathan caminó directo a la recámara donde habían llevado a retocar a Ariadna. Entró al pequeño cuarto con una expresión seria que se suavizó al estar frente a su esposa. —El espectáculo fue glorioso —le dijo encantado, y sin poder disimular una enorme sonrisa. Ariadna se mordió el labio inferior tan fuerte que estuvo a nada de sacarse sangre.—¿Esto lo planteaste tú? —le preguntó con voz rota—. ¿De verdad te parece glorioso? ¿Qué es lo que te causa tanta gracia? —Ari, Ari, mi amada princesa. ¿Crees que elegirte a ti fue coincidencia? Querías respuestas, aquí las tienes. —Tú y el señor Urriaga… Tú e Iván. ¡Eres una persona horrible! —Apretó los labios y cerró los puños con fuerza. Su misión, su parte de ese trato absurdo, era mucho peor de lo que había imaginado. —Bueno, preciosa. Si tan horrible soy, rompamos este acuerdo. ¿Qué te parece? Lo hubieras dicho desde el principio. —Se aclaró la garganta, mientras se acomodaba con cuidado la corbata—. Terminemos con esto y el salvaje ese que vuelva al lugar donde pertenece. Ariadna lo miró directo a los ojos, horrorizada por lo que ese hombre podía llegar a hacer. —¿Qué dices? —inquirió con el corazón acelerado. —Este contrato lo puedes romper cuando quieras, mi amor. Pero tu amado Iván volverá a prisión por un cargo peor que el anterior. Así se va a quedar encerrado
En el presente. La tarde del siguiente día Nathan apareció en su cuarto y le explicó lo molesto e insistente que era Iván, pues no paraba de enviarle mensajes y llamarla. Le ordenó que le dijera por teléfono que él había sido su amante por muchos meses. —¿Qué ganas con eso? —le preguntó ella, desesperada por dicha petición. —Eso no te importa. Harás lo que te digo. Quiero que ese maldito te odie con la misma fuerza con la que alguna vez dijo amarte. Que aplastes su corazón. —Le entregó el teléfono. Ariadna sujetó el aparato, sentada en la cama, cerró los ojos con fuerza en un intento por despertar de esa pesadilla. —Dijiste que no le harías nada si me casaba contigo. —Apretó el móvil. —No, yo te dije que no lo metería a prisión. Jamás mencioné otras cosas. —Sus fosas nasales se ensancharon y comenzó a caminar en círculos—. Ese bastardo no es más que un ladrón; me roba mi empresa. Te imaginas trabajar día y noche para levantar una corporación y que tu padre de la noche a la
Las nubes revoloteaban entre el cielo azul. Ariadna bajó al primer piso de la casa Karsson con sigilo. Lo primero que sus ojos vieron al bajar fue a Nathan recostado en el sofá. Avanzó a paso lento hacia él. De cerca se dio cuenta que no llevaba camisa, sus mejillas se ruborizaron, y desvió la mirada hacia su mano derecha, vendada y manchada de rojo carmesí. Con cuidado lo revisó, con el entrecejo fruncido. Sus ojos se posaron en su rostro y contempló los mechones de cabello rubio que bailaban en su frente, su nariz respingada hacía un ligero sonido al respirar. Ese hombre parecía un actor famoso, ¿por qué alguien así querría una venganza tan tortuosa? —¿Necesita algo, señora? Ariadna brincó al escuchar la voz de Jennifer, se apresuró a decirle que no, y subió a su cuarto. *** Nathan Karsson se miró al espejo y lo único que vislumbraba era el fracaso. Toda su vida se esforzó por obtener una muestra de afecto genuina de parte de su padre. Se preguntó si la razón de su despreci
Había transcurrido una hora que desde que Jennifer salió de su habitación, el motivo de su aparición fue para recordarle la salida que tenía ese día con su esposo Nathan. Ellos no eran una pareja real; y cualquiera con un poco de sentido común podía notarlo. Una semana antes de su boda, había salido de su casa con dos maletas grandes color café, apenas y pudo llevarse algunas prendas. Era tanta su tristeza y tan nulas ganas de adaptarse a su nueva vida que su ropa seguía en las maletas, en los días posteriores alternaba entre pijamas; su día empezaba en esas cuatro paredes y terminaba en esas cuatro paredes. Y ahora sin más su querido “esposo” le decía que se arreglara para presentarla a sus colegas. Después de tanta indecisión, Ariadna se miraba al espejo, nunca fue una mujer insegura o eso creyó, en esa nueva vida le aterraba el hecho de que el sol saliera. Optó por una falda gris que le llegaba abajo de la rodilla, una blusa blanca, aretes y collar corto en color dorado y un
El clima cálido le resultó abrasador al salir del auto. Ariadna llevaba unas sandalias de tacón alto en color piel, que se ajustaban de un modo delicado a sus tobillos con finas tiras. La falda lápiz, de un tono terracota que resaltaba su figura, caía hasta media pierna y se ceñía a su cintura con un elegante lazo. Completaba su atuendo una blusa blanca sin mangas, de cuello alto con volantes, y un sutil corte en forma de lágrima en el escote, que le daba un aire sofisticado y refinado. Llevaba su cabello suelto, estilizado con unas ondas. Apenas faltaban unos pocos kilómetros para llegar, Nathan le advirtió que no se pasara de lista. La amenazó con pegarle en la boca si se le ocurría decir algo extraño sobre él o sobre su matrimonio. Dio pequeños detalles de cómo el asunto del matrimonio se le salió de control. —Deberías mencionar que nos presentó una de tus amigas, te obsesionaste conmigo y… —¿Qué? —exclamó ella, ofendida—. ¿Por qué yo tendría que obsesionarme contigo? —Porq
Las palabras de la señora Violeta revoloteaban en la mente de Ariadna. No sabía si era una simple recomendación o algo que de verdad le serviría en un futuro. Nathan Karsson la tenía sujetada por el cuello, metafóricamente. Ella no podía hacer ni decir nada. En las noches le costaba tanto quedarse dormida, consumida por el miedo, pues no comprendía hasta qué punto la venganza de ese hombre podría dañar a Iván y a su familia. Necesitaba un arma, algo que le sirviera de ayuda en contra de ese hombre. —Sabrina —susurró, y se hizo una película mental sobre ese par. Quizá ellos sentían amor el uno por el otro y debido al odio por su medio hermano tuvo que separarse de ella. Al parpadear las pestañas de Ariadna se empaparon de líquido salado. Era lo único que le ayudaba a quedarse dormida; llorar. Llorar hasta que el corazón doliera menos, abrazada a su almohada con cientos de ideas dolorosas sobre el hubiera, un futuro imposible. Se imaginaba a sí misma en una casa grande, con
Los ojos verdes de Nathan escudriñaban la esbelta figura de su esposa, su cintura se volvió todavía más estrecha, en tanto sus ojeras se marcaban profundas y sus labios lucían cuarteados. —Usa mucho maquillaje alrededor del área de los ojos. Pareces un zombi —se limitó a decir. Ariadna volvió su vista a él. —¡Eres un idiota! —escupió cada sílaba con rabia. —Modera tu boca conmigo, mi amor. No sé si lo sepas, pero el que manda aquí soy yo —le recordó con un sereno tono de voz. Ariadna lo miró con una mezcla de miedo y frustración. —¿Cuánto tiempo estaré aquí? ¿Me matarás?, ¿qué piensas hacerme? —No lo sé. —Se aclaró la garganta—. No tengo claro qué hacer contigo después de acabar con mis asuntos. —Se acarició la barbilla sin apartar la vista de ella—. Pero si quieres mantener a tu familia a salvo, sigue mis indicaciones. No olvides lo que pude hacer. Ariadna parpadeó confundida. La mención de su familia hizo que su pecho se apretara. —No he hecho nada contrario a lo
Durante la conversación, el padre de Ariadna mencionó su gusto por la pesca, y Nathan lo invitó a su despacho a contemplar uno de sus trofeos más preciados: la réplica de un pez vela que había pescado en el Golfo de papagayo, ubicado en la región de Guanacaste, Costa Rica, de aproximadamente 11 pies y 200 libras. Gerardo Acosta se quedó petrificado por unos segundos. No le terminaba de caer bien su yerno, y su actitud le resultaba extraña. Además, el repentino matrimonio con su hija, no le terminaba de cuadrar todo el asunto. Tomó aire, no quería mostrarse hostil, así que se levantó del sofá y siguió con nulo entusiasmo a su yerno. Aurora volvió el rostro en dirección a su hija, estiró su mano, y la entrelazó con la de Ariadna. —Dime, ¿de verdad este cuento de hadas no se ha convertido en uno de terror? —le susurró, concentrada en las ondas que caían en los hombros de su hija, un vago recuerdo de una bebé de meses con apenas cabellos delgados que crecían con una lentitud que p