Capítulo 5

Las nubes revoloteaban entre el cielo azul. Ariadna bajó al primer piso de la casa Karsson con sigilo.

Lo primero que sus ojos vieron al bajar fue a Nathan recostado en el sofá. Avanzó a paso lento hacia él.

De cerca se dio cuenta que no llevaba camisa, sus mejillas se ruborizaron, y desvió la mirada hacia su mano derecha, vendada y manchada de rojo carmesí.

Con cuidado lo revisó, con el entrecejo fruncido. Sus ojos se posaron en su rostro y contempló los mechones de cabello rubio que bailaban en su frente, su nariz respingada hacía un ligero sonido al respirar. Ese hombre parecía un actor famoso, ¿por qué alguien así querría una venganza tan tortuosa?

—¿Necesita algo, señora?

Ariadna brincó al escuchar la voz de Jennifer, se apresuró a decirle que no, y subió a su cuarto.

***

Nathan Karsson se miró al espejo y lo único que vislumbraba era el fracaso. Toda su vida se esforzó por obtener una muestra de afecto genuina de parte de su padre. Se preguntó si la razón de su desprecio era que sus rasgos eran más como los de su madre.

Los primeros años de su vida lo amaba tanto y anhelaba su aprobación en todos los sentidos. Luego al llegar a la adolescencia, se dio cuenta de lo patético que era suplicar por migajas de afecto.

En su etapa de joven se dio cuenta que seguía siendo el mismo niño ridículo que se arrodillaba por la aceptación de ese hombre.

Trabajó incansablemente para posicionar la empresa de su padre entre una de las mejores, pasó noches en vela mientras buscaba la manera innovar el mercado alimentario. Investigó y puso sangre, sudor y lágrimas por esa corporación y al final su venerado progenitor le había dicho que la mitad de ese negocio era de su medio hermano.

Furioso le reclamó que su segundo hijo nunca hizo nada. Qué él no merecía el fruto de todo su trabajo.

—Si estás tan furioso, pagaré tu parte y todo el negocio se lo quedará tu hermano. No quiero causar problemas.

Nathan no dijo una palabra. Cómo siempre guardaba su coraje. Ninguna circunstancia lo preparó para la siguiente etapa de su vida: su madre cayó enferma. Y por más mensajes que le mandaba a su padre, él no se dignaba a visitarla.

—Estoy ocupado. De verdad tengo mil cosas que hacer —se excusaba, sin mucho empeño.

—Ella es tu esposa. Tu esposa legal, la mujer que invirtió toda su herencia para que te convirtieras en el gran empresario que eres. Más de la mitad de tus negocios fueron financiados por ella. ¿Qué m****a te pasa?

—Cuida esa boca, muchacho.

***

Ese día cumplía dos semanas de casado, Nathan se esforzaba por mostrarse sufrido. Se vería con su padre para hablar de lo acontecido en su boda y quería que su plan saliera lo mejor posible. Al llegar al restaurante privado en dónde se quedaron de ver, pudo percibir el nerviosismo de su papá, rígido en su asiento con las manos entrelazadas recargadas en la mesa y la vista clavada en un punto ciego.

Al llegar lo saludó con cordialidad. Ese lugar fue el elegido para hablar sobre el tema de su esposa. Sin rodeos, el hombre le dijo con sutileza que ella había sido novia de su medio hermano y hasta planeaban casarse a finales de ese año. No quería arruinar la relación de su hijo mayor con esa muchacha, sin embargo sentía obligación de explicarle lo sucedido, que su primogénito sepa todo lo correspondiente a su esposa.

Nathan fingió indignación, tristeza y desconcierto y le aseguró a su padre que no sabía acerca de eso. Qué él conoció a Ariadna por medio de una amiga y que la joven fue muy insistente con él. Que no pretendía formar una relación, y después de varias citas quedó cautivado por su belleza y dulzura, que de verdad la amaba, y que todavía no lograba superar lo acontecido. Y con ojos llorosos le pidió su opinión; ¿debía divorciarse o darle una segunda oportunidad?

Iván Urriaga soltó un pesado suspiro, agitó su cabeza. Todo ese desorden sentimental, le pesaba más de lo que sus hijos pudieran ver.

—No quiero que las cosas queden mal con mi hermano —pronunció Nathan de manera inesperada.

Iván Urriaga levantó la mirada hacia a su hijo. Parpadeó varias veces y una pequeña sonrisa surgió de sus labios.

—Hablaré con Iván —le dijo, con el corazón cálido por la idea de que sus hijos pudieran volverse cercanos. El rostro de Ariadna se hizo presente ¿Cómo podrían llevarse bien si los dos proclamaban amar a la misma mujer?

Cuando terminaron la conversación, el pecho de Urriaga parecía más oprimido que al comienzo de la charla.

Ese mismo día, cuando el cielo se tornó oscuro y la luna brillaba en esplendor, Nathan entró a la habitación de Ariadna.

—Estoy en pláticas con mi papá para reunirnos. Así que hay ciertas cosas que tenemos que cuadrar. —Nathan recargado en el marco de la puerta se acomodó el cabello con la mano.

Ariadna lo ignoró rotundamente y se cubrió con la cobija de pies a cabeza. Él se desplazó hasta llegar a la cama y sin permiso se sentó, con el único objetivo de acariciarla entre las sábanas.

—Iván te odia tanto, y qué decir del señor Urriaga y la mustia de Estela —esbozó una sonrisa—. Tú mi pequeña princesa eres mi mejor arma.

El coraje surgió desde el interior de su estómago, por un momento se sintió sofocada. Deseó poder hacerle frente a ese hombre, anheló mayor fortaleza, sus pensamientos la torturaban, le susurraban al oído, que si tan solo fuera más inteligente podría salir de ahí. Odiaba ser la víctima, ¿pero que podría hacer para evitar lo inevitable?

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