Jennifer sentada en el sofá de la sala, esperaba con paciencia la llegada del señor. Así que cuando la puerta se abrió, se levantó y lo saludó con entusiasmo.—No tienes que esperarme despierta, ya no soy un crío —le dijo Nathan, su mirada se posó en los ojos hinchados de Jennifer.Ella se aclaró la garganta, y alegó que esas eran los efectos secundarios de haberlo cuidado desde muy joven. Nathan le sonrió de lado. Jennifer recordó por qué lo había esperado, y sin preludio le contó un mensaje que había recibido Ariadna. —¿Y? —Nathan resopló.—¿Qué tal si recibió un mensaje del hijo del señor Urriaga?La sola mención de su medio hermano le hizo apretar la mandíbula, sus ojos, que antes mostraban desinterés, en ese momento se veían furicos.—Gracias por informarme —le dijo entredientes. Y sin perder tiempo subió al cuarto de su esposa.Al estar frente a la puerta, entró sin tocar y enseguida le exigió que le diera su teléfono.Ariadna, sentada en la cama le dijo que era una persona asq
Mía Lozano iba acompañada de Sofía Morales en el automóvil semi nuevo de su madre, sus manos se agitaban nerviosamente sobre el volante. Las chicas iban en dirección a la clínica Santa Lucía, tras recibir una llamada, en donde le indicaron que Ariadna Acosta había sufrido un pequeño accidente. Al llegar las mandaron a la sala de espera, y ahí conocieron al esposo de su amiga.—Mi nombre es Nathan Karsson, Ariadna me ha hablado tanto de ustedes. —El rubio extendió la mano hacía ellas.Las chicas correspondieron al saludo con un leve apretón de manos.…La frente de Gerardo Acosta brillaba por la iluminación fría de la clínica. La recepcionista lo saludó amablemente y él con la boca seca le dio el nombre de su hija. La señorita le indicó que seguía en consulta y que sus acompañantes estaban sentados en la sala de espera.Por su parte Nathan hablaba con Tania por teléfono con una calma aterradora . Ella se disculpaba y aseguraba que solo se trataba de una broma, que jamás pensó que su
Horas más tarde, Nathan se levantó con ojos cansados, la inflamación le hacía mirar su alrededor borroso. Apenas el sol se asomaba por el este, nunca despertaba de buen humor, pero ese día indudablemente estaría en su top cuatro de peores mañanas.No era creyente del “karma”, ni supersticiones bobas, porque en su razonamiento si eso existiera: ¿por qué su padre y su madrastra que habían hecho tanto daño eran felices? Mientras que él lo único que deseó desde niño era un poquito de amor de su parte, toda su vida se sintió despreciado y si lo castigaban por eso, que retorcido es el mundo.Ese día en especial, los recuerdos de su infancia lo hicieron meditar en los porqué de cada situación.Nathan respiró hondo mientras sacaba de su closet un atuendo casual, unos pantalones caqui y una playera de manga larga en color azul marino. El doctor que atendía a su madre le marcó para darle pésimas noticias.…La habitación del hospital se encontraba sumida en un profundo silencio. La señora Karss
Los pesados párpados de Ariadna se abrieron poco a poco. La madrugada de ese día parecía una pesadilla lejana, en donde se veía así misma con lágrimas y sus manos llenas de sangre.Al levantarse de la cama lo primero que hizo fue mirar su reflejo en el espejo del mueble justo frente a su cama. El apósito que cubría su herida era el mayor testigo de que lo acontecido no era producto de su imaginación.La puerta de su habitación se abrió abruptamente. Nathan con rostro sereno la inspeccionó de arriba abajo.—¿Qué tal va tu tarde? —le preguntó casual.Ariadna lo fulminó con la mirada. —¡Vete de aquí! —le ordenó con irritación.—Ari, Ari, cálmate, ya escuchaste al doctor…—¡No me llames Ari! Tú no eres mi amigo, no eres nada mío. —Le dio la espalda, dispuesta a fingir que no estaba ahí.Nathan acortó la distancia, pese a todas las señales de disgustó de parte de Ariadna. —Oye, oye, debo aceptar que estos días he exagerado. —Quedó tan cerca de ella que sólo con extender su mano podía toc
Los ojos de Ariadna se concentraron en el personal del hospital, el ambiente acelerado, las paredes blancas y el olor a desinfectante inundaba sus fosas nasales.Nathan la guiaba a la parte más alta del edificio. Al quedar frente a la puerta, le susurró que repasara mentalmente lo que iba a decir.Ella asintió, mientras su esposo pedía permiso para entrar. La enfermera en el interior de la habitación les dio el pase.Ariadna caminó detrás de él, y sus ojos decididos se volvieron titubeantes. La mujer postrada en cama mostraba una palidez cerúlea, con un turbante rosa palo en la cabeza. Cada línea de su rostro marcada por la fatiga y el dolor. A pesar de la fragilidad que emanaba de su ser, sus ojos mantenían una altivez irreductible.—Mamá —le saludó entre tartamudeos—, ella es mi amada esposa, su nombre es Ariadna.—Hola, señora…—Irina —intervino la mujer en cama—, señora Irina. Nathan agachó la cabeza, le había dicho con antelación a Ariadna que la distinción de su madre era la
Nathan Karsson antes de volver a su recinto contempló con una expresión de burla su reflejo en la ventana de vidrio. Sí su padre creía que eso sería todo, estaba muy equivocado, su venganza apenas daba inicio. El joven Karsson sacó un teléfono de su portafolio y empezó a mandarle mensajes anónimos a su medio hermano, atreves de esos textos le contaba una elaborada historia de amor, traición e infidelidad, protagonizada por Ariadna Acosta. Sus carcajadas resonaron en la habitación. El reloj marcó la siguiente hora y por placentera que parezca ser la venganza; ese círculo te devuelve al inicio, a esa sensación de vacío y dolor. En ese tiempo el alcohol resultó su mejor aliado, al ingerirlo sus absurdas emociones se entumecían. Tras su segunda copa de vino, logró relajarse y con su espalda reclinada en su silla de piel sintética de color negro, la imagen de Ariadna irrumpió en su cabeza, sus labios carnosos le resultaron apetecibles. La duda de ver qué había debajo de aquel vestido bl
Llegó la hora de la celebración. Los padres de la novia contemplaron el jardín del Arrecife decorado entre hermosos arreglos de rosas blancas y tul brillante. Hace seis meses ni siquiera se les pasaría por la mente una situación como esa. Con ceños fruncidos seguían en la tarea de descifrar que llevó a su hija a casarse de la nada con un hombre que apenas les había presentado. No es que Nathan no fuera un buen partido, se veía una persona de dinero, atractivo y con un hablar elocuente. El problema era qué hace seis meses su hija moría de amor por Iván Urriaga.Con el pecho apretado Ariadna cumplía con sus deberes de anfitriona. Sus mejillas dolían de tanto sonreír. Entonces a lo lejos alcanzó a escuchar una voz conocida: la señora Estela se encontraba en el lugar, portaba un vestido azul con pedrería y un hombro descubierto y el cabello recogido en una cola baja. Enseguida caminó hacia el otro lado, pero su marido al percatarse de eso, la sujetó con gracia por la cintura y la llevó
—¿Esto tú lo planeas? —le preguntó con voz rota—. ¿De verdad esto te parece glorioso? ¿Qué es lo que te causa tanta gracia?—Ari, Ari, mi amada princesa. ¿Crees que elegirte a ti fue conciencia? Querías respuestas aquí las tienes.—Tú y el señor Urriaga… Tú e Iván. ¡Eres una horrible persona! —Apretó los labios y cerró los puños con fuerza. Su misión, su parte de ese trato absurdo era mucho peor de lo que imaginó.—Bueno, preciosa. Si tan horrible soy, rompamos este acuerdo ¿Qué te parece? Lo hubieras dicho desde un principio. —Se aclaró la garganta, mientras se acomodaba con cuidado la corbata—. Terminemos con esto y el salvaje ese que vuelva al lugar donde pertenece.Ariadna lo miró directo a los ojos, horrorizada por lo que ese hombre podía llegar a hacer.—¿Qué dices? —inquirió con el corazón acelerado.—Que este contrato lo puedes romper cuando quieras, mi amor. Pero tu amado Iván volverá a prisión y por un cargo peor que el anterior. Así se va a quedar encerrado el resto de su v