Hola, muchas gracias por leer. Prometo subir muchos capítulos está semana. No olviden dejar su comentario y decirme, ¿qué le está pareciendo todo? También preguntar, ¿qué otro tipo de genero les gustaría que escriba? Nos leemos muy pronto ❤️
Volver a la casa de sus padres, la hizo experimentar una calidez en el pecho; hacer algo tan sencillo como el sentarse en la sala le mejoró el ánimo. Durante la conversación, sus progenitores se perdieron en sí mismos. Tras meses de un matrimonio plagado de estrés, sumado a verdades a medias y amenazas, sus sentidos estaban alertas. Preocupada, les preguntó si algo andaba mal. Su madre sonrió, en tanto su padre imitaba el gesto y con un parpadeo recurrente, le aseguró que no había nada nuevo. En su esfuerzo por evitar el tema, la charla se centraba en el clima, o alguna novedad sobre una tienda asociada a su empresa de imprenta. Bajo ninguna circunstancia hacían mención de Nathan, ni hacían comentarios sobre la amable y encantadora señora Jennifer. En la cabeza de Ariadna surgían preguntas que no podía expresar en voz alta, todas relacionadas con Iván y su familia. Los minutos en el reloj avanzaban sin ninguna tregua. La hora de volver a su prisión se acercaba. Su pie le
Los minutos pasaban y en la sala de la casa Karsson el silencio incómodo se prolongaba. Ariadna seguía con la mandíbula caída por la repentina petición de su esposo.En el instante en que las carcajadas de Nathan resonaron en la sala de estar, los ojos de la chica mostraron un pestañeo ansioso.—¿¡Qué!? —le preguntó ella, sin entender el motivo de su sonrisa burlona.Su marido se pasó la mano derecha por la boca. Tan pronto como pudo detener sus risas, se aclaró la garganta. Y con un tono de voz más serio le confesó que se trataba de una broma, que lo que su madre quería era que ella la visitara.Ariadna frunció los labios. Quería darle una bofetada a su querido esposo con todas sus fuerzas.Se levantó de su asiento, harta de sus burlas y decidida a encerrarse en su cuarto. Nathan la detuvo, y le recordó que su madre era una simple mujer con cáncer terminal.Ella se frenó, todavía con la rabia atorada en la garganta.―¿En serio? ¿Y para qué? —le preguntó con ojos entrecerrados.―No s
En cuanto el semáforo marcó el alto, Nathan bajó el volumen de la música e inclinó la cabeza hacia Ariadna. —Te tomas muy en serio tu papel de mi esposa. —Una sonrisa torcida apareció en sus labios—. Me gusta. —¡No es eso! —lo contradijo con las mejillas arreboladas—. Es que se me hace terrible que finjas ser amigo de ese hombre y que a sus espaldas le hagas otros “favores” a su mujer. —¿De verdad eres tan ingenua? —Negó con la cabeza, su sarcasmo era notable. Ella desvió la mirada. —¡Olvídalo! —refunfuñó y se concentró en las tiendas de ropa que veía pasar por la ventana del automóvil. —El viejo tiene cientos de amantes. ¿No es obvio? Ella fue un puente por el cual me contacté con él. Después le retribuí su ayuda y fue todo. —Eso aún es más asqueroso. —Lo vio de soslayo con la nariz arrugada. —¡Vives en el mundo real! Las parejas tienen amantes todo el tiempo. ¿Crees que el viejo de verdad la ama? ¿O que ella se casó con él porque es su alma gemela? Ariadna guardó
Cuando el cerebro de Ariadna terminó de procesar la pregunta, su postura se puso rígida. Agachó la cabeza, con unas ganas insanas de ponerse a llorar. —Yo… —No debes sentir vergüenza. No sé si sabías que en cada camada de cachorros siempre hay uno excepcional. Quizá los bobos sentimentalistas digan que elegir al más débil es altruista —tosió un poco—, hipocresía. Todos queremos lo mejor, siempre. No te culpo por escoger la opción adecuada. Las mejillas de Ariadna se encendieron pues pasó de una horrible persona a una caza fortunas. —Es una larga historia —le dijo Ariadna finalmente, con voz queda. Se acomodó su blusa verde olivo por décima vez, mientras subía y bajaba la mirada. —El tiempo no me sobra, así que comienza —la instó Irina. Sin tener otra opción, Ariadna contó la historia elaborada por Nathan. Su suegra no quitó los ojos de encima, como si pudiera detectar las mentiras a kilómetros de distancia. —Eso es todo —dijo al terminar su “historia de amor”. Irina l
Entre amplias instalaciones y sofisticadas máquinas de confitería, se encontraban unos cubículos destinados al personal administrativo. Entre los nuevos trabajadores destacaba un joven de cabellera azabache, unos ojos cafés oscuros enmarcados por unas cejas tupidas. Sin embargo, su físico no era la razón por la cual robaba miradas en la oficina; el motivo principal se debía a su apellido, pero si uno quería ser menos políticamente correcto, diría era por la ex relación con la esposa de uno de los CEO principales de la empresa: Confitería Suprema S.A. Para colmo, los susodichos compartían lazos sanguíneos. Para todos, algo difícil de creer, puesto que no compartían similitudes físicas. Lo que llevaba a los empleados a más cuchicheos sobre el lío familiar de los medios hermanos. Iván Urriaga se esforzaba por pasar inadvertido. Se esforzaba en sus tareas y, de tanto en tanto, se quedaba tiempo extra. Su cerebro funcionaba bien, además que entre las especialidades de sus nuevas compañ
En el preciso instante en que su debilidad la llevaba a fantasear con Iván Urriaga, en su mente siempre lo veía con una sonrisa y sus bellos ojos centelleaban de felicidad. Había pasado tanto desde la última vez que lo vio fuera de sus sueños, que le era doloroso darse cuenta de que la rabia que sentía por ella había aumentado. Si las miradas pudieran cortar, ella estaría partida en mil pedazos. Ni siquiera fue consciente de sus lágrimas hasta que su esposo se lo mencionó. —Oye, no es para tanto. Sabes que es un inmaduro de m****a, ya se le pasará. —Nathan tomó el tenedor y continuó con su comida, como si eso no fuera la gran cosa. Ariadna frunció el entrecejo, exasperada, apretó con fuerza la carpeta en sus manos. —Te odio. ¡Eres una m****a! —le aseveró, con voz rota, para después girar sobre sus talones con la intención de irse. Nathan se puso de pie, lamentaba que ese par de dramáticos le arruinaran el apetito. Sin más, le solicitó al mesero que le trajera la cuenta. … Aria
—Ya me disculpé… Fue una simple broma. —No quiero hablar contigo —le susurró Ariadna, mientras sus ojos pasaban a las flores de los jarrones de adorno sobre la mesa de cristal. —Gracias —le expresó de golpe—, estás aquí, a pesar de estar enojada conmigo. Ella miró el techo con exasperación. Nathan tenía el talento de ponerla de mal humor solo con decir una oración. Simultáneamente en el aposento hospitalario, Irina Karsson presentaba dificultad para respirar. La causa era una infección por el líquido acumulado entre las membranas que rodean los pulmones. El médico responsable le pidió ver a Nathan en privado para hablar sobre los procedimientos a los que sería sometida su madre. Mientras él avanzaba por el pasillo, los ojos de su esposa lo seguían hasta perderlo de vista. Con el correr de los minutos, su preocupación aumentó y al regresar su marido a la sala de espera con una expresión ausente en el rostro, como consecuencia su pulso se aceleró. Jennifer lloraba a su lado en
En el cuarto se apreciaba el leve aroma a lavanda mezclado con el olor a desinfectante. Además, una ligera fragancia floral, que provenía del arreglo de rosas sobre la mesa. —No es necesario que estés aquí a diario —le dijo Irina a su nuera, sin tener contacto visual. Ariadna se concentró en sus zapatos planos cerrados rosa pálido, y recordó el día en el que su padre se los regaló después de una salida familiar al centro comercial. —No quería ser una molestia. —Se encogió de hombros, sin saber qué decir. —No dije eso —Irina respondió con voz agitada. Ariadna tragó saliva, quieta en su asiento, mientras que sus oídos captaban la respiración dificultosa de Irina. Los segundos se volvieron minutos, le echó un vistazo a su reloj de pulsera, había pasado una hora. Soltó un suspiro, se acomodó su blusa azul cielo y antes de levantarse le informó a su suegra que ya se iba. Irina se humedeció los labios resecos. —Si mañana tienes tiempo de venir, puedes traer lirios en lugar