Los ojos de Ariadna se concentraron en el personal del hospital, el ambiente acelerado, las paredes blancas. El olor a desinfectante inundaba sus fosas nasales. Nathan la guiaba hacia la parte más alta del edificio. Al quedar frente a la puerta, le susurró que repasara mentalmente lo que iba a decir. Ella asintió, mientras su esposo pedía permiso para entrar. La enfermera en el interior de la habitación les dio el pase. Ariadna caminó detrás de él, y sus ojos decididos se volvieron titubeantes. La mujer postrada en cama mostraba una palidez cerúlea, con un turbante rosa palo en la cabeza. Cada línea de su rostro marcada por la fatiga y el dolor. A pesar de la fragilidad que emanaba de su ser, sus ojos mantenían una altivez irreductible. —Mamá —le saludó entre tartamudeos—, ella es mi amada esposa, su nombre es Ariadna. —Hola, señora… —Irina —intervino la mujer en cama—, señora Irina. Nathan agachó la cabeza, le había dicho con antelación a Ariadna que la distinción
Al llegar a casa, Nathan como buen negociador le mostró un calendario con dos posibles fechas para el divorcio. Su comportamiento era diferente, no tenía contacto visual con su esposa y cada cierto tiempo se le escapaba un suspiro. Ariadna miró el calendario, deslizó su dedo pulgar sobre el papel grueso y brillante, se sentía como un sueño, como si otra persona hubiera ocupado su cuerpo y ella solo fuera una espectadora. Todo lo vivido ese día le hacía tener un mayor entendimiento de la situación, pensó en voz alta y le dijo a Nathan que la venganza no es necesaria. —Ivan Urriaga no es el hombre perfecto que crees, todo su dinero es gracias a mi madre, gracias a la mujer que viste recluida en cama, a punto de morir y a él le importa un carajo. —Apretó los puños y trató de contener su enojo. —El odio es malo… Hace que uno cometa locuras, todavía estás a tiempo de dejar todo esto. Seguir tu vida, disfrutar de tu mamá… —las palabras apenas salieron de su boca sonaban absurdas.
La mente de Ariadna estaba saturada de ideas catastróficas, reflexiones acerca de la situación de su marido y el anhelo de poder ayudar a su amado Iván. Nathan no comprendía el daño que se hacía así mismo o tal vez sí, pero fingía que no. Esa noche, pese a estar muy cansada, entre sollozos y una capa delgada de sudor en la frente, una pesadilla la hizo perder las ganas de volver a quedarse dormida. En aquel sueño angustioso aparecía Iván con la camisa color vino con la que le pidió matrimonio. Todo era como antes, entrelazaron sus manos y sus miradas se encontraron expectantes. Redujeron la distancia que había entre ellos, la palma cálida de Iván rozó con suavidad su mejilla y acto seguido sus labios se unieron en un beso fervoroso. Estaban juntos. Se separaron para recobrar el aliento y los ojos cafés de su amado se volvían verdes, Ariadna pestañeó perpleja, pues la melena oscura de Iván se tornaba rubia ante sus ojos. Su mirada bajó a sus manos, en dónde se apreciaba una sangre
Volver a la casa de sus padres, la hizo experimentar una calidez en el pecho; hacer algo tan sencillo como el sentarse en la sala le mejoró el ánimo. Durante la conversación, sus progenitores se perdieron en sí mismos. Tras meses de un matrimonio plagado de estrés, sumado a verdades a medias y amenazas, sus sentidos estaban alertas. Preocupada, les preguntó si algo andaba mal. Su madre sonrió, en tanto su padre imitaba el gesto y con un parpadeo recurrente, le aseguró que no había nada nuevo. En su esfuerzo por evitar el tema, la charla se centraba en el clima, o alguna novedad sobre una tienda asociada a su empresa de imprenta. Bajo ninguna circunstancia hacían mención de Nathan, ni hacían comentarios sobre la amable y encantadora señora Jennifer. En la cabeza de Ariadna surgían preguntas que no podía expresar en voz alta, todas relacionadas con Iván y su familia. Los minutos en el reloj avanzaban sin ninguna tregua. La hora de volver a su prisión se acercaba. Su pie le
Los minutos pasaban y en la sala de la casa Karsson el silencio incómodo se prolongaba. Ariadna seguía con la mandíbula caída por la repentina petición de su esposo.En el instante en que las carcajadas de Nathan resonaron en la sala de estar, los ojos de la chica mostraron un pestañeo ansioso.—¿¡Qué!? —le preguntó ella, sin entender el motivo de su sonrisa burlona.Su marido se pasó la mano derecha por la boca. Tan pronto como pudo detener sus risas, se aclaró la garganta. Y con un tono de voz más serio le confesó que se trataba de una broma, que lo que su madre quería era que ella la visitara.Ariadna frunció los labios. Quería darle una bofetada a su querido esposo con todas sus fuerzas.Se levantó de su asiento, harta de sus burlas y decidida a encerrarse en su cuarto. Nathan la detuvo, y le recordó que su madre era una simple mujer con cáncer terminal.Ella se frenó, todavía con la rabia atorada en la garganta.―¿En serio? ¿Y para qué? —le preguntó con ojos entrecerrados.―No s
En cuanto el semáforo marcó el alto, Nathan bajó el volumen de la música e inclinó la cabeza hacia Ariadna. —Te tomas muy en serio tu papel de mi esposa. —Una sonrisa torcida apareció en sus labios—. Me gusta. —¡No es eso! —lo contradijo con las mejillas arreboladas—. Es que se me hace terrible que finjas ser amigo de ese hombre y que a sus espaldas le hagas otros “favores” a su mujer. —¿De verdad eres tan ingenua? —Negó con la cabeza, su sarcasmo era notable. Ella desvió la mirada. —¡Olvídalo! —refunfuñó y se concentró en las tiendas de ropa que veía pasar por la ventana del automóvil. —El viejo tiene cientos de amantes. ¿No es obvio? Ella fue un puente por el cual me contacté con él. Después le retribuí su ayuda y fue todo. —Eso aún es más asqueroso. —Lo vio de soslayo con la nariz arrugada. —¡Vives en el mundo real! Las parejas tienen amantes todo el tiempo. ¿Crees que el viejo de verdad la ama? ¿O que ella se casó con él porque es su alma gemela? Ariadna guardó
Cuando el cerebro de Ariadna terminó de procesar la pregunta, su postura se puso rígida. Agachó la cabeza, con unas ganas insanas de ponerse a llorar. —Yo… —No debes sentir vergüenza. No sé si sabías que en cada camada de cachorros siempre hay uno excepcional. Quizá los bobos sentimentalistas digan que elegir al más débil es altruista —tosió un poco—, hipocresía. Todos queremos lo mejor, siempre. No te culpo por escoger la opción adecuada. Las mejillas de Ariadna se encendieron pues pasó de una horrible persona a una caza fortunas. —Es una larga historia —le dijo Ariadna finalmente, con voz queda. Se acomodó su blusa verde olivo por décima vez, mientras subía y bajaba la mirada. —El tiempo no me sobra, así que comienza —la instó Irina. Sin tener otra opción, Ariadna contó la historia elaborada por Nathan. Su suegra no quitó los ojos de encima, como si pudiera detectar las mentiras a kilómetros de distancia. —Eso es todo —dijo al terminar su “historia de amor”. Irina l
Entre amplias instalaciones y sofisticadas máquinas de confitería, se encontraban unos cubículos destinados al personal administrativo. Entre los nuevos trabajadores destacaba un joven de cabellera azabache, unos ojos cafés oscuros enmarcados por unas cejas tupidas. Sin embargo, su físico no era la razón por la cual robaba miradas en la oficina; el motivo principal se debía a su apellido, pero si uno quería ser menos políticamente correcto, diría era por la ex relación con la esposa de uno de los CEO principales de la empresa: Confitería Suprema S.A. Para colmo, los susodichos compartían lazos sanguíneos. Para todos, algo difícil de creer, puesto que no compartían similitudes físicas. Lo que llevaba a los empleados a más cuchicheos sobre el lío familiar de los medios hermanos. Iván Urriaga se esforzaba por pasar inadvertido. Se esforzaba en sus tareas y, de tanto en tanto, se quedaba tiempo extra. Su cerebro funcionaba bien, además que entre las especialidades de sus nuevas compañ