Nathan Karsson antes de volver a su recinto contempló con una expresión de burla su reflejo en la ventana de vidrio. Sí su padre creía que eso sería todo, estaba muy equivocado, su venganza apenas daba inicio. El joven Karsson sacó un teléfono de su portafolio y empezó a mandarle mensajes anónimos a su medio hermano, atreves de esos textos le contaba una elaborada historia de amor, traición e infidelidad, protagonizada por Ariadna Acosta. Sus carcajadas resonaron en la habitación. El reloj marcó la siguiente hora y por placentera que parezca ser la venganza; ese círculo te devuelve al inicio, a esa sensación de vacío y dolor. En ese tiempo el alcohol resultó su mejor aliado, al ingerirlo sus absurdas emociones se entumecían. Tras su segunda copa de vino, logró relajarse y con su espalda reclinada en su silla de piel sintética de color negro, la imagen de Ariadna irrumpió en su cabeza, sus labios carnosos le resultaron apetecibles. La duda de ver qué había debajo de aquel vestido bl
Llegó la hora de la celebración. Los padres de la novia contemplaron el jardín del Arrecife decorado entre hermosos arreglos de rosas blancas y tul brillante. Hace seis meses ni siquiera se les pasaría por la mente una situación como esa. Con ceños fruncidos seguían en la tarea de descifrar que llevó a su hija a casarse de la nada con un hombre que apenas les había presentado. No es que Nathan no fuera un buen partido, se veía una persona de dinero, atractivo y con un hablar elocuente. El problema era qué hace seis meses su hija moría de amor por Iván Urriaga.Con el pecho apretado Ariadna cumplía con sus deberes de anfitriona. Sus mejillas dolían de tanto sonreír. Entonces a lo lejos alcanzó a escuchar una voz conocida: la señora Estela se encontraba en el lugar, portaba un vestido azul con pedrería y un hombro descubierto y el cabello recogido en una cola baja. Enseguida caminó hacia el otro lado, pero su marido al percatarse de eso, la sujetó con gracia por la cintura y la llevó
—¿Esto tú lo planeas? —le preguntó con voz rota—. ¿De verdad esto te parece glorioso? ¿Qué es lo que te causa tanta gracia?—Ari, Ari, mi amada princesa. ¿Crees que elegirte a ti fue conciencia? Querías respuestas aquí las tienes.—Tú y el señor Urriaga… Tú e Iván. ¡Eres una horrible persona! —Apretó los labios y cerró los puños con fuerza. Su misión, su parte de ese trato absurdo era mucho peor de lo que imaginó.—Bueno, preciosa. Si tan horrible soy, rompamos este acuerdo ¿Qué te parece? Lo hubieras dicho desde un principio. —Se aclaró la garganta, mientras se acomodaba con cuidado la corbata—. Terminemos con esto y el salvaje ese que vuelva al lugar donde pertenece.Ariadna lo miró directo a los ojos, horrorizada por lo que ese hombre podía llegar a hacer.—¿Qué dices? —inquirió con el corazón acelerado.—Que este contrato lo puedes romper cuando quieras, mi amor. Pero tu amado Iván volverá a prisión y por un cargo peor que el anterior. Así se va a quedar encerrado el resto de su v
En el presente.La tarde del siguiente día Nathan apareció en su cuarto y le explicó lo molesto e insistente que era Iván, pues no paraba de mandarle mensajes y llamarle. Le ordenó decirle por teléfono que él había sido su amante por muchos meses.—¿Qué ganas con eso? —le preguntó ella, desesperada por dicha petición.—Eso no te importa. Harás lo que te digo. Quiero que ese maldito te odio con la misma fuerza que alguna vez dijo amarte. Que aplastes su corazón. —Le entregó el teléfono.Ariadna sujetó el aparato, sentada en la cama, cerró los ojos con fuerza en un intento por despertar de esas pesadilla.—Dijiste que no le harías nada si me casaba contigo. —Apretó el móvil. —No, yo te dije que no lo metería a prisión. Jamás mencionamos otras cosas. —Sus fosas nasales se ensancharon y comenzó a caminar en círculos—. Ese bastardo no es más que un ladrón, me roba mi empresa. Te imaginas trabajar día y noche por levantar una corporación y que tu padre de la noche a la mañana decida que lo
Las nubes revoloteaban entre el cielo azul. Ariadna bajó al primer piso de la casa Karsson con sigilo. Lo primero que sus ojos vieron al bajar fue a Nathan recostado en el sofá. Avanzó a paso lento hacia él. De cerca se dio cuenta que no llevaba camisa, sus mejillas se ruborizaron, y desvió la mirada a su mano derecha, vendada con manchas rojas carmesí. Con cuidado lo revisó con el entrecejo fruncido. Sus ojos se posaron en su rostro y contempló los mechones de cabello rubio que bailaban en su frente, su nariz respingada hacía un ligero sonido al respirar. Ese hombre parecía un actor famoso, ¿por qué alguien así querría una venganza tan tortuosa?—¿Necesita algo, señora? Ariadna brincó al escuchar la voz de Jennifer, se apresuró a decirle que no, y subió a su cuarto.***Nathan Karsson se miró al espejo y lo único que vislumbraba era el fracaso. Toda su vida se esforzó por obtener una muestra de afecto genuina de parte de su padre. Se preguntó si la razón de su desprecio era que
Había transcurrido una hora que Jennifer salió de su habitación, el motivo de su aparición fue para recordarle la salida que tenía ese día con su esposo Nathan. Ellos no eran una pareja real; y cualquier con un poco de cerebro podía notarlo.Una semana antes de su boda, había salido de su casa con dos maletas grandes color café, apenas y pudo llevarse algunas prendas. Era tanta su tristeza y nulas ganas de adaptarse a su nueva vida que su ropa seguía en las maletas, los días posteriores alternaba pijamas, su día empezaba en esas cuatro paredes y terminaba en esas cuatro paredes. Y ahora sin más su querido “esposo” le decía que se arreglara para presentarla con sus colegas. Luego de tanta indecisión, Ariadna se miraba al espejo, nunca fue una mujer insegura o eso creyó, en esa nueva vida le aterraba el hecho de que el sol saliera. Optó por una falda gris que le llegaba abajo de la rodilla, una blusa blanca, aretes y collar corto en color dorado y unos zapatos de plataforma, cómodos.
El clima cálido le resultó abrasador al salir del auto. Ariadna llevaba unas sandalias de tacón alto en color nude, que se ajustaban de un modo delicado a sus tobillos con finas tiras. La falda lápiz, de un tono terracota que resaltaba su figura, caía hasta media pierna y se ceñía a su cintura con un elegante lazo. Completaba su atuendo una blusa blanca sin mangas, de cuello alto con volantes y un sutil corte en forma de lágrima en el escote, que le daba un aire sofisticado y refinado. Su cabello suelto, estilizado con unas ondas. Apenas faltaban pocos kilómetros para llegar, Nathan le advirtió sobre pasarse de lista. La amenazó con pegarle la boca si se le ocurría decir algo extraño sobre él, o sobre su matrimonio. Dio pequeños detalles de cómo el asunto del matrimonio se le salió de control. —Deberías decir que nos presentó una de tus amigas, te obsesionaste conmigo y… —¿Qué? —exclamó ella ofendida—. ¿Por qué yo tendría que obsesionarme contigo? —Porque sí —le contestó y acto se
Las palabras de la señora Violeta revoloteaban en la mente de Ariadna. No sabía si era una simple recomendación o algo que de verdad le serviría en un futuro. Nathan Karsson la tenía sujetada por el cuello, metafóricamente. Ella no podía hacer, ni decir nada. En las noches le costaba tanto quedarse dormida, consumida por el miedo, pues no comprendía hasta qué punto la venganza de ese hombre dañaría a Iván y a su familia. Necesitaba un arma, algo que le sirviera de ayuda en contra de ese hombre. —Sabrina —susurró y se hizo una película mental sobre ese par. Quizá ellos sentían amor el uno por el otro y debido al odio por su medio hermano tuvo que separarse de ella. Al parpadear las pestañas de Ariadna se empaparon de líquido salado. Era lo único que le ayudaba a quedarse dormida; llorar. Llorar hasta que el corazón doliera menos, abrazada a su almohada con cientos de ideas dolorosas sobre el hubiera, un futuro imposible. Se imaginaba a sí misma en una casa grande, con el c