Capítulo 4

En el presente.

La tarde del siguiente día Nathan apareció en su cuarto y le explicó lo molesto e insistente que era Iván, pues no paraba de enviarle mensajes y llamarla. Le ordenó que le dijera por teléfono que él había sido su amante por muchos meses.

—¿Qué ganas con eso? —le preguntó ella, desesperada por dicha petición.

—Eso no te importa. Harás lo que te digo. Quiero que ese maldito te odie con la misma fuerza con la que alguna vez dijo amarte. Que aplastes su corazón. —Le entregó el teléfono.

Ariadna sujetó el aparato, sentada en la cama, cerró los ojos con fuerza en un intento por despertar de esa pesadilla.

—Dijiste que no le harías nada si me casaba contigo. —Apretó el móvil.

—No, yo te dije que no lo metería a prisión. Jamás mencioné otras cosas. —Sus fosas nasales se ensancharon y comenzó a caminar en círculos—. Ese bastardo no es más que un ladrón; me roba mi empresa. Te imaginas trabajar día y noche para levantar una corporación y que tu padre de la noche a la mañana decida que lo mejor será que esa empresa sea la herencia de un mediocre que no ha movido ni un dedo por eso.

Ella abrió los ojos y tembló en su lugar, el rostro de Nathan se desencajó, como si el ángel se hubiera transformado en demonio. Ariadna marcó el número de su ex prometido. Ni siquiera pasó el tercer timbrado cuando él contestó. Lo primero que dijo fue: “¿Por qué rompiste mi corazón?”

De sus ojos marrones brotaron amargas lágrimas, que cayeron por sus mejillas hasta llegar a su barbilla. Una puñalada dolía menos.

—¿De verdad merecía esto? Dime, ¿qué hice mal? Te di todo, Ariadna, todo. Me quedé sin nada. —Su voz rota delataba sus lágrimas, su furia.

Nathan observaba con una expresión complacida a su esposa y la instaba a decir lo que le había ordenado.

—Nathan fue mi amante. Lo que me diste fue tan poco que tuve que buscar a alguien más. Entiende que no te amo, y nunca te amé. Deja de marcar. Deja de buscarme. —Colgó la llamada sin querer escuchar la respuesta.

—¡Oye, la conversación apenas se ponía interesante! —se burló Nathan y cubrió su boca con la mano. Parado frente a ella.

Ariadna se levantó de la cama y, con todas sus fuerzas, azotó el teléfono en el suelo, y le dedicó una mirada impregnada de odio.

—Tranquila, me gustan las chicas con carácter. Si sigues así, no tendré otra opción que enamorarme de ti. —Soltó una carcajada.

***

Los días siguientes, Ariadna no salió de su cuarto. Jennifer, una mujer bajita de rostro regordete, cabello oscuro y ojos saltones, llamaba a la puerta con una bandeja de comida entre las manos. Al menos eso le daba la seguridad de que aquel rubio no la mataría de hambre.

¿Qué seguía ahora? Pensó, de manera ilusa, que eso sería lo peor.

Una noche oscura y solitaria, Aridna se negó a comer. La imagen de Iván, con el rostro crispado por el dolor no la dejaba estar en paz. Él era el hombre de su vida y si él pudiera ser libre a costa de su felicidad, ella lo aceptaría.

Un estruendo ensordecedor la sacó de sus cavilaciones. Se preguntó qué diablos pasaba abajo. ¿Será que alguien forzó la entrada? Algo temerosa decidió salir. Bajó las escaleras, agradecida de no encontrarse con nadie. Y entonces sus ojos se abrieron como platos, al ver la figura de aquel demonio arrodillado. Su alrededor era un caos, botellas de licor y jarrones despedazadas, pinturas rotas.

«Ese hombre está loco», pensó y se cubrió la boca con la mano.

—Por favor no me dejes… —suplicó Nathan con los puños en el piso.

Ariadna lo miró, poco a poco se acercó a él.

»Por favor, no te vayas —volvió a rogar Nathan a la nada. Levantó su cabeza en dirección a Ariadna—. Por favor, por favor no me dejes solo.

La joven abrió la boca como un pez fuera del agua. ¿Ese hombre borracho y lloroso era el mismo diablo que hace unos días le había dicho lo despreciable que era? ¿El hombre rencoroso que la manipuló para aceptar un matrimonio por venganza?

Ella negó con la cabeza. Se iba dar la vuelta y volver a su fría y solitaria habitación.

—Mamá, por favor no te vayas. Tú eres la única que de verdad me ama —Nathan arrastró cada sílaba, y las lágrimas inundaron su rostro.

Ariadna se conmovió al escuchar el ruego. Ese hombre tan asqueroso ahora no era más que un niño herido que buscaba a su madre. Ella se giró y caminó hasta quedar frente a él.

—No me dejes —rogaba con fuerza, su frente tocó el suelo frío.

—Debe irse a su habitación —la voz de Jennifer resonó en el sitio.

Ariadna no se negó, y en cuanto pudo subió las escaleras y se encerró en su jaula. Todo era confuso. ¿Quién era él verdadero culpable de todas esas calamidades? ¿Qué le ocurrió a la madre de Nathan para suplicar con tanto dolor que no se vaya?

***

El cielo oscuro se tornó claro y ella con ojos hinchados y un dolor de cabeza intenso se dispuso a salir de su cuarto. Necesitaba obtener respuestas. ¿Qué era lo que movía el odio de ese hombre?

Sin vacilar se acercó a Jennifer y le preguntó abiertamente de que había muerto la madre de su esposo.

La mujer volteó el rostro de un lado a otro, se acomodó su uniforme color caqui.

—Nunca repita algo así. Sí no quiere que el señor se ponga mal —le dijo en un susurro—. La madre del joven Karsson está viva.

—¿Dónde está? —quiso saber, con la cabeza más confundida que antes.

—No sé

—¿Qué pasa con ella? —insistió Ariadna.

—Te recomiendo no meterte en los asuntos del señor. —Se aclaró la garganta y perdió el tacto al hablar—, por su propio bien, ocúpese de sí misma.

Ariadna no se lo tomó personal. Ahora sus dudas crecían. Dudas que la dejaban inquieta. La sonrisa del señor Urriaga se coló en su mente, una sonrisa brillante, cálida, genuina, ¿qué tantos secretos escondía esa sonrisa?

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