En el presente.
La tarde del siguiente día Nathan apareció en su cuarto y le explicó lo molesto e insistente que era Iván, pues no paraba de enviarle mensajes y llamarla. Le ordenó que le dijera por teléfono que él había sido su amante por muchos meses. —¿Qué ganas con eso? —le preguntó ella, desesperada por dicha petición. —Eso no te importa. Harás lo que te digo. Quiero que ese maldito te odie con la misma fuerza con la que alguna vez dijo amarte. Que aplastes su corazón. —Le entregó el teléfono. Ariadna sujetó el aparato, sentada en la cama, cerró los ojos con fuerza en un intento por despertar de esa pesadilla. —Dijiste que no le harías nada si me casaba contigo. —Apretó el móvil. —No, yo te dije que no lo metería a prisión. Jamás mencioné otras cosas. —Sus fosas nasales se ensancharon y comenzó a caminar en círculos—. Ese bastardo no es más que un ladrón; me roba mi empresa. Te imaginas trabajar día y noche para levantar una corporación y que tu padre de la noche a la mañana decida que lo mejor será que esa empresa sea la herencia de un mediocre que no ha movido ni un dedo por eso. Ella abrió los ojos y tembló en su lugar, el rostro de Nathan se desencajó, como si el ángel se hubiera transformado en demonio. Ariadna marcó el número de su ex prometido. Ni siquiera pasó el tercer timbrado cuando él contestó. Lo primero que dijo fue: “¿Por qué rompiste mi corazón?” De sus ojos marrones brotaron amargas lágrimas, que cayeron por sus mejillas hasta llegar a su barbilla. Una puñalada dolía menos. —¿De verdad merecía esto? Dime, ¿qué hice mal? Te di todo, Ariadna, todo. Me quedé sin nada. —Su voz rota delataba sus lágrimas, su furia. Nathan observaba con una expresión complacida a su esposa y la instaba a decir lo que le había ordenado. —Nathan fue mi amante. Lo que me diste fue tan poco que tuve que buscar a alguien más. Entiende que no te amo, y nunca te amé. Deja de marcar. Deja de buscarme. —Colgó la llamada sin querer escuchar la respuesta. —¡Oye, la conversación apenas se ponía interesante! —se burló Nathan y cubrió su boca con la mano. Parado frente a ella. Ariadna se levantó de la cama y, con todas sus fuerzas, azotó el teléfono en el suelo, y le dedicó una mirada impregnada de odio. —Tranquila, me gustan las chicas con carácter. Si sigues así, no tendré otra opción que enamorarme de ti. —Soltó una carcajada. *** Los días siguientes, Ariadna no salió de su cuarto. Jennifer, una mujer bajita de rostro regordete, cabello oscuro y ojos saltones, llamaba a la puerta con una bandeja de comida entre las manos. Al menos eso le daba la seguridad de que aquel rubio no la mataría de hambre. ¿Qué seguía ahora? Pensó, de manera ilusa, que eso sería lo peor. Una noche oscura y solitaria, Aridna se negó a comer. La imagen de Iván, con el rostro crispado por el dolor no la dejaba estar en paz. Él era el hombre de su vida y si él pudiera ser libre a costa de su felicidad, ella lo aceptaría. Un estruendo ensordecedor la sacó de sus cavilaciones. Se preguntó qué diablos pasaba abajo. ¿Será que alguien forzó la entrada? Algo temerosa decidió salir. Bajó las escaleras, agradecida de no encontrarse con nadie. Y entonces sus ojos se abrieron como platos, al ver la figura de aquel demonio arrodillado. Su alrededor era un caos, botellas de licor y jarrones despedazadas, pinturas rotas. «Ese hombre está loco», pensó y se cubrió la boca con la mano. —Por favor no me dejes… —suplicó Nathan con los puños en el piso. Ariadna lo miró, poco a poco se acercó a él. »Por favor, no te vayas —volvió a rogar Nathan a la nada. Levantó su cabeza en dirección a Ariadna—. Por favor, por favor no me dejes solo. La joven abrió la boca como un pez fuera del agua. ¿Ese hombre borracho y lloroso era el mismo diablo que hace unos días le había dicho lo despreciable que era? ¿El hombre rencoroso que la manipuló para aceptar un matrimonio por venganza? Ella negó con la cabeza. Se iba dar la vuelta y volver a su fría y solitaria habitación. —Mamá, por favor no te vayas. Tú eres la única que de verdad me ama —Nathan arrastró cada sílaba, y las lágrimas inundaron su rostro. Ariadna se conmovió al escuchar el ruego. Ese hombre tan asqueroso ahora no era más que un niño herido que buscaba a su madre. Ella se giró y caminó hasta quedar frente a él. —No me dejes —rogaba con fuerza, su frente tocó el suelo frío. —Debe irse a su habitación —la voz de Jennifer resonó en el sitio. Ariadna no se negó, y en cuanto pudo subió las escaleras y se encerró en su jaula. Todo era confuso. ¿Quién era él verdadero culpable de todas esas calamidades? ¿Qué le ocurrió a la madre de Nathan para suplicar con tanto dolor que no se vaya? *** El cielo oscuro se tornó claro y ella con ojos hinchados y un dolor de cabeza intenso se dispuso a salir de su cuarto. Necesitaba obtener respuestas. ¿Qué era lo que movía el odio de ese hombre? Sin vacilar se acercó a Jennifer y le preguntó abiertamente de que había muerto la madre de su esposo. La mujer volteó el rostro de un lado a otro, se acomodó su uniforme color caqui. —Nunca repita algo así. Sí no quiere que el señor se ponga mal —le dijo en un susurro—. La madre del joven Karsson está viva. —¿Dónde está? —quiso saber, con la cabeza más confundida que antes. —No sé —¿Qué pasa con ella? —insistió Ariadna. —Te recomiendo no meterte en los asuntos del señor. —Se aclaró la garganta y perdió el tacto al hablar—, por su propio bien, ocúpese de sí misma. Ariadna no se lo tomó personal. Ahora sus dudas crecían. Dudas que la dejaban inquieta. La sonrisa del señor Urriaga se coló en su mente, una sonrisa brillante, cálida, genuina, ¿qué tantos secretos escondía esa sonrisa?Las nubes revoloteaban entre el cielo azul. Ariadna bajó al primer piso de la casa Karsson con sigilo. Lo primero que sus ojos vieron al bajar fue a Nathan recostado en el sofá. Avanzó a paso lento hacia él. De cerca se dio cuenta que no llevaba camisa, sus mejillas se ruborizaron, y desvió la mirada hacia su mano derecha, vendada y manchada de rojo carmesí. Con cuidado lo revisó, con el entrecejo fruncido. Sus ojos se posaron en su rostro y contempló los mechones de cabello rubio que bailaban en su frente, su nariz respingada hacía un ligero sonido al respirar. Ese hombre parecía un actor famoso, ¿por qué alguien así querría una venganza tan tortuosa? —¿Necesita algo, señora? Ariadna brincó al escuchar la voz de Jennifer, se apresuró a decirle que no, y subió a su cuarto. *** Nathan Karsson se miró al espejo y lo único que vislumbraba era el fracaso. Toda su vida se esforzó por obtener una muestra de afecto genuina de parte de su padre. Se preguntó si la razón de su despreci
Había transcurrido una hora que desde que Jennifer salió de su habitación, el motivo de su aparición fue para recordarle la salida que tenía ese día con su esposo Nathan. Ellos no eran una pareja real; y cualquiera con un poco de sentido común podía notarlo. Una semana antes de su boda, había salido de su casa con dos maletas grandes color café, apenas y pudo llevarse algunas prendas. Era tanta su tristeza y tan nulas ganas de adaptarse a su nueva vida que su ropa seguía en las maletas, en los días posteriores alternaba entre pijamas; su día empezaba en esas cuatro paredes y terminaba en esas cuatro paredes. Y ahora sin más su querido “esposo” le decía que se arreglara para presentarla a sus colegas. Después de tanta indecisión, Ariadna se miraba al espejo, nunca fue una mujer insegura o eso creyó, en esa nueva vida le aterraba el hecho de que el sol saliera. Optó por una falda gris que le llegaba abajo de la rodilla, una blusa blanca, aretes y collar corto en color dorado y un
El clima cálido le resultó abrasador al salir del auto. Ariadna llevaba unas sandalias de tacón alto en color piel, que se ajustaban de un modo delicado a sus tobillos con finas tiras. La falda lápiz, de un tono terracota que resaltaba su figura, caía hasta media pierna y se ceñía a su cintura con un elegante lazo. Completaba su atuendo una blusa blanca sin mangas, de cuello alto con volantes, y un sutil corte en forma de lágrima en el escote, que le daba un aire sofisticado y refinado. Llevaba su cabello suelto, estilizado con unas ondas. Apenas faltaban unos pocos kilómetros para llegar, Nathan le advirtió que no se pasara de lista. La amenazó con pegarle en la boca si se le ocurría decir algo extraño sobre él o sobre su matrimonio. Dio pequeños detalles de cómo el asunto del matrimonio se le salió de control. —Deberías mencionar que nos presentó una de tus amigas, te obsesionaste conmigo y… —¿Qué? —exclamó ella, ofendida—. ¿Por qué yo tendría que obsesionarme contigo? —Porq
Las palabras de la señora Violeta revoloteaban en la mente de Ariadna. No sabía si era una simple recomendación o algo que de verdad le serviría en un futuro. Nathan Karsson la tenía sujetada por el cuello, metafóricamente. Ella no podía hacer ni decir nada. En las noches le costaba tanto quedarse dormida, consumida por el miedo, pues no comprendía hasta qué punto la venganza de ese hombre podría dañar a Iván y a su familia. Necesitaba un arma, algo que le sirviera de ayuda en contra de ese hombre. —Sabrina —susurró, y se hizo una película mental sobre ese par. Quizá ellos sentían amor el uno por el otro y debido al odio por su medio hermano tuvo que separarse de ella. Al parpadear las pestañas de Ariadna se empaparon de líquido salado. Era lo único que le ayudaba a quedarse dormida; llorar. Llorar hasta que el corazón doliera menos, abrazada a su almohada con cientos de ideas dolorosas sobre el hubiera, un futuro imposible. Se imaginaba a sí misma en una casa grande, con
Los ojos verdes de Nathan escudriñaban la esbelta figura de su esposa, su cintura se volvió todavía más estrecha, en tanto sus ojeras se marcaban profundas y sus labios lucían cuarteados. —Usa mucho maquillaje alrededor del área de los ojos. Pareces un zombi —se limitó a decir. Ariadna volvió su vista a él. —¡Eres un idiota! —escupió cada sílaba con rabia. —Modera tu boca conmigo, mi amor. No sé si lo sepas, pero el que manda aquí soy yo —le recordó con un sereno tono de voz. Ariadna lo miró con una mezcla de miedo y frustración. —¿Cuánto tiempo estaré aquí? ¿Me matarás?, ¿qué piensas hacerme? —No lo sé. —Se aclaró la garganta—. No tengo claro qué hacer contigo después de acabar con mis asuntos. —Se acarició la barbilla sin apartar la vista de ella—. Pero si quieres mantener a tu familia a salvo, sigue mis indicaciones. No olvides lo que pude hacer. Ariadna parpadeó confundida. La mención de su familia hizo que su pecho se apretara. —No he hecho nada contrario a lo
Durante la conversación, el padre de Ariadna mencionó su gusto por la pesca, y Nathan lo invitó a su despacho a contemplar uno de sus trofeos más preciados: la réplica de un pez vela que había pescado en el Golfo de papagayo, ubicado en la región de Guanacaste, Costa Rica, de aproximadamente 11 pies y 200 libras. Gerardo Acosta se quedó petrificado por unos segundos. No le terminaba de caer bien su yerno, y su actitud le resultaba extraña. Además, el repentino matrimonio con su hija, no le terminaba de cuadrar todo el asunto. Tomó aire, no quería mostrarse hostil, así que se levantó del sofá y siguió con nulo entusiasmo a su yerno. Aurora volvió el rostro en dirección a su hija, estiró su mano, y la entrelazó con la de Ariadna. —Dime, ¿de verdad este cuento de hadas no se ha convertido en uno de terror? —le susurró, concentrada en las ondas que caían en los hombros de su hija, un vago recuerdo de una bebé de meses con apenas cabellos delgados que crecían con una lentitud que p
Los mensajes de aquella mujer se volvían cada vez más insistentes. Hasta que comenzaron a contactar a Nathan desde diferentes números telefónicos. Él sabía que esa mujer no tenía una mente clara, y conocer a su presunta “esposa” detonó muchas cosas en ella. “Contéstame, si no lo vas a lamentar toda tu vida”. “Soy capaz de decirle a todos sobre lo nuestro, así que contéstame”. Nathan frunció el ceño antes de marcar ese número que ya consideraba maldito. —¿Qué quieres? —le preguntó de mal humor. —¿Te atreves a traer a tu mujercita fea ante mi presencia y hacer como si yo no existiera? —A ella no le intimidaba el carácter de Karsson. Él negó con la cabeza y le explicó, que ellos ya no eran nada, que su aventura ya había terminado desde hacía mucho. —¿En seis meses te olvidaste de mí? —Mierda —exclamó él—. Nosotros nunca fuimos una pareja, todo era ocasional. ¡Lo dejamos claro desde el principio! —Esto se acaba cuando yo quiero —la mujer culminó la conversación. Nath
Jennifer sentada en el sofá de la sala, esperaba con paciencia la llegada del señor. Así, cuando la puerta se abrió, se levantó y lo saludó con entusiasmo. —No tienes que esperarme despierta, ya no soy un crío —le dijo Nathan, su mirada se posó en los ojos hinchados de Jennifer. Ella se aclaró la garganta y alegó que esas eran los efectos secundarios de haberlo cuidado desde muy joven. Nathan le sonrió de lado. Jennifer recordó por qué lo había esperado, y sin preámbulos le contó un mensaje que había recibido Ariadna. —¿Y? —Nathan resopló. —¿Qué tal si recibió un mensaje del hijo del señor Urriaga? La sola mención de su medio hermano le hizo apretar la mandíbula. Sus ojos, que antes mostraban desinterés, en ese momento se veían furiosos. —Gracias por informarme —masculló. Y, sin perder tiempo subió al cuarto de su esposa. Al estar frente a la puerta, entró sin tocar y enseguida le exigió que le diera su teléfono. Ariadna, sentada en la cama le dijo que era una persona