Obligada a casarme con mi ex cuñado.
Obligada a casarme con mi ex cuñado.
Por: Svaqq16
Capítulo 1

Nathan Karsson, antes de volver a su recinto, contempló con una expresión de burla su reflejo en la ventana de vidrio. Si su padre creía que eso sería todo, estaba muy equivocado; su venganza apenas daba inicio.

El joven Karsson sacó un teléfono de su portafolio y empezó a mandarle mensajes anónimos a su medio hermano, mediante esos textos, le contaba una elaborada historia de amor, traición e infidelidad protagonizada por Ariadna Acosta.

Sus carcajadas resonaron en la habitación. El reloj marcó la siguiente hora y, por placentera que pareciera ser la venganza; ese círculo te devuelve al inicio, a esa sensación de vacío y dolor. En ese tiempo el alcohol resultó su mejor aliado; al ingerirlo, sus absurdas emociones se entumecían. Tras su segunda copa de vino, logró relajarse y con su espalda reclinada en su silla de piel sintética de color negro, la imagen de Ariadna irrumpió en su cabeza. Sus labios carnosos le resultaron apetecibles. La duda de ver qué había debajo de aquel vestido blanco, sin mancha, impecable y perfecto, le resultó tentadora. Tras probar la tercera copa, sus mejillas adquirieron un leve sonrojo. Sus pensamientos lascivos podían volverse palpables; la mujer que los inspiraba estaba a unos cuantos metros.

En un intento fallido de ser sigiloso, Nathan tiró un jarrón que adornaba el pasillo. Sin darle mayor importancia, siguió su camino hasta irrumpir en la habitación de Ariadna.

Observó de pies a cabeza a su esposa recostada en la cama. Se acercó de a poco a ella, semejante a un cazador que tienta a su presa. Y al llegar a su lado, depositó con suavidad su mano en su cintura. Ariadna brincó ante el tacto.

—¿Qué haces? —le dijo aterrada.

—Nada. ¿Qué hay de malo en que te sujete la cintura? Eres mi mujer.

Ella agitó la cabeza.

—Yo no soy tu mujer. Deja de decir locuras.

—Eres mi esposa, no está mal llevarnos bien. —Recorrió con su mano la estrecha curva del torso femenino.

—Oye, ¿qué te pasa?, ¿estás borracho, verdad? —Ella saltó de su lugar y se alejó varios pasos de él.

—Estamos aburridos. Podemos distraernos un rato. —Acortó la distancia entre ellos, estiró su mano y agarró la mejilla de Ariadna con ímpetu y la besó con ferocidad.

Ariadna no tuvo una reacción inmediata, el pánico no la dejó actuar. Experimentó cientos de besos en el pasado, pero nadie le había devorado la boca así, con tanta hambre, sus lenguas obscenas danzaban. A través de sus fosas nasales percibió el aroma a sándalo; cálido, cremoso y amaderado que desprendía aquel hombre.

Se separaron un poco por la falta de aire, el tiempo suficiente para que los pensamientos coherentes volvieran a ella.

Nathan se volvió a acercar y Ariadna, con mano firme le dio una bofetada.

Él sujetó su mejilla enrojecida, y le dedicó una mirada que destilaba odio. El coraje hizo que el alcohol abandonara su cuerpo.

—Estúpida. Te iba a dar el honor de pasar la noche con un verdadero hombre. —Sonrió de lado sin dejar de masajear su cachete—. Por lo visto eres tan simple y corriente como él. No tienes ni un gramo de clase, mujer barata. —Se giró sobre sus talones y salió de esa habitación.

Ariadna, luego de quedarse sola en el frío y lujoso cuarto, se dejó caer sobre el colchón. Abrazaba las sábanas blancas, mientras sus ojos soltaban lágrimas de amargura.

Tenía cuatro días de casada, y el dolor de ese día parecía aumentar.

Una semana antes:

—No olvides que esta bella boquita debe adornarse con una sonrisa, mi amor —Nathan estiró su mano hasta sujetar con fuerza la barbilla de Ariadna.

Ella trató de soltarse de su agarre, pero su “prometido” era mucho más fuerte que ella, así que cualquier intento era inútil.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? —quiso saber con voz quebrada. No comprendía qué de especial o extraordinario tenía ella para ser la elegida y convertirse en su esposa de mentiras.

—Porque sí —le respondió con una sonrisa torcida.

Tres días después de eso fue su tan aclamada ceremonia de bodas.

Siempre fantaseó con ese día; la felicidad que iba a emanar de sus padres, sus futuros suegros y sus amigos. Sin embargo, ese día no era nada parecido a lo que soñó. Primero su boda sería con un tipo que apenas conoció, y de lo único que tenía la seguridad es que era un hombre poderoso y peligroso, que ni siquiera tuvo la decencia de explicar el verdadero motivo por el que necesitaba una esposa falsa.

Antes de salir y hacer su entrada triunfal, le colocaron con cuidado el velo. Tomó aire, sus manos temblorosas sujetaron con fuerza el ramo de rosas blancas naturales y acto seguido avanzaba por el pasillo, de fondo se escuchaba la marcha nupcial. En su pecho la opresión crecía y sus manos sudaban tanto que creyó que su ramo se le caería en cualquier momento.

De repente miró a su padre, su cara denotaba seriedad, como si en lugar de estar en una boda estuviera en un funeral.

Por un momento el miedo la hizo creer que él no estaría ahí. No podría enfrentar esa situación sola.

Al estar frente al altar, sus ojos marrones se posaron en la figura de su futuro esposo; Nathan, sus ojos verdes e intimidantes, ahora reflejaban falsa dulzura.

El juez comenzó con el protocolo de la ceremonia y un pastor invitado dio una pequeña reflexión sobre la importancia del matrimonio. El juez volvió a lo suyo y los miró directo a los ojos antes de declararlos marido y mujer.

Ariadna soltó unas pequeñas lagrimitas, y Nathan le sujetó con delicadeza la mejilla, se inclinó hacia ella y le rozó con suavidad los labios. Los presentes sonrieron, y la madre de Ariadna no pudo ocultar su descontento.

El nuevo matrimonio giró y quedó frente a la audiencia. Nathan le apretó la mano y ella giró la cabeza en dirección a él.

—Sonríe por este hermoso día —le dijo en voz queda.

Instantáneamente ella obedeció.

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