Durante la conversación, el padre de Ariadna mencionó su gusto por la pesca, y Nathan lo invitó a su despacho a contemplar uno de sus trofeos más preciados: la réplica de un pez vela que había pescado en el Golfo de papagayo, ubicado en la región de Guanacaste, Costa Rica, de aproximadamente 11 pies y 200 libras. Gerardo Acosta se quedó petrificado por unos segundos. No le terminaba de caer bien su yerno, y su actitud le resultaba extraña. Además, el repentino matrimonio con su hija, no le terminaba de cuadrar todo el asunto. Tomó aire, no quería mostrarse hostil, así que se levantó del sofá y siguió con nulo entusiasmo a su yerno. Aurora volvió el rostro en dirección a su hija, estiró su mano, y la entrelazó con la de Ariadna. —Dime, ¿de verdad este cuento de hadas no se ha convertido en uno de terror? —le susurró, concentrada en las ondas que caían en los hombros de su hija, un vago recuerdo de una bebé de meses con apenas cabellos delgados que crecían con una lentitud que p
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