Con más de un metro ochenta, un rostro digno de una obra maestra y un cuerpo sacado de los sueños más atrevidos de Caterine, Corleone Fioravanti era pura tentación. Pero detrás de esa apariencia imponente había un hombre demasiado serio, irremediablemente gruñón y convencido de que ella es una completa tonta. Claro, puede que le haya tirado café caliente encima en su primer encuentro, pero, para ser justos… fue un accidente. Cuando el serio e implacable juez Corleone conoce a Caterine Vitale, una mujer con el talento especial de convertir cada momento en un desastre, su mundo perfectamente estructurado comienza a tambalearse. Así que, cuando la vio entrar en su oficina y se presentó como su nueva asistente, estaba listo para despedirla. Es una lástima que, dada su propia reputación, no pueda hacerlo. Entre torpezas, chispas saltando entre ellos y secretos familiares que podrían destruir su intachable reputación, Corleone hará todo lo posible por no ceder al dulce encanto de Caterine.
Leer másCorleone se subió al auto de Giovanni, y este giró la cabeza para observarlo con seriedad.—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Luka y yo podemos encargarnos de los dos.—No —dijo Corleone sin dejar de sostener la mirada de Giovanni—. Quiero estar allí cuando ellos se enfrenten al terror que Caterine sintió cuando la mantuvieron encerrada, el mismo miedo que tantas otras mujeres también padecieron por culpa de ambos. Quiero poder decirle a Caterine que ninguno de ellos nunca más podrá hacerle daño y decírselo en serio.Giovanni se quedó inmóvil por un rato antes de fijar su mirada adelante y encender el motor.A medida que la casa quedaba atrás, Corleone sintió una inquietud arremolinarse en su interior. Era la primera vez que se alejaba tanto de Caterine desde que la rescataron. Siempre había permanecido cerca, asegurándose de que estuviera bien. Aunque ella intentaba mostrarse fuerte, él temía que en cualquier momento el peso de los recuerdos la derrumbara.En su tercera noche
—¿Podrías traerme un helado, por favor? —pidió Caterine, mirando a Corleone con una sonrisa suave.Él estuvo a punto de sugerir que podía llamar a su madre para que se lo trajeran cuando vio algo en la mirada de Caterine y pronto entendió el mensaje. Así que, sin más preguntas, asintió y se puso de pie.—Regresaré pronto —dijo.Se inclinó hacia ella y le rozó los labios en un beso breve antes de dirigirse hacia la puerta.Caterine esperó a que él saliera de la habitación antes de volver su atención a su padre.—¿Podrías acomodarme la almohada, por favor? —pidió.Apenas terminó de formular la petición cuando su padre ya estaba a su lado.—¿Está bien así? —preguntó él después de mover la almohada.—Sí, perfecto —respondió, subiendo un poco hacia arriba para sentarse mejor—. Si siguen consintiéndome tanto, terminaran por malcriarme y nunca más querré hacer nada más por mi cuenta —bromeó.Su padre esbozó una pequeña sonrisa, pero no alcanzó a sus ojos.Caterine suspiró con suavidad. Su pa
La próxima vez que Caterine despertó, la luz del día entraba a raudales por las ventanas, tiñendo la habitación de un resplandor suave y cálido. El lugar estaba en completo silencio, solo roto por la respiración acompasada de Corleone.Se sorprendió un poco al notar que su padre no estaba allí; probablemente su madre tenía algo que ver con eso. Era la única que podría haberlo convencido de abandonar su lugar junto a la puerta. Sin embargo, no le cabía duda de que había dejado al menos cuatro hombres apostados fuera, custodiando su habitación.Desvió la mirada hacia Corleone y sintió un leve cosquilleo en el pecho. Él descansaba en el sillón junto a su cama, con un brazo envuelto alrededor de su vientre en un gesto instintivamente protector. Su cabeza también reposaba allí, como si buscara mantenerse lo más cerca posible de ella y del bebé. La postura era incómoda, sin duda le dejaría el cuello adolorido más tarde, pero parecía no importarle en lo absoluto.Por un instante, solo lo con
Caterine estaba recostada en la camilla de hospital. Se sentía agotada, pero dormir podía esperar un poco más. A su lado, Corleone sostenía su mano con firmeza, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento. A unos metros, su padre permanecía de pie, con los brazos cruzados y una expresión inescrutable en el rostro.Su padre no la había dejado a solas más que para ir al baño. Al igual que Corleone, se había quedado a su lado sin quitarle la vista de encima. Cuando las enfermeras les pidieron a ambos que esperaran fuera mientras la llevaban a otro cubículo para atender sus heridas, actuaron como si no escucharan las explicaciones. Las pobres mujeres solo pudieron intercambiar una mirada de resignación antes de ceder ante sus exigencias.Ahora que sus heridas habían sido atendidas, era el turno de que un ginecólogo la revisara. Gracias a la intervención de Alessandro De Luca, el amigo de su padre, todo se había agilizado aún más. Alessandro había llamado personalmente al
Corleone acababa de acomodar a Caterine en el asiento trasero del auto cuando una voz burlona interrumpió el silencio.—¡Miren la pequeña rata que encontramos tratando de huir!Corleone se giró de inmediato. Luka avanzaba con paso firme, arrastrando a alguien por el suelo, sosteniéndolo por la parte trasera del cuello de su camiseta. El estado de humor de Corleone se ensombreció al reconocer a Ovidio.El tipo pataleaba y gemía de dolor, pero Luka ni siquiera parecía escucharlo. Con un último y brusco tirón, lo soltó de golpe, dejando que cayera de espaldas contra el suelo. Ovidio no llegó a reaccionar lo suficientemente rápido para evitar golpearse la cabeza.Con pasos agigantados se acercó a Ovidio, su respiración volviéndose más pesada con cada zancada. Agarró al imbécil del pecho de su camiseta y lo alzó con una facilidad. Ovidio era más bajo que él, por lo que quedó tambaleándose sobre las puntas de los pies, apenas logrando sostenerse.—¡Suéltame! —vociferó él, tratando de zafars
La noche era oscura y pesada, como si presagiara el caos que estaba por desatarse. Los pensamientos giraban en torno a la idea de recuperar a Caterine. Estaba determinado a hacer lo que fuera necesario para recuperarla.Le habían enviado los archivos a Bernardo, haciéndole creer que tenía el control de la situación. Sin embargo, no dejaron de vigilar cada uno de sus movimientos a la espera de que los llevara con Caterine h así lo había hecho. Bernardo había abandonado la seguridad de su casa hacía una hora. Desde el momento en que cruzó la puerta, el equipo de Giovanni lo había seguido, asegurándose de que ni él ni sus hombres detectaran su presencia. La persecución los llevó a las afueras de la ciudad, hasta una propiedad que ni siquiera figuraba en los registros. Nerea les había mostrado los planos del lugar y se suponía que allí no debía haber nada, pero los hombres de Giovanni encontraron una cabaña de dos pisos, demasiado bien conservada para ser un sitio abandonado.Giovanni, Lu
Caterine odiaba aquellas cuatro paredes que la mantenían prisionera. Eran frías, opresivas, sofocantes, y cada día que pasaba se sentían más estrechas, como si quisieran devorarla. Pero podría haberlas tolerado un poco más de no ser por Ovidio.El imbécil se había tomado muy en serio su papel de verdugo. Siempre que venía a verla, lo hacía con la única intención de recordarle su poder, de deleitarse con su sufrimiento. Se burlaba de ella y la golpeaba con la crueldad de quien disfruta la miseria ajena. Aun así, Caterine jamás le había dado el placer de verla suplicar. Aguantaba con los dientes apretados, tragándose el dolor y enfrentándolo con la mirada.El tiempo comenzaba a desdibujarse. No sabía exactamente cuántos días llevaba encerrada, pero estaba segura de que al menos eran cuatro. Y con cada hora que transcurría, empezaba a sentirse más asustada. Demasiado tiempo a solas con sus pensamientos le dejaba espacio para imaginarse los peores escenarios. ¿Y si nunca la encontraban? ¿
La tensión se podía cortar con un cuchillo mientras los segundos pasaban en un silencio sofocante.—Giovanni —llamó Corleone, con la voz firme.Pasaron unos segundos más antes de que finalmente Giovanni soltara a Bernardo y diera un paso atrás.Bernardo se acomodó la camiseta con tranquilidad.—Una decisión inteligente —dijo él con tono despectivo, dedicándole una sonrisa ladina a Giovanni antes de volver la mirada a Corleone—. Ahora, ¿dónde estábamos? Ah, cierto… es tu turno de jugar.Corleone tomó el palo de golf con ambas manos, enfocando la mirada en la pelota. Durante un breve instante, imaginó que se trataba de la cabeza de Bernardo. Acarició el mango de su palo, conteniendo la rabia que hervía bajo su piel.—No tienes que preocuparte por tu preciosa novia —soltó Bernardo, repentinamente—. Mi hijo ha estado cuidando muy bien de ella. De hecho, creo que se han vuelto bastante cercanos. Muy buenos amigos, diría yo.El comentario golpeó a Corleone en lo más hondo, justo cuando iba
—Me quedaré justo aquí —informó Luka, desde el asiento delantero—. Me mantendré alerta y veré si puedo conseguir algo.Corleone asintió con la cabeza y bajó del asiento trasero. Su padre descendió por la otra puerta, y Giovanni salió del lado del copiloto. Su padre caminó con calma hacia la maletera y sacó sus palos de golf. Corleone los tomó de sus manos y los acomodó en uno de sus hombros. Se detuvo un momento para mirar el ingreso del club, tomándose un tiempo para prepararse para el enfrentamiento.Los tres avanzaron hacia el interior del club. Giovanni no tenía un pase, pero el padre de Corleone indicó que era uno de sus invitados y nadie se atrevió a cuestionarlo.Preguntaron por Bernardo, y el administrador del club le pidió a uno de los empleados que los llevara con él. El hombre los guio hasta la parte de atrás. Bernardo estaba sentado debajo de una de las sombrillas, luciendo completamente relajado mientras bebía un trago.—Ennio, mi buen amigo —saludó Bernardo en cuanto los