Greta soltó un largo suspiro, se quitó los tacones con alivio y caminó descalza hacia la sala de su penthouse. Había sido un día demasiado largo, y lo único que deseaba era lanzarse a la cama y dormir hasta el lunes, o hasta el próximo año, si es que era posible.En su habitación, se dirigió al baño para una ducha rápida. El agua caliente corrió por su piel, arrastrando el cansancio y devolviéndole algo de energía. Al salir, con la toalla envuelta en el cuerpo, se sentó al borde de la cama y comenzó a secarse el cabello con desgano. En cuanto terminó, fue a tomar una ropa de dormir. Tenía una debilidad por los pijamas suaves, de seda y preferiblemente sexy.Apenas había terminado de vestirse cuando su celular comenzó a sonar con insistencia.—Hola, mamá —contestó y se arrastró debajo de las sábanas.Durante la siguiente media hora, escuchó a su madre hablar sin pausas, apenas prestando atención a sus palabras. Greta respondía apenas con monosílabos mientras sus párpados se volvían cad
Gino recorrió el corredor de la casa de sus padres, guiado por el sonido de unas risas femeninas que conocía demasiado bien. Al llegar a la sala, se encontró con una escena que lo hizo cubrirse los ojos, entre divertido y enternecido. Sus padres estaban en el sofá, besándose como dos adolescentes enamorados.—Esto tiene que ser una broma —gimió—. ¿No fue suficiente con todo el trauma que me causaron en la infancia? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¿Ya puedo mirar o tendré que buscar un terapeuta después de este día?Espió entre los dedos, descubriendo que ambos se habían detenido, así que bajó la mano.Su madre tenía una sonrisa tímida y su padre lo observaba con ese brillo pícaro en los ojos que siempre lo había caracterizado.Desde que podía recordar su padre siempre había estado completamente rendido ante su madre. La adoraba con una devoción casi obsesiva, de esas que daban un poco de vergüenza ajena cuando uno era adolescente. Probablemente habrían tenido más hijos de no ser p
Greta tenía que admitir que no la estaba pasando tan mal. El chico que sus amigas le habían presentado al llegar a la discoteca no estaba tan mal. Aunque tenía un sentido del humor peculiar y a veces sonaba algo excéntrico, tampoco le resultaba insoportable.Sus amigas se habían ido a la pista de baile con sus respectivos acompañantes minutos atrás, dejándola a solas con él.Giró la cabeza, distraída. Hacía un tiempo que no salía de fiestas con ellas y era como si estuviera fuera del lugar. Aunque, si debía ser sincera, nunca había sentido que encajara en su grupo de amigas. Solo salía con ellas porque era del circulo que frecuentaba y se había acostumbrado a tenerlas alrededor.Si tuviera que pensar en alguien a quien acudir en caso de una verdadera emergencia, probablemente sería Caterine… la esposa de su ex prometido. Algo bastante insólito, lo sabía.Caterine no solo era descaradamente sincera —una cualidad que Greta valoraba—, sino que también era el tipo de persona dispuesta a d
Gino volvió solo a la barra. La mujer con la que había estado bailando se había excusado para ir al baño, o al menos eso fue lo que él entendió. En realidad, no le había estado prestando mucha atención. Solo había estado agradecido porque al fin podía alejarse de ella.Por supuesto, la mujer era atractiva, con unas curvas de infarto que no pasaban desapercibidas. Sin embargo, su perfume era tan fuerte que lograba imponerse incluso sobre el torbellino de olores del lugar y le había resultado sofocante, aunque lo cierto era que ese ni siquiera había sido el principal problema por el cual había querido alejarse de ella.No.El verdadero problema era Greta.Con el vaso en la mano, se giró hacia la pista de baile y la buscó con la mirada. Allí estaba ella, en medio del tumulto, bailando como si el mundo no existiera. Su cabello, recogido en una cola alta, se movía con gracia, y su cuerpo se balanceaba de un lado a otro. Era como si Gino se encontrara bajo un hechizo porque era incapaz de m
Greta no podía mirar a Gino. Su vista estaba fija en los edificios que pasaban del otro lado de la ventanilla del taxi, iluminados por las luces nocturnas. El silencio se había instalado entre ambos desde que había subido al vehículo, denso pero no incómodo, como si ninguno de los dos tuviera exactamente idea de qué decir en un momento como aquel.Greta estaba absorta en sus pensamientos, preguntándose qué demonios estaba haciendo, pero sin encontrar las fuerzas para echarse para atrás. Porque, maldita sea, se había sentido demasiado bien al ser besada por Gino y la intensidad con la que deseaba que volviera a suceder la dejaba sin aliento.—¿Te estás arrepintiendo? —preguntó Gino con suavidad, acercándose a ella. Le apartó un mechón de cabello y lo acomodó detrás de la oreja.Greta sintió cómo su cuerpo vibró ante ese gesto mínimo. Maldición. ¿Cómo podía afectarla tanto algo tan simple?Se giró hacia él y negó con la cabeza.—¿Y tú? —contraatacó con la misma pregunta.Gino sonrió de l
Greta se sintió descolocada por un instante al escuchar ese “cariño”. Una parte de ella se estremeció con una ternura inesperada. Pero se obligó a dejarlo pasar. No tenía sentido darle demasiada importancia a una palabra que, con toda probabilidad, Gino ya había usado con otras mujeres en la misma situación. Era mejor no caer en sentimentalismos. Se trataba de sex0 y solo eso.Gino se apartó por un momento y abrió la primera gaveta del velador para tomar un preservativo. Luego regresó junto a ella, guiándola con suavidad para que volviera a recostarse, y se acomodó sobre su cuerpo, encajando con naturalidad en el espacio entre sus piernas.Cuando sintió su miembro rozar su centro, un gemido escapó de sus labios y sus caderas se alzaron de forma involuntaria. Al parecer, su cuerpo ya no le pertenecía y respondía mejor a Gino.—Alguien está demasiado ansiosa —murmuró él, con una sonrisa presumida.Greta bajó la mano, recorriendo lentamente sus abdominales, y no pudo evitar sentirse vict
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p