* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * *
—Tu habitación seguirá siendo la del primer piso —informa cuando entramos a la enorme casa blanca en la que había vivido los últimos meses—. No puedes hacer muchos esfuerzos aún, así que... evitar las escaleras ayudará —precisa como si fuera un tutor imponiendo disciplina.
—Entiendo… —susurro al ver a mi pequeño bebé y sonreírle—. ¿Quieres conocer nuestra habitación, mi amor? ¿Sí? Pues vamos, mami te la mostrará…, mi pequeño ángel —musito al admirar su angelical rostro—, mi pequeño…
—¿Aún no has decidido el nombre?
—No, aún no —preciso muy apenada al verlo—. Tú… ¿tienes alguno en mente?
—Algunos, pero… tú puedes elegirlo.
—Quiero escuchar alguno.
—No son tan buenos…, creo…
—Igual. Quiero escucharlos.
—Está bien, pero vamos a tu habitación. Tú y el bebé deben descansar.
—¿Más de lo que descansamos en el hospital? —articulo divertida; y él esboza una casi inadvertida sonrisa—. Bueno…, vamos —concreto; y juntos entramos a mi dormitorio.
Al hacerlo, me doy con la sorpresa de que él había mandado a acondicionar la habitación, tal y como yo lo había deseado. Quería que mi pequeño bebé durmiera conmigo, así que su cuna estaba aquí, a un lado de mi cama. También, todo estaba lleno de peluches y las paredes habían sido pintadas con colores muy, pero muy suaves para la tranquilidad del pequeño ser que le había dado mucho más sentido a mi vida. De hecho, se había transformado en…
—Mi vida —musito al mirarlo; y sonrío cuando lo veo plenamente dormido.
—Creo que llegó el momento que estrene su cuna.
—Creo que sí —respondo al hombre que me había sorprendido en estas últimas semanas.
Bayá había sido tan atento…, tan amable…, tan tierno con nuestro bebé.
Yo no habría imaginado, jamás, que él fuese de esa manera, así que casi no lo podía creer.
También me encontraba sorprendida porque, en esas tres semanas en la que estuve en el hospital, no habíamos discutido en ningún instante, sino todo lo contrario, habíamos pasado momentos agradables conversando. Prácticamente, habíamos dejado cualquier problema que hubiese existido en el pasado como… por arte de magia
“Tal vez, solo nos faltaba un respiro de tranquilidad”, pienso en silencio al mirarlo, después de haber acostado a nuestro hijo en su cunita.
—Debes dormir —murmura serio; y yo sonrío.
—No tengo sueño.
—Debes descansar. Recién has salido de la clínica.
—Lo sé, pero… no estoy cansada. Por el contrario, tengo muchas ganas de caminar.
—¿Caminar?
—Sí, me gustaría dar un paseo por el jardín si se pudiese.
—Parece que me estuvieses pidiendo permiso —señala adusto; y yo vuelvo a sonreír, ya que así era él por naturaleza—. Es tu casa. Puedes entrar y salir de ella cuando quieras —dice sorpresivamente.
—¿Qué has dicho?
—Lo que escuchaste. Es tu casa. Puedes salir y entrar cuando quieras, a la hora que quieras.
—¿Lo dices en serio? —susurro incrédula.
—¿Crees que bromeo? —cuestiona muy serio; y yo niego con mi cabeza muy asombrada—. Si deseas, puedes invitar a tu amiga y a tu abuela a pasar un fin de semana aquí. El médico dijo que la buena compañía será muy beneficioso para tu salud y yo…
—¿Tú? —pregunto al ver que, otra vez, se ha quedado, extrañamente, en silencio.
—Yo solo quiero que la madre de mi hijo esté bien.
—Entiendo…, la madre de tu hijo… —sonrío algo triste, al darme cuenta de que, tal vez, todos sus cuidados se debían a ello.
Después de todo, solo velaba por la salud de la madre de su hijo, de…
“su esposa por contrato”, completo en mi mente, al bajar mi mirada desanimada.
—Tú me importas, Merlí
—¿Perdón?
—Me importas —musita al mirarme de una forma muy rara y especial.
—Por ser la madre de tu hijo, ¿no es así? —pregunto frontal; y él se queda en silencio.
—¿Quieres hablar?
—Sí —respondo muy seria; y él asiente.
—Dijiste que querías caminar también. ¿Te gustaría dar un paseo por los jardines mientras hablamos?
—Me parece una gran idea.
—Bueno…, vamos —responde tranquilo al ofrecerme uno de sus brazos.
Yo lo tomo y salimos juntos a respirar aire fresco por varios minutos y en completo silencio. Yo observaba las flores y los arbustos mientras que él…, extrañamente, solo parecía observar cada uno de mis movimientos y aquello, de alguna u otra manera, me gustaba. En un momento, con el permiso de él, tomo una de las tantas flores que había y la huelo.
—¿Te gusta?
—Tiene un aroma delicioso. Toma, huele —preciso al llevar la flor a la altura de su nariz.
—Tienes razón. Huele bien.
—¿Te gusta?
—¿Te gusta a ti?
—Sí. Se parece a ti —preciso divertida; y él frunce su ceño—. Es una flor muy, pero muy rara. Nunca antes la había visto. Tiene un aspecto como misterioso y elegante, así como tú. Y también un aroma muy delicioso…, así como el… tuyo —pronuncio tímida; y él se queda mirándome fijamente—. ¿Solo soy la madre de tu hijo para ti, Baya?
—Merlí…
—Quiero saberlo —suplico suave.
De pronto, él toma mis brazos delicadamente y se acerca a mí hasta el punto de poder sentir su aroma tan varonil.
—¿Solo soy la madre de tu hijo para ti?
—No —contesta firme sin dejar de observar mis ojos—. Aunque quiera que sea distinto, mi respuesta es no. No solo eres la madre de mi hijo para mí. Creo que… sabes que eres más que eso.
—Necesito escucharlo, Bayá.
—Merlí —acaricia mi rostro con una de sus manos y yo cierro mis ojos.
—Yo… te sigo queriendo, Maximiliano —confieso; y lo escucho exhalar profundamente—. Te sigo queriendo y… no quiero ser solo tu esposa por contrato.
—Merlí…, Merlí Fernand…, mi Merlí —escucho; y me emociono.
“Su Merlí…, soy su Merlí”, pienso.
—Te quiero, Maximiliano. Por favor…, perdóname si antes no te dejé habl…
—Shhhh…, ya no…, ya no digas nada.
—Pero…
—Yo también te quiero, Merlí Fernand. Solo te quiero pedir algo —susurra al juntar su frente a la mía.
—¿Qué cosa?
—Tiempo…
—¿Tiempo?
—Tiempo y confianza. Quiero que confíes en mí.
—Maximiliano, no estoy entendiendo.
—Te quiero.
—Y yo a ti. No sé cómo ni cuándo pasó, pero… me enamoré, me enamoré de usted, señor Fisterra…, me enamoré de ti…, mi mafioso favorito —bromea; y él, después de muchísimo tiempo, me sonríe por fin.
—Creí que no te gustaba esa faceta de mí.
—Y no me gusta, pero… estoy enamorada.
—¿Te gustaría que dejara todo esto?
—¿Quieres la verdad?
—Me importa la verdad.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que te lastimen —expreso desde lo más profundo de mi corazón; y él se queda en absoluto silencio—. Tengo miedo a que alguien lo haga.
—No debes preocuparte por eso. Yo estaré bien.
—Recuerdo el día en el que fuiste a rescatarme la primera vez. Te habían herido con una bala. Me preocupé mucho y luego pensé que, por mi imprudencia, pudo haber sucedido algo peor. Esa bala pudo… haber impactado en tu corazón. Creo que es algo que no habría superado jamás.
—Pero no pasó, así que mejor olvidémoslo. Aparte, tú tienes razón. ¿Cómo ibas a saber que una de las locas de mi ex’s iba a secuestrarte? —precisa; y yo sonrío.
—Fue lo que te dije, ¿no es así?
—Sí, lo recuerdo muy bien —precisa sereno; y yo me apeno.
—Perdóname.
—No tengo nada que perdonarte.
—Claro que sí.
—Claro que no —refuta en el acto; y yo sonrío.
—Gracias…, gracias por todo —musito; y lo abrazo sorpresivamente.
Él me estrecha entre sus brazos y yo solo reposo mi cabeza en su pecho mientras me delito con su perfume.
—¿Te gustaría conocer el mundo? —pregunta de pronto.
—¿Qué?
—¿Te gustaría conocer el mundo?
—Sí, claro. Creo que sería emocionante.
—¿Qué lugares te gustaría conocer?
—Bueno…, creo que eso no lo sé. Me gustaría conocer un país mágico, uno en el que pueda ver auroras boreales o playas hermosas, lugares increíblemente mágicos, así como en las fotos. ¿Por qué la pregunta?
—Por nada —sonríe otra vez; y mi corazón se alegra—. Solo pensaba en que antes de un trabajo muy fuerte que tengo que hacer, podría aprovechar en enseñarle a mi familia el mundo.
—¿Qué? —pregunto confundida—. No entiendo.
—¿Te gustaría hacer maletas?
—¿Cómo?
—¿Me dejas mostrarte el mundo?
—¿Lo dices en serio?
—Sí.
—Pero… ¿Maximiliano podrá viajar?
—¿Qué?
—¿Maximiliano podrá viajar? —repito; y él me mira extrañado.
—¿Maximiliano?
—Sí, Maximiliano —respondo sonriente; y él me mira asombrado.
—Merlí, ¿estás segura?
—Sí —sonrío—, quiero que ese sea su nombre. Maximiliano…, nuestro pequeño Maximiliano.
—Merlí —toma mis mejillas y veo que tiene toda la intención de besarme.
—¿Qué esperas? ¿Por qué no me besas?
—Porque aún no me has respondido. ¿Te gustaría hacer maletas?
—Sí. Si nuestro hijo puede viajar…, sí.
—Me encargaré de todo entonces.
—Me parece perfecto —suspiro—. Bueno…, ahora…, ¿me besas?
—Llevo meses deseándolo —responde apasionado para después atrapar mis labios de aquella forma que tanto disfrutaba.
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * *
—AAAAAAAAAAAHHHHH —grita muy fuerte; y aquel gemido, que me informaba que había llegado a su orgasmo, era como música para mis oídos.
Termino de correrme en su estrecho interior y sonrío sobre sus labios mientras trato de recuperar la respiración (al igual que ella). La beso una vez más y bajo hasta encontrarme en el centro de sus pechos y recostarme ahí mientras escucho los latidos de su agitado corazón.
Sus suaves manos acarician mi espalada y mis cabellos mientras sus piernas continúan enredadas en mi cintura.
—Te… te amo —dice de pronto; y yo vuelvo a su boca. La miro fijamente a sus dulces y tiernos ojos y… la beso, la beso frenéticamente. Los besos de Merlí eran mi addición, sus labios eran sumamente dulces y deliciosos. El sabor de su boca era enloquecedor y… las caricias de su lengua eran únicas. Jamás me había sentido así con los besos de alguna otra mujer, jamás. Y, en cuanto al sexo, no había manera de describirlo. Era perfecto, estar en sus brazos era… perfecto.
La quería, la quería mucho y… ya me había vuelto adicto a toda ella, a todo… su amor.
—Lo sé, también sé que me amas, aunque no lo digas —precisa; y yo me siento mal por no habérselo dicho aún, pero tenía que esperar. Tenía que esperar a solucionar un problema muy importante que aún tenía: Danaí.
No quería decírselo y luego, tener malos entendidos y que me acusara de que le mentía al decirle que la amaba.
—Perdóname…
—Me has dicho que tienes tus razones y… también me dijiste que confíe en ti, así que eso voy a hacer —sonríe serena; y eso me tranquiliza.
Beso sus manos y luego, la abrazo muy fuerte contra mi pecho mientras salgo de ella.
—Quisiera tenerte siempre en mi interior —musita sensual; y eso me excita.
—Solo dame unos minutos para recuperarme. Te prometo que no saldré de ti en mucho tiempo —amenazo; y ella muerde su labio inferior mientras se coloca sobre mí.
—Han sido unos meses maravillosos a tu lado y de nuestro hijo.
—Han sido los mejores meses de mi vida a tu lado y de nuestro hijo.
—¿Los mejores de tu vida?
—Los mejores de mi vida.
—Ay, Bayá —suspira; y yo sonrío.
—¿Bayá?
—Me gusta tu nombre de mafioso —musita divertida; y yo acaricio su suave piel mientras pienso en uno de los deseos que ella tenía, el cual era que yo… saliese de este mundo, aunque para ser honesto conmigo mismo, eso era casi imposible. El rey de la mafia no podía salirse cuando quisiera; no podía.
—A mí me gusta que me llames más “Maximiliano”
—Te amo —susurra una vez más y me regla otro de sus adictivos besos—. ¿A qué hora sale nuestro vuelo a casa?
—Por la mañana
—Mmmmm… Entonces creo ya deberíamos descansar.
—No, claro que no. Yo… te hice una promesa —señalo al acorralarla con mi cuerpo sobre el colchón—. No pienso salir de ti en mucho tiempo…, hasta el amanecer.
—Mmmm… eso suena muy excitante.
—Tú eres muy excitante.
—Jamás creí que fueras un adicto al sexo.
—Soy adicto al sexo con mi mujer —contesto al instante; y ella se queda mirándome—. ¿Qué sucede?
—Quisiera detener el tiempo. Quisiera no irme de aquí.
—¿Por qué?
—Temo a que, cuando regresemos, los problemas vuelvan.
—Tal vez…, pero solo te pido que confíes en mí por favor.
—Sí…, confiaré en ti. Te lo prometo —musita muy suave; y besa la punta de mi nariz.
Me dispongo a hacerle el amor otra vez, pero escuchamos el llanto de nuestro hijo por el monitor. Ante ello, nos ponemos nuestras batas y vamos a ver al pequeño varón que había unido nuestras vidas otra vez.
Las horas pasaron y tuvimos que salir de la casa en Bali para ir al aeropuerto y regresar a casa. Luego de interminables horas de viaje en nuestro avión, lo logramos. Llegamos y lo primero que hicimos fue ordenar nuestras cosas. Ella había decidido compartir la habitación conmigo y eso significaba un gran avance.
Los días pasaron tranquilos hasta que recibí aquella llamada que no esperaba tan pronto.
—¿Hoy es el día de tu parto? —cuestiono más que fastidiado.
—Sí, está programado para hoy y quiero que me acompañes.
—CLARO QUE NO.
—Por favor, Bayá. Es tu hijo.
—No lo es. Estoy seguro de que nada pasó esa noche.
—Pues te equivocas. Pasó todo, mi amor.
—YA BASTA. SILENCIO.
—Acompáñame. Este día es importante para mí y nuestro hijo.
—No pienso hacer eso.
—Bayá, si me acompañas, te prometo dejarte tranquilo para siempre. Te doy mi palabra.
—TÚ NO TIENES PALABRA, DANAÍ.
—TE EQUIVOCAS. SABES QUE SÍ AAAH
—¿Qué pasa?
—Por tu culpa, me están viniendo unos fuertes dolores.
—¿Por mi culpa? Por favor, no me hagas reír. No pienso ir a tu parto porque no eres mi esposa y el niño que llevas en el vientre no es mi hijo. Estoy seguro. En todo caso, te lo demostraré con la prueba de ADN cuando nazca.
—¿Y si es tu hijo? ¿Qué le voy a decir? ¿Qué le pedí a su padre que viniera, pero que él no aceptó porque se negaba a creer que no era su hijo?
—Ya basta, no intentes chantajearme.
—Es tu hijo, Bayá. Y más que pensar en mí, piensa en él. Seguro se sentiría feliz de que su padre estuviese con nosotros en este momento tan importante. Por favor, solo por nuestro hijo te pido que me acompañes. No pierdes nada; además, te estoy prometiendo dejarte en paz después.
—Estás en mis manos, Danaí. Es evidente que no podrías molestarme.
—Te equivocas, Bayá, y tú lo sabes. Aún tengo aliados allá afuera yq que si hubiese querido, hace rato me habría ido de tu prisión.
—Es evidente que ya llevas mucho tiempo encerrada.
—Por favor, Bayá. Acompáñanos. Prometo dejarte en paz a ti y a tu mujer después. Solo te lo pido por tu hijo —señala—. Por favor, piénsalo —agrega; y corta.
¡Hola! No he visto mucha participación el día de hoy :'( ¡Espero que más lectoras y lectores se animen a dejar sus comentarios y reseñas! ¡Gracias a miles por leerme! ¡Que tengan un hermoso día!
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * La veo en la habitación de nuestro hijo, estaba con él en sus brazos, mirándolo de la misma forma en la que yo solía hacerlo. Le susurra algo que no puedo llegar a escuchar y, al final, le sonríe; y nuestro hijo a ella también. —Eres tan hermoso, mi pequeño Maximiliano —musita al suspirar y juntar su bello rostro al de nuestro bebé—. Te amo con mi vida…, eres mi vida —señala; y en ese momento, decido acercarme. —Y ustedes son la mía… —expreso mientras la abrazo por detrás y ella cierra sus ojos —Maximiliano —pronuncia mi nombre; y yo aprovecho en dejar un suave beso en su cuello. —Merlí…, mi Merlí —susurro; y ella sonríe. Me había dado cuenta de que le gustaba que yo le dijera “mi Merlí”; y tenía que confesar que… a mí me gustaba decírselo. —Te amo…, te amo a ti y… amo a nuestro hijo. —Son mi vida, Merlí. —Lo sé, lo sé, mi amor —pronuncia tímida; y yo sonrío. —Parece que tuvieras miedo de llamarme así. —No es miedo… —¿Entonces? —
* * * * * * * * * DANAÍ * * * * * * * * * * —¿Esos son los resultados, doctor? —Sí, señora, estos son —informa al entregarme el sobre blanco que tenían en sus manos—, pero veo que su esposo no está. —No, pero puede entregármelo a mí sin ningún problema. —De todas maneras, si el señor quiere una nueva copia, no dude en acercarse a laboratorio para que se le otorgue nuevamente. —¿Cómo? ¿Laboratorio le puede entregar otra copia? —Sí, claro. Puede hacerlo. —Bien…, entiendo —Yo me retiro, señora. —No. Por favor, no, doctor. Quédese un momento aquí por favor. —¿Se siente mal, señora? —No, doctor. Todo lo contrario, es usted un gran médico. —Entonces, ¿en qué la puedo ayudar? —Verá, doctor… —articulo serena al abrir el sobre y leer los resultados. “Vaya, esto era más que esperado, pero… va en contra de mis planes” —Seré muy franca. Estos resultados no me gustan. —Son los únicos que hay, señora. —Lo sé, doctor, pero no me gustan. Ese hombre atractivo que ha estado aquí es el v
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * * —¿Qué es este lugar, Maximiliano? —escupe con mucha molestia. —Tu nueva casa. —Yo tengo mi casa. —Entonces ve a ella. —NO, TÚ NO ME PUEDES HACER ESTO. ¡NO NOS PUEDES HACER ESTO! —grita al venir hacia mí y enseñarme al bebé—. ¿En serio piensas hacerle esto a nuestro hijo? —Se quedarán aquí hasta que yo termine de resolver algunas cosas. —Esto es otra cárcel. Más bonita, pero otra cárcel, al fin y al cabo. Yo no quiero estar aquí. Yo quiero estar DONDE DEBO ESTAR. EN TU CASA, COMO LA SEÑORA FISTERRA, TU ESPOSA. —Eso no se podrá por ahora. —¡LO SABÍA! ¡SABÍA QUE NO HABLABAS EN SERIO CUANDO DIJISTE QUE LA DEJARÍAS! —¡SILENCIO! ¡YA DEJA DE GRITAR! Si no te gusta este lugar, puedes irte, yo no tengo ningún problema. Pero si quieres quedarte a mi lado, es aquí donde debes estar. —Me hiciste una promesa. Te lo recuerdo. Prometiste que la dejarías. —La dejaré cuando sea el momento. Ahora, me voy. Ah… Danaí… —No te vayas, quédate con noso
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * * —¿Quién es el príncipe más fuerte? ¿Quién es el príncipe más fuerte? Sí, mi amor, tú eres el príncipe más fuerte… —suspiro— y el más hermoso de la Tierra. Te amo, mi pequeño. Te amo mucho —susurro al mirarlo y él emite un suave sonido muy tierno—. ¿Quieres ver a papá? ¿Sí? Pues él dijo que llegaría en unas horas, así que tranquilo, bebé. Papi ya estará aquí. Mientras tanto, vamos a seguir dando un paseo, pero solo aquí. No podemos salir a los jardines. No quiero correr el riesgo de que te vuelvas a enfermar, mi amor —señalo; y sonrío mientras lo apego más a mí. —Buen día, señora —saluda una de las mucamas. —Buen día. ¿Cómo está? —Muy bien, señora. Muchas gracias. —¿Qué es eso? ¿La correspondencia de mi esposo? —Sí, señora. Es la correspondencia de hoy. Todo esto es del señor, pero hay una para usted. —¿Para mí? —Sí, tome —precisa al entregarme un sobre blanco, pero sin remitente alguno. “Qué extraño”, pienso al mirarlo fijamente. —P
* * * * * * * * * DANAÍ * * * * * * * * * * —Estoy aquí. —Estaba esperando tu llamada —respondo sonriente al echarme sobre la cama y esperar a escuchar las muy buenas noticias—. ¿Qué sucedió? ¿La camarera esa ya se fue? ¿Dejó a Bayá? Ah… —suspiro y sonrío mucho—. Imagino que sí. La mujer esa es TAN tonta que se cree todo. Jamás me había tocado alguien tan fácil. Pero ya; quiero escucharte. Dime que la tonta esa ya se fue de la vida de Bayá. —Pues te equivocas. —¿Qué estás diciendo? —contesto impresionada al dar un salto de la cama y ponerme de pie. —Lo que escuchaste. Tu estúpido plan no sirvió más que para reforzar lo que sea que tuviesen. —¿QUÉ ESTÁS DICIENDO? —¿Acaso no entendiste? NO SIRVIÓ DE NADA. —¿CÓMO QUE NO SIRVIÓ DE NADA? ¿ACASO LA ESTÚPIDA ESA NO LEYÓ LOS EXÁMENES DEL LABORATORIO? —Lo hizo, claro que lo hizo, pero no sé qué pasó. El asunto es que los dos no solo no se separaron, sino que, por el contrario, parecen más unidos que nunca. Incluso ahora han salido. —¡
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * Le dejo una nota a mi esposa y madre de mi hijo y salgo de la casa para ir hacia mi auto y conducir a toda prisa. Llego al Punto Rojo y veo demasiado alboroto y movimiento; sin embargo, cuando me ven, todos se quedan quietos. —¡Ramsés! ¡Ramsés! —grito al subir las escaleras—. ¡Ramsés! —Estoy aquí, Bayá —escucho detrás y giro. —¿Por qué a esta hora? ¿Qué es tan importante? —Entremos a la sala. Todos están reunidos ahí. —¿QUÉ SUCEDE? NECESITO UNA EXPLICACIÓN YA. —Una guerra, Bayá…, una guerra y… es inevitable. —Danaí… —susurro cansado. —Sí, Danaí. —Bien…, bien…, llegó la hora de acabar con esa mujer. —Entremos. Ya están todos reunidos. —Necesito que manden a llamar a nuestros fieles aliados. —Ya los llamé y ya están aquí, —Bien… —Vamos, entremos. No hay tiempo que perder —agrega muy preocupado; y ambos pasamos al punto de reunión sin perder otro segundo. Luego de una extensa reunión, todos se marchan a hacer lo que les había ord
* * * * * * * * * BAYÁ * * * * * * * * * * —¿Está seguro de lo que acaba de hacer, señor? —No necesito ser cuestionado por nadie y mucho menos por usted. —Lo lamento mucho, señor, pero… creo que la señora Merlí hubiera entendido. —Yo también lo creo… —¿Entonces señor? ¿Por qué la echó de esa manera? —Porque la conozco —respondo a mi mayordomo—. Si le hubiera dicho que la alejaría para protegerla, ella no habría hecho caso, se habría quedado. Es terca…, habría hecho cualquier locura, se habría expuesto y… habría expuesto a nuestro hijo. Yo… yo no podría soportar el dolor de que algo le pasara a cualquiera de los dos. No soportaría el dolor de perderlos; no lo soportaría y, lo más importante, no me lo perdonaría. —Entiendo, señor… —Prefiero que me odie antes de que alguien la lastime o lastime a nuestro hijo. —Comprendo, señor. En ese caso, le deseo que todo le salga bien. —Así será. Ahora, necesito que envíes a cada trabajador a su casa. La guerra empezará y no quiero arriesga
* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * * * —¡Merlí! ¡Qué gusto verte, bebé! —grita Cassandra al mirarme—. ¡Dios, cuánto tiempo sin que nos visitaras! Ay… y mira a esta preciosura —señala muy tierna al agacharse y mirar a mi hijo acostado en su cochecito de bebé—. Qué hermoso y grande está. Pero pasa, pasa, Merlí. Tu abuela está durmiendo, pero ya despertará muy pronto seguro. —No, Cassandra…, no puedo. —¿Qué dices? —susurra confundida; y me mira escrutadora—. Merlí, ¿todo bien? Ati te pasa algo…, ¿qué suce… —se queda en silencio cuando ve dos maletas a mi lado—. ¿Qué pasó, Merlí? ¿Qué haces aquí? ¿Por… qué estás aquí? —Es algo difícil de explicar, Cassandra. —¿Discutiste con tu esposo? —Algo parecido, pero… no vengo por eso. —¿Entonces? —Cassandra, esta casa es muy segura. Nadie vendría aquí, está muy escondida y… nadie sospecharía de este lugar. —¿Qué quieres decir, Merlí? —Cassandra, necesito que cuides a mi hijo. —¿Qué? Pero… ¿de qué me estás hablando mujer? —Debo regresa